A en Noain
Parte de la expedición intentando convertirse en el logo de Atrápalo

Hace unos meses tuve que pillarme un par de días libres para solucionar un asuntillo que me traía entre manos. Cuál fué mi sorpresa cuando a la vuelta a la oficina descubrí que mi querida Rebeca había organizado un viajecito a Pamplona, y que encima se habían agotado ya las plazas.

¡Maldición! Me encanta Pamplona, me encanta Navarra y jamás dejo escapar la oportunidad de ir (vale, casi siempre con la excusa del Osasuna-Barça…). Pero las sorpresas no acaban ahí… Una de las plazas que estaban ocupadas lucía mi nombre. ¡Como me conocen! Sabedores de mi pasión por las tierras del norte, me habían apuntado para que no me perdiera la escapadita. Además, el plan era tentador: un sin-parar de actividades con una mezcla de visitas comerciales, cortesía de la cadena hotelera Husa, y culturales, a las que intenté añadir mi toque personal… ¡Mi amor por la gastronomía!

Así pues, 25 valientes salimos presurosos de la Ciudad Condal un soleado viernes de mayo, con la panza vacía pero el corazón rebosante de alegría, veloces como el viento (bueno, a 80 hasta El Papiol) y directos a la primera plaza que debíamos tomar: ¡El afamado y laureado Bar José Luis de Tudela! El desembarco fué impecable, directos a destino y con todo nuestro ímpetu hacia nuestra primera batalla gastronómica, pero el enemigo nos recibió con una respuesta implacable. Ante nosotros se alzaban las murallas de nuestro ansiado tesoro pregonando a los cuatro vientos “Cerrado por vacaciones”. Pero como la energía no se destruye, nuestro afán no se vería menguado y tras buscar un poco mientras admirábamos las maravillas Tudelanas (como, por ejemplo, la Plaza de los Fueros) llegamos al bar Juanma que recibió los primeros elogios del viaje e hirió gravemente nuestro ayuno.

Abraham campeónSiguiente parada Noain, donde nos aguardaba nuestro hotel que serviría como base para la incursión del día siguiente. La cena resultó ser un banquete en toda regla, con mesas repletas de lujosos manjares y deliciosos néctares (¿cómo si no describir los vinos navarros?). Al acabar la cena dió comienzo un espectáculo caballeresco sin parangón: ¡la batalla de Karts! Derrapes, trompazos y momentos de impacto amenizaron una velada de alto voltaje y ruidosas revoluciones culminada por la coronación de Abraham como campeón de la pista. Ahí ya se dió paso a una noche de desenfreno que se vería truncada únicamente por la llegada del amanecer. O eso me han contado, que los conductores fuimos buenos y nos retiramos a tiempo.

Primer amanecer en Navarra, empieza la campaña. Cogemos las “fregonetas” y ponemos camino a Miranda del Ebro para visitar un hotelito muy moderno y funcional. Por el camino nos deleitamos con los paisajes de la zona mientras atravesamos tres comunidades autónomas diferentes. Conquistada esa plaza, pusimos nuestra mirada sobre Logroño para asaltar el Gran Vía, y posteriormente Viana donde una vez venidos, vistos y vencidos, paramos para reponer fuerzas con otro copioso festín, esta vez con comida deliciosamente Riojana (cortesía del Husa Las Cañas). Finalmente, y con la panza bién llena, volvimos a Navarra haciendo una pequeña parada en Irurtzun para rematar ahí una faena (el precioso Husa Irurtzun Plazaola) y volver a Noain para preparar la gran batalla, ¡la conquista de Pamplona! Eso sí, no sin antes pasar entre las Dos Hermanas y darnos una vueltecita por el campo, que no todo es organización en esta vida.

