Señoras que sufren trastornos sombrillísticos compulsivos que las llevan a levantarse y reorientar el parasol cada cinco minutos. Niños que te entierran a palazos de arena mientras sus padres juegan al Candy Crush. Chavaladas en misión evangelizadora de reguetón que te hacen desear que el mar te hubiera taponado un poquito los oídos cuando te pegaste ese chapuzón…

Según como, la playa en verano puede ser tan de fan y troll como la Navidad. Estresante y excesivo lo mires por donde lo mires. Sí, los bañitos de agua y sol son lo mejor, pero ¿todo lo demás? Pues hasta que no me pueda hacer con mi propia playa paradisiaca privada, todo lo demás me parece bastante regular.

A mí lo que realmente me da la vida es la costa en enero: la de ver a los intrépidos que se bañan todo el año porque cuando acabe el mundo sólo sobrevivirán las cucarachas y ellos, la de llegar y aparcar, la de entrar al bar o restaurante de turno y elegir mesa donde quieras, la de sentarse en terracita con el abrigo aprovechando ese rayito de sol enrollado que también se apunta a tomar el vermut.

Y hay pocas costas españolas que se presten tanto y tan bien a este placer como las de la Comunidad Valenciana, esa tierra mágica donde el tiempo acompaña hasta en el más crudo de los inviernos.

Así que respira hondo, que faltan cuatro días para enterrar la Navidad, y prepara tu debut de vida costera no veraniega, que incluye pasear sin turistas por alguno de estos pueblos:

 El Palmar: los famosos canales de Valencia

Hay sitios que tienen el encanto escondido y tienes que mirarlos dos veces antes de pillarles el punto. Y hay sitios que atrapan desde el minuto cero. El Parque Natural de la Albufera, donde se encuentra situado El Palmar, es uno de estos últimos. Rodeado de agua calmada por todas partes, canales con barquitas de pescadores que por un módico precio se ofrecerán a darte una vuelta, cultivos de arroz kilométricos para abrir el apetito… ¿Alguien ha dicho ideal? Sí, yo. Ideal para recorrerlo a pie y en barquita, y para recargar las pilas a golpe de cervecita y comida rica.

El Palmar
Autora: Marcela Escandell

Dónde comer: En el Mirador Casa Ángel (Carretera de El Palmar a Sollana, km. 2 – carretera de Sollana, 85), en la carretera de El Palmar a Sollana. Intenta conseguir mesa en la primera planta para poder disfrutar de unas vistas espectaculares de La Albufera.

Tabarca: Perderse en una isla pero sin perderse

¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo imperioso de perderse en una isla? Claro que, si eres como yo y tienes el sentido de la orientación para el desguace, lo de perderse literalmente puede resultar una aventura que ríete tú de Tom Hanks en Náufrago.  Por eso la isla de Tabarca es ideal, pequeñita (pero matona),  podrás recorrerla y disfrutarla en menos de un día sin problemas. Y te aseguro que merece mucho la pena pasarse las horas rodeados de mar, especialmente en estas fechas en las que los turistas de manada hibernan en sus cuevas.

Tabarca

Dónde comer: Que Tabarca sea tan pequeña y tan bonita también tenía que tener su cruz, y es que los precios a la hora de comer se disparan un poco. Para chuparse los dedos con sus típicos calderos de arroz dejándote sólo medio riñón, La Almadraba (Virgen del Carmen, 29, isla de Tabarca) puede ser buena opción.

Cullera: una noche de película

Lo primero que me llamó la atención de Cullera cuando la visité un enero de hace unos años fueron sus letras en una ladera estilo Hollywood. Pero lejos de glamures de postín, y de sombrillas de veraneo, este pequeño municipio costero tiene un as bajo la manga. Y es que por la  noche, las luces del pueblo, su castillo árabe y el caminito que lleva hasta él, convierten a Cullera en un pequeño sueño de película. Y si antes de ponerte romántico te apetece hacer tiempo hasta que se ponga el sol y sacar el goonie que llevas dentro, te recomiendo visitar la cueva-museo del pirata Dragut. Podrías pensar que jamás convencerás a tus amigos para ir prometiéndoles que lo vais a “pasar pirata”, pero nunca mereció tanto la pena intentarlo.

