Tic tac, tic tac, tic tac. No es el sonido del famoso reloj astronómico ni el metrónomo gigante que se encuentra en el punto panorámico más codiciado de la ciudad. Es la cuenta regresiva para un viaje por el pasado.

Lo primero que uno piensa al llegar a Praga es “quiero mi caballo blanco, mi torre, mi príncipe azul y empezar a vivir en este cuento a h o r a”. Pero tranquilos, todo eso llega después del segundo chupito de Absenta o  del tercer litro de Pivo (como le dicen allí a la cerveza, la cual fue “inventada” orgullosamente en la ciudad de Pilsen. Orgullo que compartimos todos los habitantes de este planeta y galaxias circundantes).

Praga tiene magia, de eso no hay duda. Se ve reflejada en sus magníficos edificios, que han resistido estoicamente los avatares de la locura humana a través de los siglos. O al doblar una esquina, al cruzar uno de sus puentes o desde lo alto del castillo, donde músicos de cualquier formación y estilo tocan melodías clásicas con una pasión diferente a cualquier otro lugar. Porque, como no podía ser de otra forma, la ciudad que hizo famoso a Mozart es una ciudad musical por antonomasia y eso la hace aún más especial.

Lo que no tiene nada de mágico son los…, ¿parcos, tímidos, fundamentalistas de la no sonrisa? Checos. Como no me gusta generalizar, he tratado de tener en cuenta que es gente que ha pasado por guerras internas e “invasiones” extranjeras durante siglos, y el turista podría ser considerado uno más de la larga lista de ocupantes no deseados que han paseado por lo largo y ancho de sus tierras (y turistas los hay por millones). Desde ese punto de vista, que te respondan a “¿cuál es la clave de wifi?” con una cara digna de meme, tiene cierta lógica. Y más allá de algunos personajes raros, uno termina tomándole cariño a estos locos entrañables checos.

Pero vamos, que las horas vuelan y todavía no has subido ni una foto en Instagram.

Sábado. Alguna hora AM.

Hay muchas formas de ir desde el aeropuerto al centro y todas llevan alrededor de treinta o cuarenta minutos. La mejor y más económica es el transporte público, las líneas 100 y 119 tienen un buen punto de enlace tanto para metro como para tren. El billete sale menos de 1 euro y va por tiempo. Si se viaja con muchas maletas –lo cual, salvo que quieras sentirte la Paris Hilton de la Bohemia, no vas a necesitar- se paga medio billete extra. Eso sí, hay que sacar el billete antes de subir al bus y validarlo (por favor, no despertemos a la bestia). Otra manera de llegar es con el Autobús Airport Express que cuesta alrededor de 2 euros y comunica bien con la estación de tren.

Una vez en el centro, no te asustes si te encuentras persiguiendo un increíble aroma a pastel como si fueras la reencarnación de Pepe Le Pew con su amada gatita. Es normal, estás bajo los influjos del Trdelník, una delicia tradicional de la región de Eslovenia y muy popular entre los praguenses. Se vende en cualquier puesto callejero y lo reconocerás porque no podrás pasar al lado de uno sin dar vuelta el bolsillo en busca de monedas. Es un cilindro hueco de masa de harina, almendras y algo más que mi paladar poco sibarita no supo detectar. Se vende recién sacado de las brasas y puede estar relleno de Nutela si lo deseas.

treldnik
@elPadawan

A pesar de ser una ciudad aparentemente pequeña, Praga está dividida en 22 distritos y 6 zonas que hace tiempo fueron ciudades independientes: Staré Město (la ciudad vieja), Malá Strana (la ciudad pequeña), Hradčany (barrio del castillo), Josefov (barrio judío), Nové Měst (la ciudad nueva) y la olvidada Vyšehrad. Turísticamente, casi todo sucede entre la zona 1 y 2, dato a tener en cuenta a la hora de buscar un hostel (que por cierto, los hay muy baratos).

