Lo primero que hace todo el mundo cuando comentas que te vas a Fuerteventura es girar el morro y hacer una mueca acompañada del siguiente comentario: “ahí descubrí yo por qué se llamaba fuerte ventura”, o “menudo dolor de oídos del viento insoportable”. Por lo que de verdad juro que los días antes de volar me limitaba a comentar que me iba a Canarias.

Lo principal que hay que tener en esta vida es fe en que todo salga bien. La esperanza es lo único que no hay que perder, al menos en lo que a cuestiones meteorológicas se refiere. Yo vivo esperanzadísima todos los veranos, y en todos mis destinos siempre me hace bueno, incluído Galicia, Asturias o País Vasco. Me vas a venir a mí con el dichoso tiempecito y las rachas de viento, ‘amos anda. Total que allá que nos fuimos mi amiga y yo, y en efecto: nos hizo buenísimo. Nada de viento. Bueno, un poco a eso de las ocho de la tarde en la playa, pero vamos, que sin molestar.

ISLA DE LOBOS

Un lugar salvaje

Fuerteventura es una isla desértica y paradisíaca, desafortunadamente maltratada por arquitectos y constructores sin escrúpulos. Volviendo al paraíso árido, resulta realmente relajante para la vista ver la nada. La NA-DA. Observar el vacío, conducir como si estuvieras por la América profunda, sin apenas coches ni asentamientos humanos alrededor. Pasar por pueblos que son 5 casas. Avistar playas que parecen un sueño. Ver cabras o tener que pegar frenazos debido a ellas porque campan a sus anchas. Atención, dato: hay más cabras que habitantes en Fuerteventura según la sacrosanta Lonely Planet.

DESMANES URBANÍSTICOS

El queso

Lo que nos lleva a un asunto de extrema importancia allí para un par de treintañeras como la que escribe y su amiga: el queso. ¡Cómo está el queso majorero! Mmmmm queso embadurnado en pimentón o en gofio, semicurado, curado, tierno o ahumado… en todas sus variantes es un manjar increíble que no te puedes ir sin deglutir. Ni sin, por supuesto, ir a la caza y captura de alguna quesería artesana en la que llevarte esa delicatessen en forma de souvenir a tu casa.

QUESO

Una isla de contrastes

Resulta curioso un día en la isla cuando te alojas en un resort. Un no-lugar en toda regla. Un entorno repleto de guiris teutones o de indefinidas procedencias europeas, donde ni siquiera el personal habla bien el castellano, y en el que reina la calma. Una sensación de paz relajada, y de proteína para desayunar. Primeros bocados del día a base de huevos en todos sus formatos, bebidas energéticas naturales en plan jugo de jengibre templado que sabe al liquidillo de las judías verdes, y un buffet digno de mi admirada cuenta de instagram @foodiesfuera, consagrada a lo que ellos denominan “Food Law”. Estar allí desayunando después de haber cogido el funicular para llegar de la habitación a la recepción (dimensiones pantagruélicas, sí, una preciosa bahía devastada viva con nuestro hotel) te transporta directa al universo Houellebecq. A ese algo “neocol” y locamente capitalista que despersonaliza todo, que carece de alma y te roba la tuya un poquito cada minuto que pasas allí, cada momento que formas parte de esta tropelía. Un croma, un decorado, el escenario perfecto para catástrofes producidas por la naturaleza humana. Lo confieso: los ratos en nuestro hotel (consagrado a la práctica del deporte y hasta arriba de amantes del triathlon en pleno entrenamiento, vestidos de arriba abajo de modeletes deportivos) me produjo un gran desasosiego y un creciente miedo a vivir una matanza tipo Columbine en mis propias carnes. Lo juro. Esa calma aria que solo puede ser lo que viene antes de la tempestad.

