Lo que hace este chef en sus restaurantes de Barcelona se parece más a la orfebería que a la cocina tal y como siempre la hemos entendido.

Nombre: Ly Leap
Edad: 52 años.
Ciudad de origen: Nom Pen (Camboya)
Profesión: Chef, propietario de los restaurantes Indochine e Indochine Ly Leap, de cocina creativa del Sudeste Asiático.

Tras esos platos que rebosan creatividad, sensibilidad e inteligencia hallamos a un hombre, Ly Leap, cuya azarosa biografía –tras su huida del régimen de Pol Pot en Camboya y la pérdida de contacto durante años con su familia, a la que daba por muerta– daría para hacer un ‘biopic’.

Es por azar que vive en Barcelona y se dedica a la cocina, ¿verdad?
Sí. Yo estudiaba Medicina en París cuando tuve una especie de revelación en el tercer año de carrera.

¿Qué pasó?
Vivía en París desde los 13 años. Había salido de Camboya junto a mi hermana, huyendo del régimen de los Jemeres Rojos de Pol Pot y dejando atrás al resto de la familia, padres y hermanos, a los que dábamos por muertos. Cuando me enteré de que estaban vivos, a los 21 años, decidí dejar la Medicina y viajar a Barcelona.

¿Por qué?
Mi hermana ya vivía aquí, yo venía de vacaciones y me gustaba. Aunque hace treinta años la ciudad no tenía nada que ver con la de ahora y a menudo echaba de menos la vida en París… No puedo explicar qué me trajo a Barcelona, simplemente que algo cambió cuando supe que mis padres aún vivían.

[redbox text=”Creo que en la cocina hay algo que o se tiene o no se tiene, y yo supe que lo tenía, una mezcla de intuición, sensibilidad y, sobre todo, memoria.” position=”left”]

Aún así nunca pensó en volver a París.
Enseguida empecé a trabajar en el restaurante chino de mi hermana, de camarero. Un día el cocinero no vino y me tocó entrar en la cocina. Tenía 23 años. Nunca había cocinado, estaba muerto de miedo.

A juzgar por su situación actual se le debió dar bien.
Desde el principio. Entré ahí y lo entendí todo. Creo que en la cocina hay algo que o se tiene o no se tiene, y yo supe que lo tenía, una mezcla de intuición, sensibilidad y, sobre todo, memoria. Pese a no haber entrado nunca en una cocina hay enseñanzas que subyacen en tu memoria, en lo más profundo, pese a que tú no seas consciente. Y fue, paradójicamente, en la cocina de un restaurante chino en Barcelona donde me puse en contacto con los sabores y las sensaciones de mi infancia en Nom Pen, una ciudad que tuve que abandonar siendo prácticamente un niño.

Una experiencia cercana al misticismo, vaya.
Uy no, para nada. Aquel día, aquella primera vez hace ya 30 años, sufrí mucho. No me quedé tranquilo hasta que las dos mesas para las que había cocinado devolvieron los platos vacíos.

¿Qué pasó después?
Sólo deseaba que llegase el día libre del cocinero para cocinar. Empecé a innovar, a alejarme de la cocina china convencional y ofrecer platos del Sudeste Asiático, de Camboya, Tailandia y Vietnam. Y la gente los acogió tan bién que decidí lanzarme al vacío y abrir Indochine, mi primer restaurante.

¿Por aquel entonces ya tenía ubicada a su familia?
No fue fácil, no crea. Los localicé por carta, después volví a perderlos porque tuvieron que regresar a Camboya y fueron capturados por el régimen de nuevo hasta que se establecieron en Tailandia.

¿Qué recuerda de aquellos años?
Era un infierno. La filosofía de los Jemeres Rojos era clara: matar a las clases medias. Mi padre se dedicaba a la agricultura, era muy conocido, habían intentado matarle muchas veces. Pol Pot quería una Camboya en la que solo hubiese clase trabajadora, homogénea, obediente. También se buscaba la raza pura camboyana, con un fenotipo que nosotros no teníamos, pues mi abuela era china.

¿Consiguió localizarlos a todos?
Sí, pese a que siempre pasas periodos de duda, un sufrimiento que no deseo a nadie. Tras años de papeleo intentado sacarlos del país cuando al fin lo consigues te preguntas si son ellos o no, pues mucha gente se hacía pasar por familiar de expatriado para salir de Camboya. Esa sensación es terrible.

Indochine

¿Hubo final feliz?
Sí, mi padre acabó sus días en Suiza, donde murió. Pero todavía me quedan cosas que hacer por él.

¿Cuáles?
Mi padre siempre quiso hacer tres cosas en la vida: construir un templo, un puente y una escuela. Siempre hablaba de levantar un puente sobre el río Mekong, uno de los lugares que más inspira mi cocina, en cuya ribera crecen muchas de las hierbas y especias que utilizo y que eran habituales en mi infancia. Él era agricultor, se dedicaba al negocio de la soja, el cacahuete, el tabaco… Y no soportaba ver cómo la gente moría a causa del transporte por el río.

¿Y por qué una escuela?
Porque creía que la educación, y estoy de acuerdo, es la base de todo. Creía, y yo lo comparto, que un pueblo nunca avanzará sin educación. Y sabía muy bien de lo que hablaba. Para ello, para satisfacer el deseo de mi padre, mi intención es escribir mi biografía y utilizar el dinero recaudado para cumplir su sueño: construir una escuela en Camboya.

¿Cómo cree que vamos aquí de educación?
Hace treinta años, cuando llegué, cuando comparaba con París, me parecía deprimente la poca oferta cultural que había en Barcelona. Con en tiempo puedo decir que en el ámbito gastronómico hemos superado con creces a París.

