No sé si será porque el puente frente al Hotel-Dieu me recuerda al de Triana, por ese ambiente que solo tienen las ciudades universitarias (no creceré nunca, me temo) o por qué, pero desde luego la que llaman la ciudad rosa es una tentación, sobre todo ahora que pilla tan cerquita: a solo unas horas en tren.

La vie en rose

Dicen que el color de sus ladrillos es lo más característico de Toulouse (por eso el apodo), y desde luego la forma en que los combinan, como en la basílica de Saint Sernin, una construcción única en su clase, el Convento de los Jacobinos o la Catedral de Saint-Etiènne; pero no creáis que es lo único que os va a animar a lanzaros al lado rosa de la vida. Uno de los mejores lugares para sumergirse en este color es el Jardín japonés (junto al du Grand Rond y el Pièrre Goudouli, uno de los jardines imprescindibles de la ciudad), regalo del alcalde a los ciudadanos en los años 80 que imita la organización de los jardines nipones en reinos: animal, mineral y vegetal: si lo visitamos en primavera podremos disfrutar de la preciosa floración de los cerezos.

Y si el rosa no te va, te puedes dejar llevar por el violeta: una flor cultivada intensivamente en la ciudad desde hace dos siglos y que se aplica hoy día a perfumes, tintes, dulces y cócteles: no te pierdas el Kir Royal a la violeta que te pondrán en cualquiera de sus bares, y, si te convence, pásate por la Maison de la Violette, que, a pesar de su nombre, no es una casa sino una barca, dedicada a exposiciones y degustaciones sobre este perfumado universo que tiene incluso su propia fiesta a finales del invierno.

Para los más modernos, Toulouse ofrece también la Ciudad del espacio, donde podemos sentirnos como astronautas en el interior de la estación MIR; o la Ciudad Airbus; o hacer coincidir nuestra escapada con Les Siestes Électroniques, un festival gratuito y al aire libre que se celebra exclusivamente en zonas verdes. Sin embargo, la riqueza de esta ciudad no se asoma solo al futuro… sino que también permite viajar atrás en el tiempo.

La ruta de los castillos cátaros

A mí Carcassonne me sonaba al juego de mesa (lo siento si esto arruina mi reputación), pero quién quiere construir ciudades medievales pudiendo disfrutar de ellas (llamadme vaga). Entre Toulouse y el mítico Perpiñán (ahí donde los españoles se escapaban a disfrutar de “cultura sin censura” durante la dictadura) se encuentra la ruta de los castillos cátaros, con Carcassonne como joya de la corona, con dos sitios inscritos como Patrimonio Mundial por la Unesco, la fortificada ciudad medieval y el Canal du Midi, realizado para unir el Atlántico y el Mediterráneo en el XVII.

Recorriendo esta ruta puedes sentirte lo mismo como un caballero ordenado (las visitas suelen incluir exhibiciones de cetrería y lucha medieval) que como un personaje de Dan Brown intentando resolver sus misterios; te encontrarás visitando antiguas construcciones como la Abadía de Fontfroide con tablets que te guían por sus recovecos (para que luego digan que tecnología y tradición no casan), recorriendo la abadía de Saint Hilaire (¡donde se descubrió el primer vino efervescente del mundo!) o descubriendo Rennes-le-Château, en cuya iglesia parroquial te da la bienvenida ni más ni menos que el diablo. “Este lugar es terrible”, escribió en su pórtico el abad Saunière, en un alarde de discreción propio de un Houdini (ya sabéis que disfrutamos más compartiendo los secretos que descubriéndolos…); y es que cuenta la leyenda que el abad descubrió un oscuro secreto (los intentos de otros muchos por descubrir en qué consistía desembocaron en la prohibición de excavar en la zona desde los años sesenta) y que con el dinero que le dieron para comprar su silencio construyó la torre Magdala, en la que lo ocultaba.

Cómo llegar y recorrer la zona

Esta es la parte que más mola: y es que ahora se puede llegar en tren desde Barcelona en tres horitas de nada. En lo que te tragas una peli de Scorsese (no puedo ser la única que echa de menos los tiempos en los que las películas duraban 90 minutos, ¿verdad?) puedes estar en la ciudad rosa, así que, ¿a qué esperas?

Una publicación compartida de Renfe-SNCF (@renfe_sncf) el

Y una vez en Toulouse, puedes adentrarte en las aguas del Canal du Midi en uno de los diversos cruceros que surcan sus aguas y decidir si quieres lanzarte a la aventura cátara, descubrir el lugar de origen de la deliciosa Cassoulet (solo una de las muchas delicias gastronómicas tolosanas, que podrás saborear en el Mercado Victor Hugo), disfrutar del olor de los libros antiguos… En cualquier caso, una imperdible ruta que, para los más aventureros, también está preparada para ser recorrida en bicicleta. ¡Tu viaje está a punto de empezar!

