Una amiga mía se fue de Erasmus este semestre a Copenhague (clara ciudad patatera) así que decidí que iría a visitarla… en diciembre. El día se acercaba y mi miedo al viaje aumentaba a medida que las temperaturas iban bajando. Que semanas antes de coger el avión ya canceláramos planes nocturnos porque hacía frío, era una señal terrible. Siempre he sido fan de quedarme en casa viendo programas de reformas y vestidos de novia en cuanto los meses empiezan a llamarse con nombres que acaban en –bre. ¿En qué momento me había parecido buena idea ir a pasar las fiestas, que podía estar perfectamente metida en casa entre mantitas, a un país que tiene de media 10 grados menos que el mío?

Por suerte, aunque mis prejuicios no eran infundados, sí que no eran para tanto. Viajar al norte en invierno es de valientes, pero toda valentía en esta vida es bien recompensada. Aunque no coincidas con auroras boreales y seguramente no te encuentres con renos por las calles (por lo menos, no si vas a una capital como yo), un país norteño tiene un encanto en invierno que en verano es imposible de encontrar.

Frío sí, pero bien equipados para ello

Donde de verdad se nota que Europa del norte es el primo listo de Europa del sur (ese que en las comidas familiares presume de estar acabando la carrera en aeronáutica) es en las calefacciones.

La vida está diseñada para hacerse dentro de edificios: cafés, bares, restaurantes… incluso los metros llegan con una frecuencia mayor para que no te hagas cubito esperando. Nadie se espera que intentes ahorrar en calefacción en invierno: el derecho a estar en manga corta en casa en enero es considerado de primera necesidad.

La mejor ropa es la de invierno

Esto es un hecho como una catedral de grande. Los abrigos son la columna vertebral de cualquier estilismo que se precie, y el frío del norte te da la excusa perfecta para sacarle todo el partido a ello. Aprovecha para sacar del armario los abrigos más bonitos que tienes: hay una correlación directa entre lo despampanantes que suelen ser y el calor que suelen dar. Pétalo en Instagram con todas las fotos de catálogo otoño-invierno que te vas a sacar.

Wikiconsejo: ponte lo suficientemente lejos como para disimular la nariz rojita y ese moco que se te ha congelado en los 30 segundos que llevas fuera.

Cuando el frío tiene sentido

Sí, quizás se pasan de frías, pero los países del norte son lugares que tienen más sentido bajo cero. Presenciar estos sitios en temperaturas normales sería como mirar una postal de un paisaje nevado e intentar imaginárselo con calor. No sería lo mismo. Hay cierto encanto especial que no se puede transmitir de otra forma, como si el frío llenase los huecos que hacen que un paisaje fuese desolador con el calor.

Y no es por infravalorar ir a pasar las Navidades a Argentina (quien pudiera!), pero lo cierto es que no hay película sobre algún milagro navideño sin un poco de nieve y, por lo que eso pueda suponer, un poco de frío. Un beso bajo plantas tropicales siempre carecerá del encanto que tiene darse un piquito bajo el muérdago.

Hay menos turistas

Esta era la tercera vez que visitaba la capital danesa, y se nota mucho que todos pensamos igual y que las temporadas bajas son así por algo. Quitando algún que otro turista en el centro, el invierno da la oportunidad de disfrutar de estas ciudades rodeada de gente local. Todo se siente mucho más auténtico, y eso en el día de hoy es un privilegio.

A parte de eso, la gente de los países del norte, no sé cómo, pero parecen hechos en un laboratorio. Son todos guapísimos. Tiene que haber estudios de la densidad de gente guapa por metro cuadrado, porque quizás no sean la gente más comunicativa del mundo, pero para verlos de lejos son un espectáculo.

Vuelta a casa

Mi amiga volvió de Copenhague hace pocos días a pasar año nuevo. El primer día nos mandó foto de un tren que llegaba tarde. El segundo nos contó que Barcelona olía un poco a pulpo.

Créditos: Ainhoa Marzol & License CC0

El tercer día, comiendo fuet recién cortado con una mano y manoseando la biografía de Chenoa que le habíamos regalado con la otra (obra imprescindible de la literatura española moderna porque cuenta la ruptura con David Bisbal), nos decía: “no sé qué se me perdió ahí arriba, la verdad”.

