Estábamos en la cresta del amor. Empezábamos a salir juntos. Hicimos nuestro primer viaje en pareja a Santander y ahora estamos casados. ¡Chúpate esa, París!

Dicen que ya no quedan románticos. Dicen que París es la ciudad del amor. Dicen que si ves el rayo verde (ese misterioso fenómeno celeste) con esa persona especial a tu lado, pasaréis el resto de la vida juntos. ¿Pero a quién le importa lo que digan? Yo siempre he sido un romántico, nunca he visto el dichoso rayo verde y para mí, Santander es la ciudad del amor. Os cuento mi historia:

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Todo cerca y a pie, la cosa funciona

Cogemos un hotel en el centro, dejamos las maletas y salimos a conocer la ciudad. Los dos estamos un poco nerviosos. Nuestro primer viaje juntos. Ya se sabe. Todo va bien y tenemos la ilusión por las nubes, pero también hay miedo de que todo se vaya al traste. Lo primero que nos encontramos fue el Paseo de Pereda. Precioso. Nos cogemos de la mano casi por inercia. Yo hasta escucho “Love Is In The Air” salir por los aspersores del parque.

El camino nos lleva sin querer hasta el paseo marítimo. Nos hacemos unas fotos junto a las estatuas de los raqueros que simulan lanzarse al agua. Las subimos a nuestro Instagram, pero sin etiquetarnos. No salimos nosotros, solo la bahía. Y un misterioso hashtag #enlamejorcompañía.

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Después llegamos hasta el Centro Botín, que yo previamente me había empollado para poder tirarme un poco el rollo delante de ella. Con voz pedante e impostada suelto: “la elevación del edificio (obra de Renzo Piano) da sensación de ligereza y consigue integrarse perfectamente con el entorno”. Ella me mira extrañada y yo no me puedo aguantar la risa. “Lo he leído en alguna parte”, admito. Los dos nos reímos. ¡Qué importante es la risa en el amor! Las tripas empiezan a quejarse y el calor nos pide un refrigerio a gritos. Vamos a tomar algo…

Nivel de tapas: ¡nivelón!

Llegamos a la plaza del Cañadío. Muy recogidita y acogedora. Ideal para tomarse un vino. Pedimos algo de beber y un pincho. Y… ¡Gensanta! ¡Qué pinchos! Buscamos en San Google más bares de tapas en Santander con buena puntuación y qué casualidad que estamos justo en el centro neurálgico de mover el hocico. A veces el destino se pone de tu parte. Nos ponemos las botas de aquí para allá. A cada cuál mejor. ¿Y de postre? Una ración de anchoas de Santoña que somos jóvenes y… ¡estamos muy locos!

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Bañador, toalla y sombrilla

A la mañana siguiente nos fuimos a la playa de los Bikinis, famosa por ser la primera playa de España en la que se vió a una mujer en bikini. Esta historia me da pie para hacer mi imitación de José Luis López Vázquez en ‘Operación Cabaretera’. Ella se ríe por compasión, de lo mal que lo hago. Pero a mí con hacerla reír me vale. Otra vez la risa y el amor van de la mano.

Tomamos el Sol, nos bañamos y jugamos a las palas. Disfrutamos de un maravilloso día playero. Que terminamos con un paseo, helado de chocolate en mano. Más idílico imposible.

Un salto al pasado más señorial

Después de quitarnos la arena del cuerpo, decidimos ponernos “pichis” para por la tarde visitar La Península de la Magdalena. El paseo es precioso, con un montón de jardines que ríete tú de Versalles. Hasta llegar a lo alto donde se encuentra El Palacio de La Magdalena. Un sitio escandalosamente bonito. Muy señorial. Que te traslada a otra época.

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Por un momento, pensé que había atravesado una puerta del Ministerio del Tiempo y me iba a encontrar a Alfonso XIII paseando por lo alrededores. Pero no es así, ni Don Alfonso nos honra que su presencia, ni estamos en un capítulo de mi serie favorita, simplemente el sitio está muy bien conservado. Seguro que lo han usado varias veces para rodar aquí películas de época. Tiene toda la pinta.

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Paseo Litoral hasta el faro 

Después, nos ponemos a andar como solo lo saben hacer los enamorados. Sin prisa. Sin importar el destino. Disfrutando de cada sonrisa, de cada roce, de cada mirada. Recorremos toda la playa del Sardinero. Nos encontramos con un risco que tiene cara de mono. Sí, sí, como si hubiesen tallado en la roca (a lo Monte Rushmore) un personaje del Planeta de los Simios. LLegamos hasta el Faro de Cabo Mayor, donde además del faro y disfrutar de las vistas, hay un pequeño bar-restaurante donde picar algo. Pedimos anchoas de Santoña y un par de gin-tonics. El día acaba con una copa frente al mar Cantábrico. ¿Mejor? Imposible.

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© Turismo de Cantabria

De vuelta ya en Madrid, en Atocha, cada uno tomamos caminos diferentes. Yo voy para Avenida de América y ella va para Canal. Nos despedimos con un beso en la estación, y cada uno por su lado. Esa noche, los dos pensamos que quizá éramos algo más. Quizá esto no era una sensación pasajera sino una de esas cosas que marcan un antes y un después en la vida. Ahora nos hemos dado el ‘sí quiero’ y cada uno lleva un anillo en la mano con todo el peso del compromiso. Y Santander, de una manera o de otra, fue testigo del principio de lo nuestro. Lo que os decía, la ciudad del amor.

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Lo que más me gusta del siglo XXI es que todavía seguimos usando un palo metálico que pone El Siguiente para distinguir nuestra compra de la de los demás en el supermercado.