Con la panza llena y el lente de la cámara contento, nada mejor que apuntarse a un free walking tour para tener un pantallazo general de la ciudad. Hay tours en español y suelen juntarse alrededor de las 10.30 en la plaza central de Staré Město enfrente de la estatua de Jan Hus (uno de los precursores de la reforma protestante checa y líder del movimiento husita). Duran un poco más de tres horas y pagas lo quieras.

stare mesto
@electriksheep

Si decides hacer la ruta por tu cuenta, esa plaza también es un buen lugar para comenzar. Es, junto a la plaza de Wenceslao, de las que más gente convocan. Allí verás el famoso reloj astronómico, una joya del siglo XV todavía en funcionamiento. De 9:00 a 22:00, hace su “gracia” en las en punto (aunque, sincerémonos, no es mucha). Desde allí mismo, caminando por la lujosa calle París entras de lleno al reformado barrio judío Josefov, uno de los más bonitos de Praga con sinagogas y cementerio de época. Y si sigues por esa calle, te topas con el metrónomo. No es una figura pintoresca ni mucho menos, pero tiene el poder de llenar de corazoncitos tu Instagram con las tremendas fotos de los puentes que podrás sacar desde su mirador (y es gratuito, oléee).

Vista panorámica desde el metrónomo

Cuando el empedrado de las calles empiece a molestar en los pies y el estómago haga más ruido que un gato con una bolsa, es hora de probar la típica comida checa en una cantina tradicional. Yo comí un goulash envidiable en Vcipu acompañado por una pivo artesanal. Está enfrente del museo de Mucha, que tiene una tienda muy bonita para llevarse un souvenir. Pero igualmente hay muchos lugares buenos y baratos, sobre todo lejos del centro.

No puedes terminar el día sin ir a uno de los tantos bares de Praga y probar la Absenta. Sí, es algo más de guiri que otra cosa, pero sólo en Chequia puede tomarse este elixir del infierno sin las restricciones de la UE. Y sí, es 70% de alcohol puro corriendo a borbotones por tu tráquea, pulverizando todo lo que encuentre a su paso. La experiencia puede ser bastante olvidable, sobre todo si te envalentonas y pides más de uno, por lo que recomiendo tomarlo cerca del hostel básicamente para saber cómo volver.

Absenta

Domingo. Temprano, remolón

Es imperdible una caminata al amanecer por el puente Carlos IV. Además de ver el puente casi vacío (casi, siempre habrá japoneses), habrá una luz increíble para sacar buenas fotos y disfrutar del brillante río Moldava.

Este día puede ser más tranquilo, con visita al Castillo (subirse a uno de los antiguos tranvías si se quiere evitar la subida). No es lo que todos tenemos en la cabeza como un castillo, a lo tío Walt, sino más bien una ciudad fortificada. Allí verás la imponente catedral de San Vito (deberás pagar para entrar. Y para continuar en el modo money on, en la vidriera de Mucha podrás ver la publicidad del banco eslavo. Sí, dentro de la catedral). Si vas después de las 17:00 horas, podrás entrar gratis al Callejón de oro. Eso sí, prepárate para hacerlo a codazos porque se llena y mucho. Es una callejuela pequeña y pintoresca, que cuenta como mayor anécdota haber alojado a Kafka y a su hermana en la casa número 22.

Catedral San Vito, en el interior del recinto del castillo

Bajando puedes dar una vuelta por el barrio Malá Strana (si estás dudando entre ir a ver el muro de John Lennon o irte a tomar una birra, gana la birra ampliamente). Caminando más hacia el sur, podés ver la Casa Danzante de Frank Gehry, un edificio descontructivista que simula ser Fred and Ginger bailando. Y así, entre museos y puentes, como quien no quiere la cosa ya está la mochila otra vez en el avión.

casa

Y colorín colorado este viaje se ha acabado. A pasar página y a viajar al próximo cuento.

