Que las abuelas son lo mejor es un hecho indiscutible. Los tuppers que te preparan le dan sopas con hondas a Arguiñano y sus achuchones curan más que la seguridad social.

Las queremos más que al WIFI gratis y sin embargo, qué poquito salimos por ahí con ellas.

A dónde vamos

A ver, no es solo porque seamos unos dejados o unos nietos gruñones, es que tenemos la agenda repleta de planes para nosotros, nuestros amigos, nuestros ligues y hasta para el jefecito borde de la oficina. Pero, ¿para nuestras abuelas? ¿Qué planazo montamos con ellas? Los museos y las exposiciones serían buena opción, si sus rodillas, las que hace años decidieron pillarse la jubilación, decidieran cooperar. Y ya te aviso de que para ver sabe dios qué modernez (porque llega un momento en la vida en el que todo lo que vaya más allá de Saber y Ganar, es una modernez), esas rodillas no van a querer cooperar.

Queda la baza del cine, claro. Pero el que para cualquier otra cosa es el planazo comodín por excelencia, aquí ya no vale, que para ver películas tu abuela tiene cuarenta canales en casa con esa tele tan grande que le regalasteis hace un par de años.

Y ahí estaba yo, rompiéndome la cabeza pensando qué hacer con esa mujer que todavía me da de vez en cuando alguna propina como quien pasa contrabando, cuando, de repente, se me encendió la bombilla.

¡Vamos a ir a ver el musical de Priscilla!

Sí, ya sé lo que estás pensando: ¡¿Qué?! ¿El musical de Priscilla? Pues sí. Y atento porque lo tiene todo para ser el plan ideal: es un espectáculo en vivo con lo que no hay alternativa casera que valga. Tiene canciones increíbles que le van a gustar a tu abuela tanto o más que a ti: que si el I Will Survive, que si el It’s Raining Men, ¡que si Girls Just Want to Have Fun! Y si estás pensando que lo de ir a ver una obra de transexuales, drag queens y purpurina psicodélica con tu abuela no le pega mucho, vuélvelo a pensar. Porque a ver quién va a saber apreciar mejor que ella el viaje literal y emocional de un grupo de mujeres fuertes y luchadoras abandonadas al cante a grito pelado y los peinados locos a tope de laca.

Empieza la función

Vale, aquí somos todos muy valientes, pero hay que reconocer que cuando ya estamos sentadas en el Nuevo Teatro Alcalá y se apagan las luces, hay un par de segundos de pánico. ¿Y si esto es un desastre? ¿Y si a mi abuela no le gusta nada? ¿Y si se queda dormida? O peor, ¿y si me quedo yo dormida? Pero entonces empieza la obra y te das cuenta de que aquí es absolutamente imposible quedarse dormidas. De hecho, lo difícil es no desgañitarse dándolo todo con tanto temazo y permanecer sentadas en las butacas sin marcarse un par de bailes. Ya lo dice Lara, que también lo ha visto, acabas cantando aunque no quieras. El ritmo no para y la historia tampoco, y de reojo compruebo que mi abuela no pierde hilo de nada lo que pasa: sonríe, carcajea, menea el talón a golpe de ritmo y no pestañea durante los momentos más emotivos, que también los hay. De vez en cuando, toca codazo cómplice para señalar cosas: que si esas plataformas imposibles con las que los actores bailan como si estuvieran en zapatillas de andar por casa, que si esas mujeres que aparecen como burbujas de Freixenet encima del autobús, con unos vozarrones que ríete tú de Adele, que si ese chico de buen ver que se contonea en poco menos que taparrabos… ¿Qué? ¿Que te pensabas que con la edad perdemos la capacidad de apreciar el bailoteo de un buen mozo? ¡Pues no! Y digo más, ¡VIVA!

Dos horas y media después

Seamos sinceros, con toda esa ristra de temas míticos que cualquier humano nacido en este planeta se sabe y disfruta sí o sí, ya puede arder Troya que la experiencia habrá merecido la pena. Pero si además le sumamos ese autobús gigantesco y maravilloso que plantan en todo el escenario y que pide a gritos que te lo lleves a casa (en miniatura, claro), y esa historia divertida y tierna con la que te puedes emocionar tú, tu abuela, y hasta el macarra de tu barrio, el resultado es un auténtico planazo.

Al final de la función, más de dos horas después de que se apagaran las luces, la sensación es somnolienta en las posaderas, mías y de mi abuela, pero positiva en todo lo demás. Porque la vida a veces te sorprende, y ese musical de capital que creías que era solo para turistas, resulta que te alegra una tarde entera. Y esa abuela que parecía poco moderna, lo goza todo con una historia revolucionaria pero tierna. “A ver si venimos a ver otra” me dice ella al salir. Así que aquí estamos, preparadas para la siguiente.

