Estás tan ricamente en casa viendo la tele. De pronto, en medio de una pausa publicitaria aparece: “Colecciona ya los mini-dedales del mundo”. Y tras ese, otro anuncio: “Mil ideas para el Punto de Cruz”. Y uno más: “Ya puedes hacerte con todas las bolsas para el mareo de las grandes compañías aéreas”. ¿Nos hemos vuelto locos? Un poco. A la vuelta de las vacaciones siempre se nos va un poco la olla a Camboya y nos da por coleccionar fascículos de cosas sin sentido. La razón es muy sencilla: no nos podemos resistir a las palabras mágicas “con la primera entrega las tapas de regalo”.

No hay nada malo en coleccionar. De pequeño empiezas con los cromos de la Liga de Fútbol y, cuando ya eres todo un jovencit@, te pones a coleccionar cosas que te interesan. Películas de terror de los ochenta. Las armaduras de los Caballeros del Zodíaco. Figuritas Disney. En fin, tus gustos infantiles marcan tus primeras colecciones.

Algunas de estas colecciones acaban cogiendo polvo en el trastero de la casa del pueblo. En otros casos, pasan a formar parte de una estantería en tu hogar como si fuera un pequeño museo de tu juventud o una oda al niño que eras; esa que muestras con orgullo cuando alguien viene a casa. Tú piensas que es guay, y la otra persona piensa que eres un freak. Y ya está. Todos contentos.

A principios de septiembre la tele se llena de anuncios de coleccionables por fascículos y en tu mente se forma un interrogante: ¿Todavía existen los coleccionables de fascículos? Vivimos en una época en la que ya nadie compra películas en DVD, ni periódicos. Apenas almacenamos nada, todo lo vemos en streaming o a través de una pantalla de ordenador. Pero vuelves de vacaciones y te da por hacer una colección de huesos de dinosaurio. A ti, que cateabas en historia y ciencia. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Por qué?

Créditos: CC0 License

¡Porque la primera entrega viene con las tapas de regalo!

Este es el principio del fin. El abracadabra de los noventa que se ha perpetuado hasta nuestros días. El ‘supercalifragilisticoespialidoso’ del marketing. El comodín de la llamada que abre tu cartera. El bosón de Higgs que le da cuerpo a la colección. Algo que la teoría de cuerdas aún no ha podido explicar. El alpha y el omega de los coleccionables. En fin, que es oír esas cuatro palabras y soltar la pasta.

Acabar ‘algo’ está al alcance de tu mano

La única constante en tu vida es la inconstancia. Has empezado multitud de proyectos que han acabado en nada. Quisiste tocar la guitarra, pero al final solo sabes los cuatro acordes del Guitar Hero. Quisiste hacer derecho, pero en el camino algo se torció y no has llegado a ser letrado. Quisiste a esa persona especial, pero te dio miedo el compromiso. Y de pronto, ves el coleccionable de comics de Batman y algo dentro de ti dice: esta vez sí.

Una publicación compartida de Rodrigo Merluzo (@merluzeando) el

Y si no lo acabas, ¿a quién le importa?

Quien más, quien menos ha empezado una colección que a las dos semanas ha mandado a freír espárragos. Porque de vez en cuando hay que saber decir: ¿¡pero qué demonios?! Y mandarlo todo al infierno. Si haces eso con un coleccionable puede que hayas perdido dos euros en la primera entrega de Fósiles del Cuaternario. Pero bueno, habrás ganado un pisapapeles único y que te recordará para el resto de tu vida que eres un poco veleta, ya que todavía no te explicas qué bicho te picó para que te diese esa fiebre loca por los fósiles.

Porque la primera edición es regalada

El truco más viejo del mundo: la primera edición es casi regalada y cuando te quieras dar cuenta ya te has dejado una pasta en la colección. A menos, que tu colección sea coleccionar las primeras ediciones de todas las colecciones de la temporada. De esta manera, por muy poco dinero puedes tener ese fósil del cuaternario, una figura de Spiderman, un libro sobre los misterios del cerebro humano, un película de Pixar y un mini-dedal del mundo. Una colección poco práctica, muy ecléctica y algo loca, como tú.

Cuanto más grande sea el cartón, mejor será la sensación

¡Oh señor, qué sensación! Cuando vas al kiosko, compras las colección de Huesos de Dinosaurios de Cretácico y sales de allí con un cartón en A3 con todo lo que incluye esa edición que casi no lo puedes abarcar con el brazo. Recorres tu barrio con la cabeza bien alta, orgulloso de ti mismo. Quieres que todo el mundo vea que bajo esa apariencia jovial y desenfadada se esconde una persona interesante y contradictoria al que le interesan los dinosaurios. Quieres ser un poquito como Ross Geller. Por eso llevas ese cartón a modo de pancarta con una consigna: ¡Los Dinosaurios son lo más!

Hay millones de colecciones. A cada cual más disparatada, que te hacen pensar que este mundo cada día que pasa está más loco. Pero de alguna manera, te reconcilia un poco con el ser humano que pese a toda la tecnología del mundo moderno, todavía mires la primitiva en el teletexto, todavía haya un palo metálico que separa tu compra del próximo cliente en el supermercado, y todavía puedas hacer una colección por fascículos para aprender a hacer punto de cruz. ¿Existe algo más trendy, más chic o más vintage que eso? Venga, ya estás tardando, y adivina qué: con la primera entrega las tapas vienen de regalo.

