Imagina una noche en un castillo medieval. En el exterior, llueve. Te pierdes por los pasillos antes de localizar tu habitación. ¿Era izquierda-derecha-izquierda o...? Dudas. Las antorchas y los relámpagos iluminan tu camino, y el traqueteo de las ruedas de tu maleta se silencia cuando por fin alcanzas la 712. Ahora deja de imaginar: esto es real, estás en el Parador de Cardona y vas a pasar una noche con Adalés. ¿Quieres conocerla?

No, Adalés no es tu nuevo ligue del Tinder, ni una influencer de Instagram. Ella no necesita redes sociales ni carísimas campañas de marketing para conseguir la fama; le basta con ‘existir’, eso sí, a su manera. No la ves, pero la sientes. No te habla, pero se comunica. Adalés es el fantasma que vive en el Parador de Cardona. ¿No me crees? Está bien, no te culpo. Yo también era escéptica hasta que descubrí su historia.

Conociendo a Adalés

Viaja al pasado y sitúate en la época del conflicto entre moros y cristianos. Esa en la que los guerreros musulmanes se encontraban en plena conquista de Cataluña. Ante semejante panorama, el Vizconde de Cardona Ramòn Folch aprovechó las fiestas de su pueblo para invitar a un príncipe musulmán, Abdalá, a generar ‘buen rollo’ y así evitar que invadiese sus tierras. El joven mozo aceptó y se presentó en el castillo. Cena, música y risas. Una parranda de las que hacen historia. A Abdalá se le subieron un poco los grados del vino y salió a coger aire por los jardines de la fortaleza. Allí conoció a Adalés, la preciosa (y cristiana) hija del vizconde. El príncipe le envió un ‘super like’ con la mirada y ella le correspondió, aunque ambos sabían que su amor podía desencadenar un conflicto bélico. ¿Solución? Se empezaron a ver a escondidas.

Pero los descubrieron. Y pagaron cara su travesura. Los castigos de antes no eran como los de ahora. Los padres de hoy en día te quitan la consola un par de horas, y con suerte. Hace diez siglos, tu padre declaraba una guerra y te encerraba a pan y agua en una de las torres de su castillo. Para cuando decide perdonarte (al año, más o menos), ya te has muerto de soledad y tristeza.

Lo que nos cuentan

Hay miles de historias relacionadas con el fantasma de Adalés. Casi todas tienen como escenario la habitación 712, aunque la 713 tampoco se queda atrás. Ambos cuartos son los más cercanos a la Torre de la Minyona, lugar donde la joven murió, y están a disposición de cualquier cliente. El director del hotel y el jefe de recepción nos cuentan que han acudido todo tipo de expertos: médiums, meigas, parapsicólogos y, como no, Iker Jiménez. Todos ellos buscando dar respuesta a los acontecimientos paranormales que ocurren en el Parador de Cardona.

Ruidos, luces parpadeantes, grifos abiertos, son algunos de los sucesos más comunes. El servicio nos advierte de que se han encontrado las ventanas abiertas; también de que desaparecen las mantas de los armarios. Algunos usuarios hablan de apariciones y, desde recepción, nos informan de que no es la primera vez que tienen que realizar un checkout a las dos de la madrugada por lo que los huéspedes han experimentado en esta habitación. Además, el director nos confiesa que, tras cuatro años al mando del Parador, ha tenido que reponer la mampara del baño de la 712 hasta en nueve ocasiones porque se hace añicos; lo más curioso de este hecho es que siempre estalla en pedazos cuando la alcoba está vacía. También nos relata que uno de sus predecesores, que vivía en las instalaciones y tenía de mascota un pastor alemán, siempre contaba que su perro nunca quiso subir a la séptima planta.

Los más sensitivos o las personas de cuerpo abierto que han pasado por Cardona hablan de que Adalés no está sola. Describen también a un monje que vivió en la parte del castillo conocida como la Colegiata de Sant Viçent. En este edificio de culto religioso, que sirvió como cementerio en el pasado, una joven no quiso entrar durante una visita guiada por el castillo porque “la sala estaba llena de gente” y se iba a agobiar. Cabe añadir que no había nadie en su interior.

