Recorrer las montañas con un trineo tirado por perros. Sin cobertura. Sin luz eléctrica. Dormir en una tienda india sobre una piel de zorro. Cortar leña y hacer fuego para calentarte. Pasar la noche solo, bajo el abrazo de las estrellas. El silencio y el viento son tus únicos amigos. ¿Y todo esto sin tener que viajar a Alaska? Sí, aunque no lo creas, puedes vivir una experiencia polar en la Alpujarra Almeriense. Doy fe. Puedo prometer y prometo que ha sido lo más auténtico que he vivido en la vida. Palabra de Houdini.

El paisaje está lleno de pinos. La carretera serpentea y las montañas se van alzando con cada curva. La tierra cambia de color. Las cumbres empiezan a vestirse de blanco. Las ruedas del coche resbalan por el barro del camino. Me encuentro en algún punto cerca de las faldas de Sierra Nevada, pero el GPS del móvil me dice que allí no hay señal y que no sabe dónde estoy. Estoy aislado en esta región llena de valles y barrancos. Veo algo de humo a lo lejos y se escucha el ladrido de varios perros. Debe ser allí.

Después de un rato andando, me encuentro con un pequeño chamizo y dos pick-ups americanas en medio de un basto paraje. Detrás de una loma aparece un hombre de barba blanca con sombrero de policía montado del Canadá, gafas oscuras y cazadora de sheriff de Wisconsin. Debe ser él: Fran El Trampero. Una suerte de Cocodrilo Dundee andaluz que se ha instalado en estas montañas con la idea de criar perros de trineo al sur de Andalucía. ¿Una locura? Quizás. Pero quiero conocer su historia de primera mano, antes de juzgarla.

Me estrecha la mano con firmeza. Una mano dura y áspera que parece hecha de piedra pómez. Se presenta con simplicidad: “Soy Fran. Tú eres el Houdini, ¿no?” Sonrío y afirmo con la cabeza. Me presenta a Danielle, una mujer francesa de constitución fuerte y rostro dulce con la que comparte su vida desde hace más de diecisiete años. Me ofrecen un poco de café en una taza de madera que parece tallada a mano. Al segundo sorbo, Fran me suelta: “¡Vamos, Houdini, échame una mano con la leña!”. Y ahí empieza mi contacto con la vida real, la de la tierra. Hay que cortar troncos porque se acerca la noche y hay que hacer fuego para calentarse.

Leer la madera

Mis manitas de Chamberí se clavan astillas constantemente al tratar la leña. A él parece que eso no le afecta en absoluto. Me cuenta muchas cosas sobre la madera: cómo evitar los nudos, cómo saber si está húmeda por su aspecto y un sinfín de cosas más. Repite como si fuera un mantra: “Tienes que aprender a leer la madera”. Poco a poco, voy entrando en su mundo. Ya apenas siento las astillas, y no sé qué ha sido de ese urbanita que se movía por la montaña como pato en el desierto.

Después, me enseña a hacer fuego. Él se sienta y me va guiando: déjalo todo llano, luego haz la base con la madera más fina, deja un hueco en el centro para que respire el fuego, pon la corteza hacia arriba… Información valiosa, sabiduría popular que te puede salvar la vida. Luego, me da un cuchillo y un pedernal para hacer la chispa que prenda la paja y las cortezas. Hago las primeras chispas pero eso no prende y él se ríe. Yo no entiendo nada. Saca unas cerillas y dice: “A lo mejor es más fácil con esto.” ¡Ah! Que era una broma. A mí ya nada me parece extraño. Con las cerillas prendo la paja y empieza a salir humo. Mi primer fuego. Y es algo extraño pero me siento muy orgulloso de haber hecho fuego. Él me mira y me dice con cierta satisfacción: “No está mal, Houdini…”.

La conversación en la hoguera 

Al irse el Sol, la negrura en las montañas es inmensa. Te absorbe. Nuestros rostros tan solo son iluminados por las palpitantes llamas de la hoguera. Y ahí, bajo su luz y su calor, Fran empieza a contarme su historia. Dónde nació. Cómo conoció a Danielle. Y cómo le llegó esta fiebre por los perros de trineo. Me cuenta que siendo joven, hizo un viaje con unos amigos a Kiruna (Suecia). Durante su estancia, hizo una excursión a un campamento base donde (pese a unas condiciones climatológicas muy adversas) estuvo varios días con un  musher (corredor de perros de trineo), viviendo igual que él, y aprendiendo todo sobre la cría de huskys y malamutes. “Mi mentor”, dice levantando la mirada al cielo.

Desde ese día no volvió a ser el mismo. Algo se le metió dentro y no le suelta. Un sueño. Una revelación. Cada paso que da tiene un único propósito: cruzar Alaska con sus propios perros de trineo criados (y domados) en las montañas de La Alpujarra.

Curiosamente, el término ‘alpujarra’ viene del árabe abuxarra que significa ‘indomable’, y creo que algo de ese espíritu indomable se te acaba inculcando sin querer, si pasas algún tiempo en estas montañas. Y Fran lleva mucho tiempo viviendo al resguardo de sus laderas. En sus ojos se ve la determinación y la naturaleza indomable de un tiburón que ha olido la sangre. Una cosa está clara. Conseguirá su propósito o morirá intentándolo.

