Estuve en el preestreno de 1, 2, 3, ¡Hipnotízame!, y sí, lo confieso: mi escepticismo perdió la batalla.

Veo tan poco la tele que una antigua compi de piso tuvo que explicarme que eso que teníamos en el salón me permitía ver la televisión además de jugar a la consola, así que por mucha audiencia que tenga El Hormiguero y mucha expectación que haya en torno al espectáculo de Toussaint, a mí, la verdad, me sonaba a chino. Si le sumamos a eso que estudio Psicología y que soy una marisabidilla, tenía todas las papeletas para pasar la noche poniendo los ojos en blanco… Pero me llevé toda una sorpresa.

Empieza la función

Como si me hubiera leído la mente (eso no lo hacen los hipnotistas, por cierto), Jeff Toussaint abrió su espectáculo con una serie de advertencias. Para empezar, rechazó de pleno el “tengo poderes”: no, el poder lo tenemos todos, es la capacidad de dejarnos llevar (y ahí empezó a cuadrarme: no me va la hipnosis por lo mismo por lo que soy una inútil bailando swing). Él, insistió muchas veces, no es más que un guía: son las personas las que deciden si quieren entrar en el juego o no. Así que los fanáticos de Allen pueden olvidarse de aquello de que si te hipnotizan terminas robando joyas sin querer: resulta que tiene una que poner de su parte si quiere que la hipnoticen. Aunque, eso sí: una vez que entras en estado hipnótico, puedes pedirle a tu cerebro que lo repita, por ejemplo, para dormir mejor. Ahí ya me tenía casi ganada.

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Embarcándose en la montaña rusa

Las siguientes advertencias son básicamente las mismas que las que te dan en los parques de atracciones: personas con marcapasos, epilépticas, embarazadas, con problemas de salud física o mental graves, abstenerse. A todas las demás nos invitó a subir al escenario y formar parte del show.

Es difícil mantener el escepticismo cuando un tercio del patio de butacas se pone de pie y sube al escenario: no parece posible conchabarse con tantísima gente a la vez. Comenzó con un ejercicio para comprobar cómo de “sugestionables” eran cada una de las personas que habían subido, y a continuación hizo la primera ronda eliminatoria: casi como los castings de La Voz. A nuestro lado había dos parejas; una de ellas subió al escenario y aunque a él lo bajó “por rockero” (toda la vida pensando que los rockeros eran personas influenciables que empezaban escuchando un disco inocentemente y acababan yendo al infierno en una espiral autodestructiva de sexo, drogas y rock and roll, y resulta que son menos sugestionables que los demás. Qué decepción), ella se quedó al menos dos rondas más.

Una foto publicada por Tu y Yo. Piensalo (@pilitateadora) el 17 de Sep de 2016 a la(s) 9:18 PDT

Creyendo en lo increíble

A ver cómo sigues tú pensando que todo lo que estás viendo está amañado cuando la chica de la butaca de al lado vuelve a su sitio y no puede parar de contar lo que ha sentido: “no, si claro que sabes que es lo que él te está pidiendo, y lo haces, pero lo haces porque quieres… No sé, cuando he dejado de querer, he bajado, y ya… Pero es una sensación muy rara…”. Yo misma, sentada en mi butaca y aún con una ceja levantada, noto cómo cabeceo conforme los hipnotizados van cayendo en sueño profundo, incluso sin quitar ojo al escenario (y pienso que ojalá, ojalá, sea verdad que puedo obligarme a repetirlo en casa para dormir bien. Spoiler: no, no me ha funcionado. Seguramente debería haber subido). Varias ¿escenas? ¿situaciones? más tarde, Toussaint anima al público que no subió anteriormente a unirse, de nuevo, al selecto grupo de hipnotizados que, ahora ya sí, caben en la fila de sillas que cubría el escenario nada más abrirse el telón. La chica de la otra pareja de nuestra fila se levanta y va poco a poco entrando en el juego, sintiendo cómo sus manos no pueden separarse, y desplomándose después en la butaca.

 

Una foto publicada por Tu y Yo. Piensalo (@pilitateadora) el 17 de Sep de 2016 a la(s) 9:16 PDT

Y… ¿cómo lo hace?

Sí, ha dicho que no tiene poderes; incluso ha insistido en que la hipnoterapia es un campo de estudio muy serio y que si queremos probarla vayamos a profesionales titulados (como él) y que no se dediquen a la hipnosis-espectáculo (no como él), pero la sensación final es como la de haber visto un enorme truco de magia. ¿Cómo lo ha hecho?

Si os digo la verdad, no tengo ni la menor idea. Pero os animo a comprobarlo vosotros mismos. Y, por favor, no seáis como yo. Dejaos llevar. Y luego contadme cómo se hace, a ver si duermo, para variar.

