FAN

Sé que es fácil sentirse tentado por el atractivo de ser un outsider y odiar Halloween. El lado oscuro tiene un punto molón desde que el mundo es mundo. Por eso nos gustan Walter White y Dexter, e incluso Donald Trump tiene su público. Pero en este caso no hay duda: la combinación de películas de terror, fiestas de disfraces y dulces es imbatible. Resistir la tentación de alistarse en la Estrella de la Muerte anti Halloween compensa sobradamente.

Que no te engañen, los haters de esta fiesta son como la OMS y los vigilantes de los parques acuáticos: se pasan el día intentando chafarnos la diversión. Porque de eso va precisamente todo esto, de una noche para reírnos de nuestros miedos y festejar que estamos vivos. Para pasarlo bien disfrazados de seres fantásticos que inevitablemente nos trasladan a la niñez: al payaso de IT, a Freddy Krueger y a Thriller de Michael Jackson.

La globalización tiene suficientes cosas malas como para no aceptar de su parte una noche de amigos, disfraces y películas de terror. Por su culpa nuestra generación ha estudiado inglés durante años, ¿no sería injusto que ahora se nos negase comer una vez al año engendros reposteros con forma de fantasma?

Además, aunque no lo parezca, a la hora de adoptar tradiciones yanquis tenemos bastante criterio. Ese es el motivo por el que seguimos considerando que el béisbol es un tostón y no celebramos Acción de Gracias por mucho especial de los Simpsons y Friends que nos cuelen.

Pero lo más importante de todo es que celebrar esta fecha es cien por cien Houdini. Es buscar una excusa para salir y pasarlo bien, aunque ésta venga de otra cultura y tenga unos orígenes más bien confusos. Te disfraces de momia con un triste rollo de papel higiénico o montes un maratón de pelis de terror con amigos. ¿Truco o trato?

TROLL

ODIO HALLOWEEN. Me parece una cutrada. Ridículo. Penoso. Absurdo. Empezando por su estética  y siguiendo por la paletada absoluta que es adoptar una costumbre foránea cualquiera, así, de repente, enfilados hacia el consumo. Comprar comprar y comprar.

No hemos adoptado, qué sé yo, las tradiciones del Día de Muertos de México, calificado por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad… o de Haití, donde todo el mundo sale a la calle ataviado de negro y rojo y la “Mambo” -una sacerdotisa-  asesina una gallina con sus manos… Aquí todos como borregos a disfrazarnos a lo cutre, a poner tristes decoraciones a escaparates de medio pelo, y a instar a los niños a ir puerta por puerta con el “truco o trato” en la boca. ¿Y todo por qué? Sí amigos: porque lo hemos visto hasta la saciedad en pelis y series yankees. Y oye, porque debe de ser que somos todos más dóciles de lo que parecía… Eso sí que me da miedo, mira tú.

Halloween es terror de pacotilla. El RESACÓN mayúsculo de escribirlo CON MAYÚSUCULAS con el que estoy escribiendo estas líneas sí que es terrorífico. Pegadita al deadline que se asoma como una guadaña, eso sí que te mete el miedo en el cuerpo. Con llamadita de tu gestora augurándote un sablazo histórico en tu Declaración de la Renta 2016, eso sí que da cague. Y no todos esos disfraces comprados por 15€ en los chinos. Porque la gente o va super cutre con 4 manchas de ketchup por la cara y un jersey a rayas queriendo imitar a Freddy Krueger (pero que ni de lejos, vaya), o van ya rollo con maquillaje extremo de efectos especiales de películas, heridas con texturas y demás asquerosidades innecesarias que si te toca verlas de cerca en el metro o en un bar te mueres del asco, literal.

A ver, que yo suelo ser positiva, always look on the bright side of life, y todo eso que rezuman otros artículos míos que habéis podido leer por aquí. Pero no. Aquí no me bajo de la burra. Aquí saco mi yo cascarrabias. ¡Que levante la mano quien piense igual! ¿Abrimos un Change.org con la prohibición de ataviarse cutremente el 31 de octubre la nuit? ¡Venga!

