FAN

Pues a mí me gusta mucho el otoño y (aún) no leo libros de autoayuda.

Me gusta por muchas razones, pero hay una que destaca por encima del resto:
en otoño fallece de muerte natural la dichosa (iba a escribir otra cosa) canción del verano. Esa que conociste en un taxi y lo que sea que te regalara Puerto Rico se van desvaneciendo a la que avanza septiembre y a mediados de octubre ya han ido a parar al limbo de las canciones del verano, un sitio lleno de gente que bate como haciendo mayonesa y que lo que siente no es amor, se llama obsesión.

A mí esta hazaña del otoño ya me parece gloria bendita. Pero también me lo parece ese día en el que sacas una colchita fina del armario al irte a dormir; o el instante en el que el flotador de carne que se te ha instalado en la cintura queda camuflado bajo el primer jersey de la temporada; o ese momento en el que al fin abres los ojos y das las gracias porque el amor de verano sea eso, de verano y fin.

Ni frío ni calor. Desde luego, no es la mejor sensación al salir de ver el concierto de tu grupo favorito o esa película que llevas meses esperando a que llegue a tu ciudad. Pero cuando el significado es literal, cuando ciertamente no hace ni frío ni calor, los chicos se enamoran, digo, el equilibrio reina y todo apetece, desde la sopa hasta cualquier plan, por exótico o sofapeliculero que sea.

Y es que, además, se es injusto con el otoño desde tiempos inmemoriales. Por eso de que sigue al idolatrado y, a mis ojos, sobrevalorado, verano, se queda con las migajas de la estima y la consideración. Que si la melancolía, que si qué poco dura lo bueno, que si se cae el pelo…

¿Por qué nadie recuerda que es tiempo de mandarinas*?

* Otras mandarinas. Estas estoniogeorgianas. Menos dulces. Infinitamente más conmovedoras.

TROLL

Hola, odio el otoño. Tú también odias el otoño.

Sí, sí, sí YA SÉ que eres muy romántic@ y que te encanta la gama cromática de la alfombra de hojas que cubren el suelo de tu calle, que no hay nada como ver los atardeceres de octubre desde la ventana de tu casa, que qué monis estamos todas con una boina de lana en la cabeza, que ya puedes estrenar a gusto tu abriguito nuevo modelo “Caminante sobre el mar de nubes”.

Perfecto, pero vamos a situarnos: lunes, finales de septiembre, siete de la mañana, con las vacaciones de verano retumbando en tus cabeza como un eco lejano, aquí reconóceme que las únicas dos opciones vitales que tienes son:

  1. Repetirte en bucle: “¡Gracias a Dios que se acabó el verano! ¡Qué ganas tenía yo mientras estaba en la playa siendo MÁS FELIZ QUE NUNCA EN MI VIDA de ver a mi jefa, la Caragestapo! ¡Jolines y a la Mari Conchi de RR.HH. que me cae fatal pero que casi se me había olvidado qué cara tenía! Menos mal que estás aquí, amigo otoño, para traerme todo esto a mi vida otra vez”.
  2. Desear la muerte automática. La tuya y la de Mari Conchi.

Porque a ver:

Punto uno, no vives en los fiordos noruegos sino en una ciudad de cemento en la que las hojas de los árboles caídas son gama cromática “marrón pisado sucio”, y claro, los atardeceres de octubre los verás en el Instagram de Ladychichi_1986, que vive en una casa en las afueras de un bosque de árboles centenarios porque, lo que es tú, vives en un piso con vistas a la ropa tendida de tu vecino el de la jauría de loros aulladores en el balcón.

Punto dos, estás en un país con un clima Mediterráneo-interior-subtropical-oceánico-tirando-a-templadito, lo que en la app weather de tu móvil se traduce en LLUVIAS que encima te pillan sin abriguito nuevo, ni boina de lana porque durante el día sigue haciendo el MISMO CALOR que cuando en agosto te paseabas en sujetador y bragas bikini por el pueblo costero de tus entretelas.

Punto tres, yo no sé tú, pero yo en otoño siempre vivo con el miedo de levantarme un día CALVA. ¿Por qué se tiene que caer tantísimo el pelo en otoño? Pero vamos a ver, otoño de mi corazón, ¿qué te he hecho yo para que quieras que el diámetro de mi moñito disminuya tres centímetros cada septiembre?

Punto cuarto, la gastronomía otoñal. A ver, ¿me quieres decir que de verdad te gustan las castañas asadas, que te pirras por los boniatos, que sabes lo que es un Marrón Glacé? Mira, me creería esto si fueras un campesino ucraniano en medio del tercer año de hambruna de la guerra Franco-Prusiana, y con ésas, me juego el cuello y no lo pierdo a que a ese mismo campesino le pones un plato de bravas con una cañita helada y no querría los boniatos ni como arma arrojadiza para espantar alimañas.

Por lo tanto, aparca por un momento el postureo Margarite-Gautier-Joven-Werther y reconóceme este axioma irrefutable: tú odias el otoño, hij@ mí@.