 

La vie en rose

Dicen que el color de sus ladrillos es lo más característico de Toulouse (por eso el apodo), y desde luego la forma en que los combinan, como en la basílica de Saint Sernin, una construcción única en su clase, el Convento de los Jacobinos o la Catedral de Saint-Etiènne; pero no creáis que es lo único que os va a animar a lanzaros al lado rosa de la vida. Uno de los mejores lugares para sumergirse en este color es el Jardín japonés (junto al du Grand Rond y el Pièrre Goudouli, uno de los jardines imprescindibles de la ciudad), regalo del alcalde a los ciudadanos en los años 80 que imita la organización de los jardines nipones en reinos: animal, mineral y vegetal: si lo visitamos en primavera podremos disfrutar de la preciosa floración de los cerezos.

Y si el rosa no te va, te puedes dejar llevar por el violeta: una flor cultivada intensivamente en la ciudad desde hace dos siglos y que se aplica hoy día a perfumes, tintes, dulces y cócteles: no te pierdas el Kir Royal a la violeta que te pondrán en cualquiera de sus bares, y, si te convence, pásate por la Maison de la Violette, que, a pesar de su nombre, no es una casa sino una barca, dedicada a exposiciones y degustaciones sobre este perfumado universo que tiene incluso su propia fiesta a finales del invierno.

Para los más modernos, Toulouse ofrece también la Ciudad del espacio, donde podemos sentirnos como astronautas en el interior de la estación MIR; o la Ciudad Airbus; o hacer coincidir nuestra escapada con Les Siestes Électroniques, un festival gratuito y al aire libre que se celebra exclusivamente en zonas verdes. Sin embargo, la riqueza de esta ciudad no se asoma solo al futuro… sino que también permite viajar atrás en el tiempo.

La ruta de los castillos cátaros

A mí Carcassonne me sonaba al juego de mesa (lo siento si esto arruina mi reputación), pero quién quiere construir ciudades medievales pudiendo disfrutar de ellas (llamadme vaga). Entre Toulouse y el mítico Perpiñán (ahí donde los españoles se escapaban a disfrutar de “cultura sin censura” durante la dictadura) se encuentra la ruta de los castillos cátaros, con Carcassonne como joya de la corona, con dos sitios inscritos como Patrimonio Mundial por la Unesco, la fortificada ciudad medieval y el Canal du Midi, realizado para unir el Atlántico y el Mediterráneo en el XVII.

Recorriendo esta ruta puedes sentirte lo mismo como un caballero ordenado (las visitas suelen incluir exhibiciones de cetrería y lucha medieval) que como un personaje de Dan Brown intentando resolver sus misterios; te encontrarás visitando antiguas construcciones como la Abadía de Fontfroide con tablets que te guían por sus recovecos (para que luego digan que tecnología y tradición no casan), recorriendo la abadía de Saint Hilaire (¡donde se descubrió el primer vino efervescente del mundo!) o descubriendo Rennes-le-Château, en cuya iglesia parroquial te da la bienvenida ni más ni menos que el diablo. “Este lugar es terrible”, escribió en su pórtico el abad Saunière, en un alarde de discreción propio de un Houdini (ya sabéis que disfrutamos más compartiendo los secretos que descubriéndolos…); y es que cuenta la leyenda que el abad descubrió un oscuro secreto (los intentos de otros muchos por descubrir en qué consistía desembocaron en la prohibición de excavar en la zona desde los años sesenta) y que con el dinero que le dieron para comprar su silencio construyó la torre Magdala, en la que lo ocultaba.

Cómo llegar y recorrer la zona

Esta es la parte que más mola: y es que ahora se puede llegar en tren desde Barcelona en tres horitas de nada. En lo que te tragas una peli de Scorsese (no puedo ser la única que echa de menos los tiempos en los que las películas duraban 90 minutos, ¿verdad?) puedes estar en la ciudad rosa, así que, ¿a qué esperas?

Una publicación compartida de Renfe-SNCF (@renfe_sncf) el

Y una vez en Toulouse, puedes adentrarte en las aguas del Canal du Midi en uno de los diversos cruceros que surcan sus aguas y decidir si quieres lanzarte a la aventura cátara, descubrir el lugar de origen de la deliciosa Cassoulet (solo una de las muchas delicias gastronómicas tolosanas, que podrás saborear en el Mercado Victor Hugo), disfrutar del olor de los libros antiguos… En cualquier caso, una imperdible ruta que, para los más aventureros, también está preparada para ser recorrida en bicicleta. ¡Tu viaje está a punto de empezar!

 

mm
Adicta a la música en directo y matriarca de una peluda familia numerosa. Tiene el corazón dividido entre Sevilla y Lavapiés. El 70% de su cuerpo no es agua, sino una mezcla de café, cerveza y gazpacho. Cuando domine el mundo implantará los tres desayunos diarios por ley.