Escápate

La Fuerza nació en la isla Esmeralda

Skellig Michael (Irish: Sceilig Mhichíl), also called Great Skellig (Irish: Sceilig Mhór), is the larger of the two Skellig Islands, 11.6 kilometres west of the Iveragh peninsula, along the Wild Atlantic Way in County Kerry, Ireland. A Christian monastery was founded on the island at some point between the 6th and 8th century and remained continuously occupied until it was abandoned in the late 12th century. The remains of the monastery, and most of the island, became a UNESCO World Heritage Site in 1996.Photo:Valerie O'Sullivan

Irlanda es un auténtico paraíso terrenal donde encontrarse con uno mismo. El verde esmeralda que la cubre y los acantilados infinitos que delimitan sus costas son solo dos muestras de la fuerza de la madre naturaleza. Incluso para llamar la atención de unos seres de un lugar muy muy lejano…

Como experiencia vital y personal, el viaje que hice el otoño pasado a Irlanda con dos amigos de la universidad se queda en una parte muy grande de mi corazón. Sonará un poco moñas, pero si estás en un momento de crisis existencial, la inmensidad de los parques naturales y la paz que se respira pueden ayudarte a encontrar el camino. Si sigues con el drama, la epicidad de sus acantilados te fascinará.

Nuestro recorrido comenzó cuando alquilamos el coche en Belfast e iniciamos nuestra propia road movie. No teníamos reservado ningún alojamiento, tan solo teníamos la idea de recorrer la ruta costera del Atlántico. Yo me encargaba de buscar los cobijos nocturnos; mientras, mis amigos bastante tenían con incorporarse a las rotondas por la izquierda. La siguiente parada tras la ciudad que vio nacer al Titanic eran los cabos de Norte, y eso suponía cruzar toda Irlanda del Norte. Tal vez fue de forma inconsciente, pero la palabra slow pintada en la calzada de forma recurrente nos hacía disfrutar cada vez más. Y sí, las vacas y las ovejitas muy monas.

El primer contacto con la fuerza

Llegamos a la península de Inishowen (cabos del Norte) caída ya la noche. Un granjero (el acento irlandés es muy cerrado, así que slowly please) nos insistió en que pernoctáramos en Malin Head, en el condado de Donegal. Dijo que el cielo estaba preparado para las luces del norte.

No podían sonreírnos más las estrellas. La costa desde Malin Head a Greencastle era un espacio perfecto para contemplar las luces azules, verdes y rosas de la aurora boreal. Maravillados por esa experiencia extrasensorial y antes de ser absorbidos por algún ente alienígena, terminamos la celebración con nuestra primera ruta de bares irlandeses.

Como estudiantes y amantes del cine, el mural gigante de Yoda del Bar Farrell’s nos llevó de calle. En su interior, preguntamos a los marineros porque el maestro jedi estaba inmortalizado. Tras unas cuantas batallitas, a Guinness por cada una, nos confirmaron que la fuerza había estado allí. El equipo de Star Wars: Los últimos Jedi rodó varias escenas por toda la isla, y Malin Head fue uno de los sets.

Si vas con más tiempo que una sola noche, existe una ruta por las localizaciones en este pueblecito en el fin del mundo.

La sensación de un cataclismo mundial

La ronda de pintas nos pasó factura con el madrugón del día siguiente. La próxima parada era la costa de la Bahías, a unas cinco horas en coche desde los cabos del Norte. El café aguado de las áreas de servicio no estaba mal para salir del paso, pero nuestra salvación se encontraba en las galletitas de chocolate y en los snacks. Éramos energía pura.

Paramos en Westport (condado de Mayo), para hacer una “compra en condiciones”, pero nos absorbió su tradición pirata y sus grandes paseos fluviales que nos trasladaron a pleno siglo XVIII. Una vez nuestro maletero ya se parecía a la despensa de nuestras madres, seguimos nuestro camino hacia la isla de Achill.

Sin casi ningún rastro de raza humana sobre en la inmensidad, pensamos que esta zona fue afectada por alguna catástrofe natural. La sensación se acrecentaba cuando vimos un pueblo abandonado de unas ochenta casitas de piedra medio derruidas (conocidas como booleys) o las tumbas megalíticas de más de 5.000 años. Pero nuestra teoría se confirmó en la la bahía de Keem, un lugar donde se mezclaban los acantilados y las estepas verdes con rebaños de ovejas sin pastor aparente.

