Confieso que la primera vez que fui a Polonia fue porque me pillaba cerca y era barato. Lo que no me imaginaba es que ese país del que apenas había oído hablar se iba a convertir en uno de mis destinos favoritos, tanto, que ya me he acostumbrado a que me pregunten qué se me ha perdido en Polonia cada vez que decido hacer una escapada al país vecino.

El día que pisé Polonia por primera vez lo tenía todo en contra: un cortante frío de 12 grados bajo cero, una espesa niebla que impedía ver los famosos rascacielos de Varsovia y un triste plano de la ciudad en el que sólo aparecían las calles principales y con el que encontrar mi hotel era misión imposible. Después de vagar durante casi una hora cargando la maleta por una gélida ciudad fantasma, empezaba a preguntarme si realmente había sido tan buena idea lo de escaparme un par de días al país vecino. Spoiler: sí, fue muy buena idea.

Bienvenida al Este

¿Quieres saber cuál era el aspecto de las grandes ciudades del bloque del Este? Pues olvídate de Berlín: el verdadero Este empieza en Polonia. En cuanto puse un pie en la Plaza de la Constitución de Varsovia me di cuenta de que la berlinesa Karl-Marx-Allee es un patio de recreo en comparación con lo que me esperaba en Polonia. Con la capital totalmente destruida tras la guerra, los arquitectos socialistas se propusieron levantar una ciudad nueva y moderna según los cánones de la época, y lo hicieron a lo grande, con avenidas XXL flanqueadas por impresionantes edificios decorados con esculturas socialistas que ahora comparten protagonismo con anuncios de perfumes franceses. Y a sólo unos metros, el impresionante PKiN, el rascacielos que les regaló la URSS y que ahora otorga unas impresionantes vistas de la ciudad.

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La experiencia más intensa se esconde en un barrio obrero de Cracovia que empieza donde terminan los planos de todas las guías. Afortunadamente, basta una visita a la oficina de turismo para solucionar el problema: allí es fácil que te den un mapa con un paseo recomendado por Nowa Huta para descubrir este enclave que nació con vocación de ciudad satélite y en el que vivían los trabajadores de la fábrica que le da nombre.

Puedes echar una mañana sin ver un solo turista, y es más que probable que se te acerque algún abuelo cuando te vea pertrechada con la cámara haciendo fotos de plazas, parques, cines  y viviendas en las que lo único que ha cambiado desde los 50 es el nombre (la Plaza Central, en la que había una estatua de Lenin, ahora se llama Plaza Ronald Reagan… cosas veredes). Los aficionados al brutalismo además encontrarán allí uno de sus edificios emblemática: la iglesia del Arca del Señor, una gran mole de hormigón inspirada en la obra de Le Corbusier. Es un barrio que hay que ver antes de que los hipsters  empiecen a abrir allí locales veganos y tiendas de cupcakes para perros y cierren los bares mleczny, restaurantes implantados durante el comunismo para asegurarse de que cualquiera podía permitirse una comida caliente al día y donde es posible catar platos caseros por un par de euros (de Polonia no se puede ir uno sin probar los pierogi, a los que me confieso enganchadísima desde que los probé).

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Polonia no es lo que te esperas

No vamos a negar lo obvio: en Polonia hay más banderas vaticanas que en Roma, es imposible no cruzarse con una estatua de Juan Pablo II y debe ser el único país de Europa en el que los curas celebran hasta tres misas diarias con lleno hasta la bandera. Pero hay otra Polonia de la que no sabemos casi nada y que te sorprende desde que decides buscar hotel y te encuentras con habitaciones con un diseño por el que matarían en Barcelona buy cialis online without prescription. Es difícil entrar en un restaurante o cafetería que no hayan renovado desde que cayó el telón de acero: no es que hayan decidido dar la espalda a su pasado, sino a IKEA. Tampoco se quedan cortos cuando se trata de rivalizar con Londres: Foster, Lamela o Bofill son algunos de los que han dejado su huella en la capital, y hasta la estación de trenes de una ciudad pequeña como Poznan parece salida de un episodio de “Futurama”.