A la sidra!Después de una breve, pero provechosa siestecita, nos subimos al carro y emprendimos el camino hacia Pamplona, donde nos aguardaba una de las guías locales quién nos explicó, no sin varias interrupciones por parte de una despedida de solteros, algunas de las curiosidades de la ciudad como aperitivo de unos deliciosos pintxos regados con un vinito de la tierra. De hecho, ese pintxo a su vez no fué más que el aperitivo del banquetazo que nos esperaba en el Kaleangora, un restaurante dispuesto a modo de taberna en el que fluían ríos de sidra y nos cebaron a base de tortilla de bacalao y unos chuletones que requirieron de toda nuestra destreza y empeño para acabar con ellos. Y no solo por su calidad, incuestionable e insuperable, si no por su cantidad, que superaba todo tamaño razonable.

Sin lugar a dudas, el Kaleangora ocupa ya una plaza de honor junto al Tinell, el José Luis y El Marinero, pero eso es ya un tema para otro post. Y de ahí desembocamos ya en una noche de fiesta, jolgorio y otros sucesos inenarrables que alimentarán el romancero popular de la oficina. Son muchas las anécdotas que surgieron de esa noche, pero siendo este un blog corporativo, tenemos que aparentar ser personas serias, rectas e imperturbables y por tanto mejor disimulamos. Haber venido, ¡leñe!

Y al nuevo amanecer, vuelta para Barcelona a sabiendas de que en vez de conquistar Navarra, Navarra nos había conquistado a nosotros. Tras romper nuestro ayuno hicimos una parada en Sos del Rey Católico para acabar de deleitarnos con sus callejuelas, arquitectura medieval y vistas espectaculares y, de paso, disfrutar de la última gran comilona en el Triskel (un hotel muy cuco que no desentonaba nada con el entorno), antes de poner fin a nuestra aventura teníamos que gamberrear un poco en los prados aragoneses tan bellamente poblados de trigo y amapolas. Con tantos kilómetros ante nosotros y tras tanto contemplar el paisaje, ¡era imprescindible interactuar con él!

Entre trigo y amapolas

Desde aquí quisiera dar las gracias a todos los que nos acogieron, a los que nos acompañaron, a quienes nos guiaron, a los que enloquecieron con nosotros, a los que sufrieron mi brindis interminable y a quienes han organizado todo esto. La verdad es que superarlo ¡será francamente difícil!

A en Noain
Parte de la expedición intentando convertirse en el logo de Atrápalo

Hace unos meses tuve que pillarme un par de días libres para solucionar un asuntillo que me traía entre manos. Cuál fué mi sorpresa cuando a la vuelta a la oficina descubrí que mi querida Rebeca había organizado un viajecito a Pamplona, y que encima se habían agotado ya las plazas.

¡Maldición! Me encanta Pamplona, me encanta Navarra y jamás dejo escapar la oportunidad de ir (vale, casi siempre con la excusa del Osasuna-Barça…). Pero las sorpresas no acaban ahí… Una de las plazas que estaban ocupadas lucía mi nombre. ¡Como me conocen! Sabedores de mi pasión por las tierras del norte, me habían apuntado para que no me perdiera la escapadita. Además, el plan era tentador: un sin-parar de actividades con una mezcla de visitas comerciales, cortesía de la cadena hotelera Husa, y culturales, a las que intenté añadir mi toque personal… ¡Mi amor por la gastronomía!

Así pues, 25 valientes salimos presurosos de la Ciudad Condal un soleado viernes de mayo, con la panza vacía pero el corazón rebosante de alegría, veloces como el viento (bueno, a 80 hasta El Papiol) y directos a la primera plaza que debíamos tomar: ¡El afamado y laureado Bar José Luis de Tudela! El desembarco fué impecable, directos a destino y con todo nuestro ímpetu hacia nuestra primera batalla gastronómica, pero el enemigo nos recibió con una respuesta implacable. Ante nosotros se alzaban las murallas de nuestro ansiado tesoro pregonando a los cuatro vientos “Cerrado por vacaciones”. Pero como la energía no se destruye, nuestro afán no se vería menguado y tras buscar un poco mientras admirábamos las maravillas Tudelanas (como, por ejemplo, la Plaza de los Fueros) llegamos al bar Juanma que recibió los primeros elogios del viaje e hirió gravemente nuestro ayuno.