Imágenes de portadas de  jaime.silva y Roman Boed

Lo primero que uno piensa al llegar a Praga es “quiero mi caballo blanco, mi torre, mi príncipe azul y empezar a vivir en este cuento a h o r a”. Pero tranquilos, todo eso llega después del segundo chupito de Absenta o  del tercer litro de Pivo (como le dicen allí a la cerveza, la cual fue “inventada” orgullosamente en la ciudad de Pilsen. Orgullo que compartimos todos los habitantes de este planeta y galaxias circundantes).

Praga tiene magia, de eso no hay duda. Se ve reflejada en sus magníficos edificios, que han resistido estoicamente los avatares de la locura humana a través de los siglos. O al doblar una esquina, al cruzar uno de sus puentes o desde lo alto del castillo, donde músicos de cualquier formación y estilo tocan melodías clásicas con una pasión diferente a cualquier otro lugar. Porque, como no podía ser de otra forma, la ciudad que hizo famoso a Mozart es una ciudad musical por antonomasia y eso la hace aún más especial.

Lo que no tiene nada de mágico son los…, ¿parcos, tímidos, fundamentalistas de la no sonrisa? Checos. Como no me gusta generalizar, he tratado de tener en cuenta que es gente que ha pasado por guerras internas e “invasiones” extranjeras durante siglos, y el turista podría ser considerado uno más de la larga lista de ocupantes no deseados que han paseado por lo largo y ancho de sus tierras (y turistas los hay por millones). Desde ese punto de vista, que te respondan a “¿cuál es la clave de wifi?” con una cara digna de meme, tiene cierta lógica. Y más allá de algunos personajes raros, uno termina tomándole cariño a estos locos entrañables checos.

Pero vamos, que las horas vuelan y todavía no has subido ni una foto en Instagram.

Sábado. Alguna hora AM.

Hay muchas formas de ir desde el aeropuerto al centro y todas llevan alrededor de treinta o cuarenta minutos. La mejor y más económica es el transporte público, las líneas 100 y 119 tienen un buen punto de enlace tanto para metro como para tren. El billete sale menos de 1 euro y va por tiempo. Si se viaja con muchas maletas –lo cual, salvo que quieras sentirte la Paris Hilton de la Bohemia, no vas a necesitar- se paga medio billete extra. Eso sí, hay que sacar el billete antes de subir al bus y validarlo (por favor, no despertemos a la bestia). Otra manera de llegar es con el Autobús Airport Express que cuesta alrededor de 2 euros y comunica bien con la estación de tren.

Una vez en el centro, no te asustes si te encuentras persiguiendo un increíble aroma a pastel como si fueras la reencarnación de Pepe Le Pew con su amada gatita. Es normal, estás bajo los influjos del Trdelník, una delicia tradicional de la región de Eslovenia y muy popular entre los praguenses. Se vende en cualquier puesto callejero y lo reconocerás porque no podrás pasar al lado de uno sin dar vuelta el bolsillo en busca de monedas. Es un cilindro hueco de masa de harina, almendras y algo más que mi paladar poco sibarita no supo detectar. Se vende recién sacado de las brasas y puede estar relleno de Nutela si lo deseas.

treldnik
@elPadawan

A pesar de ser una ciudad aparentemente pequeña, Praga está dividida en 22 distritos y 6 zonas que hace tiempo fueron ciudades independientes: Staré Město (la ciudad vieja), Malá Strana (la ciudad pequeña), Hradčany (barrio del castillo), Josefov (barrio judío), Nové Měst (la ciudad nueva) y la olvidada Vyšehrad. Turísticamente, casi todo sucede entre la zona 1 y 2, dato a tener en cuenta a la hora de buscar un hostel (que por cierto, los hay muy baratos).

