Un día, cuatro amigas decidimos comprar un billete de avión, alquilar un coche y hacer kilómetros por la carretera a lo Thelma & Louise saltándonos las partes de los energúmenos arruinándoles la vida, los polis pisándoles los talones y los finales trágicos.

Una ruta limitada por un presupuesto limitado, que empezó en Phoenix y terminó en San Francisco y pasó por Grand Canyon, Las Vegas, Death Valley, Yosemite y bajó hacia la costa para volverla a subir resiguiéndola. Y no, no estuvimos en Los Ángeles. ¡Con lo que a ti te gusta el cine! Presupuesto limitado, implica renunciar. Preferí San Francisco a Hollywood.

[redbox text=”La vida, cuando viajas por la Costa Oeste de los Estados Unidos, es los kilómetros que recorres en coche de un lugar a otro sin retenciones, cruzándote de vez en cuando con un grupo de Harleys, con un tráiler reluciente o con un viejecito en un cortacésped (vale, esto último no lo vimos).” position=”right”]

Estas son algunas de las cosas que aprendí de unos de los mejores viajes que se pueden hacer en la vida aunque seas de los que odian Estados Unidos, sobre todo por habernos hecho creer que es mejor quedar para hacer el brunch que el vermut. ;-) 

No olvidar que las armas de fuego son legales

La vida, cuando viajas por la Costa Oeste de los Estados Unidos, es los kilómetros que recorres en coche de un lugar a otro sin retenciones, cruzándote de vez en cuando con un grupo de Harleys, con un tráiler reluciente o con un viejecito en un cortacésped (vale, esto último no lo vimos). Las dos amigas de los asientos de atrás del coche haciendo la siesta; las dos de delante, charlando de cualquier cosa y de todo (de trabajo y familia, de sueños, de polvos pendientes y polvos que tendrían que haber seguido siendo pendientes).

Es una “road movie” por autopistas de carriles gigantes y carreteras míticas como la ruta 66 o la de las 17 millas. Sí, la 66, la que cruza por pueblos que vivieron tiempos mejores y que solo tienen un bar, una tienda, una iglesia, la oficina del sheriff con el coche aparcado en la puerta y tantas casas con porche como dedos le quedan a un carnicero en una mano. Alrededor, extensiones de campos, de prados, de nada habitado (tal vez otra casa con porche de vez en cuando, tal vez no). Y aunque no suene música dentro del coche, oyes a los Rolling Stones cantando “Route 66”. Pero también piensas en un chaval de quince años que viva allí todo el año y lo necesario que es prohibir las armas de fuego.

Si Rayo McQueen (el de la peli “Cars”) paró en Seligman, por algo será. El señor Delgadillo te espera para servirte una hamburguesa, venderte un suvenir y presentarte a la familia. Qué amable es todo el mundo en todos lo pueblos (excepto el bajito come limones del alquiler del coche en Phoenix).

Seligman_2-min

Todo es más grande, más caluroso, más todo

Tengo la teoría de que los norteamericanos son grandilocuentes porque su naturaleza es exagerada. Las secuoyas de Yosemite tienen unos troncos que dejan la casa de David el Gnomo en una choza dentro de un palillo. Lo del Grand Canyon es incomparable hasta el punto que la típica señora que siempre encuentra un parecido razonable con algo que hay en España se quedaría muda. Ya que estás, súbete a un helicóptero y disfrútalo, también, desde el aire. No te vayas antes de la puesta de sol. Recordarás toda la vida los colores y llegarás a emocionarte cuando los reconozcas en una paleta Pantone.

Una foto publicada por GrandCanyonNPS (@grandcanyonnps) el

Vigila cuando bajes del coche a ver si hay para tanto o el calor del desierto de Death Valley se asemeja a los veranos en la llanura extremeña, porque, igual, “tus amigas” intentan abandonarte con la única compañía de una botella de agua y los correcaminos. Aquí aprendí, también, que no todo el mundo valora mi capacidad para opinar de todo.

Cuando menos te lo esperas estás en una del oeste o haciendo el hippy

Cuando haces ruta (por cualquier lugar del mundo) descubres por el camino pueblos y ciudades como Mariposa, Monterrey, Santa Cruz (y unas cuantas santas más), Flagstaff, Mammouth lake o el Big sur, donde terminas rodeado de hippies (de los que llevan etiqueta de denominación de origen, no como los de Sedona) en un festival de la Henry Miller Library.

