Cuenta la leyenda que hace miles de años, la sangre de Ladón, un dragón que custodiaba las islas del paraíso, corría por la savia de los llamados dragos canarios, un árbol en forma de seta gigante que James Cameron debería haber colado en las secuelas de Avatar. Hoy, en Icod de los Vinos aún queda uno de estos fascinantes árboles que, en efecto, ya anuncia el viaje marciano que me espera.

El primero de muchos jardines de esa maravillosa isla que es Tenerife. Una envuelta por el océano Atlántico, acariciada por playas de cuento y salpicada de coloridos pueblos.

Tenerife: El mundo cabe en una isla

Mi periplo hacia las estrellas continúa en el Puerto de la Cruz, donde bailo aquello de “Salsa con reggaeton” hasta las tantas para terminar en una playa de arena negra en la que, a veces, se cuelan colas de ballena.

Después continúo hasta La Orotava, ese pueblecito colonial cuyas casas de colores y balcones de madera son un claro boceto de ciudades latinoamericanas como Cartagena de Indias, en Colombia. Esto es algo que también ocurre con La Laguna, declarada Patrimonio de la Unesco por su ejemplo de ciudad no amurallada.

Porque Tenerife será muchas cosas, pero pacífica es un rato.

Y palmeras, muchas palmeras hasta que me encuentro con helechos, valles y laurisilva, un tipo de bosque exótico que crece mecido por los vientos alisios. Follajes varios que componen el Macizo de Azaga, lo más parecido a la jungla de Jurassic Park, salvo que aquí me persiguen cabras en lugar de velocirraptores.

Para cuando casi hecho el hígado de tanto trekking, descubro  una playa. La llaman Las Teresitas y es uno de los grandes orgullos de la pintoresca capital de Santa Cruz de Tenerife. Una ensenada antaño negra que a alguien se le ocurrió cubrir de arena dorada como intento por convertir la isla en una metáfora de la Nocilla de dos colores.

Hasta el Teide y más allá

Durante toda mi ruta he tratado de evitarle la mirada, pero siempre acaba descubriéndome. Es un volcán alto llamado Teide, de unos 3718 metros de altura y desde el que, según dicen, se puede meter la cabeza en el espacio.

Y como tengo la sensación de haber visitado ya todos los contrastes del mundo en una sola isla, allá que subo, buscando cuán alto puedo llegar. Para cuando  miro atrás, ya solo quedan nubes y un cielo de estrellas me espera al final del camino junto con varias instalaciones dignas de una peli de Kubrick. Las mismas que han convertido el Parque Nacional del Teide en todo un deleite para los amantes del turismo astronómico.

Y así, entreteniéndome con los telescopios, el amanecer me pilla mirando hacia el horizonte sentado desde el techo de España, del Atlántico, dispuesto a seguir mi odisea.

Posiblemente me matéis, pero realmente no me atrevo a saltar. Además, alguien me ha dicho que en el sur hay lugares como los acantilados de Los Gigantes o la costa de Adeje y eso no me lo puedo perder. Aunque eso sí, hasta que pueda ahorrar para un viaje a la Luna, nunca estaré tan cerca del espacio.

P.D: Os confesaré un secreto… aquí verás los ofertones que tiene Iberia para que Tenerife sea muy pronto trending topic en tu feed de Instagram. ¿Te vas a resistir?

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Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.