Dicen que El Trasgu sea posiblemente uno de los mejores restaurantes de Madrid. Así que allá fueron mis once metros de intestino y yo para comprobar si eso era cierto. Y sí, lo era.

Comer vida

Os lo juro. Yo he estado en sitios donde el marisco llevaba más tiempo congelado que Walt Disney. He comido de todo en todas las latitudes. Es por eso que cuando pruebo algo fresco se me hacen los ojos chiribitas. Adoro comer viveza. Aún salgo de El Trasgu pensando que quizá, allá por el Manzanares, haya un océano que hasta entonces desconocía. ¿De dónde sacará esta gente el pescado? Quizá traigan las lubinas en un chárter privado desde el cantábrico. Fresco en las paellas, fresco a la plancha. Por un momento, sentir estar como en casa y tener deseos de acercarme al borde de la terraza y poner la mano a modo de visera. “¿Pero estáis seguros de que aquí no hay mar?”.

Una terraza donde sentirte Dios

Una vez comprobado que, efectivamente, en Madrid no hay mar, solo me queda contemplar las vistas desde su terraza. Que esté ubicado en la sierra permite que tenga un skyline privilegiado de Madrid. No hay nada que más alimente mis delirios de grandeza que una vista panorámica de la ciudad. Acariciar suavemente mi Gin Tonic en balón de copa —o acariciar un solomillo de corzo, me da lo mismo—  y pensar para mis adentros: “corred, hormiguitas, corred”.  

Si encima me encuentro en una de las mejores terrazas de Europa ya entonces me creo el Lobo de Wall Street, pero en versión española, algo así como una especie de Melendi invirtiendo en Bonos del Tesoro. Me encantan esos rinconcitos alejados del bullicio, donde puedo sentirme casi como un semidios. Y más si puedo hacerlo sin dejar medio sueldo en el intento (de hecho el precio es muy asequible). Os juro que esa terraza es carne de selfie. Sin duda que lo petaréis en Instagram.

Volver a los orígenes

Recordad lo que le pasó a Ícaro. Por muy alto que voléis siempre es recomendable no olvidar tus orígenes. Es por eso que El Trasgu elabora varios platos que te harán recordar con nostalgia a tu abuela: fabadas, albóndigas de solomillo, callos de Kobe a la madrileña, caldereta, lentejas… Merece la pena. Os lo digo yo, que si en algo somos expertos los asturianos eso es en la lluvia y en los guisos, o en los guisos en los días de lluvia.

Platos así son perfectos para sentirse como en casa y combatir el duro invierno madrileño. Y bueno… ¡para el verano también! Si los saharauis confían en que el té hirviendo es un buen remedio para combatir el calor, ¿quiénes somos nosotros para contradecirlos y negarnos a comer una fabada con la canícula de agosto? Como alternativa al pescado y al guiso, también tienes todo tipo de carnes hechas en horno de leña de encina: chuletón, solomillo… Una auténtica maravilla.

Todo es como en casa

Si algo echo de menos de vivir en grandes ciudades es el de encontrar fácilmente productos de proximidad. Saber que si compro una zanahoria ha sido arrancada el día anterior directamente de la tierra. O que la gallina de los huevos que compro ha sido criada en un corral y no en una jaula. Y es algo que me gustó encontrar en El Trasgu. Tienen platos de verduras y de huevos que te hacen recordar los sabores de casa y que además sirve como una buenísima alternativa para los vegetarianos. ¡Por fin un tomate que sabe a tomate!

Fijaros si se esmeran en conseguir calidad del producto que hasta importan carne de Japón para hacer el Kobe japonés. ¿Habrán aprendido japonés o usarán Google Translator? No lo sé. Hay secretos en la buena cocina que nunca se pueden desvelar.  

A la altura del duende

Salí de allí pensando que si me hubieran dado un poco de sal me comería hasta la carta. Volví cerciorándome por el camino de que no hubiera por allí un mar que se nos hubiera pasado a todos desapercibido. Por ahora no lo he encontrado. Quién sabe, quizás El Trasgu, el duende, lo haya hecho desaparecer y lo esté utilizando para su propio beneficio. Lo que sí sé con certeza es que volveré. Desde luego, puedo decir que mi admiración por el restaurante está a la misma altura que ese divertido y travieso personaje.

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No hace muchos años descubrí que Ginebra era también una ciudad. Fue entonces cuando empecé a viajar para curar un poco mi ignorancia. Todavía sigo en ello.