Nueve playas, una ruta de la sidra y más pastelerías por habitante que en cualquier otro lugar de España. Gijón es el lugar donde los festivales culturales, los monumentos y el verde monte asturiano se unen para enseñarte esa patria querida a la que cantas cuando estás de fiesta. Aunque no seas de aquí.

Dicen por ahí que Asturias es España y el resto tierra conquistada. La realidad es que no hay sitio más increíble que la patria de Fernando Alonso y Severo Ochoa (que no sabías que era asturiano, pero vaya, ahora puedes comentarlo en el vermú para fardar con tus colegas).

Te levantas de la cama sin saber muy bien donde estás. El sonido de los pájaros es lo único que puedes oír ahora mismo. Pero no echas de menos los coches y las sirenas. Estás en la tierra del verde, de la sidra y los cachopos.

La primera parada de tu viaje tiene sabor a leche y pan de hogaza. Estar en Asturias es olvidarte de dietas y preocupaciones y sonreír cuando escuchas a alguien hablando en asturianu. Tienes que salir de las autopistas y perderte, da igual que acabes en el pueblo más tétrico del mundo, siempre podrás encontrar un paisano que te indique por donde se vuelve al centro de Gijón.

La ruta de la felicidad

Recorres la avenida marítima que llega al puerto deportivo con el graznido de las gaviotas de fondo. Estás en Gijón y tienes por delante un viaje al centro del mundo de la sidra.

En cualquiera de las calles del centro o en los barrios vas a encontrar animadas sidrerías cualquier día de la semana en la que escanciarte un culín y echar un cantarín. Además, puedes acercarte a algún llagar para conocer el proceso de la elaboración del oro líquido asturiano y probarlo directamente del tonel.

En la Plaza Mayor te haces un buen book de fotos. Continúas tu ruta tomando algún chorizo, unas fabes, un poco de marisco o un buen trozo de carne. El vaso nunca va a estar vacío.

Los pinchos son también una buena opción porque no quieres llenarte como un pavo en Navidad. En noviembre se celebra el campeonato de pinchos con más participantes de España. Y si piensas en diciembre, te apuntas en el calendario del móvil que del 2 al 4 tienes una cita imperdible con el Festival Gastronómico GijónSeCome.

De vuelta a tu ruta, en la Playa de San Lorenzo hay algunos valientes que se siguen atreviendo a entrar en el agua. La realidad es que después de visitar las sidrerías del centro, te planteas darte un bañito. Pero recuerdas que, por desgracia, no eres asturiano.

No te olvides grabar un boomerang de un camarero escanciando esa ambrosía de los dioses. Pides cachopo y pruebas varios de los muchos tipos que hay. Y vas llamando a una ambulancia, porque las raciones en Gijón son como para no tener hambre nunca más en la vida.

La merienda o una eterna comida que nunca termina

Sólo hay tres conceptos que debes recordar en esta tierra: protector de estómago, sal de frutas y bicarbonato. Porque nunca paras de comer.

¿Sabes esa sensación de estar lleno pero tener “un huequito” para el postre? Pues ese postre existe en Gijón en forma de tour, porque otra cosa no, pero de organizar rutas para comer y beber saben un rato.

Empiezas en el número 30 de la calle Libertad y te comes una Princesita en La Playa, el dulce más representativo de la ciudad. Un vasito de agua y sigues. En el número 26 (sólo das unos pocos pasos), saboreas el Amagüestu de Pomme Sucre y  en el número 2 de la misma calle Libertad, un cupcake de arándanos en el Madalenasdecolores. Libertad es lo que sientes cuando te desabrochas el botón de los pantalones.

Pero no creas que la fiesta del dulce acaba aquí. Haces una parada en boxes en cualquier terracita de camino a la Calle San Bernardo y la Plaza del Marqués, para tomarte un café, un té o una manzanilla. Cuando llegas a Aliter Dulcia su Limoncito te refresca el paladar. Puede que creas que vas a explotar, pero no vas a dar por concluida tu ruta por el Gijón más confitero sin antes probar los Pelayos de Collada.

Termas Romanas, música y calles adoquinadas

El segundo (o tercer) día de tu viaje lo inviertes en cultura y en caminar. Así podrás justificar ese pantalón de chándal que llevas puesto en las fotos de Instagram.