RESORT2

Perderse

Pasado el trago del desayuno y de todas las sensaciones desconocidas que me producía cada mañana el resort, en Fuerteventura el plan es coger el coche y perderte a lo salvaje. Coger el mapa y tirar. Eso sí que relaja. Buscar aguas más turquesas o esmeraldas que las anteriores, parajes bellos, deleitar el ojo y los sentidos. Ir a lugares recónditos, escondidos, encontrar un chiringuito y por supuesto conseguir sitio sin problemas. Porque una cosa está clara: los guiris y gran parte de turista estándar patrio hacen de Fuerteventura un no-lugar. Para ellos el resort es Fuerteventura. Una metonimia en toda regla: la parte por el todo. Quiero decir con este símil con la figura literaria que todos nos aprendimos en primaria que, aunque suene triste eso que hacen muchas personas resulta una gran ventaja para quienes vamos con ganas de descubrir a fondo el lugar, sus costumbres y cultura. Es que no hay nadie por ahí. Nadie. Poquísimas personas en la carretera, en las playas, en los chiringos. En los núcleos urbanos más “Benidormescos” sí, pero en sitios menos evidentes no. Todo esto para decir que es una maravilla merodear por Fuerteventura con tu cochecito, mano a mano, pillando las emisoras de radio que vayan saliendo. Reconciliarte con Radio 3, revisitar por obligación todas las M80s y derivados, cantarte a grito pelao el Wind of Change de los Scorpions o el Forever Young de Alphaville con los pies llenos de arena siguiendo un mapa trufado de nombres rarísimos y divertidísimos: Tuineje, Gran Tarajal, Tiscamanita…

TREINTAÑERAS EN FUERTEVENTURA2

Centrémonos en nuestro treintañerismo

Atufa a “thirties” el hecho de que fuéramos a un resort. Buscábamos DESCANSAR, con mayúsculas. Más de 12 años de dura vida laboral, viajes, farras, festivales, y demás fatigosas tareas caían como losas sobre nuestras espaldas a la hora de buscar alojamiento. Queríamos CONFORT con todas las letras. Y lo tuvimos. Lo demás: pasear un libro incesantemente, repasar pormenores de espinosas historias de los últimos años, enumerar la lista de partes del cuerpo que nos iba doliendo a cada momento… Y salir como podíamos de las típicas recomendaciones de sitios para salir de marcha. Recomendaciones no solicitadas y que numerosas personas nos brindaban por mail, whatsapp, y en persona, por supuesto. Nada más vernos algún camarero o lugareño ya nos indicaba dónde podríamos ir de copas. ¡De copas! Nada más lejos de nuestro interés en Fuerteventura (y casi me atrevo a decir que en la vida si no es después de una copiosa comida, o con motivo de algo muy gordo, véase cumpleaños o fiesta de guardar).

CALDO DE PESCADO

Emociones fuertes

Total, que nosotras lo que íbamos buscando, como buenas treintañeras, eran emociones fuertes. No pienses nada raro, lo que queríamos eran unos cuantos deportes acuáticos y aventurillas. Y acabamos haciendo moto acuática y surf a través de una escuela regentada por un alemán veinteañero que es la persona más fumada que hemos conocido nunca. Documento de exención de responsabilidades mediante (si alguien lee la poco menos que acta de defunción que tuvimos que firmar se caería de culo…), nos pasamos sendas mañanas divinamente dándole al mar, a la velocidad, a los volantazos, a los tablazos en la cara, y a la adrenalina no encontrada un martes cualquiera en la gran ciudad. Salimos volando de la moto acuática, nos metimos en el bolsillo a todos los instructores, no conseguimos pillar ni media ola, una chavalita muy maja de Barcelona compartió con nosotras unas galletas dinosaurios en el break de clase de surf… Oda a la vida treintañera retirada, eso hicimos.

WATERTAXI
Fotos: Henar Ortega

Fuerteventuras hay tantas como se quieran enumerar

Está el álbum Fuerteventura, segundo en la discografía de Russian Red. Está la Fuerteventura que Ridley Scott usó como decorado para su película Exodus. Está la que habitó Miguel de Unamuno. Y está la nuestra: terror en la pista forestal de camino a la punta de Jandía, deleite del paladar con el caldo de pescado majorero, pavor en la carretera a Pájara entre precipicios, paz en un patio canario cerca de Betancuria comiendo cabra, cervicales tocadas tras un divertido viaje en water-taxi a la Isla de Lobos, la sabrosa rutina de pedir todo el rato la botella de vino local que hubiera en la carta, y una rememoración continua a David Foster Wallace a la hora de ir describiendo todo lo que íbamos viendo. Además somos las treintaypocoañeras que agotaron sus últimos minutos en la isla siendo transportadas de la habitación a la recepción y vuelta (varias veces) por el botones del hotel en una Renault Kangoo. Las anécdotas del viaje a la vuelta pueden comenzar con “era un hotel tan grande, tan grande, tan grande, que te tenían que llevar en coche hasta tu puerta… Ay amiga, cuando se estropeó el funicular que nos conducía al bloque 6 de habitaciones, que era el nuestro…”.