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Sé que es fácil sentirse tentado por el atractivo de ser un outsider y odiar Halloween. El lado oscuro tiene un punto molón desde que el mundo es mundo. Por eso nos gustan Walter White y Dexter, e incluso Donald Trump tiene su público. Pero en este caso no hay duda: la combinación de películas de terror, fiestas de disfraces y dulces es imbatible. Resistir la tentación de alistarse en la Estrella de la Muerte anti Halloween compensa sobradamente.

Que no te engañen, los haters de esta fiesta son como la OMS y los vigilantes de los parques acuáticos: se pasan el día intentando chafarnos la diversión. Porque de eso va precisamente todo esto, de una noche para reírnos de nuestros miedos y festejar que estamos vivos. Para pasarlo bien disfrazados de seres fantásticos que inevitablemente nos trasladan a la niñez: al payaso de IT, a Freddy Krueger y a Thriller de Michael Jackson.

La globalización tiene suficientes cosas malas como para no aceptar de su parte una noche de amigos, disfraces y películas de terror. Por su culpa nuestra generación ha estudiado inglés durante años, ¿no sería injusto que ahora se nos negase comer una vez al año engendros reposteros con forma de fantasma?

Además, aunque no lo parezca, a la hora de adoptar tradiciones yanquis tenemos bastante criterio. Ese es el motivo por el que seguimos considerando que el béisbol es un tostón y no celebramos Acción de Gracias por mucho especial de los Simpsons y Friends que nos cuelen.

Pero lo más importante de todo es que celebrar esta fecha es cien por cien Houdini. Es buscar una excusa para salir y pasarlo bien, aunque ésta venga de otra cultura y tenga unos orígenes más bien confusos. Te disfraces de momia con un triste rollo de papel higiénico o montes un maratón de pelis de terror con amigos. ¿Truco o trato?

TROLL

ODIO HALLOWEEN. Me parece una cutrada. Ridículo. Penoso. Absurdo. Empezando por su estética  y siguiendo por la paletada absoluta que es adoptar una costumbre foránea cualquiera, así, de repente, enfilados hacia el consumo. Comprar comprar y comprar.

No hemos adoptado, qué sé yo, las tradiciones del Día de Muertos de México, calificado por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad… o de Haití, donde todo el mundo sale a la calle ataviado de negro y rojo y la “Mambo” -una sacerdotisa-  asesina una gallina con sus manos… Aquí todos como borregos a disfrazarnos a lo cutre, a poner tristes decoraciones a escaparates de medio pelo, y a instar a los niños a ir puerta por puerta con el “truco o trato” en la boca. ¿Y todo por qué? Sí amigos: porque lo hemos visto hasta la saciedad en pelis y series yankees. Y oye, porque debe de ser que somos todos más dóciles de lo que parecía… Eso sí que me da miedo, mira tú.

Halloween es terror de pacotilla. El RESACÓN mayúsculo de escribirlo CON MAYÚSUCULAS con el que estoy escribiendo estas líneas sí que es terrorífico. Pegadita al deadline que se asoma como una guadaña, eso sí que te mete el miedo en el cuerpo. Con llamadita de tu gestora augurándote un sablazo histórico en tu Declaración de la Renta 2016, eso sí que da cague. Y no todos esos disfraces comprados por 15€ en los chinos. Porque la gente o va super cutre con 4 manchas de ketchup por la cara y un jersey a rayas queriendo imitar a Freddy Krueger (pero que ni de lejos, vaya), o van ya rollo con maquillaje extremo de efectos especiales de películas, heridas con texturas y demás asquerosidades innecesarias que si te toca verlas de cerca en el metro o en un bar te mueres del asco, literal.

A ver, que yo suelo ser positiva, always look on the bright side of life, y todo eso que rezuman otros artículos míos que habéis podido leer por aquí. Pero no. Aquí no me bajo de la burra. Aquí saco mi yo cascarrabias. ¡Que levante la mano quien piense igual! ¿Abrimos un Change.org con la prohibición de ataviarse cutremente el 31 de octubre la nuit? ¡Venga!