Termina el verano, y llegan los buenos propósitos: aprender suajili, cuidar la dieta y por qué no, hasta participar en la San Silvestre.  Si has optado por el último propósito, puede que en algún momento pienses que el suajili es más fácil que superar los primeros cinco kilómetros. No desesperes: todos hemos pasado por eso.

Así que te has decidido a correr, ya sea porque quieres quitarte los kilos ganados en el chiringuito haciendo la competencia a Usain Bolt o porque te apetece demostrarle al cuñado que no ha dejado de torturarte este verano con sus logros deportivos que tú también puedes. Puede que simplemente hayas dejado las zapatillas de correr en casa y ahora te cueste la vida volver a correr después de un mes en que el único ejercicio que has hecho ha sido pelear por colocar tu toalla en el mejor rincón de la playa. O puede que en un arranque de optimismo te apuntaras a una carrera de 10K que se acerca peligrosamente. En Houdinis sabemos cómo te sientes, y por eso hemos decidido que nada como un buen manual de supervivencia para hacer más llevadera la misión.

1. La carrera empieza en el armario

Si nunca has corrido, lo primero que necesitas son unas zapatillas decentes, por muy obvio que suene. La buena noticia es que no tienes que dejarte el sueldo de un mes en ellas, la mala, es que las más cómodas no son siempre las que más te gustan. Deja de lado los prejuicios y no tengas miedo de convertirte en la pesadilla de todo dependiente probándote todos los modelos y llevando cada par durante eternos minutos: si te molestan, vas a encontrar la excusa perfecta para no salir a correr, y recuerda que ése no es el objetivo. Si además eres mujer, tendrás que invertir en sujetadores que jamás llevarías en una primera cita: aunque en el probador te sientas como Bridget Jones, lo agradecerás cuando estés sobre el asfalto.

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2. Ponerse en marcha: ese GRAN obstáculo

Lo más difícil no es el primer kilómetro… ni el segundo. Lo realmente complicado es salir por la puerta. Mentalizarse de que hay que salir a correr y evitar la tentación de quedarse unos minutos más en la cama si se corre por la mañana o quedarse en casa por la tarde es todo un reto. Si además llueve o hace frío, cambiarse de ropa se convierte en una tarea titánica. Ahí es cuando uno empieza a preguntarse si no habría sido mejor aprender suajili. Quien diga que no da pereza miente, pero se puede: el truco está en mentalizarse. “Yo puedo, yo puedo, yo puedo… NO SEAS VAGA”… y para cuando te quieres dar cuenta ya estás en la calle.

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3. Roma no se conquistó en un día

Nunca olvidaré mi primera “carrera” (por llamarla de algún modo). Me fui derecha al parque y según llegué empecé a correr. No llevaba ni dos minutos corriendo y ya me quería desplomar, miraba a los demás corredores y me preguntaban cómo lo hacían, pensaba seriamente en llamar a una ambulancia… ni que decir tiene que volví a casa con la moral por lo suelos y pensando que nunca podría correr no ya media hora, sino quince minutos. Pero claro, nadie me había enseñado a correr. Suerte que existe Internet y en seguida descubrí que no se empieza corriendo 30, ni 20 ni 10 minutos, sino que se alternan paseos enérgicos con carreras suaves hasta que coges el ritmo. Hay decenas de revistas y webs dedicadas a corredores en las que podrás encontrar el programa adecuado.

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4. ¡Innova!

Una de las ventajas de correr es que no dependes de horarios ni gimnasios, así que no hay nada como correr en distintos horarios y barrios. En unos kilómetros descubrirás dónde está la tintorería de tu barrio, cuál es el café más concurrido, y hasta ese jardín que habías pasado por alto porque no está en tu ruta habitual. Si además te acabas de mudar, es la mejor forma de descubrir tu nuevo entorno. Meter las zapatillas de correr en la maleta es otra buena manera de descubrir ciudades lejos de las trampas para turistas.