Entramos en la 712

Cogemos aire y entramos en la habitación 712. Nada más cruzar el umbral, justo en frente, está el baño. En este caso, la mampara está intacta: parece que Adalés está de buen humor. Si giras a la izquierda te encuentras una cama con dosel y telas. La habitación es pequeña, acogedora, pero tiene todo lo necesario: armario, televisor, escritorio y, lo más espectacular, las vistas al Prepirineo. Como estamos en la parte más alta del castillo, asomarse a la ventana es como sumergirse en un cuadro de Monet.

Yo me quedé allí. La esperé toda la noche, pero no debí caerle nada bien. Quizá le intimidó que le estuviese hablando todo el rato. No estoy loca: desde la perspectiva que me dan los días, lo achaco a los nervios. A las cinco y media de la mañana, después de haberle contado mis casi tres décadas de vida, un fuerte golpe en la pared me silenció. No sé si sería Adalés comunicándose conmigo o el huésped de la habitación de al lado, quejándose de mi monólogo. Cuando el sol comenzó a aparecer en el horizonte, también se manifestaron mis ganas de hacer pis. Al entrar al lavabo, la luz empezó a parpadear. Con la misma salí y cerré la puerta tras de mí. Estaría ocupado. Recordé las palabras de Sheldon Cooper: “Yo soy el dueño de mi vejiga”, y así en bucle hasta que llegué a mi casa.

Cardona es más que su fantasma

Puedes usar a Adalés de excusa, pero Cardona es un sitio que tienes que conocer y el Parador es un lugar de obligatoria visita. Métete en tu Tardis y recorre los 100 kilómetros que separan el pueblo de la ciudad de Barcelona. El viaje en el tiempo está garantizado: su centro histórico, con calles estrechas y construcciones de piedra, que te inspiran la necesidad de ir a caballo con tu yelmo. El castillo, en lo alto del promontorio, trae al presente la Edad Media. Las minas de sal y el río Cardener completan la estampa.

Créditos: María Romero

Si te da respeto lo paranormal, pídete otra habitación o, al menos, quédate a comer. Su gastronomía tiene tantas estrellas como el hotel. Propón alguno de sus salones para la próxima comida de Navidad o piénsate en dar el paso que necesita tu relación con una boda mágica y haz del Parador de Cardona TU castillo. No hace falta ser la novia cadáver para casarte entre sus muros. El castillo ya tiene su fantasma: ahora solo necesita a su princesa.

No, Adalés no es tu nuevo ligue del Tinder, ni una influencer de Instagram. Ella no necesita redes sociales ni carísimas campañas de marketing para conseguir la fama; le basta con ‘existir’, eso sí, a su manera. No la ves, pero la sientes. No te habla, pero se comunica. Adalés es el fantasma que vive en el Parador de Cardona. ¿No me crees? Está bien, no te culpo. Yo también era escéptica hasta que descubrí su historia.

Conociendo a Adalés

Viaja al pasado y sitúate en la época del conflicto entre moros y cristianos. Esa en la que los guerreros musulmanes se encontraban en plena conquista de Cataluña. Ante semejante panorama, el Vizconde de Cardona Ramòn Folch aprovechó las fiestas de su pueblo para invitar a un príncipe musulmán, Abdalá, a generar ‘buen rollo’ y así evitar que invadiese sus tierras. El joven mozo aceptó y se presentó en el castillo. Cena, música y risas. Una parranda de las que hacen historia. A Abdalá se le subieron un poco los grados del vino y salió a coger aire por los jardines de la fortaleza. Allí conoció a Adalés, la preciosa (y cristiana) hija del vizconde. El príncipe le envió un ‘super like’ con la mirada y ella le correspondió, aunque ambos sabían que su amor podía desencadenar un conflicto bélico. ¿Solución? Se empezaron a ver a escondidas.

Pero los descubrieron. Y pagaron cara su travesura. Los castigos de antes no eran como los de ahora. Los padres de hoy en día te quitan la consola un par de horas, y con suerte. Hace diez siglos, tu padre declaraba una guerra y te encerraba a pan y agua en una de las torres de su castillo. Para cuando decide perdonarte (al año, más o menos), ya te has muerto de soledad y tristeza.

Lo que nos cuentan

Hay miles de historias relacionadas con el fantasma de Adalés. Casi todas tienen como escenario la habitación 712, aunque la 713 tampoco se queda atrás. Ambos cuartos son los más cercanos a la Torre de la Minyona, lugar donde la joven murió, y están a disposición de cualquier cliente. El director del hotel y el jefe de recepción nos cuentan que han acudido todo tipo de expertos: médiums, meigas, parapsicólogos y, como no, Iker Jiménez. Todos ellos buscando dar respuesta a los acontecimientos paranormales que ocurren en el Parador de Cardona.

