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Entre tumbas por Barcelona

Mecano decía que los cementerios no son serios. El cine de terror nos ha enseñado que los camposantos son territorio abonado para el despertar de los muertos vivientes.

Mecano decía que los cementerios no son serios. El cine de terror nos ha enseñado que los camposantos son territorio abonado para el despertar de los muertos vivientes.

Y yo te digo que, en Barcelona, hay unos cuantos cementerios a los que merece la pena ir a pasar las horas… muertas (lo siento, me estaba haciendo el chiste encima). ¿Me sigues por estos cinco?

Cementerio del Poblenou: caminando por este pequeño cementerio junto a la playa hay dos cosas que llaman la atención: la belleza de las esculturas y panteones con que uno se topa y una tumba llena de ofrendas. Es la de Francesc Canals, conocido como el Santet del Poblenou,  un joven que falleció en 1918 y al que todavía hoy se le piden deseos alargando la leyenda sobre su capacidad de hacer milagros.

Cementerio de Montjuïc: los inquilinos de este recinto inaugurado en 1883 tienen vistas al mar y descansan junto a una espectacular colección de carrozas fúnebres. Los domingos pares de cada mes te puedes apuntar a alguna de las rutas que recorren sepulturas de gran valor artístico o tumbas de personalidades.

Cementerio de Les Corts: situado junto al Camp Nou, es lugar de descanso para leyendas del Barça como Kubala, Samitier o Urruti. Pero este cementerio no tiene interés sólo para los culés: acoge uno de los recintos de sepultura para los hebreos más importantes de la ciudad, y también las tumbas de centenares de soldados de las guerras de Cuba y Filipinas.

Cementerio de Collserola: en medio del parque natural que abraza a la ciudad, y situado en la vecina Montcada i Reixac se alza este moderno recinto fúnebre diseñado para poder acceder a su interior en coche. A pesar de los motores ocasionales, el silencio solo roto por el canto de los pájaros es el sonido más habitual.

Cementerio de Sant Andreu: solo para ver las sepulturas gitanas que abundan en este cementerio ya vale la pena pasarse por este recinto inaugurado en la primera mitad del siglo XIX. La de Inocencio Amaya, el tío Cabullo, adornada con una estatua suya a todo color, es de las más bonitas.

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Bípedo humano miope y contraalopécico. Alma de rockero y cuerpo de oficinista. Hipocondríaco pasivo y airguitarrista activo. Juntador de palabras profesional y leedor de palabras vocacional. Todavía no sé qué quiero ser de mayor; mientras tanto, cotizo. Por lo demás todo bien, gracias.