Lo confieso: me he hecho mayor. Me fui de viaje con mis amigas a una de las capitales mundiales del techno y preparé una playlist maravillosa para bailotear por el apartamento y ni juergas nocturnas ni mañaneo resacoso. Y lo peor es que no me dio tiempo a echarlos de menos. Ser adulta era esto, imagino.

La diferencia entre los veinte y los treinta igual es que empieza a importarte mucho más el sitio donde te hospedas que tener un bar en la puerta. No es fácil encontrar apartamento para seis en pleno centro de la movida berlinesa (en mi estancia anterior me alojé cerca de Rosa Luxemburgo), y nos  quedamos en unos apartamentos muy próximos a la Puerta de Brandenburgo; como buen núcleo turístico, genial comunicado y plagado de grandes cadenas comerciales, pero, sorprendentemente, sin buenos lugares donde desayunar temprano y tampoco muchas opciones para cenar al llegar. Eso sí, descubrimos que en Berlín hay droguerías abiertas 24 horas donde comprar una variedad de comida ecológica y vegana muy superior a la que encontraría en mi barrio en horario comercial. No hay ambiente, pero tenemos cerveza de tres tipos, cereales ecológicos y leche de arroz. Sobreviviremos. Somos señoras.

Turisteo básico (y nivel experto)

Como buenos alemanes, los berlineses son muy organizaditos, así que han colocado todos los museos en una misma isla para visitarlos del tirón, pero personalmente mi preferido está fuera de esta zona. Se trata del Computerspiele, un museo dedicado a los videojuegos que recoge su historia con prototipos interactivos; una cita fundamental no solo para los hadrcore gamers sino casi para cualquiera que todavía sonríe cuando ve una NES. También cuentan con el Game Science Center, pero llegar a él es en sí mismo una gymkhana y cuando lo conseguimos estaba cerrado; excusa perfecta para volver.

Si esto te parece demasiado friki y lo que te interesa es la historia berlinesa, además de los puntos míticos como el Monumento del Holocausto (tienes que ir. Sí, has visto fotos en Facebook de todos tus amigos y sólo son bloques de hormigón, pero de verdad que desde dentro es distinto) o el Checkpoint Charlie (tras el cual ahora hay un estupendo McDonald’s, paradojas de la vida), y, por supuesto, el recorrido a lo largo de los restos del muro, hay excursiones organizadas tanto a campos de concentración cercanos como a los búnkers que siguen en pie. Y si eres más de arte moderno, no te pierdas el Museo Dalí (sí, en España tenemos obras del surrealista a puñados, pero tienen una selección muy interesante), la maravillosa colección de Helmut Newton en el Museo de Fotografía o el Bauhaus Archive, donde, además, se come sorprendentemente bien.

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Los tours “gratuitos”

Para conocer la ciudad a grandes rasgos, nada mejor que empezar con uno de los supuestos “tour gratuito” (al final pagas lo que te parezca) que parte del Starbucks junto a la Puerta de Brandeburgo; nosotras hicimos el de Sandemans y nos encantó. La trampa: mientras te explican las diferentes zonas y los hitos históricos, te enamoras de los guías (me habría casado inmediatamente con aquel chico que había ido a Berlín a estudiar música clásica y que se conmovía hablando frente a la Ópera aunque probablemente lo haga todos los días de su vida) y para cuando llegas al descanso te quieres apuntar en absolutamente todos los demás tours, aunque tampoco es un drama porque el precio ronda los doce euros; geniales también el de los puntos históricos del III Reich y el de arte urbano, incluso aunque el guía se empeñara en hacer chistes sin ninguna gracia aún después de escaparnos en el descanso a beber cerveza en el pub del Dead Chicken Alley, el callejón más famoso de Berlín.

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Algo importante que considerar de cara a los tours es que en Berlín llueve. MUCHO. Así que prepárate para hacerte con un poncho y/o un paraguas con una esperanza de vida digna de un Tamagotchi y recorrer las zonas más cool del nuevo Berlín unificado convertida en una adolescente en Port Aventura. Sí, vas haciendo el ridículo, pero, ¿sabes qué? A nadie le importa. ¡Viva Europa!

Comer. Mucho. Y quemarlo después. O no.

Una puede renunciar a su dignidad pero nunca a las buenas costumbres, como el desayuno, la comida más importante del día y la única donde no está socialmente sancionado comer en la misma cantidad dulce y salado. Por eso uno de mis lugares top 5 en todo el mundo pasa a ser inmediatamente Zimt & Zucker, una cafetería muy cuqui con unos desayunos superiores a mis expectativas, y ya es decir.

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También nos encontramos descubriendo la comida neozelandesa (gran hallazgo) en el Markthalle Neun, un sitio donde nos lo habríamos comido todo, aunque no había gran cosa de comida tradicional germánica. Un problemilla que nos encontramos a la hora de comer fue el hecho de que la comida alemana se basa sobre todo en patatas y carne (codillo, salchichas, pollo…) y varias de nosotras no comíamos carne.

