Las mujeres no hemos necesitado sortilegios para permanecer siglos invisibles. Pero haber sido ignoradas, lejos de aplacarnos, ha hecho que lucháramos por conquistar nuestros derechos. Hoy saboreamos las victorias obtenidas y no podemos, ni queremos, olvidar a quienes las lograron.

No solemos acaparar las portadas de los periódicos, ni acostumbramos a estar en los libros de historia o cortando el bacalao al frente de grandes empresas, pero llevamos miles de años al pie del cañón, demostrando que si la vida fuera un concurso de talentos, mereceríamos el aplauso unánime del público. Por eso resulta tan curioso que la presencia femenina en puestos de poder siga siendo, a día de hoy, tan escasa como el sentido común en una reunión de tronistas. Y no solo eso: según las estadísticas, nuestros sueldos acostumbran a ser más bajos que los de ellos y nos afectan más el paro y la pobreza; paradójicamente, somos mayoría en las universidades y quienes sacamos las mejores notas. Vamos, que no hace falta ser muy listo para ver que aquí hay algo que huele a chamusquina.

Pese a los datos, que no dejan de ser alarmantes, lo cierto es que nunca hubo un mejor momento para ser mujer que el que estamos viviendo. Y esto es gracias a muchas valientes que, hasta el moño de tanta injusticia, dejaron de hornear pasteles en casa y lucharon por ocupar aulas, laboratorios o estantes en librerías. Eso sí, por el camino tuvieron que enfrentarse a más obstáculos que un concursante de Humor Amarillo.

No ha sido fácil llegar hasta aquí

Hace apenas un siglo, era más fácil toparse con un lince ibérico en plena estepa rusa que con una mujer universitaria, escritora o científica. Permanecíamos apartadas del mundo laboral y de los círculos de pensamiento, no porque así lo hubiéramos elegido, sino porque habían decidido por nosotras que nuestro lugar estaba en casa, limpiando los mocos a los niños y preparando el tupper a nuestros maridos. Gracias a Dios, no todas compraron la moto que les habían intentado vender y se las ingeniaron para ser lo que ellas querían.

Para conseguir que se la tomaran en serio, Emily Brontë publicó ‘Cumbres borrascosas’ bajo un seudónimo masculino. La misma estrategia que se vieron obligadas a seguir sus hermanas Anne y Charlotte o Louis May Alcott, la famosísima autora de ‘Mujercitas’. Pero el machismo en la literatura no se remonta a épocas de enaguas y corsés. Hace dos telediarios, a la mismísima J.K. Rowling le sugirieron firmar con iniciales para ocultar su verdadera identidad. Porque, claro, las mujeres podemos ser unas brujas, pero si hay que escribir sobre magia mejor que lo haga un hombre.

 Si algunas escritoras optaron por esconderse tras un apodo, la estrategia de otras mujeres fue vestirse en la sección masculina de la tienda del barrio, poner voz de ‘acabo de volver de una rave de 48 horas’ y olvidarse de la depilación. Así fue como muchas lograron ser abogadas, médicos o trabajar en un laboratorio sin tener que ejercer con la misma clandestinidad con que Walter White fabricaba metanfetamina.

Con un esfuerzo titánico, las mujeres conseguimos grandes hitos. En España pudimos votar por primera vez en 1933 y unos años antes, en 1910, dejamos de necesitar el permiso de nuestros maridos para estudiar. Sí, como lees. Durante mucho tiempo, las casadas necesitaban la autorización de sus señores para cosas tan mundanas como abrir una cuenta bancaria, trabajar fuera de casa o cobrar su sueldo.

¿Te suena su nombre?

La mayoría de nosotros recordamos a decenas de concursantes de ‘Gran Hermano’ (con su correspondiente edición) pero somos incapaces de citar a cinco científicas sin buscar en Internet. ¿Te suenan de algo Emmy Noether o Gertrude Belle Elion? ¿Sabes quién fue Rosalind Franklin? Pues ve a Wikipedia, descubre qué hicieron y arrodíllate ante ellas, que les debemos mucho.

De Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna, conocemos hasta la marca de calzoncillos que llevaba ese día, pero si te hablo de Valentina Tereshkova es probable que su nombre te suene a chino. Bueno, en este caso, a ruso. Pues te diré que ella fue la primera fémina en coger sus bártulos y darse un paseíto por el espacio exterior. Y lo hizo, nada más y nada menos, que seis años antes de la increíble gesta protagonizada por el Apolo 11. ¡Chúpate esa, Neil!

La lista no acaba aquí. En preescolar de la aeronáutica, cuando aún se podían subir botellas de agua a los aviones y nadie te metía droga en la maleta, Amelia Earhart hizo historia al cruzar de un tirón y en solitario el Atlántico. Otra gesta para recordar es la de Rosa Parks, una afroamericana que, en los años 50, se negó a ceder su asiento a un blanco. Por ello, Parks acabó de patitas en prisión, pero logró concienciar (y revolucionar) a las masas, que se lanzaron a la calle para acabar con la segregación racial. Y lo consiguieron.

A todas ellas se unen mujeres como Katherine Johnson, a quien debemos los cálculos que permitieron que el Apolo 11 aterrizara en la Luna y no en Alcorcón; la actriz Hedy Lamarr, que entre rodaje y rodaje se dedicó a desarrollar el que se considera el precursor del actual wifi; o Virginia Cowles, una reportera que cubrió la Guerra Civil española y que ya en los años 30 nos enseñó que ‘no es lo mismo contarlo que vivirlo’.

Créditos: License CC0

¿En qué punto nos encontramos ahora?

En la mayoría de países podemos votar, salimos a la calle sin nuestros maridos y ya no nos queman en la hoguera por brujas. Pero aún seguimos siendo víctimas de maltrato y de violencia, nos continúan casando sin nuestro consentimiento y, en muchos ámbitos de la vida, somos tan invisibles como Harry Potter cuando se colocaba su capa.

Por eso es importante que sigamos exigiendo los mismos derechos que tienen ellos y eduquemos a las nuevas generaciones para que se produzca, de una vez por todas, el tan ansiado cambio. Es fundamental que los niños de hoy interioricen que tener tetas no es incompatible con tener cerebro y que esta lucha, aunque algunos no lo crean, no solo es cosa de las mujeres. Creedme: el mundo con nosotras opinando, investigando, creando y siendo escuchadas será un lugar mejor.

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Lo primero que hago al llegar a la playa es buscar el punto más elevado al que huir en caso de tsunami. Soy así de previsora. Cuando no estoy buscando salidas de emergencia o comprando conservas para llenar la despensa del búnker, voy al cine, leo, duermo y finjo ser normal.