Un bar rancio no es de verdad un bar rancio si no hay serrín en el suelo y si los parroquianos no te miran mal al entrar. El camarero y el dueño suele ser la misma persona y lleva un trapo de cocina grasiento en el hombro. Hay una estampa de la Virgen del Rocío al lado de un póster de una tía desnuda encima de una Harley. Y huele a fritanga que flipas. Si éste es tu rollo, te ayudamos a que elijas bien tu destino:

El clásico: El Palentino

 (Calle del Pez, 12. Zona baja de Malasaña)

Este puede ser fácilmente EL BAR DE MADRID, así en mayúsculas. El más mítico. The One and Only. El tiempo pasa para todos, menos para El Palentino, allí todo sigue igual que siempre. Su dueño, Casto Herrezuelo, lleva tirando cañas más de 50 años. Ha visto pasar por allí a ilustres periodistas, actores famosos, boxeadores, futbolistas, gente del barrio, punkis en los años de La Movida, y ahora, hípsters. Los fines de semana se pone hasta la bandera, el sitio perfecto para empezar la noche en Malasaña. Si no has pasado por aquí y no te has tomado un pepito de ternera, no es que no hayas vivido en Madrid, es que no has vivido. Y punto.

Una foto publicada por Benclicks (@benclicks) el

El Vermú de los domingos: Bodega La Ardosa

(Calle de Sta Engracia, 70. Chamberí) La Bodega La Ardosa es uno de esos sitios que se quedan anclados en otra época, y cuando entras te parece que acabas de atravesar una de las puertas del Ministerio del Tiempo. Es un local muy pequeño, atestado de botellas polvorientas, barriles de licor, cajas de vino y cascos de mirindas. Su vermú de grifo y sus patatas bravas llevan décadas haciendo las delicias de los vecinos de la zona, y ahora hace las delicias de los modernos que de pronto les parece que el vermú es lo más cool, lo más trendy, lo más in. A saber qué significa eso… (Ojo! No confundir con otra Ardosa que hay en Malasaña, que también está muy bien pero es un garito más molón y menos rancio.)

Una foto publicada por Oli (@oli_dreams) el

Mi apuesta personal: Al Vicente Copas

(Puerta Cerrada 7. La Latina)

En este pequeño local, anteriormente conocido como San Román, no caben más de quince personas. Tiene polvo en sus estanterías para alicatar tres cuartos de baño. Se han realizado las pruebas del Carbono-14 a las botellas de detrás del mostrador y los resultados han roto el espectrómetro. Su propietario, Vicente, es un hombre de Almería, malhumorado y pelirrojo, al que le encanta el flamenco y suele poner a Bambino a un volumen elevadísimo en la tele del bar. En la primera cita con la que ahora es mi esposa la llevé a este antrazo, se tomó algo conmigo como si tal cosa y supe entonces que sería mi mujer. No digo más.

Donde ponerse fino: El Tigre

(Calle Infantas 30. Chueca)

¿Alguna vez habéis jugado a “la jenga”? Si la respuesta es afirmativa, tratad de imaginar cómo sería una jenga con paella, croquetas, empanadillas y “fritanga variada” puesta en un plato hasta que no cabe nada más. ¿Lo tenéis? Pues ése es el pincho que te ponen en El Tigre al pedir una caña. El sitio suele estar lleno de guiris que lo flipan al ver ese plato de comida hasta el techo con cada consumición. En casa de mis padres, de vez en cuando viene algún americano de intercambio, cuando les pregunto que qué es lo que más les ha gustado de Madrid, ellos siempre dicen: Erl Teegrerlll (el tigre). La comida no es buena pero en estos tiempos de cocina minimalista y de pitiminí, reconforta saber que todavía quedan sitios en los que la cantidad prima sobre la calidad.

Porque también somos lo que hemos perdido : El Colette

(Donoso Cortés 20. Chamberí)

Este bar y restaurante daba comidas “de menú” todos los días del año a un precio de 7,95€. Primer y segundo plato, postre, café y chupito de hierbas. Y todos los días lleno hasta los topes. Mantel de papel. Mesas apiñadas. Olor a frito. Platos y cubiertos que recordaban al comedor del colegio. Y un trato cercano y cariñoso por parte de su dueño Antonio, que andaba siempre cerca de la cocina, y de su hermano, Paco, que se encargaba de la barra. Originarios de Extremadura, como no podía ser de otra forma, su plato estrella eran las Migas Extremeñas. Por desgracia, a Antonio le dio recientemente (cito sus propias palabras) “una miajina de apechusque” y ha tenido que cerrar. Una verdadera lástima.

