No sé si la psiquiatría ha encontrado una palabra para describir el terror irracional hacia el traje regional y el folklore propios, pero si esa fobia existe, yo, confieso, la padezco.

La contraje un doce de octubre de 1988 en la que sería mi primera y mi última Ofrenda de Flores. Sin entrar en detalles, esa mañana a) Aprendí que cuando vuelves a casa agotado, dolorido y sin zapatos es que tal vez no deberías haber salido, una lección vital que sería muy importante en años venideros, y b) El Aragón folklórico y castizo quedó asociado para siempre en mi memoria a una experiencia francamente desagradable que juré nunca volver a repetir. Al cabo de los años me he vestido de monje budista, de astronauta, de vikingo y de Batman. De baturro, nunca más.

Y así ha sido durante más de veinte años, un tiempo en el que he acabado por unirme a ese grupo de personas que emigran como lemmings en cuanto se acerca el doce de Octubre ¿Mi parte favorita de la Zaragoza en fiestas? La estación del AVE. ¿Mi actividad festiva preferida? Huir, cuanto más lejos mejor.

Detesto las frases hechas, pero la distancia de verdad es el olvido. Y el olvido, por desgracia, suele ir en dos direcciones y tan fácil es olvidarse de algo como que ese algo se olvide de ti. “Tenemos entradas para El Plata, a ti esas cosas no te gustan, ¿no?” – Zasca. “Iré a ver a los Sonics a Las Armas, no te dije nada porque pensé que estarías fuera” – Doble zasca. “Hemos reservado en La Piedra, no contabamos contigo para la comida familiar de este año. Pero no te preocupes, hijo, te dejaré un tupper con espaguetis” – Esto no es un simple zasca. Es el golpe mortal de Uma Thurman en Kill Bill. La técnica del corazón explosivo.

Al apartarme de los aspectos más populares, castizos y verbeneros de las fiestas del Pilar también me estaba apartando de todo lo demás. De la misma Zaragoza, incluso, y ahora la ciudad me las devolvía. Podría sencillamente reconocer el error y volver pausadamente al redil, pero un problema así no admite una solución a medias, así que pienso volver a las fiestas del Pilar. A lo grande. Con el entusiasmo kamikaze de un guiri en Sanfermines.

El primer paso consiste en atacar el problema en su origen. Volveré a participar en la Ofrenda de Flores. Las normas de la Ofrenda son claras: solo traje típico o regional de cualquier lugar del mundo. Esto descarta inmediatamente el traje de Batman -si el de vikingo entra o no en la clasificación de “traje regional” es una cuestión delicada que merece un estudio aparte-, así que tengo un flamante nuevo traje de baturro aguardando en el salón de mi piso a que llegue el gran día. Ya me lo he probado y no es tan incómodo como recordaba. Y puede que hasta ligue. ¿No está de moda el look leñador? Pues yo voy a ir vestido de pastor de cabras del Siglo XVIII. Veo tu apuesta y la subo.

Estaré el mismo doce de octubre a primera hora con el grupo de Ontinar del Salz (bonito pueblo, buena comida, mejor gente), así que si vosotros también os queréis replantear todo esto de las fiestas del Pilar, allí me encontraréis. Esta clase de trances es mejor pasarlos en compañía. Aunque, como todo esto del traje regional y la jota aragonesa quizá os resulte demasiado extremo, también me podréis ver esa misma noche en La Quebradora, cenando algo exótico para quitarme el regusto de la tierra y seguir con la ficción de que este baturro es todo un ciudadano del mundo.

No voy a mentir. Me miro en el espejo y, vestido de tirolés de los Monegros, aún me veo ligeramente ridículo. Pero voy a hacerlo, en parte por una promesa a mis padres -hartos de las desapariciones de su hijo pródigo- y en parte como acto de desagravio a una ciudad a la que estaba ignorando por pura rutina. Parece, Zaragoza, que a partir de ahora vamos a pasar más tiempo juntos. Así que, de momento, vamos a intentar llevarnos bien.

