En el norte existe una comunidad donde los ríos forman playas, las iglesias se construyen en bosques y algunos pueblos robaron una vez los colores del arco iris. Asturias no es solo la meca del cachopo, sino también un mundo al revés volcado sobre sensaciones que llevabas demasiados veranos buscando.

Entre Mafalda y Woody Allen surge Oviedo

Martín se acaba de despertar con la baba colgando, anoche soñó con un plato de calamares. También evocó un pueblo junto al mar, risas infantiles y una Nintendo extraviada.

Tras prepararse el café de todas las mañanas consulta WhatsApp, descubriendo que Pelayo, aquel viejo amigo de la Universidad que desayunaba natillas con Ruffles, acaba de crear un grupo. Propone una visita a Asturias, y el doble click azul aguarda inquieto. El tercero en discordia es Diego, quien no tarda en abrirle en una conversación aparte. “¿Vamos?” El ventilador se acaba de romper y a Martín le caen gotarrones por la cara. La foto de una playa termina por convencerle.

Diego y Martín, amigos madrileños, nunca han visitado Oviedo, esa ciudad de Asturias en la que Woody Allen confesó que querría retirarse tras elegirla como escenario de Vicky Cristina Barcelona, y ya sabemos del gusto exquisito del director de Annie Hall para sus localizaciones. En Oviedo todo es sidra, encanto y estatuas: las que lucen por las calles de piedra y balcones de madera, la misma de Mafalda que luce en honor al oriundo Quino o las que guían al visitante hasta una Catedral de San Salvador que reúne estilos renacentistas, barrocos, románicos y ¡prerrománicos! Entonces toca irse a las afueras, más concretamente al monte Naranco, donde las dos joyas arquitectónicas de la ciudad, Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, son dos iglesias en mitad de un prado que te reconcilian con la posibilidad de que hombre y naturaleza puedan convivir juntos.

Pelayo, que ya ha hecho esta ruta muchas veces, propone coger el coche y emprender rumbo hacia Ribadesella, un pueblo que aglutina tal cantidad de épocas históricas que hasta el Jurásico tiene su lugar en forma de huellas de dinosaurio marcadas en los acantilados de Vega. Aunque antes toca comer algo ligero. “Cachopo aquí”, dice Pelayo en un restaurante marinero. “Pero de merluza con salsa de gambas, que ya sé yo que el cachopo está de moda pero esto, esto es otra cosa”. “¿Y calamares hay?”, pregunta Martín. Pero nadie le escucha, todos gruñen como animales tragones.

Las hadas también comen fabada

“Fartucu” es la palabra con la que los asturianos hacen referencia a estar “petaos”, y la expresión de Pelayo cuando, al día siguiente, abandonan Ribadesella para perderse en Brañes, el pueblo que gira en torno a un restaurante. El Fondín, que así se llama, es una casita azul cuya terraza es alcanzada por un bosque de cuento desde el que se oye el rumor del río Nora y en algún momento las hadas bajan para picotear de su deliciosa fabada. Después viene un pitu caleya (o la versión asturiana-ecofriendly del pollo de corral, véase, sin piensos ni nada trans-) o un pote de berzas, cocido de verduras típico que parece que va a poner el punto sano a la velada hasta que encuentras chorizo y tocino entre tanto verde.

Tras esquivar a una vaca con el coche toca ir a Cudillero, un pueblo marinero que parece pintado con los colores de una ciudad del Caribe. Un patio de recreo cuyas vistas son como un plato de El Bully, tan monas que da pena profanarlas. Y es que no hay nada como dejarse  envolver por el encanto de uno de los pueblos más bonitos de España cuyo encanto desemboca en un puerto que deja al descubierto barquitas de colores que te gustarían que fuesen souvenirs. Ellos se conforman con mojar los pies en el muelle hasta que el rumor de playas desconocidas les incita a tomar prestada una barca hacia otros escenarios de cuento.

Carreras ultra: ¡temed runners!

