FAN

Una vez al año, todos los astros del universo se alinean en una confluencia mágica que consigue que las abuelas, los abuelos, los hipsters, los chonis, los niños repelentes y los terremoto, y sus padres, sus primos mayores y sus tíos de todas las edades y procedencias, bailen y rían y corran y se rindan a la gosadera de turno en un mismo tiempo y lugar.

Una vez al año las fiestas de pueblo vienen a unir lo que la política, la religión, la brecha generacional y las cuentas corrientes tienen a bien mantener separados el resto del año.

Porque, ¿hay algo que una más que ponernos todos juntos como la moñono con una música de cuestionable calidad de fondo? ¿Hay algún otro momento en el que nos quitemos las caretas de lo molón y lo guay, en el que nos olvidemos de nuestros gustos musicales personales y nos lo pasemos de muerte viendo a los niños intentar seguir a duras penas unas coreografías horriblemente adorables cuando suena ‘Follow the leader’? ¿Hay algo mejor que ver a tu abuela desempolvar sus mejores movimientos, y una sonrisa cómplice, cuando tu abuelo la saca a bailar una lenta?

Las fiestas de pueblo, las buenas, las que transforman las plazas y las llenan de luces y colores y música, las que hacen que durante todo el día la gente de la localidad revolotee con emoción, y se acerque gente de otros pueblos, y se reúna la familia que está dispersada por el país, y consiga que haya señores que nos dejen con la boca abierta dándolo todo en la pista de baile aunque suene ‘El tiburón’ (o precisamente porque suena ‘El tiburón’), las que permiten a los niños acostarse tarde (acordaos de la emoción infinita de ser niño y acostarte tarde ¡como los mayores!), las que unen en etílica felicidad a viejos amigos y ponen el listón altísimo cuando intentamos ligar al ritmo del ‘Chiquilla’ de Seguridad Social. ¿Esas fiestas? Esas fiestas de pueblo son lo mejor del verano. Y si me apuráis, un poco de la vida también.

TROLL

¿A quién no le gusta pasar la noche en vela mientras una orquesta destroza grandes éxitos de King África y Georgie Dann? ¿Quién no disfruta siendo arrollado por centenares de jóvenes cada vez que se atreve a poner un pie en la calle? ¿Quién no ha temido por su vida cuando anuncian que se ha vuelto a escapar uno de los toros? Si alguien todavía duda de la existencia del infierno, es que no ha estado nunca en unas fiestas de pueblo.

Da igual en qué parte de España nos situemos. No importa si es el levante o en la cornisa cantábrica. Todas las fiestas de pueblo son la misma. Encierros de vaquillas, toros embolados, cenas de sobaquillo -que ya podrían cambiarles el nombre, por favor- y señoras bailando pasodobles en el recinto de fiestas -también llamado explanada del polideportivo-. Vamos, un derroche de variedad e innovación nunca vistos en la era moderna. ¡Qué ganas de asistir! #NO

Comparsas tocando el himno de la comunidad durante setenta y dos horas ininterrumpidas, señores de cierta edad comportándose como adolescentes y espectáculos de variedades en la plaza del pueblo que parecen recién salidos del ‘Ministerio del tiempo’. ‘¿Ahora es cuando sale la Bárbara Rey?’, murmuran los asistentes. En serio, ¿no hay una ley que prohiba tanto cuñadismo? Por el bien común y la dignidad, más que nada important source.

Y eso por no hablar de la exquisita variedad musical con la que se amenizan las noches de verano. Que si una ráfaga de éxitos de los 80, que si todas las canciones del verano desde la transición, que si el ‘La, la la’, que si una conga -¿por qué, señor, por qué?- y el remate final con ‘Paquito el chocolatero’ y el bailecito de marras. ¡Nada más elegante que soltar onomatopeyas mientras se zarandean las caderas al ritmo del bombo!

Si todavía queda alguien con cierta cordura en este país -igual es mucho pedir-, que se arremangue y ponga fin a tanta tortura visual. Ojalá un verano sin fiestas de pueblo. No podemos más. ¿No damos un poco de pena? Venga, por favor.

