Un amigo me dijo que viajaríamos por España en 2 horas: de Timanfaya a la catedral de Santiago pasando por las playas de Chiclana. Al principio pensé que me había echado algo en el tinto de verano. Pero no.

Mi viaje huele a torrija con fresas

Todos los años me gusta hacer un gran viaje, especialmente en enero. Por eso, en verano soy más de escapadas de última hora. Aunque si por mí fuera, estaría todos los días en un nuevo destino: en la cima de El Teide, en una cala perdida de Alicante o incluso haciendo El Rocío descalzo.

Pero este verano, para qué os voy a mentir, tengo que abrocharme el cinturón. Que estoy en esa edad en la que tienes una boda al mes y nunca se sabe cuánto pueden dar de sí las Rebajas. Por suerte, tengo buenos amigos, y uno de ellos me ha propuesto viajar por España en 2 horas. ¿Adónde? ¿A Carabanchel? “Tú calla”, me dice. Minutos después llevo una venda puesta y pienso que en cualquier momento todo será producto de algún casting para algún reality.

Dicen que los olores nos transportan a otra dimensión de nuestra vida. Y en mi caso, sonrío cuando  me sorprende el aroma a pólvora de esas Fallas de Valencia que visité hace años. A mi mente vienen las falleras saludando cual misses, las paellas kilométricas y sí, el xunda xunda a las 6 de la mañana. Estoy allí, y aunque me de miedo haberme quedado atrapado en un capítulo de Lost, sigo oliendo: el botafumeiro de la catedral de Santiago que pone los pelos como escarpias, los fresones de Huelva o una higuera perdida en alguna playa de Baleares.

Además, mi viaje por España tiene banda sonora. Y oye, el sonido de la Cabalgata de Ávila puede ser de lo más épico y el del Carnaval de Las Palmas convertir un martes rutinario en un sábado noche.

Aún así, tras escuchar un tablao en Sacromonte, empiezo a sospechar que mi amigo ha echado algo en aquel tinto de verano. O que viajamos en el Delorean de Marty McFly sin yo saberlo.

Los caramelos de queso pueden darte la vida

A lo tonto, con esto de oler fresas y recordar paellas, me ha dado hambre. Le digo a mi amigo si podemos pararnos en algún pueblo cercano a comer algo y si en algún momento podré quitarme la venda. A lo segundo no hace caso pero a mi paladar no tarda en llegar el sabor del vino tinto. Y el de un queso manchego con aceite de oliva. Y hasta un arroz con leche.

La textura es curiosa, como si fuesen caramelos. ¿Acaso el futuro ya está aquí y los BigMacs son pastillas de Avecrem? No lo sé, pero me gusta. It’s different. Como España.

Extasiado de tanto estímulo, a uno le dan ganas de echarse la siesta. “¿En la arena de la playa o bajo los árboles de El Palmeral de Elche?”, me propone. Al parecer, nuestro coche supersónico puede llegar a todas partes en una hora. Tanto, que también puedo acariciar las rocas volcánicas de Lanzarote, las conchas de vieiras de La Coruña y hasta panales que algún buen hombre catalán tiene en su masía.

Sí amigos, sigo confundido, pero tengo que reconocer que esto de la venda tiene su “qué”. La sensación de haber perdido la noción del tiempo y el espacio sin salir de nuestro país.

Pero me la quito…

Y veo la luz. Y también un paisaje que alguien colgó en una publicación de Instagram, salvo que esto es mejor. Caminamos por sendas donde crecen setas y a lo lejos creo escuchar a un cervatillo saltar indefenso. ¿Quién me iba a decir a mí que hace 2 horas iba a estar tomando un tinto en la 2 de Mayo para acabar en un bosque de Navarra?

 

© Sensorium [Guía Repsol]

A lo lejos se escucha el sonido de una cascada y siento la arena bajo mis pies. Aquí los paisajes se funden, como las pantallas del Final Fantasy. De hecho, creo que mis cinco sentidos no habían estado más liberados desde el día en que me pelee por una piñata en cuarto de primaria.

Pero como todo lo bueno, tras cruzar las casetas de la Feria de Abril nuestro viaje acaba.

Y salgo de allí, del Matadero de Madrid donde se celebra la exposición Guía Repsol Sensorium, con una sonrisa.

Con la pólvora aún bailando en mi nariz.

PD: La venda no es obligatoria, pero yo es que soy un poco Grey.

mm
Alicantino de nacimiento, amante de cualquier lugar con mínimas de 25ºC. Mi debilidad es escribir en cafés secretos, tengo curry en las venas y una palmera tatuada (tiene su miga, aunque no lo parezca). Una vez gané un premio en Japón.