La noche en la naturaleza 

Ha sido un día largo. Necesito descansar. Fran me acompaña a donde voy a pasar la noche: un tipi. O lo que es lo mismo, una tienda india. Una lona y cuatro palos en forma de pirámide. Me dice que no me preocupe, que no hay lobos en estas montañas, si acaso se podría colar algún zorro. Lo que no me tranquiliza ni un poquito.

De pronto caigo en mi error, no estoy preparado para soportar las inclemencias del tiempo. He hecho la maleta como si fuera a hospedarme en una habitación de hotel, pero no para pasar la noche a la intemperie. Creo que con el saco de dormir y la piel de zorro (que me ha prestado Danielle) no va a ser suficiente. Unos calcetines de lana no me hubieran venido nada mal. Fallo de urbanita. Pienso en McGyver y hago lo que puedo: me pongo encima toda la ropa que tengo. Dos pares de calcetines, dos pantalones, dos camisetas, la sudadera y mi camisa vaquera con la que me siento tan pichi. Y el toque final: mis calcetines favoritos (de piñas tropicales) a modo de guantes. Y así, como una croqueta humana, consigo meterme en el saco y dormir. Un poco.

Los perros de trineo 

A la mañana siguiente, Fran suelta a los perros para que me vayan conociendo. Son animales muy vivos. Su único objetivo es correr. Después de un rato familiarizándome con ellos, Fran los une con unos arneses, se sube a un trineo y me dice: “¡Vamos, monta Houdini!”.

Recorremos las montañas andaluzas como si de verdad estuviéramos en Alaska. Fran les da las órdenes a los perros en lapón, lo que me deja ojiplático. Mientras, me habla (en castellano) de la naturaleza de los perros, de su instinto y su carácter. Se nota el amor incondicional que siente hacia este animal. Y este es el espectacular broche que pone el punto final a mi aventura. Toca volver a la civilización y a mi zona de confort, pero jamás olvidaré ese punto ‘indomable’ de la naturaleza que me ha aportado La Alpujarra.

Solo tengo palabras de agradecimiento hacia Fran y Danielle, por hacerme sentir a gusto en medio de las montañas y por compartir sus vidas conmigo durante un rato. Espero que dentro de poco ponga la tele y en unos de esos programas de cosas insólitas pueda ver a Fran y a sus perros completando la Iditarod o la Yukon Quest (las carreras de trineo más populares de Alaska). Y espero que con el tiempo, no sea conocido como “Fran El Trampero” sino como “Fran, El musher del Sur”.

El paisaje está lleno de pinos. La carretera serpentea y las montañas se van alzando con cada curva. La tierra cambia de color. Las cumbres empiezan a vestirse de blanco. Las ruedas del coche resbalan por el barro del camino. Me encuentro en algún punto cerca de las faldas de Sierra Nevada, pero el GPS del móvil me dice que allí no hay señal y que no sabe dónde estoy. Estoy aislado en esta región llena de valles y barrancos. Veo algo de humo a lo lejos y se escucha el ladrido de varios perros. Debe ser allí.

Después de un rato andando, me encuentro con un pequeño chamizo y dos pick-ups americanas en medio de un basto paraje. Detrás de una loma aparece un hombre de barba blanca con sombrero de policía montado del Canadá, gafas oscuras y cazadora de sheriff de Wisconsin. Debe ser él: Fran El Trampero. Una suerte de Cocodrilo Dundee andaluz que se ha instalado en estas montañas con la idea de criar perros de trineo al sur de Andalucía. ¿Una locura? Quizás. Pero quiero conocer su historia de primera mano, antes de juzgarla.

Me estrecha la mano con firmeza. Una mano dura y áspera que parece hecha de piedra pómez. Se presenta con simplicidad: “Soy Fran. Tú eres el Houdini, ¿no?” Sonrío y afirmo con la cabeza. Me presenta a Danielle, una mujer francesa de constitución fuerte y rostro dulce con la que comparte su vida desde hace más de diecisiete años. Me ofrecen un poco de café en una taza de madera que parece tallada a mano. Al segundo sorbo, Fran me suelta: “¡Vamos, Houdini, échame una mano con la leña!”. Y ahí empieza mi contacto con la vida real, la de la tierra. Hay que cortar troncos porque se acerca la noche y hay que hacer fuego para calentarse.

Leer la madera

Mis manitas de Chamberí se clavan astillas constantemente al tratar la leña. A él parece que eso no le afecta en absoluto. Me cuenta muchas cosas sobre la madera: cómo evitar los nudos, cómo saber si está húmeda por su aspecto y un sinfín de cosas más. Repite como si fuera un mantra: “Tienes que aprender a leer la madera”. Poco a poco, voy entrando en su mundo. Ya apenas siento las astillas, y no sé qué ha sido de ese urbanita que se movía por la montaña como pato en el desierto.