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5. No te dejarás intimidar por las inclemencias del tiempo

Lo fácil es correr en otoño y primavera, claro. Buen tiempo, luz… así puede cualquiera. Correr a cero grados (o menos) supone cubrirse de pies a cabeza hasta que sólo se te ven los ojos y no poder bajar el ritmo ni medio minuto a riesgo de morir de congelación.  En verano, salvo que uno tenga la sangre de un lagarto, no queda otra que madrugar para evitar la canícula see post. El primer día que toca correr en circunstancias adversas dan ganas de volver a casa, no voy a mentir, pero nada que no se pueda combatir con la ropa adecuada y un ajuste de horarios. En tres días descubrirás las bondades de la ropa térmica y ya no querrás ni vestirte de persona “normal” ni para bajar a por el pan.

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6. Cuidado con los compañeros

Leerás que no hay nada como encontrar un compañero con el que correr, pero la cosa tiene miga: si es más rápido que tú, forzarás la máquina, obligarás a que el otro ralentice su paso y lo peor de todo, llegarás a casa sintiéndote como una tortuga. Si el rápido eres tú, irás maldiciendo entre dientes porque la aplicación va a registrar un tiempo digno de abuela.  No hay nada malo en entrenar solo, es cuestión de encontrar la música adecuada y a por todas. La mejor compañía puede ser una mixtape de los 80 o un disco de reggaeton:  te sorprenderás lo bien que van los guilty pleasures para hacer deporte, mil veces mejor que ese disco de John Cage que sólo se editó en Japón.

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7. El día D

Ya ha llegado el día y te toca participar en esa carrera a la que te apuntaste en un alarde de optimismo. La noche antes es posible que no duermas bien con los nervios, que te preguntes por qué te has apuntado cincuenta veces y que incluso se te pase por la cabeza echarte atrás. “Anda que como se la última persona en cruzar la línea de meta…”, bueno, y qué si lo eres, alguien tiene que serlo, ¿no?  Lo sé, “lo importante es participar” suena a topicazo, pero hasta que no has cruzado una línea de meta rodeada de gente que ha sufrido lo que tú para llegar hasta ahí es difícil imaginar la sensación de euforia y el chute de adrenalina. Si aún así no te convence, igual sí lo hace la cerveza (sin alcohol, eso sí) que te regalan según llegas.

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Así que te has decidido a correr, ya sea porque quieres quitarte los kilos ganados en el chiringuito haciendo la competencia a Usain Bolt o porque te apetece demostrarle al cuñado que no ha dejado de torturarte este verano con sus logros deportivos que tú también puedes. Puede que simplemente hayas dejado las zapatillas de correr en casa y ahora te cueste la vida volver a correr después de un mes en que el único ejercicio que has hecho ha sido pelear por colocar tu toalla en el mejor rincón de la playa. O puede que en un arranque de optimismo te apuntaras a una carrera de 10K que se acerca peligrosamente. En Houdinis sabemos cómo te sientes, y por eso hemos decidido que nada como un buen manual de supervivencia para hacer más llevadera la misión.

1. La carrera empieza en el armario

Si nunca has corrido, lo primero que necesitas son unas zapatillas decentes, por muy obvio que suene. La buena noticia es que no tienes que dejarte el sueldo de un mes en ellas, la mala, es que las más cómodas no son siempre las que más te gustan. Deja de lado los prejuicios y no tengas miedo de convertirte en la pesadilla de todo dependiente probándote todos los modelos y llevando cada par durante eternos minutos: si te molestan, vas a encontrar la excusa perfecta para no salir a correr, y recuerda que ése no es el objetivo. Si además eres mujer, tendrás que invertir en sujetadores que jamás llevarías en una primera cita: aunque en el probador te sientas como Bridget Jones, lo agradecerás cuando estés sobre el asfalto.

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2. Ponerse en marcha: ese GRAN obstáculo

Lo más difícil no es el primer kilómetro… ni el segundo. Lo realmente complicado es salir por la puerta. Mentalizarse de que hay que salir a correr y evitar la tentación de quedarse unos minutos más en la cama si se corre por la mañana o quedarse en casa por la tarde es todo un reto. Si además llueve o hace frío, cambiarse de ropa se convierte en una tarea titánica. Ahí es cuando uno empieza a preguntarse si no habría sido mejor aprender suajili. Quien diga que no da pereza miente, pero se puede: el truco está en mentalizarse. “Yo puedo, yo puedo, yo puedo… NO SEAS VAGA”… y para cuando te quieres dar cuenta ya estás en la calle.