Una amiga mía se fue de Erasmus este semestre a Copenhague (clara ciudad patatera) así que decidí que iría a visitarla… en diciembre. El día se acercaba y mi miedo al viaje aumentaba a medida que las temperaturas iban bajando. Que semanas antes de coger el avión ya canceláramos planes nocturnos porque hacía frío, era una señal terrible. Siempre he sido fan de quedarme en casa viendo programas de reformas y vestidos de novia en cuanto los meses empiezan a llamarse con nombres que acaban en –bre. ¿En qué momento me había parecido buena idea ir a pasar las fiestas, que podía estar perfectamente metida en casa entre mantitas, a un país que tiene de media 10 grados menos que el mío?

Por suerte, aunque mis prejuicios no eran infundados, sí que no eran para tanto. Viajar al norte en invierno es de valientes, pero toda valentía en esta vida es bien recompensada. Aunque no coincidas con auroras boreales y seguramente no te encuentres con renos por las calles (por lo menos, no si vas a una capital como yo), un país norteño tiene un encanto en invierno que en verano es imposible de encontrar.

Frío sí, pero bien equipados para ello

Donde de verdad se nota que Europa del norte es el primo listo de Europa del sur (ese que en las comidas familiares presume de estar acabando la carrera en aeronáutica) es en las calefacciones.

La vida está diseñada para hacerse dentro de edificios: cafés, bares, restaurantes… incluso los metros llegan con una frecuencia mayor para que no te hagas cubito esperando. Nadie se espera que intentes ahorrar en calefacción en invierno: el derecho a estar en manga corta en casa en enero es considerado de primera necesidad.

La mejor ropa es la de invierno

Esto es un hecho como una catedral de grande. Los abrigos son la columna vertebral de cualquier estilismo que se precie, y el frío del norte te da la excusa perfecta para sacarle todo el partido a ello. Aprovecha para sacar del armario los abrigos más bonitos que tienes: hay una correlación directa entre lo despampanantes que suelen ser y el calor que suelen dar. Pétalo en Instagram con todas las fotos de catálogo otoño-invierno que te vas a sacar.

Wikiconsejo: ponte lo suficientemente lejos como para disimular la nariz rojita y ese moco que se te ha congelado en los 30 segundos que llevas fuera.

Cuando el frío tiene sentido

Sí, quizás se pasan de frías, pero los países del norte son lugares que tienen más sentido bajo cero. Presenciar estos sitios en temperaturas normales sería como mirar una postal de un paisaje nevado e intentar imaginárselo con calor. No sería lo mismo. Hay cierto encanto especial que no se puede transmitir de otra forma, como si el frío llenase los huecos que hacen que un paisaje fuese desolador con el calor.

Y no es por infravalorar ir a pasar las Navidades a Argentina (quien pudiera!), pero lo cierto es que no hay película sobre algún milagro navideño sin un poco de nieve y, por lo que eso pueda suponer, un poco de frío. Un beso bajo plantas tropicales siempre carecerá del encanto que tiene darse un piquito bajo el muérdago.

Hay menos turistas

Esta era la tercera vez que visitaba la capital danesa, y se nota mucho que todos pensamos igual y que las temporadas bajas son así por algo. Quitando algún que otro turista en el centro, el invierno da la oportunidad de disfrutar de estas ciudades rodeada de gente local. Todo se siente mucho más auténtico, y eso en el día de hoy es un privilegio.

A parte de eso, la gente de los países del norte, no sé cómo, pero parecen hechos en un laboratorio. Son todos guapísimos. Tiene que haber estudios de la densidad de gente guapa por metro cuadrado, porque quizás no sean la gente más comunicativa del mundo, pero para verlos de lejos son un espectáculo.

Vuelta a casa

Mi amiga volvió de Copenhague hace pocos días a pasar año nuevo. El primer día nos mandó foto de un tren que llegaba tarde. El segundo nos contó que Barcelona olía un poco a pulpo.

Créditos: Ainhoa Marzol & License CC0

El tercer día, comiendo fuet recién cortado con una mano y manoseando la biografía de Chenoa que le habíamos regalado con la otra (obra imprescindible de la literatura española moderna porque cuenta la ruptura con David Bisbal), nos decía: “no sé qué se me perdió ahí arriba, la verdad”.

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Vascatalana millennial y orgullosa de defender a una generación de obsesos de los aguacates. Digo que lo amo y lo odio todo intensamente desde la cómoda posición que me da estar en una constante edad del pavo.