Lo principal que hay que tener en esta vida es fe en que todo salga bien. La esperanza es lo único que no hay que perder, al menos en lo que a cuestiones meteorológicas se refiere. Yo vivo esperanzadísima todos los veranos, y en todos mis destinos siempre me hace bueno, incluído Galicia, Asturias o País Vasco. Me vas a venir a mí con el dichoso tiempecito y las rachas de viento, ‘amos anda. Total que allá que nos fuimos mi amiga y yo, y en efecto: nos hizo buenísimo. Nada de viento. Bueno, un poco a eso de las ocho de la tarde en la playa, pero vamos, que sin molestar.

ISLA DE LOBOS

Un lugar salvaje

Fuerteventura es una isla desértica y paradisíaca, desafortunadamente maltratada por arquitectos y constructores sin escrúpulos. Volviendo al paraíso árido, resulta realmente relajante para la vista ver la nada. La NA-DA. Observar el vacío, conducir como si estuvieras por la América profunda, sin apenas coches ni asentamientos humanos alrededor. Pasar por pueblos que son 5 casas. Avistar playas que parecen un sueño. Ver cabras o tener que pegar frenazos debido a ellas porque campan a sus anchas. Atención, dato: hay más cabras que habitantes en Fuerteventura según la sacrosanta Lonely Planet.

DESMANES URBANÍSTICOS

El queso

Lo que nos lleva a un asunto de extrema importancia allí para un par de treintañeras como la que escribe y su amiga: el queso. ¡Cómo está el queso majorero! Mmmmm queso embadurnado en pimentón o en gofio, semicurado, curado, tierno o ahumado… en todas sus variantes es un manjar increíble que no te puedes ir sin deglutir. Ni sin, por supuesto, ir a la caza y captura de alguna quesería artesana en la que llevarte esa delicatessen en forma de souvenir a tu casa.

QUESO

Una isla de contrastes

Resulta curioso un día en la isla cuando te alojas en un resort. Un no-lugar en toda regla. Un entorno repleto de guiris teutones o de indefinidas procedencias europeas, donde ni siquiera el personal habla bien el castellano, y en el que reina la calma. Una sensación de paz relajada, y de proteína para desayunar. Primeros bocados del día a base de huevos en todos sus formatos, bebidas energéticas naturales en plan jugo de jengibre templado que sabe al liquidillo de las judías verdes, y un buffet digno de mi admirada cuenta de instagram @foodiesfuera, consagrada a lo que ellos denominan “Food Law”. Estar allí desayunando después de haber cogido el funicular para llegar de la habitación a la recepción (dimensiones pantagruélicas, sí, una preciosa bahía devastada viva con nuestro hotel) te transporta directa al universo Houellebecq. A ese algo “neocol” y locamente capitalista que despersonaliza todo, que carece de alma y te roba la tuya un poquito cada minuto que pasas allí, cada momento que formas parte de esta tropelía. Un croma, un decorado, el escenario perfecto para catástrofes producidas por la naturaleza humana. Lo confieso: los ratos en nuestro hotel (consagrado a la práctica del deporte y hasta arriba de amantes del triathlon en pleno entrenamiento, vestidos de arriba abajo de modeletes deportivos) me produjo un gran desasosiego y un creciente miedo a vivir una matanza tipo Columbine en mis propias carnes. Lo juro. Esa calma aria que solo puede ser lo que viene antes de la tempestad.

RESORT2

Perderse

Pasado el trago del desayuno y de todas las sensaciones desconocidas que me producía cada mañana el resort, en Fuerteventura el plan es coger el coche y perderte a lo salvaje. Coger el mapa y tirar. Eso sí que relaja. Buscar aguas más turquesas o esmeraldas que las anteriores, parajes bellos, deleitar el ojo y los sentidos. Ir a lugares recónditos, escondidos, encontrar un chiringuito y por supuesto conseguir sitio sin problemas. Porque una cosa está clara: los guiris y gran parte de turista estándar patrio hacen de Fuerteventura un no-lugar. Para ellos el resort es Fuerteventura. Una metonimia en toda regla: la parte por el todo. Quiero decir con este símil con la figura literaria que todos nos aprendimos en primaria que, aunque suene triste eso que hacen muchas personas resulta una gran ventaja para quienes vamos con ganas de descubrir a fondo el lugar, sus costumbres y cultura. Es que no hay nadie por ahí. Nadie. Poquísimas personas en la carretera, en las playas, en los chiringos. En los núcleos urbanos más “Benidormescos” sí, pero en sitios menos evidentes no. Todo esto para decir que es una maravilla merodear por Fuerteventura con tu cochecito, mano a mano, pillando las emisoras de radio que vayan saliendo. Reconciliarte con Radio 3, revisitar por obligación todas las M80s y derivados, cantarte a grito pelao el Wind of Change de los Scorpions o el Forever Young de Alphaville con los pies llenos de arena siguiendo un mapa trufado de nombres rarísimos y divertidísimos: Tuineje, Gran Tarajal, Tiscamanita…