Visitas las Termas Romanas de Campo Valdés. Que has leído en las opiniones de Internet que es uno de los yacimientos más interesantes de España. La siguiente escala es el Cerro de Santa Catalina. Caminas hasta el Museo Casa Natal de Jovellanos, porque no todo en la vida va a ser escanciar.

Gijón tiene una cosa muy divertida y es que puedes encontrarte sorpresas en cada esquina. Como un dragón asomado a un balcón en el centro de Cimavilla o medusas colgando en calle pequeñas y adoquinadas. Caminar durante horas tampoco está tan mal.

En tu corazoncito sabes que siempre quisiste ir a los Óscar, pero este plan te viene mejor y te gusta más lo que ponen en cartelera. Coges un par de entradas para el Festival Internacional de Cine de Gijón para tener muchas cosas que recomendar a tus amigos más cinéfilos.

El Festival de Jazz del Teatro Jovellanos también está en tu lista. A la salida lees la cartelería y te das cuenta de que volverás en diciembre para el Harlem Gospel, y te imaginas a ti mismo como un personaje de Sister Act cantando y dando palmas al ritmo de ‘Oh Happy Day’.

La despedida de tu “patria querida”

Para terminar tu viaje con algo tranquilo, prefieres acercarte al Parque Arqueológico Natural de la Campa Torres. Te sacas esa foto que llevas esperando todo el viaje. De espaldas, con el mar frente a ti y le pones una frase bucólica que le recuerde a tus seguidores lo afortunado que eres por estar en la tierra de la sidra, el cachopo y el verde monte. Por supuesto, nunca sabrán que llevas 4 días en chándal porque el pantalón vaquero no te cierra.

Créditos: Gijón Turismo

Te das cuenta, haciendo una reflexión profunda sobre tu viaje, que la ciudad es como Nueva York, pero con más sidra, no en vano dicen algunos que es como “la gran manzana”. Y, para ahorrarte horas de carretera, tren o avión, decides acercarte a la inmobiliaria más cercana para echar un vistazo a los precios de los alquileres. La vida no te da para tantos planes.

Dicen por ahí que Asturias es España y el resto tierra conquistada. La realidad es que no hay sitio más increíble que la patria de Fernando Alonso y Severo Ochoa (que no sabías que era asturiano, pero vaya, ahora puedes comentarlo en el vermú para fardar con tus colegas).

Te levantas de la cama sin saber muy bien donde estás. El sonido de los pájaros es lo único que puedes oír ahora mismo. Pero no echas de menos los coches y las sirenas. Estás en la tierra del verde, de la sidra y los cachopos.

La primera parada de tu viaje tiene sabor a leche y pan de hogaza. Estar en Asturias es olvidarte de dietas y preocupaciones y sonreír cuando escuchas a alguien hablando en asturianu. Tienes que salir de las autopistas y perderte, da igual que acabes en el pueblo más tétrico del mundo, siempre podrás encontrar un paisano que te indique por donde se vuelve al centro de Gijón.

La ruta de la felicidad

Recorres la avenida marítima que llega al puerto deportivo con el graznido de las gaviotas de fondo. Estás en Gijón y tienes por delante un viaje al centro del mundo de la sidra.

En cualquiera de las calles del centro o en los barrios vas a encontrar animadas sidrerías cualquier día de la semana en la que escanciarte un culín y echar un cantarín. Además, puedes acercarte a algún llagar para conocer el proceso de la elaboración del oro líquido asturiano y probarlo directamente del tonel.

En la Plaza Mayor te haces un buen book de fotos. Continúas tu ruta tomando algún chorizo, unas fabes, un poco de marisco o un buen trozo de carne. El vaso nunca va a estar vacío.

Los pinchos son también una buena opción porque no quieres llenarte como un pavo en Navidad. En noviembre se celebra el campeonato de pinchos con más participantes de España. Y si piensas en diciembre, te apuntas en el calendario del móvil que del 2 al 4 tienes una cita imperdible con el Festival Gastronómico GijónSeCome.

De vuelta a tu ruta, en la Playa de San Lorenzo hay algunos valientes que se siguen atreviendo a entrar en el agua. La realidad es que después de visitar las sidrerías del centro, te planteas darte un bañito. Pero recuerdas que, por desgracia, no eres asturiano.

