Para personas inquietas por naturaleza, y altas, notablemente altas, es un lujazo que Renfe-SNCF en Cooperación saque lugares nuevos para visitar en tren. Esta vez toca la ciudad medieval y bohemia de Lyon.

Odio viajar en sitios estrechos, recolocarme trescientas veces y pasarme el viaje deseando que en un futuro la ciencia permita facturar también las piernas. Por eso es que me alegro cada vez que puedo a ir un destino nuevo en tren. Esta vez es Lyon, un lugar desconocido, bañado por los ríos Ródano y Sausona, que te va a encantar por su estilo medieval y bohemio.

Decía Antoine de Saint-Exupéry, el autor de ‘El Principito’, que “cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer.” El autor, nacido en Lyon, parecía lanzar así una premonición de lo que sería viajar a su ciudad, que para ser la tercera más grande de Francia, es bastante desconocida. Como no soy nadie para desobedecer al bueno de Antoine, a Lyon que me fui con Renfe-SNCF en Cooperación, a algo menos de cinco horas de Barcelona.

Desenfunde caballero

A todos nos gusta imaginarnos cosas. Recorrer la parte vieja de Lyon —Vieux Lyon— es un placer para aquellos a los que nos encanta perdernos en callejuelas e imaginarnos cómo sería la vida allí en tiempos pretéritos. Puedes perderte buscando traboules —pequeños pasadizos que conectan calles y patios y que funcionan como atajos—. La parte vieja se divide en tres barrios renacentistas: Saint-Jean, donde puedes visitar su enorme catedral; Saint-Paul, un lugar plagado de residencias urbanas del medievo; y Saint-Georges, el antiguo barrio obrero.

Las calles empedradas me fascinaron. A la mañana ya era una especie de D’Artagnan en baja forma y me entraron unos deseos irreprimibles de retar en duelo a cualquier zafio que se prestase. Como no encontré a ninguno reté a mi pareja. Cuando ya estaba blandiendo mi paraguas de acero de Damasco, me instó a que si por favor podía dejar de hacer tonterías por un momento y centrarme en buscar algún lugar para comer.

Comer en Lyon

Dicho y hecho. Enfundé mi paraguas y pronto encontramos un lugar. Lyon es la cuna de la comida francesa, así que no fue difícil hacerlo. Acabamos en uno de sus famosos bouchon. Son los restaurantes tradicionales de la ciudad. Su nombre se debe a la vieja costumbre de poner una figura de paja con forma de boca (bouche en francés) en la puerta, de modo que así se sabía si en esos establecimientos se servía vino.

Aviso a navegantes: los platos son muy contundentes. La quenelle (con sémola de trigo y harina), la vervelle de canuts (queso semicurado aliñado),  le gâteau de foie de volaille (torta con hígado de pollo), le tablier de sapeaur (carne cocida), le saucisson lyonnais á cuire (salchichas acompañadas con un gratinado de patatas) son algunos de los variados platos que te puedes encontrar. Y todo acompañado con un buen vinito. ¿Quién dijo que ponerse como un tocino estaba reñido con la elegancia?

Mientras bajas la comida

Si te pasa como a mí, que después de comer eres un ser absolutamente inoperable, puedes darte un paseíto en barco por el río Sausona. Hay tours económicos que te llevan a los puntos de interés de Lyon en pequeños botes. Es una forma divertida —pero sobre todo cómoda— para ver la ciudad desde otro ángulo mientras bajas le saucisson lyonnais o la salchicha lionesa, dicho de modo menos fino.

Aún así, es muy recomendable que visites la Colina de Fourvière en persona. Puedes verla desde el río, pero no es lo mismo. Además, puedes visitarla subiendo en uno de los funiculares más antiguos del mundo. Me tocó desenfundar el paraguas de nuevo para ver el teatro romano y el Odeón, y por supuesto la Basílica de Notre-Dame de Fourvière. Esta última tiene su miga. Fue construida en lo alto de la ciudad como una manera de marcar el triunfo de los valores cristianos sobre los socialistas en el auge de la Comuna de Lyon.

¿Cómo es que acabé yo de tiendas? 

Uno de los barrios con estos valores socialistas era el Croix Rousse, el barrio más bohemio de la ciudad. Aquí comenzó “La revuelta de los canuts”, obreros que provocaron un estallido social para mejorar sus condiciones de trabajo en la pujante industria de la seda lionesa. Puedes llegar subiendo por la histórica calle medieval Montée de la Grande Côte y tener unas maravillosas vistas de Lyon desde los jardines que hay al final.

En Croix Rousse también hay muchos traboules, destacando las escaleras en zigzag de la Cour des Voraces. Subo y bajo las escaleras deseando que alguien me mire mal para desenfundar mi paraguas y ajusticiarlo, pero los franceses que me encuentro son muy educados y sigo sin tener la oportunidad de batirme en honorable duelo. Al final acabamos de tiendas. No me batí en duelo, pero el nivel de exigencia viene a ser el mismo. Pese a no agradarme especialmente, he de decir que me encantaron las tienditas que me encontré en el barrio. Son muy alternativas y hay para todos los gustos.

© Renfe-SNCF en Cooperación

Volviendo a casa en tren, me di cuenta de que me había dejado el paraguas en una de estas tienditas de Lyon. Mi pareja lo agradeció especialmente, pero me he prometido a mi mismo que volveré algún día a buscarlo. Ahora estoy ocupado. Todavía he de ser poeta bohemio en Toulouse —por eso de ‘La vie en rose’— y marinero heleno y beodo en Marsella —por eso de que es ciudad portuaria fundada por griegos—.  Así que ya me lo cogéis vosotros cuando vayáis a Lyon este verano.  Está a menos de cinco horas desde Barcelona. Fácil, lo que tardo yo en echar una siesta. Como ya sabéis lo que opina Antoine de Saint-Exupéry sobre los misterios, creo que ya sobra decir que esto no se trata de ninguna sugerencia. Es una orden.

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No hace muchos años descubrí que Ginebra era también una ciudad. Fue entonces cuando empecé a viajar para curar un poco mi ignorancia. Todavía sigo en ello.