Bodie es un pueblo fantasma que se mantiene tal y como lo abandonaron sus últimos habitantes cuando el oeste aún era el Far West. Está el salón, el colegio, la iglesia y casas de madera. También puede que te encuentres con un club de amigos del oeste vestidos para la ocasión, montados a caballo y en carruajes que aquel día han decidido acercarse a Bodie y actuar como si no viviéramos en el siglo XXI. Cuando empezó el duelo, decidimos irnos. Más que nada por lo de la ley de las armas de fuego en este país…  

 

Una foto publicada por What’s Up 209?! (@whatsup209) el

Las Vegas es deprimente, sí, pero hay que verlo

En medio del desierto se levanta una ciudad – parque temático donde logran hacerte perder la noción del tiempo. Dentro de los casinos de dentro de los hoteles con aire condicionado, y comunicados entre sí, hay abuelas que juegan a las tragaperras por la noche y que lo siguen haciendo por la mañana cuando te levantas. Las capillas están destartaladas, pero aún así, te apetece vestirte de Marilyn o Elvis en su peor época, la del mono blanco, y casarte con el primero que pase. Es Las Vegas y entras en el juego. Mejor esto que ver uno de los mil espectáculos de Cirque de Soleil que programan o aguantar un concierto de Celine Dion.

Si se hace la ruta, debe visitarse Las Vegas y dormir en alguno de los hoteles temáticos (hay habitaciones tiradas de precio). Porque lo de encontrar alojamiento durante el trayecto en cualquier época del año, sobre la marcha, es fácil. Si se va con el presupuesto controlado y no más de doce días como nosotras, es práctico tener reservados los moteles (moteles como los de las pelis y al lado de cafeterías como las de las pelis, con camareras que te reciben con la jarra de café en la mano y te sirven una montaña de tortitas con sirope de arce). Así, no hay sustos. Y si no se es de devorar, comer también puede salir bien de precio. Los platos parecen caros en la carta, pero la mayoría lleva acompañamiento. No estoy hablando de cuatro hojas de lechuguita, sino de una buena ración de ensalada, pasta… Total, que con un plato, comen dos. Lo mejor es que aunque ya no te acuerdas de cuando cumpliste los 21, te piden algún carnet cada vez que encargas una botella de vino y, a veces, hasta una cerveza. ¡Te hacen sentir joven!

El polar es imprescindible en San Francisco en agosto

El mejor momento para visitar San Francisco es en otoño o en primavera. El tiempo es parecido al de Barcelona. Pero si se va en pleno agosto es muy probable que te congeles mientras oyes a las focas reírse de ti y no contigo y a Janis Joplin cantar desde su casa morada y a los escritores de la generación Beat escribir a ritmo de jazz (y de alcohol, y de drogas…) y… Te da pena no quedarte más días, porque te falta mucho por disfrutar, lecciones por aprender y momentos para compartir con tus amigas. Fue nuestro gran viaje.

SanFrancisco_2

Una ruta limitada por un presupuesto limitado, que empezó en Phoenix y terminó en San Francisco y pasó por Grand Canyon, Las Vegas, Death Valley, Yosemite y bajó hacia la costa para volverla a subir resiguiéndola. Y no, no estuvimos en Los Ángeles. ¡Con lo que a ti te gusta el cine! Presupuesto limitado, implica renunciar. Preferí San Francisco a Hollywood.

[redbox text=”La vida, cuando viajas por la Costa Oeste de los Estados Unidos, es los kilómetros que recorres en coche de un lugar a otro sin retenciones, cruzándote de vez en cuando con un grupo de Harleys, con un tráiler reluciente o con un viejecito en un cortacésped (vale, esto último no lo vimos).” position=”right”]

Estas son algunas de las cosas que aprendí de unos de los mejores viajes que se pueden hacer en la vida aunque seas de los que odian Estados Unidos, sobre todo por habernos hecho creer que es mejor quedar para hacer el brunch que el vermut. ;-) 

No olvidar que las armas de fuego son legales

La vida, cuando viajas por la Costa Oeste de los Estados Unidos, es los kilómetros que recorres en coche de un lugar a otro sin retenciones, cruzándote de vez en cuando con un grupo de Harleys, con un tráiler reluciente o con un viejecito en un cortacésped (vale, esto último no lo vimos). Las dos amigas de los asientos de atrás del coche haciendo la siesta; las dos de delante, charlando de cualquier cosa y de todo (de trabajo y familia, de sueños, de polvos pendientes y polvos que tendrían que haber seguido siendo pendientes).

Es una “road movie” por autopistas de carriles gigantes y carreteras míticas como la ruta 66 o la de las 17 millas. Sí, la 66, la que cruza por pueblos que vivieron tiempos mejores y que solo tienen un bar, una tienda, una iglesia, la oficina del sheriff con el coche aparcado en la puerta y tantas casas con porche como dedos le quedan a un carnicero en una mano. Alrededor, extensiones de campos, de prados, de nada habitado (tal vez otra casa con porche de vez en cuando, tal vez no). Y aunque no suene música dentro del coche, oyes a los Rolling Stones cantando “Route 66”. Pero también piensas en un chaval de quince años que viva allí todo el año y lo necesario que es prohibir las armas de fuego.

Si Rayo McQueen (el de la peli “Cars”) paró en Seligman, por algo será. El señor Delgadillo te espera para servirte una hamburguesa, venderte un suvenir y presentarte a la familia. Qué amable es todo el mundo en todos lo pueblos (excepto el bajito come limones del alquiler del coche en Phoenix).