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Imagen de portada de @gaudiramone.

La contraje un doce de octubre de 1988 en la que sería mi primera y mi última Ofrenda de Flores. Sin entrar en detalles, esa mañana a) Aprendí que cuando vuelves a casa agotado, dolorido y sin zapatos es que tal vez no deberías haber salido, una lección vital que sería muy importante en años venideros, y b) El Aragón folklórico y castizo quedó asociado para siempre en mi memoria a una experiencia francamente desagradable que juré nunca volver a repetir. Al cabo de los años me he vestido de monje budista, de astronauta, de vikingo y de Batman. De baturro, nunca más.

Y así ha sido durante más de veinte años, un tiempo en el que he acabado por unirme a ese grupo de personas que emigran como lemmings en cuanto se acerca el doce de Octubre ¿Mi parte favorita de la Zaragoza en fiestas? La estación del AVE. ¿Mi actividad festiva preferida? Huir, cuanto más lejos mejor.

Detesto las frases hechas, pero la distancia de verdad es el olvido. Y el olvido, por desgracia, suele ir en dos direcciones y tan fácil es olvidarse de algo como que ese algo se olvide de ti. “Tenemos entradas para El Plata, a ti esas cosas no te gustan, ¿no?” – Zasca. “Iré a ver a los Sonics a Las Armas, no te dije nada porque pensé que estarías fuera” – Doble zasca. “Hemos reservado en La Piedra, no contabamos contigo para la comida familiar de este año. Pero no te preocupes, hijo, te dejaré un tupper con espaguetis” – Esto no es un simple zasca. Es el golpe mortal de Uma Thurman en Kill Bill. La técnica del corazón explosivo.

Al apartarme de los aspectos más populares, castizos y verbeneros de las fiestas del Pilar también me estaba apartando de todo lo demás. De la misma Zaragoza, incluso, y ahora la ciudad me las devolvía. Podría sencillamente reconocer el error y volver pausadamente al redil, pero un problema así no admite una solución a medias, así que pienso volver a las fiestas del Pilar. A lo grande. Con el entusiasmo kamikaze de un guiri en Sanfermines.

El primer paso consiste en atacar el problema en su origen. Volveré a participar en la Ofrenda de Flores. Las normas de la Ofrenda son claras: solo traje típico o regional de cualquier lugar del mundo. Esto descarta inmediatamente el traje de Batman -si el de vikingo entra o no en la clasificación de “traje regional” es una cuestión delicada que merece un estudio aparte-, así que tengo un flamante nuevo traje de baturro aguardando en el salón de mi piso a que llegue el gran día. Ya me lo he probado y no es tan incómodo como recordaba. Y puede que hasta ligue. ¿No está de moda el look leñador? Pues yo voy a ir vestido de pastor de cabras del Siglo XVIII. Veo tu apuesta y la subo.

Estaré el mismo doce de octubre a primera hora con el grupo de Ontinar del Salz (bonito pueblo, buena comida, mejor gente), así que si vosotros también os queréis replantear todo esto de las fiestas del Pilar, allí me encontraréis. Esta clase de trances es mejor pasarlos en compañía. Aunque, como todo esto del traje regional y la jota aragonesa quizá os resulte demasiado extremo, también me podréis ver esa misma noche en La Quebradora, cenando algo exótico para quitarme el regusto de la tierra y seguir con la ficción de que este baturro es todo un ciudadano del mundo.

No voy a mentir. Me miro en el espejo y, vestido de tirolés de los Monegros, aún me veo ligeramente ridículo. Pero voy a hacerlo, en parte por una promesa a mis padres -hartos de las desapariciones de su hijo pródigo- y en parte como acto de desagravio a una ciudad a la que estaba ignorando por pura rutina. Parece, Zaragoza, que a partir de ahora vamos a pasar más tiempo juntos. Así que, de momento, vamos a intentar llevarnos bien.

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Imagen de portada de @gaudiramone.

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El señor raro del tercero izquierda.