Se abre el telón. Aparecen dos parejas cuyos hijos, aparentemente, son pequeños minions diabólicos. Te das cuenta de que entre la adquisición de las entradas de Un Dios Salvaje y la invitación para ver la obra contigo a tu amiga embarazada, no has caído en ningún momento en que a lo mejor esta no ha sido tu idea más brillante.

No pasa nada. Parece que tu amiga se lo está pasando bien. Buff. De la que nos hemos librado.

Estas cosas pasan. Específicamente, me pasan mucho a mí. Y me pasan desde que decidí que a los planes hay que intentar decir siempre que sí y pensar los pequeños detalles después (o nunca, lo que te venga mejor). ¿Que te hablan de una obra de teatro muy interesante, que es accesible, y plantea una situación para reflexionar sin escatimar en risas? Hay que decir que sí. Aunque haga años que no vas al teatro a ver otra cosa que no sea un musical. O, qué demonios, precisamente porque hace años que no vas a ver una obra teatral.

Estado parental: en una relación complicada

Y allí que nos plantamos. Yo, fan de los peques de mi entorno pero más fan todavía de pasarle el paquetito a sus progenitores cuando se ponen pesados; y mi amiga, embarazada e inconsciente totalmente de que sentarse en esa butaca del Teatro Nuevo Apolo de Madrid iba a acabar convirtiéndose en una posible visión de lo que le espera como madre. ¿Habéis visto Los fantasmas atacan al jefe? Pues imagino que para un futuro padre ver Un dios salvaje es algo parecido a la visión del futuro que le espera al personaje de Bill Murray si no se lo trabaja mucho: una pequeña pesadilla desternillante.

Y, ¿por qué os cuento esto? Pues porque la obra habla principalmente de que ser padre es una cosa complicadísima. Y relacionarse con otros padres, más complicado todavía. Y no me refiero a cuando estás soltero pero no quieres poner que estás soltero y plantas en Facebook que estás en “una relación complicada”. Me refiero a complicado de verdad. A complicado nivel: Dios mío en qué momento dejamos de solucionar nuestros problemas a mamporros y tuvimos que hacernos civilizados. Ese nivel.

Bienvenidos a París. Ahora sabéis francés

Pero lo bonito de la ficción es que puede hacer las cosas más complicadas, amenas. Supongo que es lo que llaman “la magia del teatro”. Desde luego algo de magia debe haber ahí porque la obra se desarrolla en París, sus personajes son franceses y hablan en consecuencia, pero tanto yo, como mi amiga, como el resto de los espectadores, lo entendimos todo perfectamente. Me gustaría pensar que éramos todos unos genios políglotas, pero me parece más científicamente probable la hipótesis de la magia. Entre otras cosas, porque esa misma hipótesis explicaría cómo puede ser que esa reunión de cuatro padres intentando lidiar con las consecuencias de las acciones de sus hijos en lo que solo podría dar como resultado una situación intensita de manual, consiguiera provocar las risas constantes del público. Qué bonita la magia.

Los tulipanes: esas armas de destrucción masiva

Al final, el teatro es como hacer la compra en el súper a final de mes, es decir, cuestión de sacar el máximo provecho a la situación. Y asistiendo a la representación de Un dios salvaje, no queda más que reconocer que la obra exprime sus posibilidades al máximo: cuatro actores prácticamente siempre en escena (Jaime Zataraín, Maia Sur, Fernando Ramallo y Lidia Navarro), una única estancia minimalista, un móvil hiperactivo sin opción de silencio, una tarta de manzana y pera que no es una pastelito porque no le da la gana, una botella de ron que entra como si fuera zumo, y un puñado de tulipanes rojos que lo mismo valen como zona de tortura que como arma arrojadiza.

Menos mal que el nuestro va a ser diferente

Alrededor de una hora y cuarto después, se cierra el telón y se abre la ronda de vinos (para mí) y refrescos sin gas (para mi amiga) en El dinosaurio todavía estaba allí (C/ Lavapiés, 8). Y tras mucho reflexionar, llegamos a dos conclusiones. La primera, que hay que ponerse las pilas y venir al teatro más. Y la segunda, fruto de un pensamiento absolutamente sorprendente e inédito en la historia de la humanidad, que el bebé que está en camino va a ser diferente y nos vamos a librar de recreaciones similares a la que acabamos de contemplar. Lo sé, qué suerte la nuestra.

