Living

Canonicemos al tíquet regalo

Boy wears pajamas and stands before a decorated christmas tree on christmas morning. He gets a present and looks bored and like he doesn't really care.

Habrás ganado las primeras batallas. Pero no la guerra. Como buen ayudante de Santa Claus, has superado con soltura las compras navideñas. No has muerto por una indigestión ocasionada por una caja de 30 bombones Ferrero Rocher. Un día a sal de frutas y Vichy Catalán para “liberarte” y como nuevo.

No obstante, esta época de júbilo y reencuentros, también te trae una buena dosis de carbón anual. No ver a un familiar durante casi un año implica que esa persona no sepa que hace casi diez años dejaste lado la serie de novelas infantiles Molly Moon. También implica que al final de la celebración, tu cama quede tapizada por un enjambre de calcetines. Regalar implica muchas cosas.

Si en la cena de Nochebuena se diera un Goya al Mejor Actor Revelación, ten por seguro que no entrarías dentro de las quinielas. Hacerse mayor significa que tus regalos de Navidad no sean tan molones como los de antaño. La simpatía que desprendes por ser el pequeño de la casa se evapora cuando tu prima segunda ya trae al nuevo pequeño del alma. Para postre, nadie te explica muy bien a partir de qué edad te toca empezar a hacer regalos. Así pues, en una situación como esta, te sientes más desbordado que Bibiana Fernández en Masterchef Celebrity. Y es que, no sabes muy bien como tienes que actuar.  ¡ANSIEDAD!

Los clásicos

El hecho de que te marcharas de casa hace unos años, o que seas la oveja negra o rosa de la familia, tarde o temprano te iba a pasar factura. Pero de ahí a que te regalen una bufanda “calentita” es de tener menos sensibilidad que un ladrillo. Y, ¿a quién se le ocurre regalar un jersey con cascabeles que sólo puedes aprovechar durante sólo un mes?

Que no te de apuro considerar al artífice de estos obsequios como tu verdadero enemigo. Es como la suegra que le hace un regalo a su nuera el día de su boda. Cuidadín. Si por suerte no te ha tocado nada de jerseys o bufandas, tal vez seas afortunado y recibas regalos tan horribles como poco prácticos. En lo personal, que te regalen unos calcetines siempre me ha parecido de muy mal gusto. ¿Qué pasa, mis pies son como los de Kiko Rivera? Y para más información, hace tiempo que dejé los pijamas y comencé a llevar camisetas de maratones o marcas de coche. Lo de la ropa interior y el perfume es una declaración de intenciones bastante turbia e inoportuna.

Una vez cubierta tu colección de neceseres de baño y de libros de autoayuda de todos los campos, la madurez también te pega una patada con montañas de tuppers (“como trabajas en una oficina”) o una olla exprés. El centrifugador de lechuga que te regalaron el año pasado fue tu salvación para el cumpleaños de tu hermana. Qué hago, ¿me mato?

¡Qué tiempo tan feliz!

Salvo por las bufandas de Burberry que dejaba Papá Noel en la casa de tu tía abuela, durante tu infancia el viejo lapón dio en el clavo. Tu arsenal no tenía nada que envidiar al de Andy Davis. Vale, no tenías a Slinky, pero Poo-Chi al menos ladraba en tu presencia. La era robótica pisaba fuerte a finales de los noventa y principios de los dos mil. Buzz Lightyear era el segurata de tu habitación, y solo permitía la entrada a E.M.I.L.I.O. con tu desayuno.

A pesar de que estabas en esa edad donde lo normal es que llegara una lechuza con una carta, te contestaste con el Magia Borrás y el set de pociones. Otros juegos como La Herencia de Tía Agatha, el Cocodrilo Sacamuelas, el Super Simón, y el Operación formaban parte de tu colección particular de obras del arte del entretenimiento.

La burbuja inmobiliaria había explotado mucho antes en tu templo. Propiedades como la mansión de Casper, la granja de Pin y Pon, los 4.000.000 de sets de Polly Pocket y dos cuartas partes del catálogo de Lego. Aquello sí que parecía un Cuento de Navidad, y estaba Yano para contártelo.

El día del juicio final

Ahora te toca chuparte las colas kilométricas que se producen a partir del 26 de diciembre. En esos días, las calles están repletas de jaurías de padres y madres que encargan los regalos a los Reyes y los que buscamos algo que supla nuestros cinco pares de calcetines.

Las tiendas están a rebosar, la gente se para en seco sin ningún sentido, y los niños corren y te empujan. ¿Para pagar? Reza para que no tengas a una señora que saque la calderilla. Una vez llegue tu turno, no cambies los calcetines. Devuélvelos. Conocer el importe exacto que se gastó tu enemigo te proporciona cierta ventaja para la batalla final: los regalos de Reyes Magos.

La venganza es un plato que se sirve frío

De ti depende que tu corazón encoja tres tallas y te hagas mala sangre cuando escojas el regalo. Piensa, por otra parte, que ese importe lo podrías emplear en algo para ti, pero corta por lo sano. Las tiendas tipo baúl de los recuerdos de Karina son auténticas joyas para regalos con malaje. La gran satisfacción que te producirá al ver su cara cuando descubra un reloj despertador proyector, un cortador de mantequilla en forma de arbolito, y lo mismo con el molde para brownies. Lo mejor de todo, que tendrá que esperar un año para poder utilizarlos. Sin embargo, también puedes optar por quedarte con el dinero de la devolución.

