Salamanca es una de esas ciudades por las que brindar a lo grande. Este 15 de agosto toca escapada, donde mi yo más Lannister me espera a tan solo dos horas de Madrid.

Vivo en uno de esos pequeños apartamentos de la gran ciudad. Si una cosa hemos perdido los jóvenes en este país es la capacidad de almacenar objetos inútiles en casa, por las dimensiones de esta. Hace unas semanas visité un mercado de antigüedades y me compré un cáliz. Mi pareja me avisó: con esto no entras en casa. Como buen friki, lo he escondido en un lugar donde nunca lo encontrará, es decir, en el armario de la plancha (que jamás abrimos), a la espera de encontrar el momento propicio para poder utilizarlo. Y ese momento llegó el otro día, cuando decidí que me iría de escapada a una ciudad donde se respire medievo.

Volveré a Salamanca, pero esta vez en el puente de la Asunción. Cogeré mi cáliz, algún amigo, un par de camisas arrugadas, y en dos horitas desde Madrid me planto en La Alberca, mi primera parada. El 15 de agosto se celebra allí el Ofertorio y la Loa, una fiesta donde hacen ofrendas, bailan ante la virgen y realizan en la Plaza Mayor un auto sacramental (teatro religioso) de origen medieval. Por fin podré sacar mi cáliz y decir eso de “Mesero. Por las barbas de Lannister, ¡póngame más vino!”.

Un barítono influencer

Después de estrenar el cáliz ya sí llega la hora de visitar Salamanca. En nada estoy pidiendo otro vino en su Plaza Mayor. A mí esta plaza me pone de un barroco que me dan ganas de cantar a viva voz la Traviata y recibir los aplausos de turistas perplejos.

Aunque se me pasa rápido; en cuanto visito las catedrales. Sí, lo digo en plural porque hay dos -la vieja y la nueva- y están unidas. Es entrar a estos increíbles templos y mi ‘yo más barítono’ da paso a mi ‘yo más influencer’. Primero rezo por San Isidro y luego hago una ofrenda en forma de selfie a mi nuevo dios Instagram. Una vez en la catedral suelo visitar Ieronimus, la exposición de sus torres medievales: rincones oscuros, mazmorras, la estancia del carcelero y unas vistas increíbles de Salamanca en sus terrazas a más de 100 metros de altura. ¿Qué mejor manera para empezar la escapada?

Mi yo más universitario

Si quieres rememorar tu lado más académico puedes visitar la Universidad de Salamanca. Es la más antigua de España. Fue inaugurada justo hace 800 años, en 1218. La biblioteca, el claustro, las aulas, etc… todo es historia pura. Poco más y me pongo a leer la República de Platón. Quién sabe. Si hubiera estudiado mi licenciatura aquí quizá hasta hubiera ido a clase más a menudo.

Tiene una de las fachadas más bellas de Salamanca, que contiene cientos de detalles. Hay uno que sobresale por encima de los demás: se trata de una rana que está posada encima de un cráneo, un simbolismo que servía de entonces como aviso a los estudiantes al relacionar la lujuria con la muerte. Salamanca está lleno de monumentos y leyendas y, en este caso, se dice que aquel estudiante que encontrara esta rana tendría éxito en los estudios. ¡Y ahora me lo dicen!

Aunque no nos engañemos. Resulta que la universidad tenía su propia prisión. Me temo que un estudiante como lo fui yo en esos tiempos sería carne de mazmorra. La antigua prisión del centro era la Casa de las Conchas, otro de los emblemas más bonitos de Salamanca (además de paso puedes visitar la Iglesia de la Clerecía y la Universidad Pontificia, que están justo enfrente). Por suerte, las universidades han dejado de tener su propia prisión y ahora la Casa de las Conchas es la Biblioteca Pública de Salamanca. Lo dicho. Una gozada.

Enamorados, sí, pero de la ciudad

Salamanca es una ciudad muy tranquila. Además, todos los lugares de interés están muy cerca. Es por ello que se trata del sitio ideal para realizar el gran milagro: irse de escapada sin agobios. Siempre puedes realizar un relajante paseo por el Huerto de Calixto y Melibea, uno de los escenarios de la novela de Fernando Rojas, La Celestina. Aunque siempre lo hago con amigos y esto puede resultar un tanto extraño tratándose de uno de los jardines que simbolizan el amor adolescente. Ahí van dos amigos más bien hoscos, entraditos en años y menos románticos que Donald Trump en una despedida de soltero, paseando en una zona ajardinada con vistas a la catedral y a la ribera del Tormes. Pero ahora hablando en serio. Salamanca es ideal para viajar en parejas.

Una noche para todos los bolsillos

Sí, amigos. Salamanca es la ciudad universitaria por excelencia, y por ello los precios son acordes a cualquier bolsillo. Salamanca es buena, bonita, barata y tiene un gran ocio nocturno. Yo he salido de juerga por esta gran ciudad y me he acabado bebiendo hasta las lentillas de un amigo (literal). Pero he gastado más en reponerlas que yendo de bares durante toda la noche. Tiene multitud de conciertos y pubs alrededor de la Plaza Mayor con música en directo. Y si no has cantado La Traviata durante el día siempre es buen momento para hacerlo volviendo de fiesta.

© Turismo de Salamanca

Me dejo muchas cosas en el tintero. El Puente Romano, el Museo de Art Nouveau Art Déco, la casa de Miguel de Unamuno… que puedes ver dando un pequeño paseo por la ciudad y por una vez en la vida volver de una escapada con menos estrés del que te fuiste -y casi con el mismo dinero-. Y ya si encima lo haces con un cáliz como el mío la experiencia gana muchos puntos. Salamanca se merece que brindemos a lo grande.  Pero ten cuidado. Que ahí entra más de un litro y tendrás que volver a Madrid. Y si das positivo en el test de alcoholemia a ver cómo convences al guardia civil de turno: “señor agente, ese cacharro tiene que estar mal, le juro que yo solo he hecho un brindis. La ocasión lo merecía. ¿Usted ha estado alguna vez en Salamanca?”.

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No hace muchos años descubrí que Ginebra era también una ciudad. Fue entonces cuando empecé a viajar para curar un poco mi ignorancia. Todavía sigo en ello.