Hacia rutas salvajes

Nos quedó claro que a medida que avanzábamos, cada lugar sería más épico que el anterior. Cuando abandonamos Achill, los túneles de árboles que poblaban las carreteras secundarias nos condujeron hasta el lugar más indómito que visitamos. Flanqueado al norte por la bahía de Clew, al sur por la de Galway y al este por Lough Corrib y Lough Mask, se encontraba el jardín de Irlanda: Connemara.

Esta fortaleza nos pareció de una auténtica belleza salvaje que combinaba valles infinitos con la frondosidad de los bosques del Parque Nacional de Connemara. En aquel lugar, hicimos una de nuestras mejores siestas a orillas de un inmenso lago negro. Justo enfrente se alzaba Kylemore Abbey, una mansión de estilo victoriano que bien podría ser la residencia de verano de la familia Crawley de Downton Abbey.

Esa noche, pasamos de los pueblecitos solitarios a la diversidad cultural que habitaba en Galway. Su vida noctura nos complació con creces por su ambiente bohemio y juvenil que rebosaba en sus pubs con música en directo.  

El fin del mundo

A la mañana siguiente, nos dirigimos hacia el Condado de Clare, donde se encontraba uno de los lugares más inhóspitos que visitamos hasta el momento. El paisaje pasó del verde al gris de un momento al otro cuando llegamos a  la zona del Burren. En lo más alto de la colina se encontraba un “mago” que contaba historias y leyendas sobre la zona, aunque parecían más bien extraídas del más allá. Nos invitó a que encontráramos la Pol na Gollum, una cueva de piedra caliza kárstica donde el eco del zureo de las palomas coincide con los sonidos del hobbit poseído. Cuando la hayamos, secundamos la teoría de aquel Gandalf de AliExpress: Tolkien había estado allí.

La mágica niebla cubría las sinuosas carreteras que desapareció de repente cuando volvimos a la costa. En Irlanda los contrastes eran muy recurrentes, y los acantilados de Moher lo escenificaban de manera apabullante. Un Geoparque Global de la UNESCO con precipicios a más de 214 metros de altura con sus propias leyendas, pero que también pisaron otras historias como la de La princesa prometida o Harry Potter y el misterio del príncipe. Aquel lugar era el fin del mundo y nos dejó petrificados (para los posteriores fotones de Instagram). 

El edén en la tierra

La exposición a lo sobrenatural de aquel día nos pasó factura. Nuestro cerebro necesitaba descansar bien la última noche mientras nos dirigíamos al suroeste de la isla.

Amanecimos en Dingle (condado de Kerry), una cucada de sitio. Los colores chillones cubrían las fachadas de las casitas de este pueblo costero, donde los pescadores nos hablaron de Fungie el delfín, la mascota de Dingle que vive en sus aguas desde hace 30 años.

El decorado de nuestro tramo final dejó de lado a los grandes acantilados y cobraron protagonismo las playas kilométricas de la península de Dingle. Los habitantes del pueblo nos recomendaron la playa de Beál Ban, cerca de Ballyferriter, que coincidía con nuestra ruta friki paralela: el Halcón Milenario había estado allí.  Pero no encontramos ni rastro ni un recuerdo del rodaje, pero sentimos la fuerza en Sybil Head y una única pista: Skellig Michael.

Y el poder del anillo

No cabíamos en nuestra felicidad al saber que nuestra última parada sería el escenario del regreso de Luke Skywalker. El anillo de Kerry albergaba un gran poder en sus paisajes, pero también la tranquilidad propia de los marineros de sus pueblos.

© Turismo de Irlanda

En Portmagee (isla de Valentia) cogimos un barco que rodeaba las islas Skellig Michael. Desde abajo podíamos ver cómo se alzaban unas escaleras hacia arriba hasta llegar a unas cabañas de piedra del siglo VI. A pesar de que no pudimos subir por esos peldaños declarados Patrimonio Mundial de la UNESCO, valió la pena conocer la cuna de los jedi.

Tags : Irlanda
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Corista atarantado, periodista y coleccionista. Ilustrado de la caja tonta de los noventa, amante de los G5 Belts y escéptico del queso. Tráeme patatas fritas un jueves, Cuéntame hará el resto.