El ser humano lleva viajando, por razones muy diversas, desde que el mundo es mundo. A pesar de ello, existe aún hoy un espécimen extraño: la mujer viajera, en especial la que viaja sola. Por eso, vengo a reivindicar a esas mujeres que se lanzan a la aventura.

Hay algo mágico en los álbumes de fotos. Están repletos de momentos congelados, de alegrías vividas. Abarcan años, a veces décadas, y la transformación de las sociedades se puede ver reflejada en ellos. Si hay suerte, se podrá observar en sus páginas el cambio de formato de las cámaras con las que las imágenes fueron tomadas. También veremos el paso del blanco y negro al color (e, irónicamente, la vuelta al principio, porque ya se sabe que todo tiempo pasado fue más cool).

Todo esto pensé cuando mi tía abuela Chony me acercó el suyo. Esas páginas abarcan gran parte de su vida, concretamente desde 1922, cuando nació ella, hasta 1991, que es, casualmente, cuando nací yo. Es precioso descubrir que hay ciudades que ambas hemos visitado —La Habana, París o Copenhague, por ejemplo—. Pero también es impactante darse cuenta de que otros lugares ya no existen tal como salen reflejados en las imágenes, o bien por cambios políticos (mi tía visitó la URSS, pero yo viajé a Rusia), o bien porque han sido destruidos, como es el caso de Palmira, en Siria.

viajar sola

Los álbumes de fotos nos parecen ahora un invento del pasado. Una forma creativa de talar árboles. Si fueran de esos con imágenes en movimiento al estilo Harry Potter, en los que tan pronto estás viendo a tu prima en su boda como desaparece, otro gallo cantaría. Pero aquí estoy yo para deciros que sí, que mola pila tener tus recuerdos reunidos en un cuaderno para que la gente del futuro pueda ver otros mundos a través de tus ojos.

Viajes made-in-tú

A pesar de todos los años que nos separan y de las diferencias que existen entre nosotras, hay un nexo indudable entre mi tía y yo: nuestro amor por descubrir sitios nuevos, empapándonos de las gentes y las culturas de cada lugar. Sin embargo, existen también grandes diferencias. La más notable es la forma de viajar. Generalmente, ella se movía en grupos organizados, ya fuera sola o acompañada de alguna amiga. Ahora, a la gente con espíritu houdini esta forma de turismo nos suele parecer encorsetada y tratamos de buscar alternativas hechas a medida. Pillamos el avión por aquí, el alojamiento por allá, trazamos la ruta, la modificamos sobre la marcha porque hemos descubierto que nuestro grupo favorito toca en un festival de un pueblo cercano y OMG cómo voy a perderme yo eso…

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Mejor viajar sola que quedarte en casa

Las cosas han cambiado, sí. Pero hay algo que no es tan diferente: las mujeres no solemos viajar solas-solas. Y hago énfasis en esto porque no debemos olvidar que hace un par de años, cuando Marina Menegazzo y María José Coni fueron asesinadas, se comentó que “viajaban solas”. ¡Pero si eran dos!

Yo, por ejemplo, confieso que nunca he viajado sola al 100 %. Pero sí he ido a visitar a amigos que tenían que trabajar y me dejaban a mi bola casi todo el día. Y recuerdo con pasión esos paseos interminables, las visitas a museos en las que te puedes tirar horas delante de un cuadro que te ha atrapado sin que nadie te reclame.

En realidad, creo que el reto no está tanto en el viaje como en la soledad. ¿Has ido alguna vez sola al cine? ¿Cuántas veces te has quedado sin ir a un concierto de un grupo que te encanta porque no querías ir sin compañía? Nos acostumbramos tanto a hacer las cosas con más gente que nos volvemos un poco inútiles en solitario. No sabemos disfrutar del tiempo que tenemos para conocernos y aprender a estar a solas.

Del mismo modo que no hacemos cosas por nuestra cuenta en nuestra propia ciudad, escapamos de los viajes de a uno. Las razones son numerosas, pero me atrevo a resumirlas en una: miedo. Miedo a lo desconocido, a que nos pase algo… En realidad, creo que muchos de estos miedos nos agarrotan más por inercia que por el hecho de que nos hayamos parado a pensar sobre ellos. No estoy diciendo, ni mucho menos, que no haya riesgos. Pero creo que hay que diferenciar entre el miedo abstracto y la amenaza concreta. Que, quizá, es mejor agarrar un bate y asomarse debajo de la cama a ver si de verdad está ahí Sulley antes que resignarnos a una noche de insomnio.

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Y, así, cuando nos decidimos a dar el salto, descubrimos que viajar solas es algo maravilloso. Nos permite pasar tiempo con nosotras mismas, conocernos mejor, saber qué situaciones nos gustan y cuáles nos ponen incómodas. Nos permite enfrentarnos a los miedos, fortalecernos con los pequeños logros. Nos permite un tiempo de autocuidado, sin tener que estar pendiente de negociaciones con otras personas. Y tantas cosas más.

Kit de empoderamiento para la primera aventura

Sé lo que estás pensando: todo esto está muy bien, pero yo sigo acojoná. Lo sé porque me pasa lo mismo. Lo bueno es que no estás sola, y no lo digo en plan consuelo de tontos. El hecho es que cada vez hay más mujeres hablando de esto y compartiendo experiencias y consejos en blogs, entre amigas… Por ejemplo, hace unos meses fui al taller Viajar solas sin dinero y sin miedo, impartido por Elisa Coll, y ahora tengo más ganas que nunca de lanzarme a la aventura. Y no porque haya perdido el miedo, sino porque me siento capaz de enfrentarme a él. En la sesión se creó una atmósfera muy bonita donde un montón de mujeres compartimos nuestras preocupaciones y vivencias y exploramos la raíz del miedo a movernos solas.

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Lo que yo descubrí cuando asistí al taller es que, en realidad, los temores que sentimos cuando nos planteamos pillar un avión y plantarnos en un lugar desconocido no son tan distintos de los que sentimos cuando nos planteamos volver solas a casa por la noche, por ejemplo. Aprendí que somos muchas las que estamos en la misma situación, y siempre sienta bien compartir preocupaciones y vivencias. Y, finalmente, comprendí que en multitud de situaciones desagradables vividas por las asistentes al taller, una mujer desconocida nos había echado un cable.

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© Marta Lizcano

Creo que escribo esto para coger fuerzas y decirme a mí misma que tenemos derecho a viajar y sentirnos libres tanto como los hombres. Y, también, para decírtelo a ti que me estás leyendo. Viajemos solas, por las que no pudieron hacerlo en su momento. Hagámoslo por las que vienen detrás. Y, por supuesto, por nosotras mismas.

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Crecí en el norte y viajo buscando el mar. Me encanta el olor de los laboratorios de fotografía y los libros viejos. A veces me pongo digital y escribo en blogs sobre cosas.