¿Cómo puede una ciudad que apenas llega a las 200.000 personas y que, durante el año, no figura en ninguna guía para fiesteros convertirse del 6 al 14 de julio en la capital mundial del gambiterismo? ¿Será que Pamplona no es el muermo que podría parecer a primera vista? Nada mejor para averiguarlo que echarse a las calles de su casco histórico y probar el modo de vida navarro. O naburro.

Navarros hay de dos tipos, de que sí o de que no

Es lo que me dijeron cuando empecé a venir a Pamplona regularmente y la conversación derivó en las cosas del salir. Es posible que fuera una advertencia para cuidarme de los excesos, pero yo me lo tomé como una invitación para mudarme definitivamente. La frase, en su rotundidad, no es estrictamente cierta, claro, pero es cierto que hay una Pamplona tranquila, conservadora y atiborrada de farmacias, y una Iruñea canalla que se echa a la calle ahora sí y ahora también como si no hubiera un mañana. En ese sentido, San Fermín no es una acontecimiento único, una especie de teseracto de alcohol y noches en blanco cuyo espíritu muere entre el 14 de julio de un año y el 6 del año siguiente. Para empezar no se dice “noches en blanco”, se dice “gaupasa” y es la palabra del euskera que más rápido aprenderás si haces una escapada pamplonauta. Y segundo, sanfermines solo hay unos, pero fiestas hay para parar un tren.

Una foto publicada por @the.spiders.web el 11 de Oct de 2016 a la(s) 10:19 PDT

Hasta la mañana, siempre

Para empezar, cada barrio de la ciudad y cada una de las localidades que rodean la ciudad tiene su fiesta. En Barañain, por ejemplo, justo antes de las fiestas y en plena sanferminalipsis (transformación radical mezcla de furia laboral y locura colectiva que sufre la ciudad antes del 6 de julio), un grupo de radicales de la fiesta alarga la noche hasta cuando sea necesario acompañados de un carrito con música y unos gigantes vestidos de Michael Jackson y de Osama Bin Laden (sí, en serio) mientras corean el lema “hasta la mañana siempre” en nombre de “la yihad mañanera”.

¿Qué, de vermú torero?

Hay otras tradiciones más civilizadas que también pueden llevarse hasta el exceso. Por ejemplo, el vermú, vermutico o aperitivo de la mañana es un ritual típico de los sábados, domingos y festivos que puede convertirse en torero si no te sientas a comer y lo alargas hasta vete a saber cuándo. Eso sí, imita a los que saben y acompáñalo de pintxos. No te va a faltar dónde elegir porque lo Viejo está lleno y en cualquier sitio puedes comer maravillosas tortillas de patata (prueba las del Olazti y La Navarra), rabas (prueba los del Mesón de la Nabarreria), fritos de huevo (prueba el de la Vermutería Río) o moscovitas (típicos de la Hostería Temple donde, además, puedes comer bien y bien navarro). Mientras otras ciudades han renunciado al frito por elaboraciones más cosmopolitas, Pamplona comprende que para beber hay que hacer masa y mantiene una increíble selección. Los del Café Roch son míticos (¿qué le ponen a esa bechamel? ¿cielo?) y si quieres rendir homenaje al espíritu que enamoró a Hemingway puedes pedirlos en un cachi y a morir Katanga. ¿Que prefieres el fast food tradicional? Pues nada, te pides un pintxo de hamburguesa en el Iruñazarra. Ricas, ¿eh? Bienvenido a las txule-burguers (hamburguesas hecha con picadillo de chuletón) y de nada.

Una foto publicada por marti aguilar (@maguilarf) el 19 de Sep de 2016 a la(s) 1:15 PDT

Si se alarga el vermú, se alarga también el vermú torero y todavía tienes cuerpo de salir porque eres de los de difícil recoger, las calles por las que buscar actividad de noche son, fundamentalmente, Calderería y Labrit, donde encontrarás los bares que cierran más tarde en fin de semana. Las tardes y noches de verano, en cambio, los pamplonautas se sientan a enfriarse el culo en la Plaza de la Navarrería (sí, donde los turistas yankees se tiran de una fuente vacía a la multitud en sanfermines), pero les harás un favor a los vecinos que se quejan de la cantidad de gente que se agolpa en poco sitio si diversificas un poco y le das una oportunidad a la terraza del Caballo Blanco, a las de la Plaza del Castillo o la zona de la calle Compañía, por ejemplo. El jueves, las calles más transitadas son San Nicolás y Estafeta, donde se celebra el “juevintxo” y las multitudes se concentran en busca de ofertas baratas de -adivínalo- bebida y pintxo.  

