Hay un tipo de tías (de las que tienen un hermano con hijos) solteras (sin gatos), activas (que viajan por ahí, y van a festivales), sin hijos (y no es un drama) y que, por encima de todo, adoran a sus sobrinos. Son las PANK (“Professional aunt, no kids”). Siempre tienen el mejor plan para sus sobrinos. Pasar un fin de semana con ellas es lo mejor del mundo.

En un gesto para poder ser una tía con la etiqueta PANK, recogí a mi sobrino (de 5 años) y a mi sobrina (de 3). Nos íbamos al Aquàrium.

Después de aclarar que no se trataba de un parque acuático, la idea les entusiasmó. De entrada lo del agua y los pececitos entra bien y, si además, les vendes que verán tiburones…

– Sí, sí, tiburones de los de verdad.

… Tienes las expectativas aseguradas.

El primer gallifante me lo gané comprando las entradas por anticipado. Fue llegar y pasar. Reconozco que miré los que hacían cola en las taquillas con cierta soberbia. El segundo fue fintando con mucho estilo y sin caer en la tragedia griega, la tienda estratégicamente situada para que los niños se enamoren de cada peluche marino.

Vamos a los datos. El Aquàrium de Barcelona, en el Port Vell, al lado del Maremagnum, tiene 35 acuarios, catorce de los cuales son representativos de diferentes comunidades mediterráneas (que por algo estamos donde estamos), y 11.000 ejemplares de 450 especies diferentes.

– ¿Y dónde están los tiburones?

– Mira, Nemo y Doris.

Aquarium Barcelona

Evidentemente, las divas del acuario no están al principio. Antes hay que hacer un recorrido donde siempre hay algún animalito acuático que llama la atención. Caballitos de mar que parecen sacados de cuentos ilustrados, estrellas, medusas fluorescentes que nunca imaginarías que pudieran fastidiarte un baño en el mar un mediodía de julio. La poca luz que viene filtrada por el agua de los acuarios y el movimiento de los peces transmiten paz y amansa las fieras (las que están fuera de las peceras). Juegas a buscar a Wally dando instrucciones de encontrar un pez luna o seguís el recorrido de una raya. Y cuando por fin llega el momento, cuando sabes que estás a punto de entrar en el territorio de los tiburones que te encumbrará a lo más alto de las tías guays del mundo…

– Tengo pipi.

– ¿Pero cuánto tienes?

– Tengo mucho. 

Empiezas una carrera a contracorriente, como un salmón remontando el río, para encontrar un baño. ¿Dónde está cuándo lo necesitas? Pues en su sitio, pero tú no lo sabes y vas siguiendo señales y vas chocando con los que estaban haciendo cola en las taquillas y que ahora te ganarán todo lo que les sacabas de margen. Y al final lo encuentras, y empiezas a desenrollar el papel higiénico para hacer una capa protectora en la tapa, pero se cae y la niña no para de mover sus piernecitas porque te avisa de que se le escapa y optas por levantarla tú a peso con el bolso que resbala por el hombro y el niño de 5 años informándote de cómo lo hace de bien mamá. Y la catástrofe es inevitable y acabas diciendo a la niña que terminará la visita solo con los pantalones y, por suerte, a ella le hace gracia.

– Ahora sí, vamos a ver los tiburones.

Tiburón

En este momento empiezas un recorrido de 80 metros en una cinta transportadora que te conduce por un túnel por el que infinidad de peces, entre ellos, los tiburones, pasan por encima de ti. Depende de la hora que vayas, hasta puedes ver cómo les dan de comer. Estás en el fondo del mar y no te mojas. Es divertido y diferente.

Los niños estaban alucinados y yo me sentía súper tía. No sabía que aún me esperaba algo que ni ellos ni yo teníamos presente y que acabaría de poner la guinda final a la visita: los pingüinos. Reconozcámoslo, estas aves patosas nunca fallan. Es como pedirle a Woody Allen que te cuente un chiste en una fiesta. Acababa de convertirme en la tía preferida de mis sobrinos. Lo celebraría devolviéndolos a sus padres. Porque lo mejor de ser tía es que no te quedas a los niños.