Después, me enseña a hacer fuego. Él se sienta y me va guiando: déjalo todo llano, luego haz la base con la madera más fina, deja un hueco en el centro para que respire el fuego, pon la corteza hacia arriba… Información valiosa, sabiduría popular que te puede salvar la vida. Luego, me da un cuchillo y un pedernal para hacer la chispa que prenda la paja y las cortezas. Hago las primeras chispas pero eso no prende y él se ríe. Yo no entiendo nada. Saca unas cerillas y dice: “A lo mejor es más fácil con esto.” ¡Ah! Que era una broma. A mí ya nada me parece extraño. Con las cerillas prendo la paja y empieza a salir humo. Mi primer fuego. Y es algo extraño pero me siento muy orgulloso de haber hecho fuego. Él me mira y me dice con cierta satisfacción: “No está mal, Houdini…”.

La conversación en la hoguera 

Al irse el Sol, la negrura en las montañas es inmensa. Te absorbe. Nuestros rostros tan solo son iluminados por las palpitantes llamas de la hoguera. Y ahí, bajo su luz y su calor, Fran empieza a contarme su historia. Dónde nació. Cómo conoció a Danielle. Y cómo le llegó esta fiebre por los perros de trineo. Me cuenta que siendo joven, hizo un viaje con unos amigos a Kiruna (Suecia). Durante su estancia, hizo una excursión a un campamento base donde (pese a unas condiciones climatológicas muy adversas) estuvo varios días con un  musher (corredor de perros de trineo), viviendo igual que él, y aprendiendo todo sobre la cría de huskys y malamutes. “Mi mentor”, dice levantando la mirada al cielo.

Desde ese día no volvió a ser el mismo. Algo se le metió dentro y no le suelta. Un sueño. Una revelación. Cada paso que da tiene un único propósito: cruzar Alaska con sus propios perros de trineo criados (y domados) en las montañas de La Alpujarra.

Curiosamente, el término ‘alpujarra’ viene del árabe abuxarra que significa ‘indomable’, y creo que algo de ese espíritu indomable se te acaba inculcando sin querer, si pasas algún tiempo en estas montañas. Y Fran lleva mucho tiempo viviendo al resguardo de sus laderas. En sus ojos se ve la determinación y la naturaleza indomable de un tiburón que ha olido la sangre. Una cosa está clara. Conseguirá su propósito o morirá intentándolo.

La noche en la naturaleza 

Ha sido un día largo. Necesito descansar. Fran me acompaña a donde voy a pasar la noche: un tipi. O lo que es lo mismo, una tienda india. Una lona y cuatro palos en forma de pirámide. Me dice que no me preocupe, que no hay lobos en estas montañas, si acaso se podría colar algún zorro. Lo que no me tranquiliza ni un poquito.

De pronto caigo en mi error, no estoy preparado para soportar las inclemencias del tiempo. He hecho la maleta como si fuera a hospedarme en una habitación de hotel, pero no para pasar la noche a la intemperie. Creo que con el saco de dormir y la piel de zorro (que me ha prestado Danielle) no va a ser suficiente. Unos calcetines de lana no me hubieran venido nada mal. Fallo de urbanita. Pienso en McGyver y hago lo que puedo: me pongo encima toda la ropa que tengo. Dos pares de calcetines, dos pantalones, dos camisetas, la sudadera y mi camisa vaquera con la que me siento tan pichi. Y el toque final: mis calcetines favoritos (de piñas tropicales) a modo de guantes. Y así, como una croqueta humana, consigo meterme en el saco y dormir. Un poco.

Los perros de trineo 

A la mañana siguiente, Fran suelta a los perros para que me vayan conociendo. Son animales muy vivos. Su único objetivo es correr. Después de un rato familiarizándome con ellos, Fran los une con unos arneses, se sube a un trineo y me dice: “¡Vamos, monta Houdini!”.

Recorremos las montañas andaluzas como si de verdad estuviéramos en Alaska. Fran les da las órdenes a los perros en lapón, lo que me deja ojiplático. Mientras, me habla (en castellano) de la naturaleza de los perros, de su instinto y su carácter. Se nota el amor incondicional que siente hacia este animal. Y este es el espectacular broche que pone el punto final a mi aventura. Toca volver a la civilización y a mi zona de confort, pero jamás olvidaré ese punto ‘indomable’ de la naturaleza que me ha aportado La Alpujarra.

Solo tengo palabras de agradecimiento hacia Fran y Danielle, por hacerme sentir a gusto en medio de las montañas y por compartir sus vidas conmigo durante un rato. Espero que dentro de poco ponga la tele y en unos de esos programas de cosas insólitas pueda ver a Fran y a sus perros completando la Iditarod o la Yukon Quest (las carreras de trineo más populares de Alaska). Y espero que con el tiempo, no sea conocido como “Fran El Trampero” sino como “Fran, El musher del Sur”.

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Lo que más me gusta del siglo XXI es que todavía seguimos usando un palo metálico que pone El Siguiente para distinguir nuestra compra de la de los demás en el supermercado.