La Cervecería de toda la vida : El Doble

(Calle Ponzano, 58. Pues eso, en Ponzano)

Da cierta satisfacción, que entre tanto restaurante modernis, en Ponzano aún queda (como si fuera una pequeña aldea de la Galia que no se doblega ante el imperio romano) un rincón auténticamente madrileño y castizo. Tirando de tópico, El Doble es el sitio perfecto para tomarte una caña “bien tirada” y acompañarla con una ración de gambas, conservas o embutidos. El local no es rancio en sí mismo, está limpio y bien iluminado, pero tiene un elemento rancio elevado a la enésima potencia: “la foto del dueño con el famoso de turno”. No hay un palmo de pared en el local que no tenga una foto enmarcada. Llega a ser algo enfermizo, a la par que curioso.

Una foto publicada por @masquefoodie el

De Batalla: Pepe, el guarro.

(Calle Celanova 19. Barrio del Pilar.) A ver, el bar oficialmente se llama Casa Pepe, pero todo el mundo lo conoce por Pepe El Guarro. ¿Por qué? Porque es posible que al final de la barra te encuentres con un par de cucarachas jugando al tute. Que no. Es broma. No es para tanto. Pero sí es verdad que para llegar a la barra tienes que abrirte paso a través de montañas de huesos de pollo, y es que sólo con pedir una caña, te ponen un plato de alitas de pollo que echa para atrás. Con la segunda; torreznos que la OMS prohibiría sin dudarlo. Y así, hasta el infinito y más allá. Aquí, Pantagruel y Gargantúa no darían abasto.

Una foto publicada por Andrea Nieto (@andreanieto_) el

La especialidad de la casa: Casa Camacho

(Calle de San Andrés 4. Malasaña)

Malasaña está lleno de garitos míticos, pero mi favorito es el Casa Camacho. Frascas polvorientas, póster con la alineación del Atlético del 83, azulejos con frases rancias tipo: “Viva el amor libre. Toma mi suegra y dame tu mujer”. Y cosas por el estilo… Llama la atención que para ir al baño tienes que pasar por debajo de la barra y atravesar el almacén y la cocina. Pero no es por eso por lo que Casa Camacho es famoso, ese mérito se lo lleva un brebaje llamado Yayo que consiste en ginebra, gaseosa y vermú, que es como anuncia con orgullo el camarero: la especialidad de la casa. Me gustaría añadir, como si fuera una blogger de moda, que “tomarse un yayo es un must que no puede faltar en cualquier reunión de amigos”.

La taberna taurina: Don Carmelo

(Conde Peñalver 88. Barrio de Salamanca) Un folio arrugado en el que escrito a mano y con boli pone “empujar” te invita a entrar a los infiernos rancios. Una cabeza de toro lo preside todo, y en un rincón, una virgen de azulejo detrás de un enrejado que parece tener dos mil años. En el suelo conviven serrín y servilletas grasientas en armoniosa sintonía. En la barra, varios bocadillos de chorizo ya preparados sobre un plato y envueltos en plástico transparente para protegerlos del ataque incesante de las moscas. Un cartel te invita a probar su famoso “Pito de toro”. Ambiente casposillo. En fin, un sitio digno de ver, y totalmente fuera de lugar en un barrio señorial como es el de Salamanca.

  Una foto publicada por @legvizamo el

El bocata más salvaje conocido por el hombre: Bar Melo’s

(Calle del Ave María 44. Lavapiés)

Vale, este bar no tiene la solera de otros aquí mencionados. Pero si no habéis tomado una “zapatilla” en el Melo’s merecéis mi más absoluto desprecio. Un bocadillo que rebosa por los bordes de sí mísmo. La zapatilla consiste en dos rebanadas de pan del tamaño de almohadas de cama de matrimonio y dentro unas quinientas lonchas de lacón mezclado con queso derretido. Y digo esto sin exagerar ni un poquito. Un canto a la obesidad mórbida. Una oda a la grasa. Un escupitajo a la cara de la alta gastronomía.