 

La codicia no tiene límites. Pero a ti que no te digan, que bastante tendrás con el paripé de Reyes y volver a echar mano del venerado tíquet regalo. Eso sí,  el 7 de enero por la noche acampa en alguna tienda. Sales are coming.

Si en la cena de Nochebuena se diera un Goya al Mejor Actor Revelación, ten por seguro que no entrarías dentro de las quinielas. Hacerse mayor significa que tus regalos de Navidad no sean tan molones como los de antaño. La simpatía que desprendes por ser el pequeño de la casa se evapora cuando tu prima segunda ya trae al nuevo pequeño del alma. Para postre, nadie te explica muy bien a partir de qué edad te toca empezar a hacer regalos. Así pues, en una situación como esta, te sientes más desbordado que Bibiana Fernández en Masterchef Celebrity. Y es que, no sabes muy bien como tienes que actuar.  ¡ANSIEDAD!

Los clásicos

El hecho de que te marcharas de casa hace unos años, o que seas la oveja negra o rosa de la familia, tarde o temprano te iba a pasar factura. Pero de ahí a que te regalen una bufanda “calentita” es de tener menos sensibilidad que un ladrillo. Y, ¿a quién se le ocurre regalar un jersey con cascabeles que sólo puedes aprovechar durante sólo un mes?

Que no te de apuro considerar al artífice de estos obsequios como tu verdadero enemigo. Es como la suegra que le hace un regalo a su nuera el día de su boda. Cuidadín. Si por suerte no te ha tocado nada de jerseys o bufandas, tal vez seas afortunado y recibas regalos tan horribles como poco prácticos. En lo personal, que te regalen unos calcetines siempre me ha parecido de muy mal gusto. ¿Qué pasa, mis pies son como los de Kiko Rivera? Y para más información, hace tiempo que dejé los pijamas y comencé a llevar camisetas de maratones o marcas de coche. Lo de la ropa interior y el perfume es una declaración de intenciones bastante turbia e inoportuna.

Una vez cubierta tu colección de neceseres de baño y de libros de autoayuda de todos los campos, la madurez también te pega una patada con montañas de tuppers (“como trabajas en una oficina”) o una olla exprés. El centrifugador de lechuga que te regalaron el año pasado fue tu salvación para el cumpleaños de tu hermana. Qué hago, ¿me mato?

¡Qué tiempo tan feliz!

Salvo por las bufandas de Burberry que dejaba Papá Noel en la casa de tu tía abuela, durante tu infancia el viejo lapón dio en el clavo. Tu arsenal no tenía nada que envidiar al de Andy Davis. Vale, no tenías a Slinky, pero Poo-Chi al menos ladraba en tu presencia. La era robótica pisaba fuerte a finales de los noventa y principios de los dos mil. Buzz Lightyear era el segurata de tu habitación, y solo permitía la entrada a E.M.I.L.I.O. con tu desayuno.

A pesar de que estabas en esa edad donde lo normal es que llegara una lechuza con una carta, te contestaste con el Magia Borrás y el set de pociones. Otros juegos como La Herencia de Tía Agatha, el Cocodrilo Sacamuelas, el Super Simón, y el Operación formaban parte de tu colección particular de obras del arte del entretenimiento.

La burbuja inmobiliaria había explotado mucho antes en tu templo. Propiedades como la mansión de Casper, la granja de Pin y Pon, los 4.000.000 de sets de Polly Pocket y dos cuartas partes del catálogo de Lego. Aquello sí que parecía un Cuento de Navidad, y estaba Yano para contártelo.

El día del juicio final

Ahora te toca chuparte las colas kilométricas que se producen a partir del 26 de diciembre. En esos días, las calles están repletas de jaurías de padres y madres que encargan los regalos a los Reyes y los que buscamos algo que supla nuestros cinco pares de calcetines.

Las tiendas están a rebosar, la gente se para en seco sin ningún sentido, y los niños corren y te empujan. ¿Para pagar? Reza para que no tengas a una señora que saque la calderilla. Una vez llegue tu turno, no cambies los calcetines. Devuélvelos. Conocer el importe exacto que se gastó tu enemigo te proporciona cierta ventaja para la batalla final: los regalos de Reyes Magos.

La venganza es un plato que se sirve frío

De ti depende que tu corazón encoja tres tallas y te hagas mala sangre cuando escojas el regalo. Piensa, por otra parte, que ese importe lo podrías emplear en algo para ti, pero corta por lo sano. Las tiendas tipo baúl de los recuerdos de Karina son auténticas joyas para regalos con malaje. La gran satisfacción que te producirá al ver su cara cuando descubra un reloj despertador proyector, un cortador de mantequilla en forma de arbolito, y lo mismo con el molde para brownies. Lo mejor de todo, que tendrá que esperar un año para poder utilizarlos. Sin embargo, también puedes optar por quedarte con el dinero de la devolución.

 

La codicia no tiene límites. Pero a ti que no te digan, que bastante tendrás con el paripé de Reyes y volver a echar mano del venerado tíquet regalo. Eso sí,  el 7 de enero por la noche acampa en alguna tienda. Sales are coming.

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Corista atarantado, periodista y coleccionista. Ilustrado de la caja tonta de los noventa, amante de los G5 Belts y escéptico del queso. Tráeme patatas fritas un jueves, Cuéntame hará el resto.