La Navidad es tiempo para estar en familia, pero si además de eso te llevas un buen pellizco… mejor que mejor. Todos soñamos con la esperanza de que el calvo de la suerte sople en nuestra dirección y nos infle la cuenta corriente hasta límites insospechados. Hay quien dice que dejaría el trabajo. Unos se irían a dar la vuelta al mundo en ochenta días. Otros se comprarían un piso o pondrían al día la hipoteca. Ten a mano tus décimos el día veintidós de diciembre, no vaya a ser que este año el famoso “agraciado” seas tú. Y si fuera así, ¿tú qué harías?

Navidad. Nada más y nada menos que el 22 de diciembre y tú, currando. Estás tras la barra del bar, sirviendo cafés y churros mientras en la tele (a todo volumen) los niños de San Ildefonso cantan series de números de forma mecánica, pero con soniquete. Los clientes del local están muy atentos a la caja tonta. Tú bromeas con ellos. “Eso no toca nunca. La lotería es un cuento chino…”. Llega el momento que todos esperan, sale el premio más grande del año: ‘el Gordo’. Parece que el mundo se detiene. Hasta la cafetera se queda en silencio. Ves el número aparecer en la pantalla y te suena. No sabes por qué pero te suena. Acaba en cuarenta y nueve. Tú tienes un décimo que acaba en cuarenta y nueve. Tu padre nació en 1949 y todos los años compras esa terminación.

Mira a ver si te ha tocado el Gordo

Un tipo como loco entra en el bar y grita: “¡el Gordo ha caído aquí! ¡En el barrio!”. Los clientes empiezan a sacar sus décimos del bolsillo. Se forma un gran revuelo. Tú de pronto caes en la cuenta. ¿Y si me ha tocado a mí? Y si… ¿ese cuarenta y nueve que tengo es el Gordo? Como poseído por una fuerza superior a ti, sales de la barra y del local. Te encaminas hacia casa. Los clientes te miran incrédulos. ”Oye, oye, pero vas a dejar el bar solo?” Tú ni los oyes, son solo un murmullo lejano.

Una vez en casa y con manos temblorosas, sacas el décimo del cajón de la mesilla. Pones la tele y efectivamente. Te ha tocado el Gordo. Vuelves corriendo al bar y cierras. Le dices a los clientes amablemente que tienen que marcharse, que ha surgido un imprevisto. Echas el cierre. Vas andando deprisa hacia el banco. No quieres cruzarte con nadie, ni entretenerte lo más mínimo. Vas mirando al suelo y con una mano en el bolsillo donde tienes el décimo, que te quema.

Con Hacienda hemos topado…

El dependiente de la sucursal (un señor con bigote y corbata que te suena vagamente) te felicita por tu suerte y te pide que le des el décimo para pasar a su ingreso. Se lo das. Pero te cuesta separarte del dichoso papelito y tienes un momento incómodo porque tú sin darte cuenta te resistes a soltarlo. Finalmente, lo sueltas. Firmas un recibo en el que pone que has dejado el décimo a buen recaudo y descubres con horror que Hacienda se queda con… ¡el veinte por ciento de tu premio!

Por la calle, aún no se te ha pasado el susto. Esto es una montaña rusa de emociones. De la alegría de ganar de golpe cuatrocientos mil euros a la incredulidad de que le das al Ministerio unos setenta y cinco mil. Haces memoria, pero no recuerdas haber comprado el décimo a medias con Montoro.

Sales por la tele

Tan ensimismado vas en tus pensamientos que no te has dado cuenta de que tienes en la mano un vaso de plástico lleno de champán y un estúpido gorro de cartón en la cabeza. Delante de la administración, donde compraste el décimo, hay una fiesta improvisada y parece que formas parte de ella.

Todo está pasando tan deprisa que los acontecimientos parecen sucederse sin orden ni concierto. Todo parece un sueño, como si no fuera del todo real. Un equipo de televisión te asalta con esas pintas y por los nervios solo alcanzas a decir: “Pues… tampoco da para mucho.. Pero voy a poder tapar algunos agujeros” Ole, ole y ole. ¡Vivan los tópicos!

La felicidad hay que compartirla

De tapar agujeros, nada de nada. No eres millonario, pero empiezas a planear darte esos caprichazos que parecían inalcanzables. Piensas: “Lo primero que vamos a hacer es irnos de viaje, un viaje romántico al fin del mundo. Después de tantos años trabajando y sin apenas vacaciones, nos lo merecemos.”

Vas a buscar a tu mujer a su trabajo. Le cuentas la noticia y de primeras, no se lo cree. Después hay besos y abrazos descontrolados. Os vais juntos al restaurante más caro de la ciudad. Allí hay un montón de gente que conoces que también le ha tocado la lotería, porque no es que te haya tocado solo a ti y ya está, es que… ¡el Gordo ha caído en tu barrio!

El champán empieza a rodar por allí como si fuera gratis. Esta ronda es mía, esta ronda del otro. Empiezan a salir bandejas de marisco. Carabineros, nécoras y bichos tan raros que ni sabías que existían. Todo el mundo ríe a carcajadas. Todo son bromas. En medio de esa algarabía, agarras por la cintura a tu mujer y le dices al oído: “esta Navidad va a ser especial, y va a durar el resto de nuestras vidas…” Los dos os fundís en un beso que no os dabais desde la época de novios. Y es que el dinero no da la felicidad, pero ayuda. Ayuda mucho.