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¿Que pasas de arquitectura e interiorismo? No hay problema, en Cracovia se celebra cada año el Unsound, un festival que ya puede rivalizar con el Sónar o el Primavera Sound y que este año agotó todos los abonos en menos de una hora y con sólo parte del cartel confirmado. Se celebra en octubre, y entre los nombres anunciados están Death Grips, Raime y Gaika.

Como Praga, pero sin hordas de turistas

Imagínate pasear por plazas adoquinadas rodeadas de casas de colores y con iglesias de cúpulas imposibles. Pues deja de imaginar, porque no hay ciudad polaca que no tenga una plaza así.  Los cascos antiguos de Varsovia, Poznan o Cracovia tienen todo el encanto del de Praga, pero no tienes que pegarte para fotografiar una fachada o cruzar una calle ni te asaltan a casa paso guías que te prometen el mejor “bar crawling” de la ciudad. En invierno, las plazas se llenan de puestos en los que es posible degustar el vino caliente que tanto gusta en centroeuropa, y en verano es posible degustar una cerveza sin pagarla a precio de turistada.

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En Cracovia también vale la pena visitar el barrio y gueto judío: allí rodó Spielberg buena parte de “La lista de Schindler”, pero en los últimos años se ha convertido en uno de los lugares más efervescentes de la ciudad. Además de decenas de cafeterías abarrotadas con estudiantes, allí se encuentran muchos restaurantes que sólo sirven comida kosher y locales en los que sólo se escucha klezmer. Junto a museos, sinagogas y cementerios abiertos al público, todo forma parte de la reivindicación de una cultura brutalmente aplastada durante el nazismo y cuyas huellas aún se pueden ver: los muros del gueto y el cercano Auschwitz son visitas obligadas, por muy mal cuerpo que te dejen.

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Fotos: Carolina Velasco

 

Yo tengo claro que mi próxima escapada es a Breslavia, a la que llaman la Venecia polaca, y seguiré recomendando el país cada vez que alguien me pregunte por un buen destino que no te deje en números rojos.

El día que pisé Polonia por primera vez lo tenía todo en contra: un cortante frío de 12 grados bajo cero, una espesa niebla que impedía ver los famosos rascacielos de Varsovia y un triste plano de la ciudad en el que sólo aparecían las calles principales y con el que encontrar mi hotel era misión imposible. Después de vagar durante casi una hora cargando la maleta por una gélida ciudad fantasma, empezaba a preguntarme si realmente había sido tan buena idea lo de escaparme un par de días al país vecino. Spoiler: sí, fue muy buena idea.

Bienvenida al Este

¿Quieres saber cuál era el aspecto de las grandes ciudades del bloque del Este? Pues olvídate de Berlín: el verdadero Este empieza en Polonia. En cuanto puse un pie en la Plaza de la Constitución de Varsovia me di cuenta de que la berlinesa Karl-Marx-Allee es un patio de recreo en comparación con lo que me esperaba en Polonia. Con la capital totalmente destruida tras la guerra, los arquitectos socialistas se propusieron levantar una ciudad nueva y moderna según los cánones de la época, y lo hicieron a lo grande, con avenidas XXL flanqueadas por impresionantes edificios decorados con esculturas socialistas que ahora comparten protagonismo con anuncios de perfumes franceses. Y a sólo unos metros, el impresionante PKiN, el rascacielos que les regaló la URSS y que ahora otorga unas impresionantes vistas de la ciudad.

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La experiencia más intensa se esconde en un barrio obrero de Cracovia que empieza donde terminan los planos de todas las guías. Afortunadamente, basta una visita a la oficina de turismo para solucionar el problema: allí es fácil que te den un mapa con un paseo recomendado por Nowa Huta para descubrir este enclave que nació con vocación de ciudad satélite y en el que vivían los trabajadores de la fábrica que le da nombre.

