¿No os habéis fijado en que una de las primeras monerías que los niños aprenden a hacer es a aplaudir? ¿Por qué NADIE graba los primeros aplausos de un bebé si es algo que se aprende antes de andar?  ¿Por qué no reivindicamos la importancia del aplauso como una de las cuestiones esenciales en la buena educación de una sociedad mínimamente civilizada? No hay más preguntas.

Aplaudir es un gesto alegre y generoso, como la amistad. Es más que hacer ruido. Es mostrar entusiasmo y reconocimiento. Hay Infinidad de maneras de aplaudir: hay quien aplaude muy rápido; hay quien aplaude muy lento; hay quien abre la boca; hay quien mira a un lado y al otro en busca de complicidad; hay quien golpea con la izquierda; con la derecha; las dos manos rectas…y todas dignas de aplauso.

Es compartir y reconocer el éxito del artista, expresando abiertamente y con énfasis cuánto nos ha gustado su actuación. Se da por supuesto el hecho de que, al finalizar una obra, un musical, un concierto, un número circense o incluso un chiste (hasta uno bueno) la gente aplaude. Ojo que aplaudir no significa que tengas buen gusto; pero al menos significa que te gusta algo. Aunque sea Melendi.

Esto ocurre generalmente y sobre todo cuando acudimos a espectáculos en directo. Y es que en el fondo todos somos buena gente, educados y sentimos la necesidad de alabar y agradecer  al artista su esfuerzo, que note el calor del público para que siga haciendo eso que hace que nos hace sentir tanto. O que nos hace sentirlo tanto…

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Sin aplauso no hay paraíso

Hay gente que opina que aplaudir mucho es signo de falta de criterio. Muchas veces nos hemos mirado con esa sonrisa sobradita cuando la parte trasera del avión, ocupada normalmente por gente requemada al sol y con algún que otro hectolitro de cerveza de más, aplaude el aterrizaje del esforzado comandante de turno y su tripulación. Eso sí, después de hacer el cross-check y armar rampas. Esa mirada no es digna de aplauso, la verdad. Aún así, creo que en general se aplaude poco. ¿Por qué no aplaudir al tío que te sirve unas croquetas mejores que las de tu madre? ¿O al que se ha levantado a las 5 de la mañana para que puedas comer pan del día? ¿O al que ayuda a las señoras mayores a cruzar la calle? Hay un montón de cosas dignas de aplauso y que no nos paramos a apreciar como se merecen. Es como el amor o como el botón de abajo de una camisa, que no lo valoras hasta que lo pierdes.

Y sé de qué hablo: Yo, como artista bohemio y soñador, que he saboreado las mieles del éxito en alguna ocasión, os aseguro que no hay nada más estimulante que los aplausos, los “vivas” y “bravos”, los “¡rubio!”, “¡guapo!” y algún que otro improperio digno de personal de andamio que puedes llegar a oír en un concierto… y que en este caso, nunca fue dirigido a mí. Maldito público con criterio…(esta alabanza gratuita y cutre arrancaría, por ejemplo, el aplauso fácil del público).

El artista no se hace; nace. Y crece y se reproduce con los aplausos

En efecto. El artista nace más o menos pequeño e ignorante como cualquier otro ser humano. De hecho es susceptible de que sus padres, a grito de “bravooooo” le enseñen a  aplaudir antes que a andar. Pero el artista va más allá: puede evolucionar su forma de expresarse según los designios de la farándula y, sobre todo, lo que le dicten los aplausos del público: el aplauso del padre emocionado con su hijo; de los amigos sin criterio, de la novia pelota, hasta llegar al aplauso sincero del público.

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Ha habido casos de evolución pasmosa gracias al aplauso del público, en los que se ha pasado, por ejemplo, de payaso a director de orquesta, pasando por cantante, productor, actor, médico de familia  y director, sin recurrir al contorsionismo, con una solvencia espectacular. Y lo hemos aplaudido.

¡Aplaudid insensatos!

Por eso, como dijo alguien alguna vez, “lanzo una lanza” por el aplauso y  la estimulación y el “venirse arriba” que provoca. Es importante seguir aplaudiendo mucho a los actores y actrices, cantantes, productores, guionistas, iluminadores, acomodadores, músicos de escenario y callejeros, al camarero del bar del hall del teatro, a la directora general de la compañía  y hasta a los amables encargados de la seguridad…. Todos ellos generan una industria y dan trabajo a gente que disfruta haciendo disfrutar a los demás. Imaginad la vida sin música, sin circo, sin magia, sin humor, sin fantasía… eso no es vida ni es nada.

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La vida en los teatros es más espectacular, es más bonita, y nos hace mejores personas. Así que, practiquemos el aplauso a quien nos pone un café,  a quien se disculpa por algo, a quien nos hace la vida más fácil o a quien necesite una palmada en la espalda. Con esa práctica, será imposible que no aplaudamos así de fuerte con manos y pies, hasta con las orejas quien sepa, para que esos seres que andan entre bambalinas o delante del telón no dejen de hacer ese noséqué quéséyo que hace que la vida sea mejor.

El espectáculo debe continuar…

¡Alehop!

mm
Siempre creo que me he dejado la llave del gas abierta.