Ruidos, luces parpadeantes, grifos abiertos, son algunos de los sucesos más comunes. El servicio nos advierte de que se han encontrado las ventanas abiertas; también de que desaparecen las mantas de los armarios. Algunos usuarios hablan de apariciones y, desde recepción, nos informan de que no es la primera vez que tienen que realizar un checkout a las dos de la madrugada por lo que los huéspedes han experimentado en esta habitación. Además, el director nos confiesa que, tras cuatro años al mando del Parador, ha tenido que reponer la mampara del baño de la 712 hasta en nueve ocasiones porque se hace añicos; lo más curioso de este hecho es que siempre estalla en pedazos cuando la alcoba está vacía. También nos relata que uno de sus predecesores, que vivía en las instalaciones y tenía de mascota un pastor alemán, siempre contaba que su perro nunca quiso subir a la séptima planta.

Los más sensitivos o las personas de cuerpo abierto que han pasado por Cardona hablan de que Adalés no está sola. Describen también a un monje que vivió en la parte del castillo conocida como la Colegiata de Sant Viçent. En este edificio de culto religioso, que sirvió como cementerio en el pasado, una joven no quiso entrar durante una visita guiada por el castillo porque “la sala estaba llena de gente” y se iba a agobiar. Cabe añadir que no había nadie en su interior.

Entramos en la 712

Cogemos aire y entramos en la habitación 712. Nada más cruzar el umbral, justo en frente, está el baño. En este caso, la mampara está intacta: parece que Adalés está de buen humor. Si giras a la izquierda te encuentras una cama con dosel y telas. La habitación es pequeña, acogedora, pero tiene todo lo necesario: armario, televisor, escritorio y, lo más espectacular, las vistas al Prepirineo. Como estamos en la parte más alta del castillo, asomarse a la ventana es como sumergirse en un cuadro de Monet.

Yo me quedé allí. La esperé toda la noche, pero no debí caerle nada bien. Quizá le intimidó que le estuviese hablando todo el rato. No estoy loca: desde la perspectiva que me dan los días, lo achaco a los nervios. A las cinco y media de la mañana, después de haberle contado mis casi tres décadas de vida, un fuerte golpe en la pared me silenció. No sé si sería Adalés comunicándose conmigo o el huésped de la habitación de al lado, quejándose de mi monólogo. Cuando el sol comenzó a aparecer en el horizonte, también se manifestaron mis ganas de hacer pis. Al entrar al lavabo, la luz empezó a parpadear. Con la misma salí y cerré la puerta tras de mí. Estaría ocupado. Recordé las palabras de Sheldon Cooper: “Yo soy el dueño de mi vejiga”, y así en bucle hasta que llegué a mi casa.

Cardona es más que su fantasma

Puedes usar a Adalés de excusa, pero Cardona es un sitio que tienes que conocer y el Parador es un lugar de obligatoria visita. Métete en tu Tardis y recorre los 100 kilómetros que separan el pueblo de la ciudad de Barcelona. El viaje en el tiempo está garantizado: su centro histórico, con calles estrechas y construcciones de piedra, que te inspiran la necesidad de ir a caballo con tu yelmo. El castillo, en lo alto del promontorio, trae al presente la Edad Media. Las minas de sal y el río Cardener completan la estampa.

Créditos: María Romero

Si te da respeto lo paranormal, pídete otra habitación o, al menos, quédate a comer. Su gastronomía tiene tantas estrellas como el hotel. Propón alguno de sus salones para la próxima comida de Navidad o piénsate en dar el paso que necesita tu relación con una boda mágica y haz del Parador de Cardona TU castillo. No hace falta ser la novia cadáver para casarte entre sus muros. El castillo ya tiene su fantasma: ahora solo necesita a su princesa.

mm
Asfalto, caucho, gasolina, velocidad…, adrenalina. Solo concibo la vida bajo un casco a 300 km/h. Soy periodista deportiva, ni por fama ni por dinero, sino por convertir el motor en mi forma de vida. Lo mismo doy gritos en una grada, como te cubro una rueda de prensa. Canaria de nacimiento, me mudé a Barcelona por su circuito y me quedé por su afición.