¿Es un hotel? No. ¿Un camping? Bueno… ¿Cómo Airbnb? Mmmm. ¿Una pensión? Qué no... ¿Un sitio de esos de mochileros donde todos cantan 'Viva la gente' con una guitarra al anochecer? Tibio. Entonces, ¿qué es un hostel? Pasen y vean, porque a veces, el alojamiento puede superar al propio destino.

Cachimbas y videojuegos

Llegamos a un tal Atlantic Hostel en el pueblo marroquí de Essaouira junto a un local que no consigue hacernos comprar un Cartier falso. Hace calor y hay más gaviotas que en Los Pájaros de Hitchcock. También una entrada fría y una sala, donde un recepcionista árabe deja atrás a dos millenials jugando a una videoconsola para atendernos.

Tras dejar nuestra mochila en una habitación llena de literas, las pertenencias en unas taquillas y contemplar las vistas de la Medina azul y blanca, un inglés nos seduce con un Hey mate! y otro nos invita a tomar cachimba en la sala inferior al anochecer. Y tras tender nuestras ropas mohosas en una azotea bajamos, compartimos té y pastas con una japonesa adicta a pintar mandalas y un bereber del desierto que viste una túnica robada a Obi-Wan Kenobi y nos lee el futuro después de cada bocanada de shisha.

Y ahora que pienso, también fue en Fuerteventura donde conocí a una sabia viajera mientras me ayudaba a doblar las sábanas de mi cama. En Cuba donde el anciano padre de una propietaria que nos preparaba café al amanecer me ilustró con la vida junto a las playas de Holguín mientras pelaba cabezas de ajos. Todos esos lugares eran alojamientos turísticos, salvo que en los hostels todos dejamos de ser turistas para ser compañeros de vida durante unas horas.

Ronquemos juntos, millenials

Cuando pensamos en un hotel imaginamos una puerta automática con la que nos chocamos sin que nadie se de cuenta, un recepcionista que huele a Loewe y muestras de gel y champú junto a un juego de toallas que podría pegar mucho con ese otro que tienes en casa. Por ese motivo, aún hay gente a la que le cuesta concebir la idea de hospedarse en una misma habitación junto con otras personas, en donde el recepcionista a veces aún no tiene pelos en las piernas y en lugar de jardineros hay jóvenes pintando un cuadro surrealista en un muro.

Los hostels son algo así como una mezcla de Jack Kerouac y la Fábrica de Willy Wonka, la esencia de una tipología turística que no ha hecho más que reinventarse en los tiempos de unos millenials que necesitan de lounges psicodélicos donde desplegar un Mac en sus vacaciones y economizar sin renunciar a nuevas experiencias.

En algunos países como la India lo llaman guesthouses, en otros hostales para mochileros, pero lo cierto es que el hostel en sí mismo ha llegado a un punto en el que puede permitirse abandonar el viejo mito de hotel encarecido para confirmar su potencial de meca de la joie de vivre donde la gente se intercambia champú en la cola del baño y los buffet desayuno se convierten en brunchs.

Pero es al llegar la noche cuando todo se transforma y la gente comienza a servirse gin mientras Felix Jaehn suena como si no hubiera un mañana. En otros, todo queda en concentrarse en una terracita y compartir las reflexiones del día en pijama. A veces en leer un libro de la biblioteca pública bajo las estrellas mientras un suizo viene a decirte que no ha podido dejar de mirarte en todo el día.

La vida misma.

Con S de Smart

El concepto inicial de hotel de mochilero ha digievolucionado, y la combinación de cámping y hostal se ha abierto a nuevas posibilidades durante los últimos años. Prueba de ello son algunos de los hostels más increíbles en los que podrás hospedarte sin llevarte las manos a la cabeza cuando entres en la sección “Cuentas” del banco.  

Si nos ceñimos a los últimos ganadores de los Hostars (sí, sí), los premios otorgados por la web de Hostelworld, encontramos desde alojamientos de paredes psicodélicas hasta otros forrados de art decó. Caravanas de colores en medio de un jardín, piscinas con flotadores de flamencos y balcones cuya decoración simulan el planeta de Avatar al anochecer.

Y es que los hostels juegan con muchos diseños, colores e impresiones manteniendo como base el entusiasmo por compartir las mejores experiencias en torno a un fuego conciliador (el Freehand de Chicago), un Gourmet Restaurant insertado en Les Piaules de París, o los ordenadores Mac junto a una decoración digna de los tiempos de Anastasia en el Soul Kitchen Hostel de San Petersburgo.

En lo que respecta a nuestra tierra, la de las queridas pensiones Loli y Paca, España cuenta con hostels tan cucos como La Banda Rooftop de Sevilla, donde los cuadros del Brick Lane Festival se entremezclan con botellas de vino manzanilla y la terraza se echa a vibrar de alemanes intentando hacer palmas al ritmo de una canción de Pitingo. Tampoco nos olvidamos de Casa Gràcia, en Barcelona, ideal para foodies y yoga-lovers, las tipi-parties del jardín asturiano de Casa Carmina Hostel de Muros de Nalón, o el OK Hotel de Madrid, que combina habitaciones de cuento con cuadros del Real Madrid versión artpop.  


Conceptos totalmente dispares amarrados en espacios donde lo bohemia y lo smart conviven juntos para sumergirte en pequeños Países de las Maravillas urbanos. Unos donde los huéspedes derribamos paredes para cambiar el mundo a golpe de cervezas y consejos de Willy Fog.