Una foto publicada por @kerrialison el

Madrid es infinito y este artículo es finito. Hay mil sitios rancios. Seguro que echáis en falta alguno, pues no hay problema. Comenta este post y nos lo haces saber. ¿Quién sabe? Puede que lo incluyamos en la GUÍA DE BARES RANCIOS (y SIN ENCANTO) DE MADRID Volumen II…

El clásico: El Palentino

 (Calle del Pez, 12. Zona baja de Malasaña)

Este puede ser fácilmente EL BAR DE MADRID, así en mayúsculas. El más mítico. The One and Only. El tiempo pasa para todos, menos para El Palentino, allí todo sigue igual que siempre. Su dueño, Casto Herrezuelo, lleva tirando cañas más de 50 años. Ha visto pasar por allí a ilustres periodistas, actores famosos, boxeadores, futbolistas, gente del barrio, punkis en los años de La Movida, y ahora, hípsters. Los fines de semana se pone hasta la bandera, el sitio perfecto para empezar la noche en Malasaña. Si no has pasado por aquí y no te has tomado un pepito de ternera, no es que no hayas vivido en Madrid, es que no has vivido. Y punto.

Una foto publicada por Benclicks (@benclicks) el

El Vermú de los domingos: Bodega La Ardosa

(Calle de Sta Engracia, 70. Chamberí) La Bodega La Ardosa es uno de esos sitios que se quedan anclados en otra época, y cuando entras te parece que acabas de atravesar una de las puertas del Ministerio del Tiempo. Es un local muy pequeño, atestado de botellas polvorientas, barriles de licor, cajas de vino y cascos de mirindas. Su vermú de grifo y sus patatas bravas llevan décadas haciendo las delicias de los vecinos de la zona, y ahora hace las delicias de los modernos que de pronto les parece que el vermú es lo más cool, lo más trendy, lo más in. A saber qué significa eso… (Ojo! No confundir con otra Ardosa que hay en Malasaña, que también está muy bien pero es un garito más molón y menos rancio.)

Una foto publicada por Oli (@oli_dreams) el

Mi apuesta personal: Al Vicente Copas

(Puerta Cerrada 7. La Latina)

En este pequeño local, anteriormente conocido como San Román, no caben más de quince personas. Tiene polvo en sus estanterías para alicatar tres cuartos de baño. Se han realizado las pruebas del Carbono-14 a las botellas de detrás del mostrador y los resultados han roto el espectrómetro. Su propietario, Vicente, es un hombre de Almería, malhumorado y pelirrojo, al que le encanta el flamenco y suele poner a Bambino a un volumen elevadísimo en la tele del bar. En la primera cita con la que ahora es mi esposa la llevé a este antrazo, se tomó algo conmigo como si tal cosa y supe entonces que sería mi mujer. No digo más.

Donde ponerse fino: El Tigre

(Calle Infantas 30. Chueca)

¿Alguna vez habéis jugado a “la jenga”? Si la respuesta es afirmativa, tratad de imaginar cómo sería una jenga con paella, croquetas, empanadillas y “fritanga variada” puesta en un plato hasta que no cabe nada más. ¿Lo tenéis? Pues ése es el pincho que te ponen en El Tigre al pedir una caña. El sitio suele estar lleno de guiris que lo flipan al ver ese plato de comida hasta el techo con cada consumición. En casa de mis padres, de vez en cuando viene algún americano de intercambio, cuando les pregunto que qué es lo que más les ha gustado de Madrid, ellos siempre dicen: Erl Teegrerlll (el tigre). La comida no es buena pero en estos tiempos de cocina minimalista y de pitiminí, reconforta saber que todavía quedan sitios en los que la cantidad prima sobre la calidad.

Porque también somos lo que hemos perdido : El Colette

(Donoso Cortés 20. Chamberí)

Este bar y restaurante daba comidas “de menú” todos los días del año a un precio de 7,95€. Primer y segundo plato, postre, café y chupito de hierbas. Y todos los días lleno hasta los topes. Mantel de papel. Mesas apiñadas. Olor a frito. Platos y cubiertos que recordaban al comedor del colegio. Y un trato cercano y cariñoso por parte de su dueño Antonio, que andaba siempre cerca de la cocina, y de su hermano, Paco, que se encargaba de la barra. Originarios de Extremadura, como no podía ser de otra forma, su plato estrella eran las Migas Extremeñas. Por desgracia, a Antonio le dio recientemente (cito sus propias palabras) “una miajina de apechusque” y ha tenido que cerrar. Una verdadera lástima.