TREINTAÑERAS EN FUERTEVENTURA2

Centrémonos en nuestro treintañerismo

Atufa a “thirties” el hecho de que fuéramos a un resort. Buscábamos DESCANSAR, con mayúsculas. Más de 12 años de dura vida laboral, viajes, farras, festivales, y demás fatigosas tareas caían como losas sobre nuestras espaldas a la hora de buscar alojamiento. Queríamos CONFORT con todas las letras. Y lo tuvimos. Lo demás: pasear un libro incesantemente, repasar pormenores de espinosas historias de los últimos años, enumerar la lista de partes del cuerpo que nos iba doliendo a cada momento… Y salir como podíamos de las típicas recomendaciones de sitios para salir de marcha. Recomendaciones no solicitadas y que numerosas personas nos brindaban por mail, whatsapp, y en persona, por supuesto. Nada más vernos algún camarero o lugareño ya nos indicaba dónde podríamos ir de copas. ¡De copas! Nada más lejos de nuestro interés en Fuerteventura (y casi me atrevo a decir que en la vida si no es después de una copiosa comida, o con motivo de algo muy gordo, véase cumpleaños o fiesta de guardar).

CALDO DE PESCADO

Emociones fuertes

Total, que nosotras lo que íbamos buscando, como buenas treintañeras, eran emociones fuertes. No pienses nada raro, lo que queríamos eran unos cuantos deportes acuáticos y aventurillas. Y acabamos haciendo moto acuática y surf a través de una escuela regentada por un alemán veinteañero que es la persona más fumada que hemos conocido nunca. Documento de exención de responsabilidades mediante (si alguien lee la poco menos que acta de defunción que tuvimos que firmar se caería de culo…), nos pasamos sendas mañanas divinamente dándole al mar, a la velocidad, a los volantazos, a los tablazos en la cara, y a la adrenalina no encontrada un martes cualquiera en la gran ciudad. Salimos volando de la moto acuática, nos metimos en el bolsillo a todos los instructores, no conseguimos pillar ni media ola, una chavalita muy maja de Barcelona compartió con nosotras unas galletas dinosaurios en el break de clase de surf… Oda a la vida treintañera retirada, eso hicimos.

WATERTAXI
Fotos: Henar Ortega

Fuerteventuras hay tantas como se quieran enumerar

Está el álbum Fuerteventura, segundo en la discografía de Russian Red. Está la Fuerteventura que Ridley Scott usó como decorado para su película Exodus. Está la que habitó Miguel de Unamuno. Y está la nuestra: terror en la pista forestal de camino a la punta de Jandía, deleite del paladar con el caldo de pescado majorero, pavor en la carretera a Pájara entre precipicios, paz en un patio canario cerca de Betancuria comiendo cabra, cervicales tocadas tras un divertido viaje en water-taxi a la Isla de Lobos, la sabrosa rutina de pedir todo el rato la botella de vino local que hubiera en la carta, y una rememoración continua a David Foster Wallace a la hora de ir describiendo todo lo que íbamos viendo. Además somos las treintaypocoañeras que agotaron sus últimos minutos en la isla siendo transportadas de la habitación a la recepción y vuelta (varias veces) por el botones del hotel en una Renault Kangoo. Las anécdotas del viaje a la vuelta pueden comenzar con “era un hotel tan grande, tan grande, tan grande, que te tenían que llevar en coche hasta tu puerta… Ay amiga, cuando se estropeó el funicular que nos conducía al bloque 6 de habitaciones, que era el nuestro…”.

mm
Henar con H de hedonismo. Recomendadora profesional. Muchos años enviando a gente a los sitios adecuados. Camino por la vida en una eterna vacación (o eso intento). Profesional camaleónica, soy periodista, consultora de comunicación y gestora cultural freelance. No conoces a nadie a quien le flipe más Madrid (y mi barrio, Antón Martín). Cine, música, arte, ocio urbano, comer, beber, salir, y demás. Bajar a comprar pan y acabar en una despedida de soltero en Ibiza (de La Costa Brava) como way of life.