Porque más allá de las iglesias, su propio Jurassic Park y las fabadas de órdago en Asturias hay playas, muchas playas: surferas y piragüistas, naturales y coquetas, bellas y bellas. Primero Calabón, la más cercana a Cudillero y a la que siempre será más fácil acceder desde otras playas (lo de la barca tenía su qué, of course). Un entorno virgen de aguas de ensueño a la que sigue Guadamía, más al este, y cuya particularidad reside en el hecho de encontrarse al final de un río y bajo acantilados que protegen sus más transparentes secretos. Después un baño en Aguilera, tan vasta y grande, para terminar en la Playa del Silencio, donde las aguas son más esmeraldas que la ciudad de El Mago de Oz.

De nuevo en la carretera, aún con los bañadores empapados y una barca que su dueño sigue buscando. ¿El siguiente objetivo? Terminar con una visita de interior y trepar cual cabras montesas hasta el Macizo de Ubiña, donde cada mes de septiembre los tambores redoblan anunciando  los Güeyos del Diablu , Copa de España de carreras ULTRA de montaña a lo largo de 80 kilómetros (o lo que es lo mismo, la prueba de fuego ante la que temblaría cualquier runner urbanita). Pero tranquilo, que si aceptas el reto, al menos aquí inspirarás un aire más puro y encima serás testigo de la belleza que supone el Parque Natural de las Ubiñas La Mesa, escenario de la Biosfera.

Para celebrar la victoria, o aquello de “lo importante es participar”, los tres amigos terminan en Luanco, en cuyo puerto pesquero Diego y Martín beben toda la sidra que Pelayo deja sin catar. Después, un camarero apareció con un plato de calamares y a Martín le brotan cerezas y diamantes en los ojos.

Aún no sabemos si lo que le hizo desmayarse fue el cansancio que aportan los buenos viajes o el sabor de unos calamares que le recordaron aquel verano de la infancia que llevaba persiguiendo durante años y que fotografío para su Instagram con el Hashtag #VuelvealParaíso.

Quizás fueron ambas.

Porque la Asturias que tú también soñaste está esperándote.

Entre Mafalda y Woody Allen surge Oviedo

Martín se acaba de despertar con la baba colgando, anoche soñó con un plato de calamares. También evocó un pueblo junto al mar, risas infantiles y una Nintendo extraviada.

Tras prepararse el café de todas las mañanas consulta WhatsApp, descubriendo que Pelayo, aquel viejo amigo de la Universidad que desayunaba natillas con Ruffles, acaba de crear un grupo. Propone una visita a Asturias, y el doble click azul aguarda inquieto. El tercero en discordia es Diego, quien no tarda en abrirle en una conversación aparte. “¿Vamos?” El ventilador se acaba de romper y a Martín le caen gotarrones por la cara. La foto de una playa termina por convencerle.

Diego y Martín, amigos madrileños, nunca han visitado Oviedo, esa ciudad de Asturias en la que Woody Allen confesó que querría retirarse tras elegirla como escenario de Vicky Cristina Barcelona, y ya sabemos del gusto exquisito del director de Annie Hall para sus localizaciones. En Oviedo todo es sidra, encanto y estatuas: las que lucen por las calles de piedra y balcones de madera, la misma de Mafalda que luce en honor al oriundo Quino o las que guían al visitante hasta una Catedral de San Salvador que reúne estilos renacentistas, barrocos, románicos y ¡prerrománicos! Entonces toca irse a las afueras, más concretamente al monte Naranco, donde las dos joyas arquitectónicas de la ciudad, Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, son dos iglesias en mitad de un prado que te reconcilian con la posibilidad de que hombre y naturaleza puedan convivir juntos.

