Te ha sucedido como a mí, seguro: llevas toda la vida viendo el Rocío por la tele y no has ido nunca. Te crees que no es para ti, no sabes exactamente cómo es aquello, y aunque tienes curiosidad, no encuentras el momento. Pero resulta que el Rocío es un lugar mágico, apto para quienes busquen cosas distintas a las habituales, incluidos aquellos que las únicas romerías que conocen son el Primavera Sound o la ristra de festivales veraniegos a los que acuden en procesión. Auténtico 'far west' y naturaleza exaltada a menos de 100 kilómetros de Sevilla.

Hagamos la prueba: ¿sabes qué es El Rocío? Probablemente pienses que es solamente una especie de romería de peregrinación homenaje a la Virgen del Rocío. Sí, no te falta razón: cincuenta días después del sábado de Semana Santa para ser más exactos (lo he tenido que buscar, ejem) tiene lugar esa celebración católica. Pero El Rocío, geográficamente hablando, es otra cosa: una aldea enclavada en el Parque Nacional de Doñana, una de las reservas naturales más importantes de Europa. Vale, una vez al año es una especie de macrofestival atrezzado con trajes de gitana y mucha gente, pero el resto del tiempo allí está para que vayas a disfrutarlo y a vivir una experiencia de puro lejano Oeste sin salir de la piel de toro.

Te cuento sobre El Rocío: aquí las calles no están urbanizadas, ¡son de arena! Y es que es un pueblo preparado para circular a caballo. A ver: coches también hay, pero conviven con caballos y calesas como si del far west se tratase. Las puertas de todas las casitas blancas, preciosas, tienen troncos de madera a modo de aparcamiento de caballos. Los bares también cuentan con amarres reservados exclusivamente para los amigos equinos, e incluso tienen una barra exterior con más altura de la normal para aquellos que se animen a tomar algo a lomos de sus caballos. Esto lo he visto con mis propios ojos, lo juro: la imagen de esa pareja en sus respectivos corceles tomando una manzanilla al atardecer no se me irá de las retinas nunca. Far west meets Andalucía en estado puro. ¡Yo esto lo tenía que vivir y no lo sabía!

Y como epicentro del pueblo, la Ermita del Rocío. Olvídate de lo que te esperas del aspecto de una iglesia: esta se construyó en los años 60 y directamente te vas a creer que estás en esas edificaciones mágicas que hay por la zona de Puebla (México). Aunque no llegues a entrar, quédate con el magnetismo y la fotogenia de esa puerta, que tiene unas hendiduras con forma como de concha en la blanquísima pared, y su contraste con el campanario. El cielo azul que suele imperar por allí te volverá majara haciendo fotos. Caballos, belleza arquitectónica, peculiaridad, naturaleza: este paraje me tiene emocionada sin ser yo rociera ni nada de eso.

Para salir un poco al campo y adentrarse en el Parque Nacional de Doñana aconsejo ir en calesa. ¡Qué mejor que ir cómodamente sentada al son del paso de los mulos, y acompañada por un lugareño que te va explicando todo lo que ves! Otras opciones son montando a caballo, o en un bus habilitado para ello por el que puedes preguntar en la aldea. El Parque de Doñana es un paraíso en el que deleitarse con los caballos salvajes (decenas, cientos de ellos, nunca has visto nada tan bonito, lo juro), pero no solo con ellos. Estás en una de las pocas reservas de lince ibérico (animal que ya estudiábamos desde los 80 que está en peligro de extinción, ¿te acuerdas?). Atento que puede aparecer uno de entre los matorrales. Y jabalíes. Y ciervos de gran cornamenta. Si no te acompaña la suerte y no consigues vislumbrar ninguno de estos mamíferos, no pierdas de vista el cielo: el águila imperial y otras 300 especies más planean a sus anchas por aquí, ya que Doñana es encrucijada de rutas migratorias de aves entre África y Europa, y de esas ves alguna fijo.