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Pues a mí me gusta mucho el otoño y (aún) no leo libros de autoayuda.

Me gusta por muchas razones, pero hay una que destaca por encima del resto:
en otoño fallece de muerte natural la dichosa (iba a escribir otra cosa) canción del verano. Esa que conociste en un taxi y lo que sea que te regalara Puerto Rico se van desvaneciendo a la que avanza septiembre y a mediados de octubre ya han ido a parar al limbo de las canciones del verano, un sitio lleno de gente que bate como haciendo mayonesa y que lo que siente no es amor, se llama obsesión.

A mí esta hazaña del otoño ya me parece gloria bendita. Pero también me lo parece ese día en el que sacas una colchita fina del armario al irte a dormir; o el instante en el que el flotador de carne que se te ha instalado en la cintura queda camuflado bajo el primer jersey de la temporada; o ese momento en el que al fin abres los ojos y das las gracias porque el amor de verano sea eso, de verano y fin.

Ni frío ni calor. Desde luego, no es la mejor sensación al salir de ver el concierto de tu grupo favorito o esa película que llevas meses esperando a que llegue a tu ciudad. Pero cuando el significado es literal, cuando ciertamente no hace ni frío ni calor, los chicos se enamoran, digo, el equilibrio reina y todo apetece, desde la sopa hasta cualquier plan, por exótico o sofapeliculero que sea.

Y es que, además, se es injusto con el otoño desde tiempos inmemoriales. Por eso de que sigue al idolatrado y, a mis ojos, sobrevalorado, verano, se queda con las migajas de la estima y la consideración. Que si la melancolía, que si qué poco dura lo bueno, que si se cae el pelo…

¿Por qué nadie recuerda que es tiempo de mandarinas*?

* Otras mandarinas. Estas estoniogeorgianas. Menos dulces. Infinitamente más conmovedoras.

TROLL

Hola, odio el otoño. Tú también odias el otoño.

Sí, sí, sí YA SÉ que eres muy romántic@ y que te encanta la gama cromática de la alfombra de hojas que cubren el suelo de tu calle, que no hay nada como ver los atardeceres de octubre desde la ventana de tu casa, que qué monis estamos todas con una boina de lana en la cabeza, que ya puedes estrenar a gusto tu abriguito nuevo modelo “Caminante sobre el mar de nubes”.

Perfecto, pero vamos a situarnos: lunes, finales de septiembre, siete de la mañana, con las vacaciones de verano retumbando en tus cabeza como un eco lejano, aquí reconóceme que las únicas dos opciones vitales que tienes son:

  1. Repetirte en bucle: “¡Gracias a Dios que se acabó el verano! ¡Qué ganas tenía yo mientras estaba en la playa siendo MÁS FELIZ QUE NUNCA EN MI VIDA de ver a mi jefa, la Caragestapo! ¡Jolines y a la Mari Conchi de RR.HH. que me cae fatal pero que casi se me había olvidado qué cara tenía! Menos mal que estás aquí, amigo otoño, para traerme todo esto a mi vida otra vez”.
  2. Desear la muerte automática. La tuya y la de Mari Conchi.

Porque a ver:

Punto uno, no vives en los fiordos noruegos sino en una ciudad de cemento en la que las hojas de los árboles caídas son gama cromática “marrón pisado sucio”, y claro, los atardeceres de octubre los verás en el Instagram de Ladychichi_1986, que vive en una casa en las afueras de un bosque de árboles centenarios porque, lo que es tú, vives en un piso con vistas a la ropa tendida de tu vecino el de la jauría de loros aulladores en el balcón.

Punto dos, estás en un país con un clima Mediterráneo-interior-subtropical-oceánico-tirando-a-templadito, lo que en la app weather de tu móvil se traduce en LLUVIAS que encima te pillan sin abriguito nuevo, ni boina de lana porque durante el día sigue haciendo el MISMO CALOR que cuando en agosto te paseabas en sujetador y bragas bikini por el pueblo costero de tus entretelas.

Punto tres, yo no sé tú, pero yo en otoño siempre vivo con el miedo de levantarme un día CALVA. ¿Por qué se tiene que caer tantísimo el pelo en otoño? Pero vamos a ver, otoño de mi corazón, ¿qué te he hecho yo para que quieras que el diámetro de mi moñito disminuya tres centímetros cada septiembre?

Punto cuarto, la gastronomía otoñal. A ver, ¿me quieres decir que de verdad te gustan las castañas asadas, que te pirras por los boniatos, que sabes lo que es un Marrón Glacé? Mira, me creería esto si fueras un campesino ucraniano en medio del tercer año de hambruna de la guerra Franco-Prusiana, y con ésas, me juego el cuello y no lo pierdo a que a ese mismo campesino le pones un plato de bravas con una cañita helada y no querría los boniatos ni como arma arrojadiza para espantar alimañas.

Por lo tanto, aparca por un momento el postureo Margarite-Gautier-Joven-Werther y reconóceme este axioma irrefutable: tú odias el otoño, hij@ mí@.

mm
El primer día de Chiquito en la tele yo ya estaba allí. Así que un respetito.