No pasa nada. Parece que tu amiga se lo está pasando bien. Buff. De la que nos hemos librado.

Estas cosas pasan. Específicamente, me pasan mucho a mí. Y me pasan desde que decidí que a los planes hay que intentar decir siempre que sí y pensar los pequeños detalles después (o nunca, lo que te venga mejor). ¿Que te hablan de una obra de teatro muy interesante, que es accesible, y plantea una situación para reflexionar sin escatimar en risas? Hay que decir que sí. Aunque haga años que no vas al teatro a ver otra cosa que no sea un musical. O, qué demonios, precisamente porque hace años que no vas a ver una obra teatral.

Estado parental: en una relación complicada

Y allí que nos plantamos. Yo, fan de los peques de mi entorno pero más fan todavía de pasarle el paquetito a sus progenitores cuando se ponen pesados; y mi amiga, embarazada e inconsciente totalmente de que sentarse en esa butaca del Teatro Nuevo Apolo de Madrid iba a acabar convirtiéndose en una posible visión de lo que le espera como madre. ¿Habéis visto Los fantasmas atacan al jefe? Pues imagino que para un futuro padre ver Un dios salvaje es algo parecido a la visión del futuro que le espera al personaje de Bill Murray si no se lo trabaja mucho: una pequeña pesadilla desternillante.

Y, ¿por qué os cuento esto? Pues porque la obra habla principalmente de que ser padre es una cosa complicadísima. Y relacionarse con otros padres, más complicado todavía. Y no me refiero a cuando estás soltero pero no quieres poner que estás soltero y plantas en Facebook que estás en “una relación complicada”. Me refiero a complicado de verdad. A complicado nivel: Dios mío en qué momento dejamos de solucionar nuestros problemas a mamporros y tuvimos que hacernos civilizados. Ese nivel.

Bienvenidos a París. Ahora sabéis francés

Pero lo bonito de la ficción es que puede hacer las cosas más complicadas, amenas. Supongo que es lo que llaman “la magia del teatro”. Desde luego algo de magia debe haber ahí porque la obra se desarrolla en París, sus personajes son franceses y hablan en consecuencia, pero tanto yo, como mi amiga, como el resto de los espectadores, lo entendimos todo perfectamente. Me gustaría pensar que éramos todos unos genios políglotas, pero me parece más científicamente probable la hipótesis de la magia. Entre otras cosas, porque esa misma hipótesis explicaría cómo puede ser que esa reunión de cuatro padres intentando lidiar con las consecuencias de las acciones de sus hijos en lo que solo podría dar como resultado una situación intensita de manual, consiguiera provocar las risas constantes del público. Qué bonita la magia.

Los tulipanes: esas armas de destrucción masiva

Al final, el teatro es como hacer la compra en el súper a final de mes, es decir, cuestión de sacar el máximo provecho a la situación. Y asistiendo a la representación de Un dios salvaje, no queda más que reconocer que la obra exprime sus posibilidades al máximo: cuatro actores prácticamente siempre en escena (Jaime Zataraín, Maia Sur, Fernando Ramallo y Lidia Navarro), una única estancia minimalista, un móvil hiperactivo sin opción de silencio, una tarta de manzana y pera que no es una pastelito porque no le da la gana, una botella de ron que entra como si fuera zumo, y un puñado de tulipanes rojos que lo mismo valen como zona de tortura que como arma arrojadiza.

Menos mal que el nuestro va a ser diferente

Alrededor de una hora y cuarto después, se cierra el telón y se abre la ronda de vinos (para mí) y refrescos sin gas (para mi amiga) en El dinosaurio todavía estaba allí (C/ Lavapiés, 8). Y tras mucho reflexionar, llegamos a dos conclusiones. La primera, que hay que ponerse las pilas y venir al teatro más. Y la segunda, fruto de un pensamiento absolutamente sorprendente e inédito en la historia de la humanidad, que el bebé que está en camino va a ser diferente y nos vamos a librar de recreaciones similares a la que acabamos de contemplar. Lo sé, qué suerte la nuestra.

mm
La revolución será cuqui o no será.