Hablar de Broadway es hablar de West Side Story. El musical de los musicales. Había ganas de ver el clásico original en Madrid y ese día ha llegado. Ya puedes ir calentando las cuerdas vocales para cantar eso de: quiero vivir en América, quiero vivir en América, quiero vivir en… ¡A-mé-ri-caaaaa!

Lo reconozco, soy de esos. He visto trozos de la película cien veces. Pero nunca de principio a fin. He tarareado su banda sonora sin darme cuenta más veces de las que me gustaría reconocer. Sin embargo, si tuviera que describir el argumento me quedaría en blanco. Así que, cuando me enteré de que West Side Story se iba a representar en Madrid, no me hice muchas preguntas y simplemente compré las entradas. Quizá había llegado el momento de ponerme al día con los clásicos.

Además, me quedé con muy buen sabor de boca después de ver Billy Elliot, y quería descubrir por mí mismo si esto de los musicales me iba a gustar de verdad. Que no era algo fugaz, el típico regalo a tu pareja en plan ‘noche especial’. Me dije a mí mismo: no todo son series en Netflix, grandes festivales de música indie y subir una foto de un ceviche peruano a instagram. ¿Me estaré convirtiendo en un cultureta de cuidado? Quizás mañana me dé por escuchar jazz en la oscuridad y leer poesía sentado en un banco en el parque.

De momento, hoy me voy al Teatro Calderón para ver el musical de los musicales y descubrir por mí mismo si me gustan los musicales, o es solo un paso más allá en esto del postureo cultural.

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©Teatro Calderón

Se abre el telón…

Me siento en mi butaca con el tríptico en las manos. Miro a mi alrededor. El murmullo de la gente lo inunda todo. Enfrente, el escenario tapado con un gran cartel con las letras en rojo anunciando la obra. Por los laterales, se puede ver las típicas escaleras de incendios de Nueva York, y un personaje asomado desde una de ellas nos observa con atención y se mueve nervioso. La representación no ha empezado y, a la vez, ya ha empezado. Una voz metálica anuncia que por favor apaguen los móviles.

Nos quedamos a oscuras salvo un foco que apunta al director de la orquesta. ¡Es verdad! A veces se me olvida, hay una orquesta tocando en directo. Carraspea levemente, golpea la batuta contra el atril y hace un gesto enérgico como diciendo: allá vamos. La música suena atronadora, se levanta el telón y comienza el espectáculo.

Los Jets contra los Sharks

El golpe inicial es fuerte. La obra empieza con la mayoría de los artistas bailando sobre el escenario. Una pelea entre bandas en el Nueva York de los años 50. Los Jets, los que se consideran americanos de pura cepa, y los Sharks, inmigrantes puertorriqueños que han hecho de norteamérica su residencia, compiten por dominar el barrio. Y una pelea en un musical quiere decir una coreografía milimétricamente calculada donde todo se mueve al compás de la música. Puñetazos, patadas y codazos son pasos de baile. ¡Y qué baile! ¡Qué pelea! Cuando acaba el número, no sé si están más cansados los bailarines o yo mismo. Una carta de presentación que ya nos anuncia que durante las próximas dos horas no vamos a tener un momento de respiro.

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Quiero vivir en América

La acción se va desarrollando, pero todos en el público estamos esperando el número más famoso de todos los tiempos. Cuando empiezan a sonar las primeras notas en el ambiente se siente la sensación de las grandes ocasiones. El personaje de Anita mueve sus faldas al vuelo de aquí para allá y todos damos palmas contagiados por una escena antológica llena de humor y rimas que se mueve con maestría entre la añoranza del lugar de origen (Puerto Rico) y la ilusión de un nuevo mundo (América). “Quiero vivir en América, Quiero vivir en América…” Creo que esto es lo que todos hemos venido a ver. Merece la pena. Termina la escena y uno tiene la sensación de que ha visto en directo una de esas cosas que deberían ser un must en nuestro feed cultural. Al terminar, el público se levanta y aplaude con ganas. Y yo también.

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Luces y sombres

No quiero spoilearos la historia por si algún despistado como yo no la conoce. Estaba convencido de que West Side Story era un musical ‘buenrrollista’ lleno de luz y color. Pero esta historia tiene más sombras de las que uno podría predecir en un principio. Hay drama, hay amor y hay sangre. Todo rodeado de una escenografía espectacular, vestuario muy cuidado, baile, música y voces en directo. Eso está claro. Pero no podemos olvidar que el tema principal es el odio a lo desconocido, y cómo ese odio engendra aún más odio, llevando a los personajes a una espiral de violencia de la que no se salva nadie. Resumiendo: ojito que tiene más de Juego de Tronos que de Grease.

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Venga, lo voy a soltar sin cortapisas. Después de ver West Side Story en Madrid me he quedado prendado de los musicales. Tengo que ir a más. Ver todo el escenario con bailarines de aquí para allá, con ese vestuario, esas canciones, ese drama…. Y los actores, ¡Madre mía! Cantan, bailan, actúan… No estoy seguro siquiera de que yo haga alguna cosa bien, y estos artistazos hacen todo bien. Envidia de la buena.

En fin, que no me quiero enrollar más de la cuenta. No me extraña que llamen a West Side Story el musical de los musicales. Si te gustan los musicales, te gustará esta representación. Y si no te gustan los musicales o nunca has ido a uno, también.

 

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Lo que más me gusta del siglo XXI es que todavía seguimos usando un palo metálico que pone El Siguiente para distinguir nuestra compra de la de los demás en el supermercado.