No hay nada malo en coleccionar. De pequeño empiezas con los cromos de la Liga de Fútbol y, cuando ya eres todo un jovencit@, te pones a coleccionar cosas que te interesan. Películas de terror de los ochenta. Las armaduras de los Caballeros del Zodíaco. Figuritas Disney. En fin, tus gustos infantiles marcan tus primeras colecciones.

Algunas de estas colecciones acaban cogiendo polvo en el trastero de la casa del pueblo. En otros casos, pasan a formar parte de una estantería en tu hogar como si fuera un pequeño museo de tu juventud o una oda al niño que eras; esa que muestras con orgullo cuando alguien viene a casa. Tú piensas que es guay, y la otra persona piensa que eres un freak. Y ya está. Todos contentos.

A principios de septiembre la tele se llena de anuncios de coleccionables por fascículos y en tu mente se forma un interrogante: ¿Todavía existen los coleccionables de fascículos? Vivimos en una época en la que ya nadie compra películas en DVD, ni periódicos. Apenas almacenamos nada, todo lo vemos en streaming o a través de una pantalla de ordenador. Pero vuelves de vacaciones y te da por hacer una colección de huesos de dinosaurio. A ti, que cateabas en historia y ciencia. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Por qué?

Créditos: CC0 License

¡Porque la primera entrega viene con las tapas de regalo!

Este es el principio del fin. El abracadabra de los noventa que se ha perpetuado hasta nuestros días. El ‘supercalifragilisticoespialidoso’ del marketing. El comodín de la llamada que abre tu cartera. El bosón de Higgs que le da cuerpo a la colección. Algo que la teoría de cuerdas aún no ha podido explicar. El alpha y el omega de los coleccionables. En fin, que es oír esas cuatro palabras y soltar la pasta.

Acabar ‘algo’ está al alcance de tu mano

La única constante en tu vida es la inconstancia. Has empezado multitud de proyectos que han acabado en nada. Quisiste tocar la guitarra, pero al final solo sabes los cuatro acordes del Guitar Hero. Quisiste hacer derecho, pero en el camino algo se torció y no has llegado a ser letrado. Quisiste a esa persona especial, pero te dio miedo el compromiso. Y de pronto, ves el coleccionable de comics de Batman y algo dentro de ti dice: esta vez sí.

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Y si no lo acabas, ¿a quién le importa?

Quien más, quien menos ha empezado una colección que a las dos semanas ha mandado a freír espárragos. Porque de vez en cuando hay que saber decir: ¿¡pero qué demonios?! Y mandarlo todo al infierno. Si haces eso con un coleccionable puede que hayas perdido dos euros en la primera entrega de Fósiles del Cuaternario. Pero bueno, habrás ganado un pisapapeles único y que te recordará para el resto de tu vida que eres un poco veleta, ya que todavía no te explicas qué bicho te picó para que te diese esa fiebre loca por los fósiles.

Porque la primera edición es regalada

El truco más viejo del mundo: la primera edición es casi regalada y cuando te quieras dar cuenta ya te has dejado una pasta en la colección. A menos, que tu colección sea coleccionar las primeras ediciones de todas las colecciones de la temporada. De esta manera, por muy poco dinero puedes tener ese fósil del cuaternario, una figura de Spiderman, un libro sobre los misterios del cerebro humano, un película de Pixar y un mini-dedal del mundo. Una colección poco práctica, muy ecléctica y algo loca, como tú.

Cuanto más grande sea el cartón, mejor será la sensación

¡Oh señor, qué sensación! Cuando vas al kiosko, compras las colección de Huesos de Dinosaurios de Cretácico y sales de allí con un cartón en A3 con todo lo que incluye esa edición que casi no lo puedes abarcar con el brazo. Recorres tu barrio con la cabeza bien alta, orgulloso de ti mismo. Quieres que todo el mundo vea que bajo esa apariencia jovial y desenfadada se esconde una persona interesante y contradictoria al que le interesan los dinosaurios. Quieres ser un poquito como Ross Geller. Por eso llevas ese cartón a modo de pancarta con una consigna: ¡Los Dinosaurios son lo más!

Hay millones de colecciones. A cada cual más disparatada, que te hacen pensar que este mundo cada día que pasa está más loco. Pero de alguna manera, te reconcilia un poco con el ser humano que pese a toda la tecnología del mundo moderno, todavía mires la primitiva en el teletexto, todavía haya un palo metálico que separa tu compra del próximo cliente en el supermercado, y todavía puedas hacer una colección por fascículos para aprender a hacer punto de cruz. ¿Existe algo más trendy, más chic o más vintage que eso? Venga, ya estás tardando, y adivina qué: con la primera entrega las tapas vienen de regalo.

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Lo que más me gusta del siglo XXI es que todavía seguimos usando un palo metálico que pone El Siguiente para distinguir nuestra compra de la de los demás en el supermercado.