Veo tan poco la tele que una antigua compi de piso tuvo que explicarme que eso que teníamos en el salón me permitía ver la televisión además de jugar a la consola, así que por mucha audiencia que tenga El Hormiguero y mucha expectación que haya en torno al espectáculo de Toussaint, a mí, la verdad, me sonaba a chino. Si le sumamos a eso que estudio Psicología y que soy una marisabidilla, tenía todas las papeletas para pasar la noche poniendo los ojos en blanco… Pero me llevé toda una sorpresa.

Empieza la función

Como si me hubiera leído la mente (eso no lo hacen los hipnotistas, por cierto), Jeff Toussaint abrió su espectáculo con una serie de advertencias. Para empezar, rechazó de pleno el “tengo poderes”: no, el poder lo tenemos todos, es la capacidad de dejarnos llevar (y ahí empezó a cuadrarme: no me va la hipnosis por lo mismo por lo que soy una inútil bailando swing). Él, insistió muchas veces, no es más que un guía: son las personas las que deciden si quieren entrar en el juego o no. Así que los fanáticos de Allen pueden olvidarse de aquello de que si te hipnotizan terminas robando joyas sin querer: resulta que tiene una que poner de su parte si quiere que la hipnoticen. Aunque, eso sí: una vez que entras en estado hipnótico, puedes pedirle a tu cerebro que lo repita, por ejemplo, para dormir mejor. Ahí ya me tenía casi ganada.

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Embarcándose en la montaña rusa

Las siguientes advertencias son básicamente las mismas que las que te dan en los parques de atracciones: personas con marcapasos, epilépticas, embarazadas, con problemas de salud física o mental graves, abstenerse. A todas las demás nos invitó a subir al escenario y formar parte del show.

Es difícil mantener el escepticismo cuando un tercio del patio de butacas se pone de pie y sube al escenario: no parece posible conchabarse con tantísima gente a la vez. Comenzó con un ejercicio para comprobar cómo de “sugestionables” eran cada una de las personas que habían subido, y a continuación hizo la primera ronda eliminatoria: casi como los castings de La Voz. A nuestro lado había dos parejas; una de ellas subió al escenario y aunque a él lo bajó “por rockero” (toda la vida pensando que los rockeros eran personas influenciables que empezaban escuchando un disco inocentemente y acababan yendo al infierno en una espiral autodestructiva de sexo, drogas y rock and roll, y resulta que son menos sugestionables que los demás. Qué decepción), ella se quedó al menos dos rondas más.

Una foto publicada por Tu y Yo. Piensalo (@pilitateadora) el 17 de Sep de 2016 a la(s) 9:18 PDT

Creyendo en lo increíble

A ver cómo sigues tú pensando que todo lo que estás viendo está amañado cuando la chica de la butaca de al lado vuelve a su sitio y no puede parar de contar lo que ha sentido: “no, si claro que sabes que es lo que él te está pidiendo, y lo haces, pero lo haces porque quieres… No sé, cuando he dejado de querer, he bajado, y ya… Pero es una sensación muy rara…”. Yo misma, sentada en mi butaca y aún con una ceja levantada, noto cómo cabeceo conforme los hipnotizados van cayendo en sueño profundo, incluso sin quitar ojo al escenario (y pienso que ojalá, ojalá, sea verdad que puedo obligarme a repetirlo en casa para dormir bien. Spoiler: no, no me ha funcionado. Seguramente debería haber subido). Varias ¿escenas? ¿situaciones? más tarde, Toussaint anima al público que no subió anteriormente a unirse, de nuevo, al selecto grupo de hipnotizados que, ahora ya sí, caben en la fila de sillas que cubría el escenario nada más abrirse el telón. La chica de la otra pareja de nuestra fila se levanta y va poco a poco entrando en el juego, sintiendo cómo sus manos no pueden separarse, y desplomándose después en la butaca.

 

Una foto publicada por Tu y Yo. Piensalo (@pilitateadora) el 17 de Sep de 2016 a la(s) 9:16 PDT

Y… ¿cómo lo hace?

Sí, ha dicho que no tiene poderes; incluso ha insistido en que la hipnoterapia es un campo de estudio muy serio y que si queremos probarla vayamos a profesionales titulados (como él) y que no se dediquen a la hipnosis-espectáculo (no como él), pero la sensación final es como la de haber visto un enorme truco de magia. ¿Cómo lo ha hecho?

Si os digo la verdad, no tengo ni la menor idea. Pero os animo a comprobarlo vosotros mismos. Y, por favor, no seáis como yo. Dejaos llevar. Y luego contadme cómo se hace, a ver si duermo, para variar.

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Adicta a la música en directo y matriarca de una peluda familia numerosa. Tiene el corazón dividido entre Sevilla y Lavapiés. El 70% de su cuerpo no es agua, sino una mezcla de café, cerveza y gazpacho. Cuando domine el mundo implantará los tres desayunos diarios por ley.