¿Cómo le iba a explicar a mi abuela que en vez de subir al Empire State volé hasta Nueva York para terminar sentada en un club de striptease de carretera en Nueva Jersey bebiendo una Budweiser a las doce del mediodía?

Miraba a mi alrededor y, a pesar de reconocer perfectamente el escenario por donde se movían Tony Soprano y sus esbirros, no tenía la sensación de notar el aliento de la mafia en mi nuca. Me parecía bien, tampoco hacía falta pasarse de realistas.

El tour hasta el Bada Bing! (los propietarios han conservado el cartel aunque el local se llame Satin Dolls) había arrancado unas horas antes en el Midtown de Manhattan. Unas cuarenta personas de distintas procedencias, pero casi todas anglosajonas, habíamos subido a un autocar que nos prometía realizar un recorrido por las localizaciones de la mejor serie dramática de todos los tiempos: Los Soprano. Nadie en aquel automóvil puso en duda aquella afirmación tan categórica. Yo, tampoco.

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El guía era un eterno aspirante a actor secundario con un inmenso talento para dirigir y animar grupos. Durante el trayecto en autopista desde Manhattan hasta Nueva Jersey, donde se rodaba la mayor parte de la serie, combinó las explicaciones con preguntas dirigidas a los pasajeros. ¿Cómo se llamaba la madre de Tony Soprano? ¿Y su caballo? ¿Cuáles eran las últimas palabras de la serie? ¿Y las primeras? Quien las adivinaba, se llevaba un regalo de merchandising. Un niño de trece años, que no había nacido cuando se estrenó la serie y que apenas sabía hablar cuando terminó, nos dio un rapapolvo.

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Hay una parte de Nueva Jersey con tiendas donde no apetece comprar, personas que se dirigen a algún sitio y jubilados que esperan a Godot. Ninguno de ellos se sorprende de ver grupos de curiosos de todas partes del mundo mirando el solar donde un día hubo un restaurante de mentira en el que vendían cannoli de mentira. A diferencia de mi abuela, ellos conocen a Tony Soprano.

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¿Por qué los turistas no van a Nueva Jersey? Pues porque no hay nada a lo que sacar fotos. Aquí, instagramers, aquí os quiero ver, lejos de los brunch ideales de Brooklyn. ¿Quién es el valiente que se atreve a hacer un #sinfiltros? Tengo que reconocer que estando allí en ningún momento hice esta reflexión. Igual que mis compañeros, gasté toda la batería inmortalizando un trozo de asfalto gris de un arcén, una puerta de servicio metálica azul y una mesa de metacrilato marrón.

satriales

Eché una mirada a lo Gandolfini al chico de trece años que a través del cristal del autocar observaba como los demás, mayores de edad, entrábamos al Bada Bing! Aquí te quedas con tus premios, abusón. Esperó fuera casi una hora.

Cuando estábamos a punto de irnos del club de striptease, tomé de recuerdo el posavasos que recogía el sudor frió de la Budweiser. Miré otra vez a las dos chicas que se contorsionaban en las barras verticales e intenté retener cuatro ideas y movimientos que en el momento adecuado me han jugado a favor. El guía nos contó que, en Nueva Jersey, la ley no permite vender alcohol y enseñar las tetas bajo el mismo techo. Como mi abuela nunca mostró interés por la normativa de Nueva Jersey, al final decidí que al volver pondría énfasis en el musical de Broadway que había visto la noche anterior.

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Lo mejor: sentarse en la mesa del restaurante en la que Tony Soprano se reúne con la familia en la última escena de la serie. Gallina de piel.
La curiosidad: en un momento del tour aparece (a veces) uno de los actores secundarios de la serie. Es verlo y exclamar: “¡Es él!”
Y para que no tengas que mentir diciendo que en el colegio estudiaste ruso, las respuestas son: Livia, Pie-o-my, “Don’t stop” y “Mr. Soprano”
¿Vale la pena pagar los más de 45 $ que cuesta el tour? Si te hablan de patos y notas un vacío existencial, ni lo dudes.
Recomendación: reserva con antelación. Aunque parezca imposible, se llena.
¿Puedo hacer la ruta por mi cuenta? Sí, si dispones de coche. Pero igual las chicas del Satin Dolls no te bailan al ritmo de “Woke up this morning”.