FAN

Una vez al año, todos los astros del universo se alinean en una confluencia mágica que consigue que las abuelas, los abuelos, los hipsters, los chonis, los niños repelentes y los terremoto, y sus padres, sus primos mayores y sus tíos de todas las edades y procedencias, bailen y rían y corran y se rindan a la gosadera de turno en un mismo tiempo y lugar.

Una vez al año las fiestas de pueblo vienen a unir lo que la política, la religión, la brecha generacional y las cuentas corrientes tienen a bien mantener separados el resto del año.

Porque, ¿hay algo que una más que ponernos todos juntos como la moñono con una música de cuestionable calidad de fondo? ¿Hay algún otro momento en el que nos quitemos las caretas de lo molón y lo guay, en el que nos olvidemos de nuestros gustos musicales personales y nos lo pasemos de muerte viendo a los niños intentar seguir a duras penas unas coreografías horriblemente adorables cuando suena ‘Follow the leader’? ¿Hay algo mejor que ver a tu abuela desempolvar sus mejores movimientos, y una sonrisa cómplice, cuando tu abuelo la saca a bailar una lenta?

Las fiestas de pueblo, las buenas, las que transforman las plazas y las llenan de luces y colores y música, las que hacen que durante todo el día la gente de la localidad revolotee con emoción, y se acerque gente de otros pueblos, y se reúna la familia que está dispersada por el país, y consiga que haya señores que nos dejen con la boca abierta dándolo todo en la pista de baile aunque suene ‘El tiburón’ (o precisamente porque suena ‘El tiburón’), las que permiten a los niños acostarse tarde (acordaos de la emoción infinita de ser niño y acostarte tarde ¡como los mayores!), las que unen en etílica felicidad a viejos amigos y ponen el listón altísimo cuando intentamos ligar al ritmo del ‘Chiquilla’ de Seguridad Social. ¿Esas fiestas? Esas fiestas de pueblo son lo mejor del verano. Y si me apuráis, un poco de la vida también.

TROLL

¿A quién no le gusta pasar la noche en vela mientras una orquesta destroza grandes éxitos de King África y Georgie Dann? ¿Quién no disfruta siendo arrollado por centenares de jóvenes cada vez que se atreve a poner un pie en la calle? ¿Quién no ha temido por su vida cuando anuncian que se ha vuelto a escapar uno de los toros? Si alguien todavía duda de la existencia del infierno, es que no ha estado nunca en unas fiestas de pueblo.

Da igual en qué parte de España nos situemos. No importa si es el levante o en la cornisa cantábrica. Todas las fiestas de pueblo son la misma. Encierros de vaquillas, toros embolados, cenas de sobaquillo -que ya podrían cambiarles el nombre, por favor- y señoras bailando pasodobles en el recinto de fiestas -también llamado explanada del polideportivo-. Vamos, un derroche de variedad e innovación nunca vistos en la era moderna. ¡Qué ganas de asistir! #NO

Comparsas tocando el himno de la comunidad durante setenta y dos horas ininterrumpidas, señores de cierta edad comportándose como adolescentes y espectáculos de variedades en la plaza del pueblo que parecen recién salidos del ‘Ministerio del tiempo’. ‘¿Ahora es cuando sale la Bárbara Rey?’, murmuran los asistentes. En serio, ¿no hay una ley que prohiba tanto cuñadismo? Por el bien común y la dignidad, más que nada important source.

Y eso por no hablar de la exquisita variedad musical con la que se amenizan las noches de verano. Que si una ráfaga de éxitos de los 80, que si todas las canciones del verano desde la transición, que si el ‘La, la la’, que si una conga -¿por qué, señor, por qué?- y el remate final con ‘Paquito el chocolatero’ y el bailecito de marras. ¡Nada más elegante que soltar onomatopeyas mientras se zarandean las caderas al ritmo del bombo!

Si todavía queda alguien con cierta cordura en este país -igual es mucho pedir-, que se arremangue y ponga fin a tanta tortura visual. Ojalá un verano sin fiestas de pueblo. No podemos más. ¿No damos un poco de pena? Venga, por favor.

mm
Bloguer con solera. Profesional de la palabra. Vedette del freelancismo. Inventor de la confusión. Me gano la vida escribiendo y gestionando mi imperio. Es duro, pero merece la pena.