Pelayo, que ya ha hecho esta ruta muchas veces, propone coger el coche y emprender rumbo hacia Ribadesella, un pueblo que aglutina tal cantidad de épocas históricas que hasta el Jurásico tiene su lugar en forma de huellas de dinosaurio marcadas en los acantilados de Vega. Aunque antes toca comer algo ligero. “Cachopo aquí”, dice Pelayo en un restaurante marinero. “Pero de merluza con salsa de gambas, que ya sé yo que el cachopo está de moda pero esto, esto es otra cosa”. “¿Y calamares hay?”, pregunta Martín. Pero nadie le escucha, todos gruñen como animales tragones.

Las hadas también comen fabada

“Fartucu” es la palabra con la que los asturianos hacen referencia a estar “petaos”, y la expresión de Pelayo cuando, al día siguiente, abandonan Ribadesella para perderse en Brañes, el pueblo que gira en torno a un restaurante. El Fondín, que así se llama, es una casita azul cuya terraza es alcanzada por un bosque de cuento desde el que se oye el rumor del río Nora y en algún momento las hadas bajan para picotear de su deliciosa fabada. Después viene un pitu caleya (o la versión asturiana-ecofriendly del pollo de corral, véase, sin piensos ni nada trans-) o un pote de berzas, cocido de verduras típico que parece que va a poner el punto sano a la velada hasta que encuentras chorizo y tocino entre tanto verde.

Tras esquivar a una vaca con el coche toca ir a Cudillero, un pueblo marinero que parece pintado con los colores de una ciudad del Caribe. Un patio de recreo cuyas vistas son como un plato de El Bully, tan monas que da pena profanarlas. Y es que no hay nada como dejarse  envolver por el encanto de uno de los pueblos más bonitos de España cuyo encanto desemboca en un puerto que deja al descubierto barquitas de colores que te gustarían que fuesen souvenirs. Ellos se conforman con mojar los pies en el muelle hasta que el rumor de playas desconocidas les incita a tomar prestada una barca hacia otros escenarios de cuento.

Carreras ultra: ¡temed runners!

Porque más allá de las iglesias, su propio Jurassic Park y las fabadas de órdago en Asturias hay playas, muchas playas: surferas y piragüistas, naturales y coquetas, bellas y bellas. Primero Calabón, la más cercana a Cudillero y a la que siempre será más fácil acceder desde otras playas (lo de la barca tenía su qué, of course). Un entorno virgen de aguas de ensueño a la que sigue Guadamía, más al este, y cuya particularidad reside en el hecho de encontrarse al final de un río y bajo acantilados que protegen sus más transparentes secretos. Después un baño en Aguilera, tan vasta y grande, para terminar en la Playa del Silencio, donde las aguas son más esmeraldas que la ciudad de El Mago de Oz.

De nuevo en la carretera, aún con los bañadores empapados y una barca que su dueño sigue buscando. ¿El siguiente objetivo? Terminar con una visita de interior y trepar cual cabras montesas hasta el Macizo de Ubiña, donde cada mes de septiembre los tambores redoblan anunciando  los Güeyos del Diablu , Copa de España de carreras ULTRA de montaña a lo largo de 80 kilómetros (o lo que es lo mismo, la prueba de fuego ante la que temblaría cualquier runner urbanita). Pero tranquilo, que si aceptas el reto, al menos aquí inspirarás un aire más puro y encima serás testigo de la belleza que supone el Parque Natural de las Ubiñas La Mesa, escenario de la Biosfera.

Para celebrar la victoria, o aquello de “lo importante es participar”, los tres amigos terminan en Luanco, en cuyo puerto pesquero Diego y Martín beben toda la sidra que Pelayo deja sin catar. Después, un camarero apareció con un plato de calamares y a Martín le brotan cerezas y diamantes en los ojos.

Aún no sabemos si lo que le hizo desmayarse fue el cansancio que aportan los buenos viajes o el sabor de unos calamares que le recordaron aquel verano de la infancia que llevaba persiguiendo durante años y que fotografío para su Instagram con el Hashtag #VuelvealParaíso.

Quizás fueron ambas.

Porque la Asturias que tú también soñaste está esperándote.

Tags : Asturias
mm
Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.