Miraba a mi alrededor y, a pesar de reconocer perfectamente el escenario por donde se movían Tony Soprano y sus esbirros, no tenía la sensación de notar el aliento de la mafia en mi nuca. Me parecía bien, tampoco hacía falta pasarse de realistas.

El tour hasta el Bada Bing! (los propietarios han conservado el cartel aunque el local se llame Satin Dolls) había arrancado unas horas antes en el Midtown de Manhattan. Unas cuarenta personas de distintas procedencias, pero casi todas anglosajonas, habíamos subido a un autocar que nos prometía realizar un recorrido por las localizaciones de la mejor serie dramática de todos los tiempos: Los Soprano. Nadie en aquel automóvil puso en duda aquella afirmación tan categórica. Yo, tampoco.

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El guía era un eterno aspirante a actor secundario con un inmenso talento para dirigir y animar grupos. Durante el trayecto en autopista desde Manhattan hasta Nueva Jersey, donde se rodaba la mayor parte de la serie, combinó las explicaciones con preguntas dirigidas a los pasajeros. ¿Cómo se llamaba la madre de Tony Soprano? ¿Y su caballo? ¿Cuáles eran las últimas palabras de la serie? ¿Y las primeras? Quien las adivinaba, se llevaba un regalo de merchandising. Un niño de trece años, que no había nacido cuando se estrenó la serie y que apenas sabía hablar cuando terminó, nos dio un rapapolvo.

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Hay una parte de Nueva Jersey con tiendas donde no apetece comprar, personas que se dirigen a algún sitio y jubilados que esperan a Godot. Ninguno de ellos se sorprende de ver grupos de curiosos de todas partes del mundo mirando el solar donde un día hubo un restaurante de mentira en el que vendían cannoli de mentira. A diferencia de mi abuela, ellos conocen a Tony Soprano.

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¿Por qué los turistas no van a Nueva Jersey? Pues porque no hay nada a lo que sacar fotos. Aquí, instagramers, aquí os quiero ver, lejos de los brunch ideales de Brooklyn. ¿Quién es el valiente que se atreve a hacer un #sinfiltros? Tengo que reconocer que estando allí en ningún momento hice esta reflexión. Igual que mis compañeros, gasté toda la batería inmortalizando un trozo de asfalto gris de un arcén, una puerta de servicio metálica azul y una mesa de metacrilato marrón.

satriales

Eché una mirada a lo Gandolfini al chico de trece años que a través del cristal del autocar observaba como los demás, mayores de edad, entrábamos al Bada Bing! Aquí te quedas con tus premios, abusón. Esperó fuera casi una hora.

Cuando estábamos a punto de irnos del club de striptease, tomé de recuerdo el posavasos que recogía el sudor frió de la Budweiser. Miré otra vez a las dos chicas que se contorsionaban en las barras verticales e intenté retener cuatro ideas y movimientos que en el momento adecuado me han jugado a favor. El guía nos contó que, en Nueva Jersey, la ley no permite vender alcohol y enseñar las tetas bajo el mismo techo. Como mi abuela nunca mostró interés por la normativa de Nueva Jersey, al final decidí que al volver pondría énfasis en el musical de Broadway que había visto la noche anterior.

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Lo mejor: sentarse en la mesa del restaurante en la que Tony Soprano se reúne con la familia en la última escena de la serie. Gallina de piel.
La curiosidad: en un momento del tour aparece (a veces) uno de los actores secundarios de la serie. Es verlo y exclamar: “¡Es él!”
Y para que no tengas que mentir diciendo que en el colegio estudiaste ruso, las respuestas son: Livia, Pie-o-my, “Don’t stop” y “Mr. Soprano”
¿Vale la pena pagar los más de 45 $ que cuesta el tour? Si te hablan de patos y notas un vacío existencial, ni lo dudes.
Recomendación: reserva con antelación. Aunque parezca imposible, se llena.
¿Puedo hacer la ruta por mi cuenta? Sí, si dispones de coche. Pero igual las chicas del Satin Dolls no te bailan al ritmo de “Woke up this morning”.

mm
Solo llego puntal cuando voy al cine, no sé resistirme a un mal plan y soy tan inútil orientándome que me perdería en mi propio museo. Espero que algún día declaren las patatas chips pilar de la dieta mediterránea. Me acompaña un ratón vaquero de nombre Cowmouse.