¿Caminar por Nepal y sus sendas budistas? Precioso. ¿Atravesar el Camino Inca hasta el Machu Picchu maldiciendo el mal de altura? ¡Épico! ¿Y hacer el Camino de Levante hasta Caravaca de la Cruz? Pues precioso, épico y encima con buen vino de las D.O de Bullas, Jumilla y Yecla que acompañan una deliciosa gastronomía.

La fe está infravalorada

Esto era una vez un hombre al que apodaban Trekky, porque se había pateado todas las sendas épicas del mundo: cruzó un camino de 10 centímetros de grosor en Ecuador, había saltado de cañón en cañón en Colorado y orado, aunque no fuera creyente, en un templo de Katmandú mientras la lluvia rugía en el exterior. Creía haberlo recorrido todo; a veces, se palpaba sus gemelos lustrosos y, ante la falta de nuevos estímulos, se había dedicado en los últimos días a vagar por el sur de Alicante buscando un sentido entre barras de bar y discotecas fluorescentes. Ya no tenía fe, ni en él ni en la aventura.

Y escuchó una llamada, quizás la de todos los dioses y espíritus que había arrastrado desde caminos sagrados. Después sonó algo parecido a la canción de 2001: Una Odisea en el Espacio, pero sin mono ni hueso, y emprendió rumbo más al sur. Pero lloró, fue tras visitar la cárcel donde murió Miguel Hernández, en Orihuela, ciudad alicantina donde mucha gente comenzó a llegar de todas partes, por algún desconocido motivo, para reunirse en la Catedral del Salvador. ¿El objetivo? Realizar el Camino de Levante hacia tierras de las que él nunca había oído hablar. Y convencido de que necesitaba nuevos retos, agarró unos cuantos dátiles del Palmeral de San Antón y comenzó a andar y a andar. Llegó a un río, el Segura, cuya orilla regala vistas de casas de colores y huertas flamantes, donde podrás pedir prestados a un buen hombre los pimientos y lechugas suficientes para hacerte una ensalada homemade. O farm-made, que suena más ecológico.

Trekky, con ojos de acero, siguió hasta que oyó muchas palabras acabadas en -ico y llegó a unos impresionantes monolitos, utilizados entonces para separar las coronas de Castilla y Aragón, sin saber que estaba en Beniel: el primer punto de una tierra de la Región de Murcia que tenía mucho que ofrecerle, más que las oraciones en el Everest y las alpacas en Machu Picchu. Porque en ningún otro lugar tendrán frescos barrocos como los de la Iglesia de San Bartolomé ni ningún camino ofrece tantas bendiciones hortícolas como aquel de 8 horas y 24 kilómetros que nuestro héroe, destronado, cruzó hasta llegar a la única, la inconfundible, la bonica ciudad de Murcia.

Murcia: el valle de la alegría

Tras abandonar una iglesia de la que salió con un sello más bonito que el de todas las discotecas en las que había estado, nuestro protagonista llegó a Murcia. Ciudad ubicada en un valle donde el pastel de carne invoca nuevas religiones y el tapeo en sus terrazas es todo un arte que se entremezcla con el esplendor de una Catedral que emana barroquismo, y el río Segura se convierte en la versión levantina del Sena, con sus barcas y esculturas acuáticas. Así es Murcia, bella y cosmopolita, pero también prometedora, porque será aquí, tras deleitarte con marineras y verduras frescas cuando la fe vuelve a darte un toque en la espalda para decirte que lo mejor está por llegar, que aún te esperan kilómetros de buen comer, gozo y aventura.

Como Trekky era más bien rudo y no le apetecía andar, decidió tomar una bicicleta y surcar el Museo de la Huerta y las ruedas de La Ñora o Alcantarilla. Comenzó a atardecer, pero no le importó, seguiría viajando de noche por aquella tierra salpicada de palmeras, en cuyas huertas los campesinos se susurran secretos y te siguen señalando hacia el oeste. Y fue al llegar a Molina de Segura cuando comenzó a oír el nombre ‘Caravaca de la Cruz’, descubriendo que la nueva Meca estaba más cerca de lo que pensaba. Llegó al Azud Mayor (o la Contraparada), donde una fuente de agua cristalina te incita a mojarte hasta las axilas, y a una Vía del Noroeste donde descubrió qué era aquello del ecoturismo al ver los puentes adaptados a las colinas y los pinos que cierran la segunda etapa del viaje, de 26 kilómetros.