Al tercer cubata me vengo arriba

La frase más repetida en la ciudad será, seguramente, “en la tele parece más grande”, que repiten todas las personas que llegan a la Plaza del Ayuntamiento y que solo la han visto por televisión (donde, realmente, parece más pequeña). Pero, quizá, esta otra de un navarro que cada año se viste de San Fermín y se sube a la hornacina del santo con peligro de su propia vida representa mejor el zeitgeist navarro. Lo hace cuando oficialmente han terminado las fiestas como parte del Movimiento del 15 de julio que reivindica la orgía perpetua y no ligada al santoral (¡total, si San Fermín no existió!). Empezaron corriendo el primer autobús de la mañana el primer día sin toros (el famoso “encierro de la Villavesa”) y cuando les quitaron el autobús pusieron un Miguel Indurain de pega al que acompañan de un guardia municipal fake y un tío vestido de mono. Sí, de mono. ¿Por qué? Pues para homenajear a una gran figura navarra: Txarli, el mono onanista que se pasó años en una jaula del parque de la Taconera increpando a los visitantes, fumando y… bueno, ya he dicho que era onanista, ¿no?

Ese espíritu de rebeldía canalla y puro gamberreo, ese culto al exceso, es el que podrás encontrar, -como el Equipo A, si tienes suerte y deseas contratarlo-, en muchas celebraciones navarras a lo largo del año. Porque hay fiestas de pueblos y de barrios, pero también fiestas de una sola calle, como las de Jarauta, Santo Domingo y San Lorenzo, por ejemplo. Hay un Día de las Peñas, un Día del Casco Viejo, un Día de San Fermín de Aldapa (o San Fermín Txikito) e incluso un día para celebrar que hace cientos de años se puso fin a las disputas medievales entre los distintos “burgos” que componen el Casco Viejo (San Nicolás, San Cernin y Navarrería).

La verdad es que, desde que vivo en el “el cogollico” -el centro centrísimo del Casco Viejo, veo pasar gigantes por debajo de casa tan a menudo que a veces ni pregunto qué se celebra. Y no solo gigantes -aunque ellos son la estrella de la ciudad y tienen merchandising, seguidores y hasta su propio comic– sino cabezudos, “kilikis”, txistularis, bandas musicales y electro-txarangas. Como me decía un navarro -de los de que sí, por supuesto- a veces, aquí, se celebra incluso “que no hay nada que celebrar”.

Navarros hay de dos tipos, de que sí o de que no

Es lo que me dijeron cuando empecé a venir a Pamplona regularmente y la conversación derivó en las cosas del salir. Es posible que fuera una advertencia para cuidarme de los excesos, pero yo me lo tomé como una invitación para mudarme definitivamente. La frase, en su rotundidad, no es estrictamente cierta, claro, pero es cierto que hay una Pamplona tranquila, conservadora y atiborrada de farmacias, y una Iruñea canalla que se echa a la calle ahora sí y ahora también como si no hubiera un mañana. En ese sentido, San Fermín no es una acontecimiento único, una especie de teseracto de alcohol y noches en blanco cuyo espíritu muere entre el 14 de julio de un año y el 6 del año siguiente. Para empezar no se dice “noches en blanco”, se dice “gaupasa” y es la palabra del euskera que más rápido aprenderás si haces una escapada pamplonauta. Y segundo, sanfermines solo hay unos, pero fiestas hay para parar un tren.

Una foto publicada por @the.spiders.web el 11 de Oct de 2016 a la(s) 10:19 PDT

Hasta la mañana, siempre

Para empezar, cada barrio de la ciudad y cada una de las localidades que rodean la ciudad tiene su fiesta. En Barañain, por ejemplo, justo antes de las fiestas y en plena sanferminalipsis (transformación radical mezcla de furia laboral y locura colectiva que sufre la ciudad antes del 6 de julio), un grupo de radicales de la fiesta alarga la noche hasta cuando sea necesario acompañados de un carrito con música y unos gigantes vestidos de Michael Jackson y de Osama Bin Laden (sí, en serio) mientras corean el lema “hasta la mañana siempre” en nombre de “la yihad mañanera”.

¿Qué, de vermú torero?