Puedes echar una mañana sin ver un solo turista, y es más que probable que se te acerque algún abuelo cuando te vea pertrechada con la cámara haciendo fotos de plazas, parques, cines  y viviendas en las que lo único que ha cambiado desde los 50 es el nombre (la Plaza Central, en la que había una estatua de Lenin, ahora se llama Plaza Ronald Reagan… cosas veredes). Los aficionados al brutalismo además encontrarán allí uno de sus edificios emblemática: la iglesia del Arca del Señor, una gran mole de hormigón inspirada en la obra de Le Corbusier. Es un barrio que hay que ver antes de que los hipsters  empiecen a abrir allí locales veganos y tiendas de cupcakes para perros y cierren los bares mleczny, restaurantes implantados durante el comunismo para asegurarse de que cualquiera podía permitirse una comida caliente al día y donde es posible catar platos caseros por un par de euros (de Polonia no se puede ir uno sin probar los pierogi, a los que me confieso enganchadísima desde que los probé).

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Polonia no es lo que te esperas

No vamos a negar lo obvio: en Polonia hay más banderas vaticanas que en Roma, es imposible no cruzarse con una estatua de Juan Pablo II y debe ser el único país de Europa en el que los curas celebran hasta tres misas diarias con lleno hasta la bandera. Pero hay otra Polonia de la que no sabemos casi nada y que te sorprende desde que decides buscar hotel y te encuentras con habitaciones con un diseño por el que matarían en Barcelona buy cialis online without prescription. Es difícil entrar en un restaurante o cafetería que no hayan renovado desde que cayó el telón de acero: no es que hayan decidido dar la espalda a su pasado, sino a IKEA. Tampoco se quedan cortos cuando se trata de rivalizar con Londres: Foster, Lamela o Bofill son algunos de los que han dejado su huella en la capital, y hasta la estación de trenes de una ciudad pequeña como Poznan parece salida de un episodio de “Futurama”.

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¿Que pasas de arquitectura e interiorismo? No hay problema, en Cracovia se celebra cada año el Unsound, un festival que ya puede rivalizar con el Sónar o el Primavera Sound y que este año agotó todos los abonos en menos de una hora y con sólo parte del cartel confirmado. Se celebra en octubre, y entre los nombres anunciados están Death Grips, Raime y Gaika.

Como Praga, pero sin hordas de turistas

Imagínate pasear por plazas adoquinadas rodeadas de casas de colores y con iglesias de cúpulas imposibles. Pues deja de imaginar, porque no hay ciudad polaca que no tenga una plaza así.  Los cascos antiguos de Varsovia, Poznan o Cracovia tienen todo el encanto del de Praga, pero no tienes que pegarte para fotografiar una fachada o cruzar una calle ni te asaltan a casa paso guías que te prometen el mejor “bar crawling” de la ciudad. En invierno, las plazas se llenan de puestos en los que es posible degustar el vino caliente que tanto gusta en centroeuropa, y en verano es posible degustar una cerveza sin pagarla a precio de turistada.

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En Cracovia también vale la pena visitar el barrio y gueto judío: allí rodó Spielberg buena parte de “La lista de Schindler”, pero en los últimos años se ha convertido en uno de los lugares más efervescentes de la ciudad. Además de decenas de cafeterías abarrotadas con estudiantes, allí se encuentran muchos restaurantes que sólo sirven comida kosher y locales en los que sólo se escucha klezmer. Junto a museos, sinagogas y cementerios abiertos al público, todo forma parte de la reivindicación de una cultura brutalmente aplastada durante el nazismo y cuyas huellas aún se pueden ver: los muros del gueto y el cercano Auschwitz son visitas obligadas, por muy mal cuerpo que te dejen.

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Fotos: Carolina Velasco

 

Yo tengo claro que mi próxima escapada es a Breslavia, a la que llaman la Venecia polaca, y seguiré recomendando el país cada vez que alguien me pregunte por un buen destino que no te deje en números rojos.

Tags : Polonia
mm
Desde que me mudé a Berlín he descubierto que es más fácil viajar a bajo cero que declinar en alemán, así que cuando no estoy dándole a la tecla ando tramando mi próxima escapada: si ademas incluye lugares en los que perderse, mil veces mejor. Si registran mi maleta van a encontrar más cámaras de fotos que ropa. No sé decir no a un buen rastro, a un concierto ni a una cerveza.