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Nota del Autor:

Solo en el soñar somos libres. Siempre ha sido así y siempre así será. Espero que este pequeño cuento de navidad se vuelva realidad y todos podáis ver vuestros sueños cumplidos. Pero si no puede ser, recordad que la verdadera fortuna está en tener cerca a tus seres queridos. Os deseo la mayor de las riquezas: cuatrocientos mil besos y abrazos para todos. (De estos, Hacienda no se queda nada…)

Navidad. Nada más y nada menos que el 22 de diciembre y tú, currando. Estás tras la barra del bar, sirviendo cafés y churros mientras en la tele (a todo volumen) los niños de San Ildefonso cantan series de números de forma mecánica, pero con soniquete. Los clientes del local están muy atentos a la caja tonta. Tú bromeas con ellos. “Eso no toca nunca. La lotería es un cuento chino…”. Llega el momento que todos esperan, sale el premio más grande del año: ‘el Gordo’. Parece que el mundo se detiene. Hasta la cafetera se queda en silencio. Ves el número aparecer en la pantalla y te suena. No sabes por qué pero te suena. Acaba en cuarenta y nueve. Tú tienes un décimo que acaba en cuarenta y nueve. Tu padre nació en 1949 y todos los años compras esa terminación.

Mira a ver si te ha tocado el Gordo

Un tipo como loco entra en el bar y grita: “¡el Gordo ha caído aquí! ¡En el barrio!”. Los clientes empiezan a sacar sus décimos del bolsillo. Se forma un gran revuelo. Tú de pronto caes en la cuenta. ¿Y si me ha tocado a mí? Y si… ¿ese cuarenta y nueve que tengo es el Gordo? Como poseído por una fuerza superior a ti, sales de la barra y del local. Te encaminas hacia casa. Los clientes te miran incrédulos. ”Oye, oye, pero vas a dejar el bar solo?” Tú ni los oyes, son solo un murmullo lejano.

Una vez en casa y con manos temblorosas, sacas el décimo del cajón de la mesilla. Pones la tele y efectivamente. Te ha tocado el Gordo. Vuelves corriendo al bar y cierras. Le dices a los clientes amablemente que tienen que marcharse, que ha surgido un imprevisto. Echas el cierre. Vas andando deprisa hacia el banco. No quieres cruzarte con nadie, ni entretenerte lo más mínimo. Vas mirando al suelo y con una mano en el bolsillo donde tienes el décimo, que te quema.

Con Hacienda hemos topado…

El dependiente de la sucursal (un señor con bigote y corbata que te suena vagamente) te felicita por tu suerte y te pide que le des el décimo para pasar a su ingreso. Se lo das. Pero te cuesta separarte del dichoso papelito y tienes un momento incómodo porque tú sin darte cuenta te resistes a soltarlo. Finalmente, lo sueltas. Firmas un recibo en el que pone que has dejado el décimo a buen recaudo y descubres con horror que Hacienda se queda con… ¡el veinte por ciento de tu premio!

Por la calle, aún no se te ha pasado el susto. Esto es una montaña rusa de emociones. De la alegría de ganar de golpe cuatrocientos mil euros a la incredulidad de que le das al Ministerio unos setenta y cinco mil. Haces memoria, pero no recuerdas haber comprado el décimo a medias con Montoro.

Sales por la tele

Tan ensimismado vas en tus pensamientos que no te has dado cuenta de que tienes en la mano un vaso de plástico lleno de champán y un estúpido gorro de cartón en la cabeza. Delante de la administración, donde compraste el décimo, hay una fiesta improvisada y parece que formas parte de ella.

Todo está pasando tan deprisa que los acontecimientos parecen sucederse sin orden ni concierto. Todo parece un sueño, como si no fuera del todo real. Un equipo de televisión te asalta con esas pintas y por los nervios solo alcanzas a decir: “Pues… tampoco da para mucho.. Pero voy a poder tapar algunos agujeros” Ole, ole y ole. ¡Vivan los tópicos!

La felicidad hay que compartirla

De tapar agujeros, nada de nada. No eres millonario, pero empiezas a planear darte esos caprichazos que parecían inalcanzables. Piensas: “Lo primero que vamos a hacer es irnos de viaje, un viaje romántico al fin del mundo. Después de tantos años trabajando y sin apenas vacaciones, nos lo merecemos.”

Vas a buscar a tu mujer a su trabajo. Le cuentas la noticia y de primeras, no se lo cree. Después hay besos y abrazos descontrolados. Os vais juntos al restaurante más caro de la ciudad. Allí hay un montón de gente que conoces que también le ha tocado la lotería, porque no es que te haya tocado solo a ti y ya está, es que… ¡el Gordo ha caído en tu barrio!

El champán empieza a rodar por allí como si fuera gratis. Esta ronda es mía, esta ronda del otro. Empiezan a salir bandejas de marisco. Carabineros, nécoras y bichos tan raros que ni sabías que existían. Todo el mundo ríe a carcajadas. Todo son bromas. En medio de esa algarabía, agarras por la cintura a tu mujer y le dices al oído: “esta Navidad va a ser especial, y va a durar el resto de nuestras vidas…” Los dos os fundís en un beso que no os dabais desde la época de novios. Y es que el dinero no da la felicidad, pero ayuda. Ayuda mucho.

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Nota del Autor:

Solo en el soñar somos libres. Siempre ha sido así y siempre así será. Espero que este pequeño cuento de navidad se vuelva realidad y todos podáis ver vuestros sueños cumplidos. Pero si no puede ser, recordad que la verdadera fortuna está en tener cerca a tus seres queridos. Os deseo la mayor de las riquezas: cuatrocientos mil besos y abrazos para todos. (De estos, Hacienda no se queda nada…)

mm
Lo que más me gusta del siglo XXI es que todavía seguimos usando un palo metálico que pone El Siguiente para distinguir nuestra compra de la de los demás en el supermercado.