Tras visitar Alguazas, donde se dan cita edificios (como la Iglesia de San Onofre con su original artesonada mudéjar), la tierra se empieza a arremolinar. “Pues yo estuve en Colorado y nunca escuché la palabra “badlands”, dijo Trekky cuando conoció el nombre de aquellos parajes de secano erosionados por el agua, los que te obligan a despedirte del Segura. Siguiendo su camino hacia Caravaca, llegó a Mula pasando por la antigua Villa Romana de Los Villaricos y descubrió el castillo de los Vélez, fortaleza magna a complementar con una visita a La Santa Espina, que confirma la presencia de un trocito de corona portada por Jesús hace casi 2000 años.

Tercera etapa, checked.

Caravaca de la Cruz: Felices las 5

La última etapa del Camino de Levante es la más épica pero también la más cortita, de tan solo 21 kilómetros. Es aquí donde los viñedos de Bullas te ofrecen el mejor trago de tu, hasta entonces agnóstica, existencia.

Después Trekky llegó a Cehegín, cuyo casco antiguo fue nombrado Conjunto Histórico-Artístico donde sobresalen sus iglesias de La Magdalena y la de la Concepción, sus miradores, sus casonas blasonadas de escudos nobiliarios y hasta un mercadillo artesanal, “El Mesoncico”, que se celebra el cuarto domingo de cada mes.

Y entonces sonaron los tambores, o el gong, porque ya a veces Trekky confundía su camino con aquel nepalí, y llegó a su destino, a Caravaca de la Cruz, donde el Santuario de la Santísima y Vera Cruz abre sus puertas este Año Jubilar 2017 para decirte que es una de las cinco ciudades santas de la cristiandad.

Aquí puedes contemplar los restos de la cruz de Cristo, la cual concede la Indulgencia Plegaria. En la ciudad de Caravaca donde no caben más restaurantes obligados (si encuentras un menú de migas ruleras + tartera + yemas con azúcar serás el rey).

Fotos: Turismo de Murcia

Como colofón, nada mejor que perderse por el conjunto de iglesias y museos que convierten Caravaca en la joya más espectacular de la Región de Murcia, con su Iglesia del Salvador, la de la Compañía de Jesús o la del Templete. Porque si hay una cosa que la Región de Murcia consigue es reconciliarte con tu fe, ni importa hacia qué o quién, para hacerte olvidar que viajaste muy lejos para encontrarle sentido a la vida y envolvértelo todo en un papel de ríos, pimientos y vino a congelar para la posteridad.

Sí, este año las tierras de secano susurran tu nombre. Y debes cumplir.

 

La fe está infravalorada

Esto era una vez un hombre al que apodaban Trekky, porque se había pateado todas las sendas épicas del mundo: cruzó un camino de 10 centímetros de grosor en Ecuador, había saltado de cañón en cañón en Colorado y orado, aunque no fuera creyente, en un templo de Katmandú mientras la lluvia rugía en el exterior. Creía haberlo recorrido todo; a veces, se palpaba sus gemelos lustrosos y, ante la falta de nuevos estímulos, se había dedicado en los últimos días a vagar por el sur de Alicante buscando un sentido entre barras de bar y discotecas fluorescentes. Ya no tenía fe, ni en él ni en la aventura.

Y escuchó una llamada, quizás la de todos los dioses y espíritus que había arrastrado desde caminos sagrados. Después sonó algo parecido a la canción de 2001: Una Odisea en el Espacio, pero sin mono ni hueso, y emprendió rumbo más al sur. Pero lloró, fue tras visitar la cárcel donde murió Miguel Hernández, en Orihuela, ciudad alicantina donde mucha gente comenzó a llegar de todas partes, por algún desconocido motivo, para reunirse en la Catedral del Salvador. ¿El objetivo? Realizar el Camino de Levante hacia tierras de las que él nunca había oído hablar. Y convencido de que necesitaba nuevos retos, agarró unos cuantos dátiles del Palmeral de San Antón y comenzó a andar y a andar. Llegó a un río, el Segura, cuya orilla regala vistas de casas de colores y huertas flamantes, donde podrás pedir prestados a un buen hombre los pimientos y lechugas suficientes para hacerte una ensalada homemade. O farm-made, que suena más ecológico.

Trekky, con ojos de acero, siguió hasta que oyó muchas palabras acabadas en -ico y llegó a unos impresionantes monolitos, utilizados entonces para separar las coronas de Castilla y Aragón, sin saber que estaba en Beniel: el primer punto de una tierra de la Región de Murcia que tenía mucho que ofrecerle, más que las oraciones en el Everest y las alpacas en Machu Picchu. Porque en ningún otro lugar tendrán frescos barrocos como los de la Iglesia de San Bartolomé ni ningún camino ofrece tantas bendiciones hortícolas como aquel de 8 horas y 24 kilómetros que nuestro héroe, destronado, cruzó hasta llegar a la única, la inconfundible, la bonica ciudad de Murcia.