Cullera
Autor: Sdrobkov.

Dónde comer: Para catar los sabores tradicionales con un pequeño toque moderno te recomiendo Casa Picanterra (Carretera de l’Estany, s/n, Cullera). Si no se tuerce mucho la cosa y el frío no se viene muy arriba, intenta comer (o al menos asomarte) a su gran terraza con vistas al canal.

Villajoyosa: Terapia de color y chocolate

Por alguna extraña razón (que seguramente tenga que ver con el color de la nieve aunque no me la voy a jugar afirmando nada) hemos decidido entre todos que el invierno es blanco. Y  negro o marrón para vestir y deja de contar. Por eso sienta tan bien darse una vuelta por sitios como Villajoyosa, que con sus casas pintadas de docenas de colores es un bálsamo de vitalidad, especialmente en esta época. Hazme caso y prepara tu cámara porque ¡va a arder Instagram! Y por si el color no bastara para alegrarle la vida a uno, Villajoyosa cuenta además con un museo de chocolate, con entrada gratis y degustación. La felicidad era esto.

Villajoyosa

Dónde comer: si has conseguido no salir rodando del museo del chocolate y todavía tienes cuerpo para otros manjares gastronómicos, puedes pasarte por Ca Marta (Avenida del Puerto, 37 – local 7), que con sus dos ambientes te ofrece tapeo o comida contundente a buena relación calidad precio.

Altea: blanco y turquesa

Para hacer contraste con Villajoyosa, o porque el cuerpo te pide serenidad cromática, Altea, con su blanco predominante solo en ocasiones acompañado de toques azules, es tu pueblo.  Te recomiendo dejarte perder entre sus callecitas, especialmente del casco antiguo. Eso sí, vete con buen calzado porque aquí el empedrado manda y en el territorio cuqui triunfa mucho, pero si tu suela no acompaña puedes acabar un poco para el arrastre.

Altea
Autor: Josemanuel.

Dónde comer: Para rematar la visita con una guinda culinaria, El Torreón de Paula (Carrer Sant Josep, 1, Altea) es una muy buena opción. Se come fenomenal sin que el precio sea desorbitado y es verdaderamente encantador, especialmente si el día acompaña y, aprovechando la temporada baja, consigues mesa en su espectacular terracita.

Según como, la playa en verano puede ser tan de fan y troll como la Navidad. Estresante y excesivo lo mires por donde lo mires. Sí, los bañitos de agua y sol son lo mejor, pero ¿todo lo demás? Pues hasta que no me pueda hacer con mi propia playa paradisiaca privada, todo lo demás me parece bastante regular.

A mí lo que realmente me da la vida es la costa en enero: la de ver a los intrépidos que se bañan todo el año porque cuando acabe el mundo sólo sobrevivirán las cucarachas y ellos, la de llegar y aparcar, la de entrar al bar o restaurante de turno y elegir mesa donde quieras, la de sentarse en terracita con el abrigo aprovechando ese rayito de sol enrollado que también se apunta a tomar el vermut.

Y hay pocas costas españolas que se presten tanto y tan bien a este placer como las de la Comunidad Valenciana, esa tierra mágica donde el tiempo acompaña hasta en el más crudo de los inviernos.

Así que respira hondo, que faltan cuatro días para enterrar la Navidad, y prepara tu debut de vida costera no veraniega, que incluye pasear sin turistas por alguno de estos pueblos:

 El Palmar: los famosos canales de Valencia

Hay sitios que tienen el encanto escondido y tienes que mirarlos dos veces antes de pillarles el punto. Y hay sitios que atrapan desde el minuto cero. El Parque Natural de la Albufera, donde se encuentra situado El Palmar, es uno de estos últimos. Rodeado de agua calmada por todas partes, canales con barquitas de pescadores que por un módico precio se ofrecerán a darte una vuelta, cultivos de arroz kilométricos para abrir el apetito… ¿Alguien ha dicho ideal? Sí, yo. Ideal para recorrerlo a pie y en barquita, y para recargar las pilas a golpe de cervecita y comida rica.