Afortunadamente la oferta es amplia, aunque no así los horarios; la conjunción de ambas cosas nos llevó a descubrir un indonesio estupendo en Mitte donde, como las cervezas indonesias no parecen tan serias como las alemanas, se nos terminan yendo un poco de las manos y acabamos de copas en el Booze Bar, un sitio que está sorprendentemente vacío para lo grande y acogedor que es, lo que nos hace sospechar que de nuevo estamos siguiendo horario español y no alemán. Aunque, quién sabe, igual te acabo de descubrir el mejor bar de Berlín y los autóctonos no se han enterado.

Si lo que quieres es bailar, estamos en una de las mecas del techno y, como en toda capital que se precie, hay una amplia oferta de jams para bailar swing (en serio, si en tu ciudad no hay aún, monta una escuela de swing y hazte rico). Nosotras somos más de irnos al apartamento a seguir bebiendo cerveza autóctona, pero tú todavía no estás perdido: aprovecha.

Malasaña y Lavapiés: Mitte vs. Kreuzberg

Los madrileños tenemos una costumbre bastante insoportable: siempre que alguien nos pregunta de dónde somos contestamos “de aquí, de Madrizzz”, estemos en Madrid o en las Kimbambas. Este efecto se multiplica, seguro, en Berlín, por el gran paralelismo que hay entre sus dos grandes barrios “modernos” y los nuestros. 

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Fotos: Vega Pérez-Chirinos

Si el Mitte en torno a Oranienburg es una especie de Malasaña con grandes avenidas pero las mismas opciones (cafeterías maravillosas, tiendas vintage…), al cruzar Oranienstraße te encuentras en una especie de Lavapiés donde reinan los kebabs (alguno llega a acumular horas de cola. Yo no tengo paciencia, así que no me preguntéis si la valen), las tiendas antisistema, librerías con pinta de tener una larga historia de clandestinidad, y hasta un jardín popular que recuerda a nuestra Esta es una plaza: “El jardín de la princesa”, con huerto urbano y hasta futbolín. Si quieres comprar discos, ropa, regalos (que no parezcan comprados en Berlín)… En cualquiera de estos dos barrios encontrarás lo que buscas.

Berlín es, en definitiva, una ciudad a la que dan casi tantas ganas de mudarse como de visitar. Si estás preparado para enamorarte de un destino, ¡este es el tuyo!

 

La diferencia entre los veinte y los treinta igual es que empieza a importarte mucho más el sitio donde te hospedas que tener un bar en la puerta. No es fácil encontrar apartamento para seis en pleno centro de la movida berlinesa (en mi estancia anterior me alojé cerca de Rosa Luxemburgo), y nos  quedamos en unos apartamentos muy próximos a la Puerta de Brandenburgo; como buen núcleo turístico, genial comunicado y plagado de grandes cadenas comerciales, pero, sorprendentemente, sin buenos lugares donde desayunar temprano y tampoco muchas opciones para cenar al llegar. Eso sí, descubrimos que en Berlín hay droguerías abiertas 24 horas donde comprar una variedad de comida ecológica y vegana muy superior a la que encontraría en mi barrio en horario comercial. No hay ambiente, pero tenemos cerveza de tres tipos, cereales ecológicos y leche de arroz. Sobreviviremos. Somos señoras.

Turisteo básico (y nivel experto)

Como buenos alemanes, los berlineses son muy organizaditos, así que han colocado todos los museos en una misma isla para visitarlos del tirón, pero personalmente mi preferido está fuera de esta zona. Se trata del Computerspiele, un museo dedicado a los videojuegos que recoge su historia con prototipos interactivos; una cita fundamental no solo para los hadrcore gamers sino casi para cualquiera que todavía sonríe cuando ve una NES. También cuentan con el Game Science Center, pero llegar a él es en sí mismo una gymkhana y cuando lo conseguimos estaba cerrado; excusa perfecta para volver.

Si esto te parece demasiado friki y lo que te interesa es la historia berlinesa, además de los puntos míticos como el Monumento del Holocausto (tienes que ir. Sí, has visto fotos en Facebook de todos tus amigos y sólo son bloques de hormigón, pero de verdad que desde dentro es distinto) o el Checkpoint Charlie (tras el cual ahora hay un estupendo McDonald’s, paradojas de la vida), y, por supuesto, el recorrido a lo largo de los restos del muro, hay excursiones organizadas tanto a campos de concentración cercanos como a los búnkers que siguen en pie. Y si eres más de arte moderno, no te pierdas el Museo Dalí (sí, en España tenemos obras del surrealista a puñados, pero tienen una selección muy interesante), la maravillosa colección de Helmut Newton en el Museo de Fotografía o el Bauhaus Archive, donde, además, se come sorprendentemente bien.