Hay otras tradiciones más civilizadas que también pueden llevarse hasta el exceso. Por ejemplo, el vermú, vermutico o aperitivo de la mañana es un ritual típico de los sábados, domingos y festivos que puede convertirse en torero si no te sientas a comer y lo alargas hasta vete a saber cuándo. Eso sí, imita a los que saben y acompáñalo de pintxos. No te va a faltar dónde elegir porque lo Viejo está lleno y en cualquier sitio puedes comer maravillosas tortillas de patata (prueba las del Olazti y La Navarra), rabas (prueba los del Mesón de la Nabarreria), fritos de huevo (prueba el de la Vermutería Río) o moscovitas (típicos de la Hostería Temple donde, además, puedes comer bien y bien navarro). Mientras otras ciudades han renunciado al frito por elaboraciones más cosmopolitas, Pamplona comprende que para beber hay que hacer masa y mantiene una increíble selección. Los del Café Roch son míticos (¿qué le ponen a esa bechamel? ¿cielo?) y si quieres rendir homenaje al espíritu que enamoró a Hemingway puedes pedirlos en un cachi y a morir Katanga. ¿Que prefieres el fast food tradicional? Pues nada, te pides un pintxo de hamburguesa en el Iruñazarra. Ricas, ¿eh? Bienvenido a las txule-burguers (hamburguesas hecha con picadillo de chuletón) y de nada.

Una foto publicada por marti aguilar (@maguilarf) el 19 de Sep de 2016 a la(s) 1:15 PDT

Si se alarga el vermú, se alarga también el vermú torero y todavía tienes cuerpo de salir porque eres de los de difícil recoger, las calles por las que buscar actividad de noche son, fundamentalmente, Calderería y Labrit, donde encontrarás los bares que cierran más tarde en fin de semana. Las tardes y noches de verano, en cambio, los pamplonautas se sientan a enfriarse el culo en la Plaza de la Navarrería (sí, donde los turistas yankees se tiran de una fuente vacía a la multitud en sanfermines), pero les harás un favor a los vecinos que se quejan de la cantidad de gente que se agolpa en poco sitio si diversificas un poco y le das una oportunidad a la terraza del Caballo Blanco, a las de la Plaza del Castillo o la zona de la calle Compañía, por ejemplo. El jueves, las calles más transitadas son San Nicolás y Estafeta, donde se celebra el “juevintxo” y las multitudes se concentran en busca de ofertas baratas de -adivínalo- bebida y pintxo.  

Al tercer cubata me vengo arriba

La frase más repetida en la ciudad será, seguramente, “en la tele parece más grande”, que repiten todas las personas que llegan a la Plaza del Ayuntamiento y que solo la han visto por televisión (donde, realmente, parece más pequeña). Pero, quizá, esta otra de un navarro que cada año se viste de San Fermín y se sube a la hornacina del santo con peligro de su propia vida representa mejor el zeitgeist navarro. Lo hace cuando oficialmente han terminado las fiestas como parte del Movimiento del 15 de julio que reivindica la orgía perpetua y no ligada al santoral (¡total, si San Fermín no existió!). Empezaron corriendo el primer autobús de la mañana el primer día sin toros (el famoso “encierro de la Villavesa”) y cuando les quitaron el autobús pusieron un Miguel Indurain de pega al que acompañan de un guardia municipal fake y un tío vestido de mono. Sí, de mono. ¿Por qué? Pues para homenajear a una gran figura navarra: Txarli, el mono onanista que se pasó años en una jaula del parque de la Taconera increpando a los visitantes, fumando y… bueno, ya he dicho que era onanista, ¿no?

Ese espíritu de rebeldía canalla y puro gamberreo, ese culto al exceso, es el que podrás encontrar, -como el Equipo A, si tienes suerte y deseas contratarlo-, en muchas celebraciones navarras a lo largo del año. Porque hay fiestas de pueblos y de barrios, pero también fiestas de una sola calle, como las de Jarauta, Santo Domingo y San Lorenzo, por ejemplo. Hay un Día de las Peñas, un Día del Casco Viejo, un Día de San Fermín de Aldapa (o San Fermín Txikito) e incluso un día para celebrar que hace cientos de años se puso fin a las disputas medievales entre los distintos “burgos” que componen el Casco Viejo (San Nicolás, San Cernin y Navarrería).

La verdad es que, desde que vivo en el “el cogollico” -el centro centrísimo del Casco Viejo, veo pasar gigantes por debajo de casa tan a menudo que a veces ni pregunto qué se celebra. Y no solo gigantes -aunque ellos son la estrella de la ciudad y tienen merchandising, seguidores y hasta su propio comic– sino cabezudos, “kilikis”, txistularis, bandas musicales y electro-txarangas. Como me decía un navarro -de los de que sí, por supuesto- a veces, aquí, se celebra incluso “que no hay nada que celebrar”.

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Cotorra, escribiente, y un poco unicornia