Si, en tu caso, el pelo se te lleva erizando desde que has empezado a leer, tranquilo, que también tienen habitaciones privadas, algunos un timbre en recepción y el minibar de rigor para socorrer las penas.  

Al hotel le ha nacido una gran S.

Y está en todo.

Cachimbas y videojuegos

Llegamos a un tal Atlantic Hostel en el pueblo marroquí de Essaouira junto a un local que no consigue hacernos comprar un Cartier falso. Hace calor y hay más gaviotas que en Los Pájaros de Hitchcock. También una entrada fría y una sala, donde un recepcionista árabe deja atrás a dos millenials jugando a una videoconsola para atendernos.

Tras dejar nuestra mochila en una habitación llena de literas, las pertenencias en unas taquillas y contemplar las vistas de la Medina azul y blanca, un inglés nos seduce con un Hey mate! y otro nos invita a tomar cachimba en la sala inferior al anochecer. Y tras tender nuestras ropas mohosas en una azotea bajamos, compartimos té y pastas con una japonesa adicta a pintar mandalas y un bereber del desierto que viste una túnica robada a Obi-Wan Kenobi y nos lee el futuro después de cada bocanada de shisha.

Y ahora que pienso, también fue en Fuerteventura donde conocí a una sabia viajera mientras me ayudaba a doblar las sábanas de mi cama. En Cuba donde el anciano padre de una propietaria que nos preparaba café al amanecer me ilustró con la vida junto a las playas de Holguín mientras pelaba cabezas de ajos. Todos esos lugares eran alojamientos turísticos, salvo que en los hostels todos dejamos de ser turistas para ser compañeros de vida durante unas horas.

Ronquemos juntos, millenials

Cuando pensamos en un hotel imaginamos una puerta automática con la que nos chocamos sin que nadie se de cuenta, un recepcionista que huele a Loewe y muestras de gel y champú junto a un juego de toallas que podría pegar mucho con ese otro que tienes en casa. Por ese motivo, aún hay gente a la que le cuesta concebir la idea de hospedarse en una misma habitación junto con otras personas, en donde el recepcionista a veces aún no tiene pelos en las piernas y en lugar de jardineros hay jóvenes pintando un cuadro surrealista en un muro.

Los hostels son algo así como una mezcla de Jack Kerouac y la Fábrica de Willy Wonka, la esencia de una tipología turística que no ha hecho más que reinventarse en los tiempos de unos millenials que necesitan de lounges psicodélicos donde desplegar un Mac en sus vacaciones y economizar sin renunciar a nuevas experiencias.

En algunos países como la India lo llaman guesthouses, en otros hostales para mochileros, pero lo cierto es que el hostel en sí mismo ha llegado a un punto en el que puede permitirse abandonar el viejo mito de hotel encarecido para confirmar su potencial de meca de la joie de vivre donde la gente se intercambia champú en la cola del baño y los buffet desayuno se convierten en brunchs.

Pero es al llegar la noche cuando todo se transforma y la gente comienza a servirse gin mientras Felix Jaehn suena como si no hubiera un mañana. En otros, todo queda en concentrarse en una terracita y compartir las reflexiones del día en pijama. A veces en leer un libro de la biblioteca pública bajo las estrellas mientras un suizo viene a decirte que no ha podido dejar de mirarte en todo el día.

La vida misma.

Con S de Smart

El concepto inicial de hotel de mochilero ha digievolucionado, y la combinación de cámping y hostal se ha abierto a nuevas posibilidades durante los últimos años. Prueba de ello son algunos de los hostels más increíbles en los que podrás hospedarte sin llevarte las manos a la cabeza cuando entres en la sección “Cuentas” del banco.  

Si nos ceñimos a los últimos ganadores de los Hostars (sí, sí), los premios otorgados por la web de Hostelworld, encontramos desde alojamientos de paredes psicodélicas hasta otros forrados de art decó. Caravanas de colores en medio de un jardín, piscinas con flotadores de flamencos y balcones cuya decoración simulan el planeta de Avatar al anochecer.

Y es que los hostels juegan con muchos diseños, colores e impresiones manteniendo como base el entusiasmo por compartir las mejores experiencias en torno a un fuego conciliador (el Freehand de Chicago), un Gourmet Restaurant insertado en Les Piaules de París, o los ordenadores Mac junto a una decoración digna de los tiempos de Anastasia en el Soul Kitchen Hostel de San Petersburgo.

En lo que respecta a nuestra tierra, la de las queridas pensiones Loli y Paca, España cuenta con hostels tan cucos como La Banda Rooftop de Sevilla, donde los cuadros del Brick Lane Festival se entremezclan con botellas de vino manzanilla y la terraza se echa a vibrar de alemanes intentando hacer palmas al ritmo de una canción de Pitingo. Tampoco nos olvidamos de Casa Gràcia, en Barcelona, ideal para foodies y yoga-lovers, las tipi-parties del jardín asturiano de Casa Carmina Hostel de Muros de Nalón, o el OK Hotel de Madrid, que combina habitaciones de cuento con cuadros del Real Madrid versión artpop.  


Conceptos totalmente dispares amarrados en espacios donde lo bohemia y lo smart conviven juntos para sumergirte en pequeños Países de las Maravillas urbanos. Unos donde los huéspedes derribamos paredes para cambiar el mundo a golpe de cervezas y consejos de Willy Fog.

Si, en tu caso, el pelo se te lleva erizando desde que has empezado a leer, tranquilo, que también tienen habitaciones privadas, algunos un timbre en recepción y el minibar de rigor para socorrer las penas.  

Al hotel le ha nacido una gran S.

Y está en todo.

mm
Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.