Pingüinos

En un gesto para poder ser una tía con la etiqueta PANK, recogí a mi sobrino (de 5 años) y a mi sobrina (de 3). Nos íbamos al Aquàrium.

Después de aclarar que no se trataba de un parque acuático, la idea les entusiasmó. De entrada lo del agua y los pececitos entra bien y, si además, les vendes que verán tiburones…

– Sí, sí, tiburones de los de verdad.

… Tienes las expectativas aseguradas.

El primer gallifante me lo gané comprando las entradas por anticipado. Fue llegar y pasar. Reconozco que miré los que hacían cola en las taquillas con cierta soberbia. El segundo fue fintando con mucho estilo y sin caer en la tragedia griega, la tienda estratégicamente situada para que los niños se enamoren de cada peluche marino.

Vamos a los datos. El Aquàrium de Barcelona, en el Port Vell, al lado del Maremagnum, tiene 35 acuarios, catorce de los cuales son representativos de diferentes comunidades mediterráneas (que por algo estamos donde estamos), y 11.000 ejemplares de 450 especies diferentes.

– ¿Y dónde están los tiburones?

– Mira, Nemo y Doris.

Aquarium Barcelona

Evidentemente, las divas del acuario no están al principio. Antes hay que hacer un recorrido donde siempre hay algún animalito acuático que llama la atención. Caballitos de mar que parecen sacados de cuentos ilustrados, estrellas, medusas fluorescentes que nunca imaginarías que pudieran fastidiarte un baño en el mar un mediodía de julio. La poca luz que viene filtrada por el agua de los acuarios y el movimiento de los peces transmiten paz y amansa las fieras (las que están fuera de las peceras). Juegas a buscar a Wally dando instrucciones de encontrar un pez luna o seguís el recorrido de una raya. Y cuando por fin llega el momento, cuando sabes que estás a punto de entrar en el territorio de los tiburones que te encumbrará a lo más alto de las tías guays del mundo…

– Tengo pipi.

– ¿Pero cuánto tienes?

– Tengo mucho. 

Empiezas una carrera a contracorriente, como un salmón remontando el río, para encontrar un baño. ¿Dónde está cuándo lo necesitas? Pues en su sitio, pero tú no lo sabes y vas siguiendo señales y vas chocando con los que estaban haciendo cola en las taquillas y que ahora te ganarán todo lo que les sacabas de margen. Y al final lo encuentras, y empiezas a desenrollar el papel higiénico para hacer una capa protectora en la tapa, pero se cae y la niña no para de mover sus piernecitas porque te avisa de que se le escapa y optas por levantarla tú a peso con el bolso que resbala por el hombro y el niño de 5 años informándote de cómo lo hace de bien mamá. Y la catástrofe es inevitable y acabas diciendo a la niña que terminará la visita solo con los pantalones y, por suerte, a ella le hace gracia.

– Ahora sí, vamos a ver los tiburones.

Tiburón

En este momento empiezas un recorrido de 80 metros en una cinta transportadora que te conduce por un túnel por el que infinidad de peces, entre ellos, los tiburones, pasan por encima de ti. Depende de la hora que vayas, hasta puedes ver cómo les dan de comer. Estás en el fondo del mar y no te mojas. Es divertido y diferente.

Los niños estaban alucinados y yo me sentía súper tía. No sabía que aún me esperaba algo que ni ellos ni yo teníamos presente y que acabaría de poner la guinda final a la visita: los pingüinos. Reconozcámoslo, estas aves patosas nunca fallan. Es como pedirle a Woody Allen que te cuente un chiste en una fiesta. Acababa de convertirme en la tía preferida de mis sobrinos. Lo celebraría devolviéndolos a sus padres. Porque lo mejor de ser tía es que no te quedas a los niños.

Pingüinos

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Solo llego puntal cuando voy al cine, no sé resistirme a un mal plan y soy tan inútil orientándome que me perdería en mi propio museo. Espero que algún día declaren las patatas chips pilar de la dieta mediterránea. Me acompaña un ratón vaquero de nombre Cowmouse.