Las queremos más que al WIFI gratis y sin embargo, qué poquito salimos por ahí con ellas.

A dónde vamos

A ver, no es solo porque seamos unos dejados o unos nietos gruñones, es que tenemos la agenda repleta de planes para nosotros, nuestros amigos, nuestros ligues y hasta para el jefecito borde de la oficina. Pero, ¿para nuestras abuelas? ¿Qué planazo montamos con ellas? Los museos y las exposiciones serían buena opción, si sus rodillas, las que hace años decidieron pillarse la jubilación, decidieran cooperar. Y ya te aviso de que para ver sabe dios qué modernez (porque llega un momento en la vida en el que todo lo que vaya más allá de Saber y Ganar, es una modernez), esas rodillas no van a querer cooperar.

Queda la baza del cine, claro. Pero el que para cualquier otra cosa es el planazo comodín por excelencia, aquí ya no vale, que para ver películas tu abuela tiene cuarenta canales en casa con esa tele tan grande que le regalasteis hace un par de años.

Y ahí estaba yo, rompiéndome la cabeza pensando qué hacer con esa mujer que todavía me da de vez en cuando alguna propina como quien pasa contrabando, cuando, de repente, se me encendió la bombilla.

¡Vamos a ir a ver el musical de Priscilla!

Sí, ya sé lo que estás pensando: ¡¿Qué?! ¿El musical de Priscilla? Pues sí. Y atento porque lo tiene todo para ser el plan ideal: es un espectáculo en vivo con lo que no hay alternativa casera que valga. Tiene canciones increíbles que le van a gustar a tu abuela tanto o más que a ti: que si el I Will Survive, que si el It’s Raining Men, ¡que si Girls Just Want to Have Fun! Y si estás pensando que lo de ir a ver una obra de transexuales, drag queens y purpurina psicodélica con tu abuela no le pega mucho, vuélvelo a pensar. Porque a ver quién va a saber apreciar mejor que ella el viaje literal y emocional de un grupo de mujeres fuertes y luchadoras abandonadas al cante a grito pelado y los peinados locos a tope de laca.

Empieza la función

Vale, aquí somos todos muy valientes, pero hay que reconocer que cuando ya estamos sentadas en el Nuevo Teatro Alcalá y se apagan las luces, hay un par de segundos de pánico. ¿Y si esto es un desastre? ¿Y si a mi abuela no le gusta nada? ¿Y si se queda dormida? O peor, ¿y si me quedo yo dormida? Pero entonces empieza la obra y te das cuenta de que aquí es absolutamente imposible quedarse dormidas. De hecho, lo difícil es no desgañitarse dándolo todo con tanto temazo y permanecer sentadas en las butacas sin marcarse un par de bailes. Ya lo dice Lara, que también lo ha visto, acabas cantando aunque no quieras. El ritmo no para y la historia tampoco, y de reojo compruebo que mi abuela no pierde hilo de nada lo que pasa: sonríe, carcajea, menea el talón a golpe de ritmo y no pestañea durante los momentos más emotivos, que también los hay. De vez en cuando, toca codazo cómplice para señalar cosas: que si esas plataformas imposibles con las que los actores bailan como si estuvieran en zapatillas de andar por casa, que si esas mujeres que aparecen como burbujas de Freixenet encima del autobús, con unos vozarrones que ríete tú de Adele, que si ese chico de buen ver que se contonea en poco menos que taparrabos… ¿Qué? ¿Que te pensabas que con la edad perdemos la capacidad de apreciar el bailoteo de un buen mozo? ¡Pues no! Y digo más, ¡VIVA!

Dos horas y media después

Seamos sinceros, con toda esa ristra de temas míticos que cualquier humano nacido en este planeta se sabe y disfruta sí o sí, ya puede arder Troya que la experiencia habrá merecido la pena. Pero si además le sumamos ese autobús gigantesco y maravilloso que plantan en todo el escenario y que pide a gritos que te lo lleves a casa (en miniatura, claro), y esa historia divertida y tierna con la que te puedes emocionar tú, tu abuela, y hasta el macarra de tu barrio, el resultado es un auténtico planazo.

Al final de la función, más de dos horas después de que se apagaran las luces, la sensación es somnolienta en las posaderas, mías y de mi abuela, pero positiva en todo lo demás. Porque la vida a veces te sorprende, y ese musical de capital que creías que era solo para turistas, resulta que te alegra una tarde entera. Y esa abuela que parecía poco moderna, lo goza todo con una historia revolucionaria pero tierna. “A ver si venimos a ver otra” me dice ella al salir. Así que aquí estamos, preparadas para la siguiente.

mm
La revolución será cuqui o no será.