Con la panza llena y el lente de la cámara contento, nada mejor que apuntarse a un free walking tour para tener un pantallazo general de la ciudad. Hay tours en español y suelen juntarse alrededor de las 10.30 en la plaza central de Staré Město enfrente de la estatua de Jan Hus (uno de los precursores de la reforma protestante checa y líder del movimiento husita). Duran un poco más de tres horas y pagas lo quieras.

stare mesto
@electriksheep

Si decides hacer la ruta por tu cuenta, esa plaza también es un buen lugar para comenzar. Es, junto a la plaza de Wenceslao, de las que más gente convocan. Allí verás el famoso reloj astronómico, una joya del siglo XV todavía en funcionamiento. De 9:00 a 22:00, hace su “gracia” en las en punto (aunque, sincerémonos, no es mucha). Desde allí mismo, caminando por la lujosa calle París entras de lleno al reformado barrio judío Josefov, uno de los más bonitos de Praga con sinagogas y cementerio de época. Y si sigues por esa calle, te topas con el metrónomo. No es una figura pintoresca ni mucho menos, pero tiene el poder de llenar de corazoncitos tu Instagram con las tremendas fotos de los puentes que podrás sacar desde su mirador (y es gratuito, oléee).

Vista panorámica desde el metrónomo

Cuando el empedrado de las calles empiece a molestar en los pies y el estómago haga más ruido que un gato con una bolsa, es hora de probar la típica comida checa en una cantina tradicional. Yo comí un goulash envidiable en Vcipu acompañado por una pivo artesanal. Está enfrente del museo de Mucha, que tiene una tienda muy bonita para llevarse un souvenir. Pero igualmente hay muchos lugares buenos y baratos, sobre todo lejos del centro.

No puedes terminar el día sin ir a uno de los tantos bares de Praga y probar la Absenta. Sí, es algo más de guiri que otra cosa, pero sólo en Chequia puede tomarse este elixir del infierno sin las restricciones de la UE. Y sí, es 70% de alcohol puro corriendo a borbotones por tu tráquea, pulverizando todo lo que encuentre a su paso. La experiencia puede ser bastante olvidable, sobre todo si te envalentonas y pides más de uno, por lo que recomiendo tomarlo cerca del hostel básicamente para saber cómo volver.

Absenta

Domingo. Temprano, remolón

Es imperdible una caminata al amanecer por el puente Carlos IV. Además de ver el puente casi vacío (casi, siempre habrá japoneses), habrá una luz increíble para sacar buenas fotos y disfrutar del brillante río Moldava.

Este día puede ser más tranquilo, con visita al Castillo (subirse a uno de los antiguos tranvías si se quiere evitar la subida). No es lo que todos tenemos en la cabeza como un castillo, a lo tío Walt, sino más bien una ciudad fortificada. Allí verás la imponente catedral de San Vito (deberás pagar para entrar. Y para continuar en el modo money on, en la vidriera de Mucha podrás ver la publicidad del banco eslavo. Sí, dentro de la catedral). Si vas después de las 17:00 horas, podrás entrar gratis al Callejón de oro. Eso sí, prepárate para hacerlo a codazos porque se llena y mucho. Es una callejuela pequeña y pintoresca, que cuenta como mayor anécdota haber alojado a Kafka y a su hermana en la casa número 22.

Catedral San Vito, en el interior del recinto del castillo

Bajando puedes dar una vuelta por el barrio Malá Strana (si estás dudando entre ir a ver el muro de John Lennon o irte a tomar una birra, gana la birra ampliamente). Caminando más hacia el sur, podés ver la Casa Danzante de Frank Gehry, un edificio descontructivista que simula ser Fred and Ginger bailando. Y así, entre museos y puentes, como quien no quiere la cosa ya está la mochila otra vez en el avión.

casa

Y colorín colorado este viaje se ha acabado. A pasar página y a viajar al próximo cuento.

Imágenes de portadas de  jaime.silva y Roman Boed

mm
Impuntual sin rehabilitación y dueña de una risa delfín poco disimulable, soy una 4x4 que camina sobre cualquier terreno y si es empinado mejor. Me gusta leer, el arte en todas sus formas, las empanadas y la cerámica. Pero lo que más, más amo en la vida es viajar. Ah, mi palabra comodín es zarlanga. Siempre queda bien en una frase.