El Palmar
Autora: Marcela Escandell

Dónde comer: En el Mirador Casa Ángel (Carretera de El Palmar a Sollana, km. 2 – carretera de Sollana, 85), en la carretera de El Palmar a Sollana. Intenta conseguir mesa en la primera planta para poder disfrutar de unas vistas espectaculares de La Albufera.

Tabarca: Perderse en una isla pero sin perderse

¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo imperioso de perderse en una isla? Claro que, si eres como yo y tienes el sentido de la orientación para el desguace, lo de perderse literalmente puede resultar una aventura que ríete tú de Tom Hanks en Náufrago.  Por eso la isla de Tabarca es ideal, pequeñita (pero matona),  podrás recorrerla y disfrutarla en menos de un día sin problemas. Y te aseguro que merece mucho la pena pasarse las horas rodeados de mar, especialmente en estas fechas en las que los turistas de manada hibernan en sus cuevas.

Tabarca

Dónde comer: Que Tabarca sea tan pequeña y tan bonita también tenía que tener su cruz, y es que los precios a la hora de comer se disparan un poco. Para chuparse los dedos con sus típicos calderos de arroz dejándote sólo medio riñón, La Almadraba (Virgen del Carmen, 29, isla de Tabarca) puede ser buena opción.

Cullera: una noche de película

Lo primero que me llamó la atención de Cullera cuando la visité un enero de hace unos años fueron sus letras en una ladera estilo Hollywood. Pero lejos de glamures de postín, y de sombrillas de veraneo, este pequeño municipio costero tiene un as bajo la manga. Y es que por la  noche, las luces del pueblo, su castillo árabe y el caminito que lleva hasta él, convierten a Cullera en un pequeño sueño de película. Y si antes de ponerte romántico te apetece hacer tiempo hasta que se ponga el sol y sacar el goonie que llevas dentro, te recomiendo visitar la cueva-museo del pirata Dragut. Podrías pensar que jamás convencerás a tus amigos para ir prometiéndoles que lo vais a “pasar pirata”, pero nunca mereció tanto la pena intentarlo.

Cullera
Autor: Sdrobkov.

Dónde comer: Para catar los sabores tradicionales con un pequeño toque moderno te recomiendo Casa Picanterra (Carretera de l’Estany, s/n, Cullera). Si no se tuerce mucho la cosa y el frío no se viene muy arriba, intenta comer (o al menos asomarte) a su gran terraza con vistas al canal.

Villajoyosa: Terapia de color y chocolate

Por alguna extraña razón (que seguramente tenga que ver con el color de la nieve aunque no me la voy a jugar afirmando nada) hemos decidido entre todos que el invierno es blanco. Y  negro o marrón para vestir y deja de contar. Por eso sienta tan bien darse una vuelta por sitios como Villajoyosa, que con sus casas pintadas de docenas de colores es un bálsamo de vitalidad, especialmente en esta época. Hazme caso y prepara tu cámara porque ¡va a arder Instagram! Y por si el color no bastara para alegrarle la vida a uno, Villajoyosa cuenta además con un museo de chocolate, con entrada gratis y degustación. La felicidad era esto.

Villajoyosa

Dónde comer: si has conseguido no salir rodando del museo del chocolate y todavía tienes cuerpo para otros manjares gastronómicos, puedes pasarte por Ca Marta (Avenida del Puerto, 37 – local 7), que con sus dos ambientes te ofrece tapeo o comida contundente a buena relación calidad precio.

Altea: blanco y turquesa

Para hacer contraste con Villajoyosa, o porque el cuerpo te pide serenidad cromática, Altea, con su blanco predominante solo en ocasiones acompañado de toques azules, es tu pueblo.  Te recomiendo dejarte perder entre sus callecitas, especialmente del casco antiguo. Eso sí, vete con buen calzado porque aquí el empedrado manda y en el territorio cuqui triunfa mucho, pero si tu suela no acompaña puedes acabar un poco para el arrastre.

Altea
Autor: Josemanuel.

Dónde comer: Para rematar la visita con una guinda culinaria, El Torreón de Paula (Carrer Sant Josep, 1, Altea) es una muy buena opción. Se come fenomenal sin que el precio sea desorbitado y es verdaderamente encantador, especialmente si el día acompaña y, aprovechando la temporada baja, consigues mesa en su espectacular terracita.

mm
La revolución será cuqui o no será.