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3. Roma no se conquistó en un día

Nunca olvidaré mi primera “carrera” (por llamarla de algún modo). Me fui derecha al parque y según llegué empecé a correr. No llevaba ni dos minutos corriendo y ya me quería desplomar, miraba a los demás corredores y me preguntaban cómo lo hacían, pensaba seriamente en llamar a una ambulancia… ni que decir tiene que volví a casa con la moral por lo suelos y pensando que nunca podría correr no ya media hora, sino quince minutos. Pero claro, nadie me había enseñado a correr. Suerte que existe Internet y en seguida descubrí que no se empieza corriendo 30, ni 20 ni 10 minutos, sino que se alternan paseos enérgicos con carreras suaves hasta que coges el ritmo. Hay decenas de revistas y webs dedicadas a corredores en las que podrás encontrar el programa adecuado.

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4. ¡Innova!

Una de las ventajas de correr es que no dependes de horarios ni gimnasios, así que no hay nada como correr en distintos horarios y barrios. En unos kilómetros descubrirás dónde está la tintorería de tu barrio, cuál es el café más concurrido, y hasta ese jardín que habías pasado por alto porque no está en tu ruta habitual. Si además te acabas de mudar, es la mejor forma de descubrir tu nuevo entorno. Meter las zapatillas de correr en la maleta es otra buena manera de descubrir ciudades lejos de las trampas para turistas.

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5. No te dejarás intimidar por las inclemencias del tiempo

Lo fácil es correr en otoño y primavera, claro. Buen tiempo, luz… así puede cualquiera. Correr a cero grados (o menos) supone cubrirse de pies a cabeza hasta que sólo se te ven los ojos y no poder bajar el ritmo ni medio minuto a riesgo de morir de congelación.  En verano, salvo que uno tenga la sangre de un lagarto, no queda otra que madrugar para evitar la canícula see post. El primer día que toca correr en circunstancias adversas dan ganas de volver a casa, no voy a mentir, pero nada que no se pueda combatir con la ropa adecuada y un ajuste de horarios. En tres días descubrirás las bondades de la ropa térmica y ya no querrás ni vestirte de persona “normal” ni para bajar a por el pan.

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6. Cuidado con los compañeros

Leerás que no hay nada como encontrar un compañero con el que correr, pero la cosa tiene miga: si es más rápido que tú, forzarás la máquina, obligarás a que el otro ralentice su paso y lo peor de todo, llegarás a casa sintiéndote como una tortuga. Si el rápido eres tú, irás maldiciendo entre dientes porque la aplicación va a registrar un tiempo digno de abuela.  No hay nada malo en entrenar solo, es cuestión de encontrar la música adecuada y a por todas. La mejor compañía puede ser una mixtape de los 80 o un disco de reggaeton:  te sorprenderás lo bien que van los guilty pleasures para hacer deporte, mil veces mejor que ese disco de John Cage que sólo se editó en Japón.

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7. El día D

Ya ha llegado el día y te toca participar en esa carrera a la que te apuntaste en un alarde de optimismo. La noche antes es posible que no duermas bien con los nervios, que te preguntes por qué te has apuntado cincuenta veces y que incluso se te pase por la cabeza echarte atrás. “Anda que como se la última persona en cruzar la línea de meta…”, bueno, y qué si lo eres, alguien tiene que serlo, ¿no?  Lo sé, “lo importante es participar” suena a topicazo, pero hasta que no has cruzado una línea de meta rodeada de gente que ha sufrido lo que tú para llegar hasta ahí es difícil imaginar la sensación de euforia y el chute de adrenalina. Si aún así no te convence, igual sí lo hace la cerveza (sin alcohol, eso sí) que te regalan según llegas.

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mm
Desde que me mudé a Berlín he descubierto que es más fácil viajar a bajo cero que declinar en alemán, así que cuando no estoy dándole a la tecla ando tramando mi próxima escapada: si ademas incluye lugares en los que perderse, mil veces mejor. Si registran mi maleta van a encontrar más cámaras de fotos que ropa. No sé decir no a un buen rastro, a un concierto ni a una cerveza.