Abraham campeónSiguiente parada Noain, donde nos aguardaba nuestro hotel que serviría como base para la incursión del día siguiente. La cena resultó ser un banquete en toda regla, con mesas repletas de lujosos manjares y deliciosos néctares (¿cómo si no describir los vinos navarros?). Al acabar la cena dió comienzo un espectáculo caballeresco sin parangón: ¡la batalla de Karts! Derrapes, trompazos y momentos de impacto amenizaron una velada de alto voltaje y ruidosas revoluciones culminada por la coronación de Abraham como campeón de la pista. Ahí ya se dió paso a una noche de desenfreno que se vería truncada únicamente por la llegada del amanecer. O eso me han contado, que los conductores fuimos buenos y nos retiramos a tiempo.

Primer amanecer en Navarra, empieza la campaña. Cogemos las “fregonetas” y ponemos camino a Miranda del Ebro para visitar un hotelito muy moderno y funcional. Por el camino nos deleitamos con los paisajes de la zona mientras atravesamos tres comunidades autónomas diferentes. Conquistada esa plaza, pusimos nuestra mirada sobre Logroño para asaltar el Gran Vía, y posteriormente Viana donde una vez venidos, vistos y vencidos, paramos para reponer fuerzas con otro copioso festín, esta vez con comida deliciosamente Riojana (cortesía del Husa Las Cañas). Finalmente, y con la panza bién llena, volvimos a Navarra haciendo una pequeña parada en Irurtzun para rematar ahí una faena (el precioso Husa Irurtzun Plazaola) y volver a Noain para preparar la gran batalla, ¡la conquista de Pamplona! Eso sí, no sin antes pasar entre las Dos Hermanas y darnos una vueltecita por el campo, que no todo es organización en esta vida.

A la sidra!Después de una breve, pero provechosa siestecita, nos subimos al carro y emprendimos el camino hacia Pamplona, donde nos aguardaba una de las guías locales quién nos explicó, no sin varias interrupciones por parte de una despedida de solteros, algunas de las curiosidades de la ciudad como aperitivo de unos deliciosos pintxos regados con un vinito de la tierra. De hecho, ese pintxo a su vez no fué más que el aperitivo del banquetazo que nos esperaba en el Kaleangora, un restaurante dispuesto a modo de taberna en el que fluían ríos de sidra y nos cebaron a base de tortilla de bacalao y unos chuletones que requirieron de toda nuestra destreza y empeño para acabar con ellos. Y no solo por su calidad, incuestionable e insuperable, si no por su cantidad, que superaba todo tamaño razonable.

Sin lugar a dudas, el Kaleangora ocupa ya una plaza de honor junto al Tinell, el José Luis y El Marinero, pero eso es ya un tema para otro post. Y de ahí desembocamos ya en una noche de fiesta, jolgorio y otros sucesos inenarrables que alimentarán el romancero popular de la oficina. Son muchas las anécdotas que surgieron de esa noche, pero siendo este un blog corporativo, tenemos que aparentar ser personas serias, rectas e imperturbables y por tanto mejor disimulamos. Haber venido, ¡leñe!

Y al nuevo amanecer, vuelta para Barcelona a sabiendas de que en vez de conquistar Navarra, Navarra nos había conquistado a nosotros. Tras romper nuestro ayuno hicimos una parada en Sos del Rey Católico para acabar de deleitarnos con sus callejuelas, arquitectura medieval y vistas espectaculares y, de paso, disfrutar de la última gran comilona en el Triskel (un hotel muy cuco que no desentonaba nada con el entorno), antes de poner fin a nuestra aventura teníamos que gamberrear un poco en los prados aragoneses tan bellamente poblados de trigo y amapolas. Con tantos kilómetros ante nosotros y tras tanto contemplar el paisaje, ¡era imprescindible interactuar con él!

Entre trigo y amapolas

Desde aquí quisiera dar las gracias a todos los que nos acogieron, a los que nos acompañaron, a quienes nos guiaron, a los que enloquecieron con nosotros, a los que sufrieron mi brindis interminable y a quienes han organizado todo esto. La verdad es que superarlo ¡será francamente difícil!