Nombre: Ly Leap
Edad: 52 años.
Ciudad de origen: Nom Pen (Camboya)
Profesión: Chef, propietario de los restaurantes Indochine e Indochine Ly Leap, de cocina creativa del Sudeste Asiático.

Tras esos platos que rebosan creatividad, sensibilidad e inteligencia hallamos a un hombre, Ly Leap, cuya azarosa biografía –tras su huida del régimen de Pol Pot en Camboya y la pérdida de contacto durante años con su familia, a la que daba por muerta– daría para hacer un ‘biopic’.

Es por azar que vive en Barcelona y se dedica a la cocina, ¿verdad?
Sí. Yo estudiaba Medicina en París cuando tuve una especie de revelación en el tercer año de carrera.

¿Qué pasó?
Vivía en París desde los 13 años. Había salido de Camboya junto a mi hermana, huyendo del régimen de los Jemeres Rojos de Pol Pot y dejando atrás al resto de la familia, padres y hermanos, a los que dábamos por muertos. Cuando me enteré de que estaban vivos, a los 21 años, decidí dejar la Medicina y viajar a Barcelona.

¿Por qué?
Mi hermana ya vivía aquí, yo venía de vacaciones y me gustaba. Aunque hace treinta años la ciudad no tenía nada que ver con la de ahora y a menudo echaba de menos la vida en París… No puedo explicar qué me trajo a Barcelona, simplemente que algo cambió cuando supe que mis padres aún vivían.

[redbox text=”Creo que en la cocina hay algo que o se tiene o no se tiene, y yo supe que lo tenía, una mezcla de intuición, sensibilidad y, sobre todo, memoria.” position=”left”]

Aún así nunca pensó en volver a París.
Enseguida empecé a trabajar en el restaurante chino de mi hermana, de camarero. Un día el cocinero no vino y me tocó entrar en la cocina. Tenía 23 años. Nunca había cocinado, estaba muerto de miedo.

A juzgar por su situación actual se le debió dar bien.
Desde el principio. Entré ahí y lo entendí todo. Creo que en la cocina hay algo que o se tiene o no se tiene, y yo supe que lo tenía, una mezcla de intuición, sensibilidad y, sobre todo, memoria. Pese a no haber entrado nunca en una cocina hay enseñanzas que subyacen en tu memoria, en lo más profundo, pese a que tú no seas consciente. Y fue, paradójicamente, en la cocina de un restaurante chino en Barcelona donde me puse en contacto con los sabores y las sensaciones de mi infancia en Nom Pen, una ciudad que tuve que abandonar siendo prácticamente un niño.

Una experiencia cercana al misticismo, vaya.
Uy no, para nada. Aquel día, aquella primera vez hace ya 30 años, sufrí mucho. No me quedé tranquilo hasta que las dos mesas para las que había cocinado devolvieron los platos vacíos.

¿Qué pasó después?
Sólo deseaba que llegase el día libre del cocinero para cocinar. Empecé a innovar, a alejarme de la cocina china convencional y ofrecer platos del Sudeste Asiático, de Camboya, Tailandia y Vietnam. Y la gente los acogió tan bién que decidí lanzarme al vacío y abrir Indochine, mi primer restaurante.

¿Por aquel entonces ya tenía ubicada a su familia?
No fue fácil, no crea. Los localicé por carta, después volví a perderlos porque tuvieron que regresar a Camboya y fueron capturados por el régimen de nuevo hasta que se establecieron en Tailandia.

¿Qué recuerda de aquellos años?
Era un infierno. La filosofía de los Jemeres Rojos era clara: matar a las clases medias. Mi padre se dedicaba a la agricultura, era muy conocido, habían intentado matarle muchas veces. Pol Pot quería una Camboya en la que solo hubiese clase trabajadora, homogénea, obediente. También se buscaba la raza pura camboyana, con un fenotipo que nosotros no teníamos, pues mi abuela era china.

¿Consiguió localizarlos a todos?
Sí, pese a que siempre pasas periodos de duda, un sufrimiento que no deseo a nadie. Tras años de papeleo intentado sacarlos del país cuando al fin lo consigues te preguntas si son ellos o no, pues mucha gente se hacía pasar por familiar de expatriado para salir de Camboya. Esa sensación es terrible.

Indochine

¿Hubo final feliz?
Sí, mi padre acabó sus días en Suiza, donde murió. Pero todavía me quedan cosas que hacer por él.

¿Cuáles?
Mi padre siempre quiso hacer tres cosas en la vida: construir un templo, un puente y una escuela. Siempre hablaba de levantar un puente sobre el río Mekong, uno de los lugares que más inspira mi cocina, en cuya ribera crecen muchas de las hierbas y especias que utilizo y que eran habituales en mi infancia. Él era agricultor, se dedicaba al negocio de la soja, el cacahuete, el tabaco… Y no soportaba ver cómo la gente moría a causa del transporte por el río.

¿Y por qué una escuela?
Porque creía que la educación, y estoy de acuerdo, es la base de todo. Creía, y yo lo comparto, que un pueblo nunca avanzará sin educación. Y sabía muy bien de lo que hablaba. Para ello, para satisfacer el deseo de mi padre, mi intención es escribir mi biografía y utilizar el dinero recaudado para cumplir su sueño: construir una escuela en Camboya.

¿Cómo cree que vamos aquí de educación?
Hace treinta años, cuando llegué, cuando comparaba con París, me parecía deprimente la poca oferta cultural que había en Barcelona. Con en tiempo puedo decir que en el ámbito gastronómico hemos superado con creces a París.