La Cervecería de toda la vida : El Doble

(Calle Ponzano, 58. Pues eso, en Ponzano)

Da cierta satisfacción, que entre tanto restaurante modernis, en Ponzano aún queda (como si fuera una pequeña aldea de la Galia que no se doblega ante el imperio romano) un rincón auténticamente madrileño y castizo. Tirando de tópico, El Doble es el sitio perfecto para tomarte una caña “bien tirada” y acompañarla con una ración de gambas, conservas o embutidos. El local no es rancio en sí mismo, está limpio y bien iluminado, pero tiene un elemento rancio elevado a la enésima potencia: “la foto del dueño con el famoso de turno”. No hay un palmo de pared en el local que no tenga una foto enmarcada. Llega a ser algo enfermizo, a la par que curioso.

Una foto publicada por @masquefoodie el

De Batalla: Pepe, el guarro.

(Calle Celanova 19. Barrio del Pilar.) A ver, el bar oficialmente se llama Casa Pepe, pero todo el mundo lo conoce por Pepe El Guarro. ¿Por qué? Porque es posible que al final de la barra te encuentres con un par de cucarachas jugando al tute. Que no. Es broma. No es para tanto. Pero sí es verdad que para llegar a la barra tienes que abrirte paso a través de montañas de huesos de pollo, y es que sólo con pedir una caña, te ponen un plato de alitas de pollo que echa para atrás. Con la segunda; torreznos que la OMS prohibiría sin dudarlo. Y así, hasta el infinito y más allá. Aquí, Pantagruel y Gargantúa no darían abasto.

Una foto publicada por Andrea Nieto (@andreanieto_) el

La especialidad de la casa: Casa Camacho

(Calle de San Andrés 4. Malasaña)

Malasaña está lleno de garitos míticos, pero mi favorito es el Casa Camacho. Frascas polvorientas, póster con la alineación del Atlético del 83, azulejos con frases rancias tipo: “Viva el amor libre. Toma mi suegra y dame tu mujer”. Y cosas por el estilo… Llama la atención que para ir al baño tienes que pasar por debajo de la barra y atravesar el almacén y la cocina. Pero no es por eso por lo que Casa Camacho es famoso, ese mérito se lo lleva un brebaje llamado Yayo que consiste en ginebra, gaseosa y vermú, que es como anuncia con orgullo el camarero: la especialidad de la casa. Me gustaría añadir, como si fuera una blogger de moda, que “tomarse un yayo es un must que no puede faltar en cualquier reunión de amigos”.

La taberna taurina: Don Carmelo

(Conde Peñalver 88. Barrio de Salamanca) Un folio arrugado en el que escrito a mano y con boli pone “empujar” te invita a entrar a los infiernos rancios. Una cabeza de toro lo preside todo, y en un rincón, una virgen de azulejo detrás de un enrejado que parece tener dos mil años. En el suelo conviven serrín y servilletas grasientas en armoniosa sintonía. En la barra, varios bocadillos de chorizo ya preparados sobre un plato y envueltos en plástico transparente para protegerlos del ataque incesante de las moscas. Un cartel te invita a probar su famoso “Pito de toro”. Ambiente casposillo. En fin, un sitio digno de ver, y totalmente fuera de lugar en un barrio señorial como es el de Salamanca.

  Una foto publicada por @legvizamo el

El bocata más salvaje conocido por el hombre: Bar Melo’s

(Calle del Ave María 44. Lavapiés)

Vale, este bar no tiene la solera de otros aquí mencionados. Pero si no habéis tomado una “zapatilla” en el Melo’s merecéis mi más absoluto desprecio. Un bocadillo que rebosa por los bordes de sí mísmo. La zapatilla consiste en dos rebanadas de pan del tamaño de almohadas de cama de matrimonio y dentro unas quinientas lonchas de lacón mezclado con queso derretido. Y digo esto sin exagerar ni un poquito. Un canto a la obesidad mórbida. Una oda a la grasa. Un escupitajo a la cara de la alta gastronomía.

Una foto publicada por @kerrialison el

Madrid es infinito y este artículo es finito. Hay mil sitios rancios. Seguro que echáis en falta alguno, pues no hay problema. Comenta este post y nos lo haces saber. ¿Quién sabe? Puede que lo incluyamos en la GUÍA DE BARES RANCIOS (y SIN ENCANTO) DE MADRID Volumen II…

Tags : BaresMadrid
mm
Lo que más me gusta del siglo XXI es que todavía seguimos usando un palo metálico que pone El Siguiente para distinguir nuestra compra de la de los demás en el supermercado.