Cuando pases por las marismas no podrás quitarles el ojo a los cientos de flamencos de perfecto color rosita palo que allí habitan. Bueno sí: en el momento en que veas un grupo de caballos trotando por el agua directamente se te caerá la baba. Qué coreografía. Mucha hermosura. ¿Explotará la cámara de fotos o mi retina de tanta belleza junta? Es un hecho: me encanta El Rocío. Quiero venir aquí a pasar más días apacibles. Leer un libro rodeada de toda esta naturaleza. Degustar coquinas y jamón tomando un fino. Saludar a los paisanos a caballo. Montar en calesa más ratos. Que me dé el aire en la cara y olvidarme de todo el estrés de mi vida pegada al ordenador en la ciudad. Estar a pocos minutos de la megaplaya de Matalascañas. Ir a tomar allí el aperitivo a base de gamba de Huelva con las impresionantes vistas de la roca enclavada en el mar. Vivir esos atardeceres apoteósicos de las marismas.

Sí, El Rocío es un viaje en el tiempo y en el espacio, pero ya que estás por la zona tengo otra recomendación: que antes o después pasees por las calles de Sevilla. Está a solo una hora de coche. Allí revivirás un poco tu nuevo espíritu rociero al ver las omnipresentes calesas con caballos, al disfrutar de su animado ambiente por las calles, y al tomar unas tapitas bien regadas con caldos del lugar. Lo bueno de darse una vuelta también por Sevilla es pasear por las callejuelas preciosas del barrio judío de Santa Cruz (estas no tienen arena pero son estrechitas y tienen un encanto especial), darse una vuelta por la zona de la Giralda, e incluso adentrarse en la Sevilla más vanguardista.

Me refiero a la conocida como “Plaza de las setas”, con una arquitectura sorprendente y poblada de skaters y chavales aprendiendo a patinar. O al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, un poco alejado del meollo de la ciudad, y en el que además de arquitectura y exposiciones de arte contemporáneo de lo más evocadoras, puedes pillar uno de los agradables festivales de música electrónica que alberga los fines de semana, entre palmeras y azulejos tradicionales preciosísimos.

No, si al final acabas en un plan tipo el MiniMúsica, ¡si es que la cabra tira al monte y de todo hay en todos los sitios! Far west, historia viva, activación de los cinco sentidos y arte contemporáneo, todo en un radio de cien kilómetros. El Rocío y Sevilla: un planazo para un viaje libre de estereotipos, disfrutabilísimo por gente como tú y como yo, y que sorprende mucho.

Hagamos la prueba: ¿sabes qué es El Rocío? Probablemente pienses que es solamente una especie de romería de peregrinación homenaje a la Virgen del Rocío. Sí, no te falta razón: cincuenta días después del sábado de Semana Santa para ser más exactos (lo he tenido que buscar, ejem) tiene lugar esa celebración católica. Pero El Rocío, geográficamente hablando, es otra cosa: una aldea enclavada en el Parque Nacional de Doñana, una de las reservas naturales más importantes de Europa. Vale, una vez al año es una especie de macrofestival atrezzado con trajes de gitana y mucha gente, pero el resto del tiempo allí está para que vayas a disfrutarlo y a vivir una experiencia de puro lejano Oeste sin salir de la piel de toro.

Te cuento sobre El Rocío: aquí las calles no están urbanizadas, ¡son de arena! Y es que es un pueblo preparado para circular a caballo. A ver: coches también hay, pero conviven con caballos y calesas como si del far west se tratase. Las puertas de todas las casitas blancas, preciosas, tienen troncos de madera a modo de aparcamiento de caballos. Los bares también cuentan con amarres reservados exclusivamente para los amigos equinos, e incluso tienen una barra exterior con más altura de la normal para aquellos que se animen a tomar algo a lomos de sus caballos. Esto lo he visto con mis propios ojos, lo juro: la imagen de esa pareja en sus respectivos corceles tomando una manzanilla al atardecer no se me irá de las retinas nunca. Far west meets Andalucía en estado puro. ¡Yo esto lo tenía que vivir y no lo sabía!

Y como epicentro del pueblo, la Ermita del Rocío. Olvídate de lo que te esperas del aspecto de una iglesia: esta se construyó en los años 60 y directamente te vas a creer que estás en esas edificaciones mágicas que hay por la zona de Puebla (México). Aunque no llegues a entrar, quédate con el magnetismo y la fotogenia de esa puerta, que tiene unas hendiduras con forma como de concha en la blanquísima pared, y su contraste con el campanario. El cielo azul que suele imperar por allí te volverá majara haciendo fotos. Caballos, belleza arquitectónica, peculiaridad, naturaleza: este paraje me tiene emocionada sin ser yo rociera ni nada de eso.