Murcia: el valle de la alegría

Tras abandonar una iglesia de la que salió con un sello más bonito que el de todas las discotecas en las que había estado, nuestro protagonista llegó a Murcia. Ciudad ubicada en un valle donde el pastel de carne invoca nuevas religiones y el tapeo en sus terrazas es todo un arte que se entremezcla con el esplendor de una Catedral que emana barroquismo, y el río Segura se convierte en la versión levantina del Sena, con sus barcas y esculturas acuáticas. Así es Murcia, bella y cosmopolita, pero también prometedora, porque será aquí, tras deleitarte con marineras y verduras frescas cuando la fe vuelve a darte un toque en la espalda para decirte que lo mejor está por llegar, que aún te esperan kilómetros de buen comer, gozo y aventura.

Como Trekky era más bien rudo y no le apetecía andar, decidió tomar una bicicleta y surcar el Museo de la Huerta y las ruedas de La Ñora o Alcantarilla. Comenzó a atardecer, pero no le importó, seguiría viajando de noche por aquella tierra salpicada de palmeras, en cuyas huertas los campesinos se susurran secretos y te siguen señalando hacia el oeste. Y fue al llegar a Molina de Segura cuando comenzó a oír el nombre ‘Caravaca de la Cruz’, descubriendo que la nueva Meca estaba más cerca de lo que pensaba. Llegó al Azud Mayor (o la Contraparada), donde una fuente de agua cristalina te incita a mojarte hasta las axilas, y a una Vía del Noroeste donde descubrió qué era aquello del ecoturismo al ver los puentes adaptados a las colinas y los pinos que cierran la segunda etapa del viaje, de 26 kilómetros.

Tras visitar Alguazas, donde se dan cita edificios (como la Iglesia de San Onofre con su original artesonada mudéjar), la tierra se empieza a arremolinar. “Pues yo estuve en Colorado y nunca escuché la palabra “badlands”, dijo Trekky cuando conoció el nombre de aquellos parajes de secano erosionados por el agua, los que te obligan a despedirte del Segura. Siguiendo su camino hacia Caravaca, llegó a Mula pasando por la antigua Villa Romana de Los Villaricos y descubrió el castillo de los Vélez, fortaleza magna a complementar con una visita a La Santa Espina, que confirma la presencia de un trocito de corona portada por Jesús hace casi 2000 años.

Tercera etapa, checked.

Caravaca de la Cruz: Felices las 5

La última etapa del Camino de Levante es la más épica pero también la más cortita, de tan solo 21 kilómetros. Es aquí donde los viñedos de Bullas te ofrecen el mejor trago de tu, hasta entonces agnóstica, existencia.

Después Trekky llegó a Cehegín, cuyo casco antiguo fue nombrado Conjunto Histórico-Artístico donde sobresalen sus iglesias de La Magdalena y la de la Concepción, sus miradores, sus casonas blasonadas de escudos nobiliarios y hasta un mercadillo artesanal, “El Mesoncico”, que se celebra el cuarto domingo de cada mes.

Y entonces sonaron los tambores, o el gong, porque ya a veces Trekky confundía su camino con aquel nepalí, y llegó a su destino, a Caravaca de la Cruz, donde el Santuario de la Santísima y Vera Cruz abre sus puertas este Año Jubilar 2017 para decirte que es una de las cinco ciudades santas de la cristiandad.

Aquí puedes contemplar los restos de la cruz de Cristo, la cual concede la Indulgencia Plegaria. En la ciudad de Caravaca donde no caben más restaurantes obligados (si encuentras un menú de migas ruleras + tartera + yemas con azúcar serás el rey).

Fotos: Turismo de Murcia

Como colofón, nada mejor que perderse por el conjunto de iglesias y museos que convierten Caravaca en la joya más espectacular de la Región de Murcia, con su Iglesia del Salvador, la de la Compañía de Jesús o la del Templete. Porque si hay una cosa que la Región de Murcia consigue es reconciliarte con tu fe, ni importa hacia qué o quién, para hacerte olvidar que viajaste muy lejos para encontrarle sentido a la vida y envolvértelo todo en un papel de ríos, pimientos y vino a congelar para la posteridad.

Sí, este año las tierras de secano susurran tu nombre. Y debes cumplir.

 

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Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.