A unos los aviones les dan miedo y a otros simplemente les aburren. Para los hiperactivos como yo, pasarse 15 horas encerrado en una cabina es una tortura, y ya que un vuelo hasta el Sudeste asiático es así, recorrer estos países sin volver a coger otro avión hasta la vuelta es una gran opción.

¿Cómo? A la antigua usanza, cruzando las fronteras por tierra.

Tailandia, Camboya y Vietnam son países que permiten viajar a tu manera y donde nunca vas a encontrar nada raro, por eso es una buena ruta para los que quieren empezar a vivir como aventureros. Cambiar de un país a otro por carretera tiene su aquel, pero con unos simples consejos es facilísimo.

Tu amigo el bus.

En tu país de origen las compañías de autobuses tienen esa pátina rancia y este medio se usa casi como último recurso, pero en el Sudesde asiático los buses han evolucionado hasta ser geniales. Todos van con azafato, te dan de comer y tienen wi-fi gratis. Sí, aunque estés perdido en medio de Camboya tienes wi-fi, y repito, gratis.

Para cambiar de país puedes comprar por muy poco dinero un billete que te lleva hasta la frontera y cuando la cruces, otro bus te estará esperando hasta el destino. No se puede pedir más.

Esas pintas no, por favor.

Para que los ojos de los soldados de la frontera no se fijen en ti como un peligro para el país hay que ir vestido medio bien. No es que haya que ir en frac, pero es que a los turistas occidentales nos encanta hacer turismo vestidos de colores flúor o con esas camisetas hippies desteñidas. Compórtate con educación y pasarás al otro país sin ningún problema.

Los visados, mejor allí.

Tramitar los visados desde tu país hará que tengas que enviar mogollón de información por correo al consulado de turno y que además te cobren bastante pasta por los “trámites burocráticos”. Pero si los haces allí basta con que tengas 24 horas y unos dólares sueltos para que te lo tramiten todo con una sonrisa en la cara.

El dinero.

Cambiar de un país a otro implica cambiar de idioma y también de divisa. No es necesario que vayas en el aeropuerto con monedas y billetes de todos los países que vas a visitar como si acabaras de completar una colección de Planeta Agostini. Lo importante son los dólares, ese Dios que está por encima del bien y del mal. Con que lleves una buena reserva de dólares es más que suficiente. Por ejemplo, en Camboya los cajeros te darán esta moneda y no la suya propia.

 El “examen médico”.

Para cambiar de Camboya a Vietnam, en el paso fronterizo te exigirán pasar un examen médico con un coste de un dólar. Pero tranquilo, que no tendrás que ponerte a correr sobre una máquina con el pecho lleno de electrodos como si te acabara de fichar el Atleti. Este examen médico solo consta de una medición de temperatura que te hacen en un segundo, y digamos que ese dólar que pagas va a parar directamente al bolsillo del guarda fronterizo. Es un timo, sí, pero al final es menos de un euro y en Londres te cobran todo carísimo y a eso lo llamamos “ser muy europeo”.

Las gasolineras.

Viajar por carretera te hará conocer la Asia profunda y eso no es malo, sino todo lo contrario. Los puntos donde pararás a estirar las piernas no serán gasolineras como las de aquí, sino puntos de encuentro donde los habitantes de los alrededores te ofrecerán su propia comida y frutas que acaban de coger.

Dile adiós a las bolsas de papas fritas y no seas un guiri, sé un invitado.

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¿Cómo? A la antigua usanza, cruzando las fronteras por tierra.

Tailandia, Camboya y Vietnam son países que permiten viajar a tu manera y donde nunca vas a encontrar nada raro, por eso es una buena ruta para los que quieren empezar a vivir como aventureros. Cambiar de un país a otro por carretera tiene su aquel, pero con unos simples consejos es facilísimo.

Tu amigo el bus.

En tu país de origen las compañías de autobuses tienen esa pátina rancia y este medio se usa casi como último recurso, pero en el Sudesde asiático los buses han evolucionado hasta ser geniales. Todos van con azafato, te dan de comer y tienen wi-fi gratis. Sí, aunque estés perdido en medio de Camboya tienes wi-fi, y repito, gratis.

Para cambiar de país puedes comprar por muy poco dinero un billete que te lleva hasta la frontera y cuando la cruces, otro bus te estará esperando hasta el destino. No se puede pedir más.

Esas pintas no, por favor.

Para que los ojos de los soldados de la frontera no se fijen en ti como un peligro para el país hay que ir vestido medio bien. No es que haya que ir en frac, pero es que a los turistas occidentales nos encanta hacer turismo vestidos de colores flúor o con esas camisetas hippies desteñidas. Compórtate con educación y pasarás al otro país sin ningún problema.

Los visados, mejor allí.

Tramitar los visados desde tu país hará que tengas que enviar mogollón de información por correo al consulado de turno y que además te cobren bastante pasta por los “trámites burocráticos”. Pero si los haces allí basta con que tengas 24 horas y unos dólares sueltos para que te lo tramiten todo con una sonrisa en la cara.

El dinero.

Cambiar de un país a otro implica cambiar de idioma y también de divisa. No es necesario que vayas en el aeropuerto con monedas y billetes de todos los países que vas a visitar como si acabaras de completar una colección de Planeta Agostini. Lo importante son los dólares, ese Dios que está por encima del bien y del mal. Con que lleves una buena reserva de dólares es más que suficiente. Por ejemplo, en Camboya los cajeros te darán esta moneda y no la suya propia.

 El “examen médico”.

Para cambiar de Camboya a Vietnam, en el paso fronterizo te exigirán pasar un examen médico con un coste de un dólar. Pero tranquilo, que no tendrás que ponerte a correr sobre una máquina con el pecho lleno de electrodos como si te acabara de fichar el Atleti. Este examen médico solo consta de una medición de temperatura que te hacen en un segundo, y digamos que ese dólar que pagas va a parar directamente al bolsillo del guarda fronterizo. Es un timo, sí, pero al final es menos de un euro y en Londres te cobran todo carísimo y a eso lo llamamos “ser muy europeo”.

Las gasolineras.

Viajar por carretera te hará conocer la Asia profunda y eso no es malo, sino todo lo contrario. Los puntos donde pararás a estirar las piernas no serán gasolineras como las de aquí, sino puntos de encuentro donde los habitantes de los alrededores te ofrecerán su propia comida y frutas que acaban de coger.

Dile adiós a las bolsas de papas fritas y no seas un guiri, sé un invitado.

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Costumbrismo juvenil de principios de siglo XXI.