Seligman_2-min

Todo es más grande, más caluroso, más todo

Tengo la teoría de que los norteamericanos son grandilocuentes porque su naturaleza es exagerada. Las secuoyas de Yosemite tienen unos troncos que dejan la casa de David el Gnomo en una choza dentro de un palillo. Lo del Grand Canyon es incomparable hasta el punto que la típica señora que siempre encuentra un parecido razonable con algo que hay en España se quedaría muda. Ya que estás, súbete a un helicóptero y disfrútalo, también, desde el aire. No te vayas antes de la puesta de sol. Recordarás toda la vida los colores y llegarás a emocionarte cuando los reconozcas en una paleta Pantone.

Una foto publicada por GrandCanyonNPS (@grandcanyonnps) el

Vigila cuando bajes del coche a ver si hay para tanto o el calor del desierto de Death Valley se asemeja a los veranos en la llanura extremeña, porque, igual, “tus amigas” intentan abandonarte con la única compañía de una botella de agua y los correcaminos. Aquí aprendí, también, que no todo el mundo valora mi capacidad para opinar de todo.

Cuando menos te lo esperas estás en una del oeste o haciendo el hippy

Cuando haces ruta (por cualquier lugar del mundo) descubres por el camino pueblos y ciudades como Mariposa, Monterrey, Santa Cruz (y unas cuantas santas más), Flagstaff, Mammouth lake o el Big sur, donde terminas rodeado de hippies (de los que llevan etiqueta de denominación de origen, no como los de Sedona) en un festival de la Henry Miller Library.

Bodie es un pueblo fantasma que se mantiene tal y como lo abandonaron sus últimos habitantes cuando el oeste aún era el Far West. Está el salón, el colegio, la iglesia y casas de madera. También puede que te encuentres con un club de amigos del oeste vestidos para la ocasión, montados a caballo y en carruajes que aquel día han decidido acercarse a Bodie y actuar como si no viviéramos en el siglo XXI. Cuando empezó el duelo, decidimos irnos. Más que nada por lo de la ley de las armas de fuego en este país…  

 

Una foto publicada por What’s Up 209?! (@whatsup209) el

Las Vegas es deprimente, sí, pero hay que verlo

En medio del desierto se levanta una ciudad – parque temático donde logran hacerte perder la noción del tiempo. Dentro de los casinos de dentro de los hoteles con aire condicionado, y comunicados entre sí, hay abuelas que juegan a las tragaperras por la noche y que lo siguen haciendo por la mañana cuando te levantas. Las capillas están destartaladas, pero aún así, te apetece vestirte de Marilyn o Elvis en su peor época, la del mono blanco, y casarte con el primero que pase. Es Las Vegas y entras en el juego. Mejor esto que ver uno de los mil espectáculos de Cirque de Soleil que programan o aguantar un concierto de Celine Dion.

Si se hace la ruta, debe visitarse Las Vegas y dormir en alguno de los hoteles temáticos (hay habitaciones tiradas de precio). Porque lo de encontrar alojamiento durante el trayecto en cualquier época del año, sobre la marcha, es fácil. Si se va con el presupuesto controlado y no más de doce días como nosotras, es práctico tener reservados los moteles (moteles como los de las pelis y al lado de cafeterías como las de las pelis, con camareras que te reciben con la jarra de café en la mano y te sirven una montaña de tortitas con sirope de arce). Así, no hay sustos. Y si no se es de devorar, comer también puede salir bien de precio. Los platos parecen caros en la carta, pero la mayoría lleva acompañamiento. No estoy hablando de cuatro hojas de lechuguita, sino de una buena ración de ensalada, pasta… Total, que con un plato, comen dos. Lo mejor es que aunque ya no te acuerdas de cuando cumpliste los 21, te piden algún carnet cada vez que encargas una botella de vino y, a veces, hasta una cerveza. ¡Te hacen sentir joven!

El polar es imprescindible en San Francisco en agosto

El mejor momento para visitar San Francisco es en otoño o en primavera. El tiempo es parecido al de Barcelona. Pero si se va en pleno agosto es muy probable que te congeles mientras oyes a las focas reírse de ti y no contigo y a Janis Joplin cantar desde su casa morada y a los escritores de la generación Beat escribir a ritmo de jazz (y de alcohol, y de drogas…) y… Te da pena no quedarte más días, porque te falta mucho por disfrutar, lecciones por aprender y momentos para compartir con tus amigas. Fue nuestro gran viaje.

SanFrancisco_2

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Solo llego puntal cuando voy al cine, no sé resistirme a un mal plan y soy tan inútil orientándome que me perdería en mi propio museo. Espero que algún día declaren las patatas chips pilar de la dieta mediterránea. Me acompaña un ratón vaquero de nombre Cowmouse.