No te olvides grabar un boomerang de un camarero escanciando esa ambrosía de los dioses. Pides cachopo y pruebas varios de los muchos tipos que hay. Y vas llamando a una ambulancia, porque las raciones en Gijón son como para no tener hambre nunca más en la vida.

La merienda o una eterna comida que nunca termina

Sólo hay tres conceptos que debes recordar en esta tierra: protector de estómago, sal de frutas y bicarbonato. Porque nunca paras de comer.

¿Sabes esa sensación de estar lleno pero tener “un huequito” para el postre? Pues ese postre existe en Gijón en forma de tour, porque otra cosa no, pero de organizar rutas para comer y beber saben un rato.

Empiezas en el número 30 de la calle Libertad y te comes una Princesita en La Playa, el dulce más representativo de la ciudad. Un vasito de agua y sigues. En el número 26 (sólo das unos pocos pasos), saboreas el Amagüestu de Pomme Sucre y  en el número 2 de la misma calle Libertad, un cupcake de arándanos en el Madalenasdecolores. Libertad es lo que sientes cuando te desabrochas el botón de los pantalones.

Pero no creas que la fiesta del dulce acaba aquí. Haces una parada en boxes en cualquier terracita de camino a la Calle San Bernardo y la Plaza del Marqués, para tomarte un café, un té o una manzanilla. Cuando llegas a Aliter Dulcia su Limoncito te refresca el paladar. Puede que creas que vas a explotar, pero no vas a dar por concluida tu ruta por el Gijón más confitero sin antes probar los Pelayos de Collada.

Termas Romanas, música y calles adoquinadas

El segundo (o tercer) día de tu viaje lo inviertes en cultura y en caminar. Así podrás justificar ese pantalón de chándal que llevas puesto en las fotos de Instagram.

Visitas las Termas Romanas de Campo Valdés. Que has leído en las opiniones de Internet que es uno de los yacimientos más interesantes de España. La siguiente escala es el Cerro de Santa Catalina. Caminas hasta el Museo Casa Natal de Jovellanos, porque no todo en la vida va a ser escanciar.

Gijón tiene una cosa muy divertida y es que puedes encontrarte sorpresas en cada esquina. Como un dragón asomado a un balcón en el centro de Cimavilla o medusas colgando en calle pequeñas y adoquinadas. Caminar durante horas tampoco está tan mal.

En tu corazoncito sabes que siempre quisiste ir a los Óscar, pero este plan te viene mejor y te gusta más lo que ponen en cartelera. Coges un par de entradas para el Festival Internacional de Cine de Gijón para tener muchas cosas que recomendar a tus amigos más cinéfilos.

El Festival de Jazz del Teatro Jovellanos también está en tu lista. A la salida lees la cartelería y te das cuenta de que volverás en diciembre para el Harlem Gospel, y te imaginas a ti mismo como un personaje de Sister Act cantando y dando palmas al ritmo de ‘Oh Happy Day’.

La despedida de tu “patria querida”

Para terminar tu viaje con algo tranquilo, prefieres acercarte al Parque Arqueológico Natural de la Campa Torres. Te sacas esa foto que llevas esperando todo el viaje. De espaldas, con el mar frente a ti y le pones una frase bucólica que le recuerde a tus seguidores lo afortunado que eres por estar en la tierra de la sidra, el cachopo y el verde monte. Por supuesto, nunca sabrán que llevas 4 días en chándal porque el pantalón vaquero no te cierra.

Créditos: Gijón Turismo

Te das cuenta, haciendo una reflexión profunda sobre tu viaje, que la ciudad es como Nueva York, pero con más sidra, no en vano dicen algunos que es como “la gran manzana”. Y, para ahorrarte horas de carretera, tren o avión, decides acercarte a la inmobiliaria más cercana para echar un vistazo a los precios de los alquileres. La vida no te da para tantos planes.

mm
Cuando no sé algo, lo aprendo. Gastrónoma, seriéfila, viajera platónica y marinera. Leo tantas cosas que he perdido la cuenta. La banda sonora de mi vida la compusieron las Spice Girls en los 90s. Practico la religión Disney y prefiero el doblaje latino de La Sirenita. Ahora vivo en Madrid, pero como decía Pedro Guerra "mi casa está en el mar, con siete puertas".