Soy una friki de la Navidad. Escucho villancicos en mayo, empiezo a comprar guirnaldas en agosto y monto el árbol en octubre. Los Reyes Magos me llaman a mí para pedirme consejos. Aunque te cueste creerlo, soy más rápida que los grandes almacenes: cuando ellos encienden las luces, yo ya llevo varias semanas con una denuncia interpuesta por mi comunidad de vecinos para que retire el festival que he liado en el balcón.

Me gusta tanto la Navidad que, cuando me casé, cambié la hamaca y la sombrilla en El Caribe por un viaje de novios a través de los mercados navideños de Europa. Una ruta imprescindible para todos cuyo corazón late al ritmo de una zambomba.

Fum, fum, fum… Barcelona

Lo de fuera es muy bonito, pero había que empezar con una pequeña dosis de producto nacional. Si Barcelona ya es instagrameable de por sí, en Navidad es toda una locura. En la plaza de la catedral se levanta la Fira de Santa Llúcia, donde encontrarás todo lo que necesitas para adornar tu casa de arriba a abajo: desde abetos, bolas, estrellas, velas, coronas, luces, hasta calcetines y Papá Noeles más grandes que tú. Y muérdago, mucho muérdago para la buena suerte y para robarle un beso a tu nueva conquista del Tinder. Para tu pesebre tendrás tantas cosas que podrás hacer una réplica exacta de Belén en el salón de tu casa. Además, puedes buscar el toque original de tu Nacimiento colocando en el portal a ese tío que, cuando todo sale bien, siempre ‘la caga’.

Y hablando de escatología, allí conoceréis al ‘Tió de Nadal’ o ‘Caga Tió’, un tronco de madera muy majo que los niños catalanes alimentan durante el Adviento y en Nochebuena le propinan una paliza con un palo para ‘animarlo’ a ‘cagar regalos’ [real fact] al ritmo de la canción “Caga Tió avellanes i torró”.

Si os sabe a poco, en la plaza de la Sagrada Familia, justo en frente del gran templo de Gaudí, hallaréis una feria de pesebres. ¡Ah! Y no dejéis de visitar la ruta de belenes de Ciutat Vella, que arranca con el tradicional Belén del Ayuntamiento de Barcelona en la Plaza de Sant Jaume.

Múnich: canta, ríe, bebe

La capital de Baviera te regala un mercado en cada plaza. No hace falta ni buscarlos, ellos vienen a ti. El más famoso es el Christkindlmarkt en Marienplatz, la plaza central de la ciudad. Píllate un Glühwein bien calentito y recórrete los más de 150 puestos repletos hasta el tejado de adornos artesanos. En el interior del nuevo ayuntamiento, puedes enviar Xmas a tus seres queridos desde la Oficina de correos del Niño Jesús y ser original por primera vez desde la invención del WhatsApp. Si vas en torno al día de San Nicolás (06/12), quizá te lo encuentras por ahí y te puedes tomar un selfie con él o con Krampus, su álter ego maligno.

Justo al lado, en la Neuhauser Strasse, encontrarás la feria de pesebres más grande Alemania. El paraíso de María, José, el niño Jesús, la mula, el buey y el tuyo también. Antes de seguir, alquílate unos patines en la pista de hielo de Karlsplatz y, si se te terminan rompiendo los pantalones con tanta caída, siempre podrás pillarte otros en la galería comercial que está justo debajo.

Por supuesto tienes que ir al Pueblo de Navidad de Residenz en Odeonsplatz. Además de comer genial a base de salchichas alemanas y papas fritas, hay numerosos muñecos que se mueven al son de los villancicos que suenan. Tampoco puedes dejar de visitar el Rindermarkt, un mercado pequeño pero entrañable. Ambos giran en torno a una gran pirámide navideña de madera.

Aunque para mí el mejor es el mercadillo de la Torre China, en el Englischer Garten. El paseo por el parque inglés es precioso, digno de una película romántica de la sobremesa de los domingos. Cuenta con tiovivo y cabañas lúdicas, donde los niños pueden aprender a hacer juguetes de madera o galletas de Navidad y escuchar cuentos (en alemán, jeje). Hazte un favor: vete a la paradita de los dulces, compra unas Linzer Cookies de frambuesa y sube al cielo. Si te sobran, tráeme; no duermo bien desde que sé que ese manjar existe y yo no lo puedo degustar todos los días de mi vida.

Consejo extra: si tienes tiempo, aprovecha para visitar Núremberg, la ciudad con el mercado de Navidad más antiguo del país. Es enorme, con casi 200 bungalows esperándote cargaditos de bolas, guirnaldas y coronas de adviento. Mi perdición…

El camino que lleva a Belén Praga, ropopompóm

Praga es una ciudad de cuento, con calles adoquinadas, coches de caballos y castillo incluido. Si cuando te veas sumergido en la plaza de la Ciudad Vieja (Staromestské námestí), frente a la iglesia de Nuestra Señora de Týn, entre casetas de madera y un árbol de Navidad altísimo, no te echas a llorar de la emoción…, es que no tienes alma, grinch. Luces, luces, luces, comida, adornos de Navidad, detalles para regalar, animales. ¡No le falta de nada! Es embriagador.

Créditos: María Romero

Puedes pasear por la plaza Wenceslao para descubrir a los integrantes de los belenes checos. También es maravilloso el mercado de la Plaza de la República. Y, por supuesto, el más familiar del barrio de Vinohrady.

Si cruzas el río Moldava a través del Puente de Carlos, llegarás a la Malá Strana, el distrito pequeño de Praga. Allí conquistarás su castillo, en cuyas puertas hallarás más paraditas. Por detrás de la Catedral de San Vito, hay otro mercado: pequeño, pero bien aprovechado. Y donde se come de lujo. Además, encontrarás una tienda de Navidad que está abierta los 365 días del año. ¡Cómo me gustaría trabajar allí!

Una cosa: no olvides que en la República Checa no hay euros, sino coronas. Ir a Praga y vivirla es muy barato, así que te recomiendo facturar una maleta vacía con Czech Airlines para llenarla con todo el cargamento navideño que vas a querer traerte de allí.

Y hasta aquí. Ahora solo me queda subirme en mi ‘burrito sabanero’ y cantarle eso de ‘ande, ande, ande’ para conocer destinos nuevos, aunque acabe con dolor de cabeza por ‘campanas sobre campanas’, atragantada como los ‘peces en el río’ y vomitando las figuritas del Belén…, pero con mi doctorado de Paje Real.

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Asfalto, caucho, gasolina, velocidad…, adrenalina. Solo concibo la vida bajo un casco a 300 km/h. Soy periodista deportiva, ni por fama ni por dinero, sino por convertir el motor en mi forma de vida. Lo mismo doy gritos en una grada, como te cubro una rueda de prensa. Canaria de nacimiento, me mudé a Barcelona por su circuito y me quedé por su afición.