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Los tours “gratuitos”

Para conocer la ciudad a grandes rasgos, nada mejor que empezar con uno de los supuestos “tour gratuito” (al final pagas lo que te parezca) que parte del Starbucks junto a la Puerta de Brandeburgo; nosotras hicimos el de Sandemans y nos encantó. La trampa: mientras te explican las diferentes zonas y los hitos históricos, te enamoras de los guías (me habría casado inmediatamente con aquel chico que había ido a Berlín a estudiar música clásica y que se conmovía hablando frente a la Ópera aunque probablemente lo haga todos los días de su vida) y para cuando llegas al descanso te quieres apuntar en absolutamente todos los demás tours, aunque tampoco es un drama porque el precio ronda los doce euros; geniales también el de los puntos históricos del III Reich y el de arte urbano, incluso aunque el guía se empeñara en hacer chistes sin ninguna gracia aún después de escaparnos en el descanso a beber cerveza en el pub del Dead Chicken Alley, el callejón más famoso de Berlín.

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Algo importante que considerar de cara a los tours es que en Berlín llueve. MUCHO. Así que prepárate para hacerte con un poncho y/o un paraguas con una esperanza de vida digna de un Tamagotchi y recorrer las zonas más cool del nuevo Berlín unificado convertida en una adolescente en Port Aventura. Sí, vas haciendo el ridículo, pero, ¿sabes qué? A nadie le importa. ¡Viva Europa!

Comer. Mucho. Y quemarlo después. O no.

Una puede renunciar a su dignidad pero nunca a las buenas costumbres, como el desayuno, la comida más importante del día y la única donde no está socialmente sancionado comer en la misma cantidad dulce y salado. Por eso uno de mis lugares top 5 en todo el mundo pasa a ser inmediatamente Zimt & Zucker, una cafetería muy cuqui con unos desayunos superiores a mis expectativas, y ya es decir.

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También nos encontramos descubriendo la comida neozelandesa (gran hallazgo) en el Markthalle Neun, un sitio donde nos lo habríamos comido todo, aunque no había gran cosa de comida tradicional germánica. Un problemilla que nos encontramos a la hora de comer fue el hecho de que la comida alemana se basa sobre todo en patatas y carne (codillo, salchichas, pollo…) y varias de nosotras no comíamos carne.

Afortunadamente la oferta es amplia, aunque no así los horarios; la conjunción de ambas cosas nos llevó a descubrir un indonesio estupendo en Mitte donde, como las cervezas indonesias no parecen tan serias como las alemanas, se nos terminan yendo un poco de las manos y acabamos de copas en el Booze Bar, un sitio que está sorprendentemente vacío para lo grande y acogedor que es, lo que nos hace sospechar que de nuevo estamos siguiendo horario español y no alemán. Aunque, quién sabe, igual te acabo de descubrir el mejor bar de Berlín y los autóctonos no se han enterado.

Si lo que quieres es bailar, estamos en una de las mecas del techno y, como en toda capital que se precie, hay una amplia oferta de jams para bailar swing (en serio, si en tu ciudad no hay aún, monta una escuela de swing y hazte rico). Nosotras somos más de irnos al apartamento a seguir bebiendo cerveza autóctona, pero tú todavía no estás perdido: aprovecha.

Malasaña y Lavapiés: Mitte vs. Kreuzberg

Los madrileños tenemos una costumbre bastante insoportable: siempre que alguien nos pregunta de dónde somos contestamos “de aquí, de Madrizzz”, estemos en Madrid o en las Kimbambas. Este efecto se multiplica, seguro, en Berlín, por el gran paralelismo que hay entre sus dos grandes barrios “modernos” y los nuestros. 

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Fotos: Vega Pérez-Chirinos

Si el Mitte en torno a Oranienburg es una especie de Malasaña con grandes avenidas pero las mismas opciones (cafeterías maravillosas, tiendas vintage…), al cruzar Oranienstraße te encuentras en una especie de Lavapiés donde reinan los kebabs (alguno llega a acumular horas de cola. Yo no tengo paciencia, así que no me preguntéis si la valen), las tiendas antisistema, librerías con pinta de tener una larga historia de clandestinidad, y hasta un jardín popular que recuerda a nuestra Esta es una plaza: “El jardín de la princesa”, con huerto urbano y hasta futbolín. Si quieres comprar discos, ropa, regalos (que no parezcan comprados en Berlín)… En cualquiera de estos dos barrios encontrarás lo que buscas.

Berlín es, en definitiva, una ciudad a la que dan casi tantas ganas de mudarse como de visitar. Si estás preparado para enamorarte de un destino, ¡este es el tuyo!

 

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Adicta a la música en directo y matriarca de una peluda familia numerosa. Tiene el corazón dividido entre Sevilla y Lavapiés. El 70% de su cuerpo no es agua, sino una mezcla de café, cerveza y gazpacho. Cuando domine el mundo implantará los tres desayunos diarios por ley.