Para salir un poco al campo y adentrarse en el Parque Nacional de Doñana aconsejo ir en calesa. ¡Qué mejor que ir cómodamente sentada al son del paso de los mulos, y acompañada por un lugareño que te va explicando todo lo que ves! Otras opciones son montando a caballo, o en un bus habilitado para ello por el que puedes preguntar en la aldea. El Parque de Doñana es un paraíso en el que deleitarse con los caballos salvajes (decenas, cientos de ellos, nunca has visto nada tan bonito, lo juro), pero no solo con ellos. Estás en una de las pocas reservas de lince ibérico (animal que ya estudiábamos desde los 80 que está en peligro de extinción, ¿te acuerdas?). Atento que puede aparecer uno de entre los matorrales. Y jabalíes. Y ciervos de gran cornamenta. Si no te acompaña la suerte y no consigues vislumbrar ninguno de estos mamíferos, no pierdas de vista el cielo: el águila imperial y otras 300 especies más planean a sus anchas por aquí, ya que Doñana es encrucijada de rutas migratorias de aves entre África y Europa, y de esas ves alguna fijo.

Cuando pases por las marismas no podrás quitarles el ojo a los cientos de flamencos de perfecto color rosita palo que allí habitan. Bueno sí: en el momento en que veas un grupo de caballos trotando por el agua directamente se te caerá la baba. Qué coreografía. Mucha hermosura. ¿Explotará la cámara de fotos o mi retina de tanta belleza junta? Es un hecho: me encanta El Rocío. Quiero venir aquí a pasar más días apacibles. Leer un libro rodeada de toda esta naturaleza. Degustar coquinas y jamón tomando un fino. Saludar a los paisanos a caballo. Montar en calesa más ratos. Que me dé el aire en la cara y olvidarme de todo el estrés de mi vida pegada al ordenador en la ciudad. Estar a pocos minutos de la megaplaya de Matalascañas. Ir a tomar allí el aperitivo a base de gamba de Huelva con las impresionantes vistas de la roca enclavada en el mar. Vivir esos atardeceres apoteósicos de las marismas.

Sí, El Rocío es un viaje en el tiempo y en el espacio, pero ya que estás por la zona tengo otra recomendación: que antes o después pasees por las calles de Sevilla. Está a solo una hora de coche. Allí revivirás un poco tu nuevo espíritu rociero al ver las omnipresentes calesas con caballos, al disfrutar de su animado ambiente por las calles, y al tomar unas tapitas bien regadas con caldos del lugar. Lo bueno de darse una vuelta también por Sevilla es pasear por las callejuelas preciosas del barrio judío de Santa Cruz (estas no tienen arena pero son estrechitas y tienen un encanto especial), darse una vuelta por la zona de la Giralda, e incluso adentrarse en la Sevilla más vanguardista.

Me refiero a la conocida como “Plaza de las setas”, con una arquitectura sorprendente y poblada de skaters y chavales aprendiendo a patinar. O al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, un poco alejado del meollo de la ciudad, y en el que además de arquitectura y exposiciones de arte contemporáneo de lo más evocadoras, puedes pillar uno de los agradables festivales de música electrónica que alberga los fines de semana, entre palmeras y azulejos tradicionales preciosísimos.

No, si al final acabas en un plan tipo el MiniMúsica, ¡si es que la cabra tira al monte y de todo hay en todos los sitios! Far west, historia viva, activación de los cinco sentidos y arte contemporáneo, todo en un radio de cien kilómetros. El Rocío y Sevilla: un planazo para un viaje libre de estereotipos, disfrutabilísimo por gente como tú y como yo, y que sorprende mucho.

mm
Henar con H de hedonismo. Recomendadora profesional. Muchos años enviando a gente a los sitios adecuados. Camino por la vida en una eterna vacación (o eso intento). Profesional camaleónica, soy periodista, consultora de comunicación y gestora cultural freelance. No conoces a nadie a quien le flipe más Madrid (y mi barrio, Antón Martín). Cine, música, arte, ocio urbano, comer, beber, salir, y demás. Bajar a comprar pan y acabar en una despedida de soltero en Ibiza (de La Costa Brava) como way of life.